El nacionalpopulismo es una respuesta con sólidas razones históricas a la crisis de un sistema, pero tiene un parentesco con el mismo sistema al cual se opone, tanto en su origen, como en su destino.
Paolo Mossetti, la penna fina (pluma fina) del periodismo liberal-libertario italiano acaba de publicar en Siglo XXI un libro sobre el nacionalpopulismo italiano y las Mil mascaras que asume en la historia reciente del país. Para un italiano interesado en el debate sobre el populismo que se desarrolla en el mundo de habla hispana, resulta muy sorprendente descubrir este libro: en primer lugar porque un autor, y notable escritor, tan prolífico en periódicos y revistas culturales italianas haya decidido hacer su debut en las librerías en un idioma extranjero. En segundo lugar porque lo ha hecho con una editorial marxista, distribuida en una área geográfica (España y América Latina) donde la palabra populismo ha encontrado la mejor acogida en el mundo de las izquierdas. Para un lector español, y todavía más para un argentino, este libro, que debería explicar el nacionalpopulismo italiano, resultará un objeto raro y difícil de descifrar, pero no por ello carente de interés.
En primer lugar hay que decir que Mossetti se coloca abiertamente fuera del campo nacionalpopulista, cuya “ola”, en su opinión, debe ser frenada (p. 253). Su interlocutor, o sea, el sector del mundo cultural y político al cual se refiere y habla, no es el campo populista, sino el mainstream de izquierdas liberal al que quiere persuadir de que es necesario intentar entender mejor este fenómeno político para llegar a una posible reconciliación nacional (p. 248). También en sus propuestas concretas se puede ver un marco abiertamente liberal, pues su “pragmatismo radical” (p. 247) está más preocupado por las posibles víctimas del odio populista de derecha a las que hay que proteger (las minorías, los migrantes etc…) que por la reactivación de una política conflictual anti-sistema o anti-capitalista. Además, Mossetti hace propia la perspectiva del sistema mismo, y –de forma similar al reciente trabajo de Raffaele Alberto Ventura, Radical Choc. Ascesa e caduta dei competenti (Einaudi, 2020)– busca la paz social contra la guerra infinita que se ha producido entre diferentes sectores de las elites y de la opinión publica alrededor de los cleaveges populistas. Por lo que hemos dicho, el libro parecería solo una clásica intervención de crítica despechada contra el populismo en el marco de las ciencias sociales liberales o del periodismo moderado, sin embargo, abundan los ejemplos de este tipo en todo occidente, con lo que, si así fuera, no sería interesante comentar esta obra. En Mossetti hay algo más: una sensibilidad de izquierdas que no se reduce al liberalismo (aquí se ve su conexión con el mundo libertario y los movimientos sociales) y, en el mismo marco del liberalismo, una capacidad de leer el nacionalpopulismo más profundamente en sus raíces históricas: en este sentido su trabajo alcanza un nivel de autoconciencia en el campo liberal que es difícil de encontrar (aunque, como diremos en la conclusión, no va más allá de la perspectiva liberal), y que puede permitir a este mundo avanzar superando su típica indignación moral por el auge de la derecha populista o –aun peor– del desdén clasista por la irrupción de las masas de “ignorantes” grillini en el parlamento italiano.
