«The Twittering Machine» es un ensayo poderoso e inquietante, cuya lectura suscita como primera reacción en el lector (al menos en este lector) cerrar de inmediato todas y cada una de sus cuentas en redes.
Terminé 2020 leyendo The Twittering Machine, del ensayista britanico Richard Seymour, publicado originalmente en este ya pasado año por Verso Books, y traducido recientemente por Alcira Bixio para Akal en España. Es un gran libro, un estupendo y muy necesario ensayo que tiene la capacidad de verbalizar las inquietudes e intuiciones que muchos usuarios de redes sociales tenemos hacia las mismas. Seguramente muches conocemos esa relación ambivalente (amor y odio) hecha de cierta dependencia o incluso, como dice Seymour, de adicción. Las redes se han convertido en un espacio que nos provee de esa corriente continua y entremezclada de noticias, opiniones, entretenimiento que informa nuestra vida cotidiana, abriéndonos (especialmente en estos tiempos de pandemia y confinamiento) a un remedo de (problemática) esfera pública. O encerrándonos en ella.
The Twittering Machine es un ensayo poderoso e inquietante, cuya lectura suscita como primera reacción en el lector (al menos en este lector) cerrar de inmediato todas y cada una de sus cuentas en redes. Como tantos usuarios, y especialmente en los últimos años, pienso a menudo en cerrar mi cuenta de twitter (abandoné Facebook hace unos tres años). Por diversas razones: el deseo de usar mi tiempo de otro modo, el cansancio y saturación ante la velocidad de las noticias y las reacciones, la frecuente sensación de una suerte de tedio o hastío para-depresivos generados por la amplificación que las redes dan a un contexto social y político ya de por sí deprimente: la pandemia, la omnipresencia gritona de Trump, continuas exhibiciones de agresiva ignorancia de esencialismos varios, por supuesto desde la derecha voxera y trumpiana, pero también desde supuestos sectores de izquierdas (terfs, pseudo-obrerismos varios). No se para ustedes, pero para mi una de las palabras del año que acabamos de terminar ha sido el término (popular en el twitter de EEUU) ‘doomscrolling’, esto es, el gesto del continuo refrescar del feed o timeline de twitter, en una búsqueda compulsiva e insomne de la próxima mala noticia por venir. Algo muy próximo a lo que otro gran ensayista britanico, Mark Fisher, denominaba «hedonismo depresivo».
No cerré mi cuenta de twitter. Viendo que empezábamos 2021 con nuestros timelines colonizados por la presencia de discusiones y sujetos tristes, decidí compartir unas notas sobre el libro. Al hacerlo supongo que caía en una primera contradicción. Pero es una que ayuda a explicar el libro mismo. The Twittering Machine es, por un lado, una poderosa crítica a la infraestructura material y discursiva de las redes, y a los síntomas sociales que explicitan y multiplican. Uno de ellos - y de ahí mi contradicción - es la necesidad de generar contenidos que compartir compulsivamente en las redes. O, como dice Seymour, la necesidad autoimpuesta de escribir, de una escritura compulsiva y reactiva siempre a la última polémica del día. Pero el libro es al mismo tiempo también -sobre todo hacia su final- una necesaria propuesta para imaginar otros usos, prácticas y espacios en las redes.
Seguramente lo mejor del libro es que esquiva los lugares comunes de las discusiones en torno a redes, tecnología, etc. Seymour es un gran ensayista y logra siempre enfocar las discusiones en formas contraintuitivas, desarmando marcos recibidos, desautomatizando ideología, en suma. Es un libro sobre las redes que empieza hablando, por ejemplo, sobre los quipus, los nudos y trenzados de cuerdas usados por los incas para marcar fechas y guardar información. Es la forma en que Seymour nos introduce en el problema desde un enfoque basado en la materialidad de las tecnología o, más exactamente, en la materialidad de la escritura misma entendida como tecnología. Y en su historicidad misma, esto es, las mutaciones de la escritura a través de diferentes medios y soportes históricos, y que determinan sus sucesivos usos y efectos. Máquinas, soportes y medios no son meros instrumentos inertes, sino procesadores, generadores y transmisores de relaciones sociales.
Ese enfoque profundamente materialista de Seymour, sin embargo,no se concentra, o no sólo, en la materialidad de internet entendida como el monopolio de las grandes compañías y corporaciones que gestionan esos espacios, o como la infraestructura material e instrumentos técnicos (cables, fibra óptica, servidores, sistemas de almacenamiento, códigos de software). Podria parecer que eso traiciona su perspectiva materialista. Pero más bien es lo contrario. Existen muchos libros sobre esas cuestiones. Es simplemente que Seymour prefiere concentrarse más bien en cuestiones relativas a las relaciones sociales que se generan, construyen y mantienen en las redes sociales. Quizás porque precisamente Marx insistía en que el puro desarrollo de las fuerzas de producción (esto es, entre otras cosas, las tecnologías) no era un mecanismo de explicación suficiente. Es por eso que la argumentación de Seymour, a pesar de presentar una visión demoledoramente crítica