Esta definición del perfil del autor nos dice mucho sobre el enfoque del libro, nos permite entrar en él y subrayar los ejes fundamentales que definen su lectura del populismo. En primer lugar tenemos que decir qué es para Mossetti el nacionalpopulismo. Lejos de coincidir con una definición de campo nacional y popular populista muy difundida en América Latina, el populismo aparece, en el contexto italiano, definido como algo menos que una extrema derecha posfascista, y algo más que un qualunquismo anti-politico. Es más bien la articulación, en el contexto de la crisis del consenso liberal centrista (y en particular en Italia del Centro-Izquierda), de estos dos elementos con el resultado de producir un tercer campo político, que absorbe elementos diferentes que vienen de la historia política nacional. El ejemplo paradigmático que tiene en mente Mossetti, obviamente, es el gobierno verde-amarillo de la alianza entre Lega y Movimento Cinque Stelle, o sea entre un populismo de derecha, nacionalista y xenófobo y un populismo puro, es decir, vacío de ideología política y que puede llenarse con cualquier contenido con el fin de “abrir el parlamento como una lata de atún”, o sea que quiere destruir totalmente la política tradicional (al menos en sus comienzos, otra cosa será cuando empiece a gobernar). Esta definición del populismo italiano por un lado es bastante restringida, fundada en un solo caso empírico, por otro es lo bastante amplia como para incluir todo un movimiento de reacción a la crisis de la democracia liberal. En este sentido la alianza verde-amarilla es solo la manifestación más llamativa de una atmosfera político-cultural que, en los años post-crisis 2008, ha irrumpido en la escena mediática y política a partir de internet. En este sentido los conceptos de nacionalpopulismo y de populismo en general pierden toda capacidad definitoria –y, de hecho, los intentos taxonómicos que Mossetti propone en el libro parecen bastante arbitrarios y escasamente científicos– pero gana en capacidad de dibujar “impresionistamente” los contornos de algo que está allí, que tal vez no es científico nombrar como populismo, pero sobre lo que nos entendemos y que tenemos que conocer. Cuando toma prestada del análisis de Rossana Rossanda de los años 70 la expresión album di famiglia (p. 219), el autor napolitano nos quiere decir exactamente esto: hay un mundo que ha surgido de esta crisis donde muchos se pueden reconocer y no importa la coherencia teórica o ideológica entre las diferentes partes, sino únicamente que esto produzca un nuevo sentido común atravesado por pasiones, ideas y mitos comunes.
En este marco se desarrolla el análisis del nacionalpopulismo italiano que Mossetti lleva a cabo, el cual podríamos resumir a partir de dos ejes fundamentales: la idea de una interacción dialéctica entre el sistema y los excluidos que produce un juego de enmascaramientos (donde la teoría de los intelectuales es tal vez la más interesante), y la idea de una (relativamente) “larga duración” o de un origen lejano de las “partículas de resentimiento” que conforman la masa de reacción del nacional-populismo italiano.
Con respecto al primer aspecto hay que decir que para Mossetti el nacionalpopulismo no es ni un paréntesis histórico en el desarrollo de la modernidad liberal (en esto es deudor de las mejores teorías del populismo) ni parte de un dialéctica emancipadora. El nacionalpopulismo es una respuesta con sólidas razones históricas a la crisis de un sistema, pero tiene un parentesco con el mismo sistema al cual se opone, tanto en su origen, como en su destino. Esto es, el nacionalpopulismo nace con una crisis de “larga duración” del sistema socio-económico-político italiano y no puede resolverse rápidamente (ni resolver la crisis en un sentido emancipador), sino que está destinado a ser reabsorbido o recuperado por el mismo sistema. Es el “hermano malo” del sistema liberal-capitalista que tiene con él una relación envidiosa que lo lleva a oponerse al sistema, pero está siempre dispuesto a ser integrado. El “realismo populista”, título del último capítulo, no es otra cosa que el “realismo capitalista” disfrazado populistamente, o, mirado desde el otro punto de vista, el populismo que ha llegado a un acuerdo con el sistema. Emblemática en este sentido es el recorrido del Movimento Cinque Stelle (que este libro no ha podido seguir hasta sus últimos resultados): desde la oposición a la UE y a todos los partidos políticos tradicionales hasta un primer compromiso de gobierno –todavía populista– con la Lega y a un segundo compromiso con su viejo gran enemigo –o sea, el Partito Democratico– que le permite no volver a casa con un consenso muy disminuido, hasta un gobierno con todos, liderado por el banquero de Bruselas Mario Draghi. Del “no queremos gobernar con nadie” hasta “gobernamos con todos”. Esto, nos dice Mossetti, no significa que no se vaya a abrir un nuevo espacio para nuevos actores populistas, sino que estos sujetos populistas al final terminan por crear una nueva normalidad –inestable y provisional– de un poder que sabe llevar mil mascaras como el propio populismo. Interesante en este sentido es su lectura de los intelectuales populistas (que parece tener alguna relación con la teoría de la circulación de las elites de Pareto): no hay intelectuales de pueblo y de sistema, sino que hay intelectuales que en los cambios políticos se quedan excluidos del sistema al cual pertenecían. Este tipo de intelectual, que por ejemplo ha sido parte del berlusconismo, de la derecha posfascista, o incluso de sectores liberales, católicos o izquierdistas que pertenecen a corrientes que han perdido la lucha hegemónica en su área política, van a buscar ahora, dentro del album di famiglia populista, una nueva ocasión para emerger, presentándose como rebeldes contra el sistema dominante. El nuevo establishment populista –que necesita intelectuales “nuevos”, o sea, que no estén comprometidos con el mainstream europeísta liberal de los años de la crisis– les incorpora en los espacios que empiezan a ocupar en las instituciones culturales públicas (véase la RAI) o privadas, cercanas al partido. Esta dialéctica de inclusión, exclusión, oposición al sistema y nueva inclusión dibuja un esquema interesante para entender los procesos de transformación y de lucha contrahegemónica en la fase populista aunque –en mi opinión– deja de lado el esfuerzo genuino de una parte de los intelectuales para responder a la crisis político-moral de la segunda república buscando nuevos paradigmas: sin este –aparente o verdadero– transformismo no tendríamos ningún avance en la difusión de un sentido común antineoliberal o de comprensión de la intrínseca naturaleza ordoliberal de la UE.
Llegamos ahora al segundo eje de este libro: su capacidad de colocar el nacionalpopulismo poscrisis en los últimos cuarenta años de historia político-económica italiana buscando todavía más lejos, a finales de los años 60, algunos de los elementos que han propiciado su origen. Para Mossetti son los años 80, como respuesta a la crisis de los 70, los que se abren a todo un conjunto de ideas que empiezan a circular y que formarán parte de diferentes partidos políticos o movimientos culturales a lo largo de estos 40 años antes de ser adoptadas por el populismo contemporáneo. Más que ideas, como hemos dicho, se trata de “partículas de resentimiento” (p. 131) surgidas en la sociedad italiana, que los diferentes actores políticos que han atravesado los “veinte años de destrucción, los treinta años de despolitización, los cuarenta años de declive” (p. 152), han transportado de manera diferenciada hasta que puedan aglutinarse en la revuelta populista. Son partículas de resentimiento que ha producido una crisis que es mucho más larga que la crisis global post-2008, y que sin embargo estallan frente a la aceleración del proceso de declive y destrucción que la misma ha producido. Si normalmente el momento populista se interpreta en una perspectiva discontinuista, con un análisis sincrónico entre los diferentes países marcado por la crisis post-2008, Mossetti, enfocándose en el caso italiano, muestra cómo se puede leer el surgimiento del nacionalpopulismo desde una perspectiva diacrónica, histórica, que tiene un carácter de peculiaridad nacional. No hay espacio en esta reseña para discutir su lectura de la historia italiana desde la crisis de los 70, pero aunque sea solo a vuelapluma queremos decir que, en nuestra opinión, si la tesis continuista de Mossetti es interesante, la tesis discontinuista permite entender mejor el momento populista y su especificidad, el cual no se entiende sin la ruptura de la crisis. Las “partículas de resentimiento” no son intrínsecamente populistas, pueden servir –como muestra el propio autor– a proyectos políticos distintos y se vuelven parte de un proyecto populista gracias a un evento desencadenante que produce su conexión en un mismo campo antagónico frente al bloque dominante.
Para Mossetti, en conclusión, “el nacionalpopulismo italiano viene de lejos y está destinado a permanecer” (p. 224). No podríamos estar más de acuerdo con esta afirmación. No obstante, aquí es donde nuestro análisis se aleja más del de Mossetti. Tiene que ser así dado el sustrato liberal del autor, el cual no le permite ver las verdaderas razones de esta revuelta, así como el hecho de que si el nacionalpopulismo no puede desaparecer es porque estas razones están todavía allí. Para nosotros el nacionalpopulismo se quedará porque expresa una revuelta, quizás veleidosa, contra el neoliberalismo y la lógica ordoliberal europea con su política del vincolo esterno que en los años decisivos de la crisis post-2008 han producido un aumento de la pobreza y el desempleo, así como una disminución de salarios, derechos laborales, etc. sin precedentes en la historia de la República. Mossetti lee otras causas en el origen del nacionalpopulismo italiano, y a partir de estas desarrolla la pars construens del libro, proponiendo soluciones paliativas y más veleidosas que las avanzadas por el nacionalpopulismo italiano. En este punto se revelan los límites de este libro, que en otros aspectos, como creemos haber mostrado, posee elementos de gran interés.
*Alessandro Volpi es doctorando en filosofía política y del derecho en la facultad de derecho de la Universidad de Salerno. Se ocupa de populismo, y en particular de la obra de Ernesto Laclau, en conexión con la tradición política moderna.
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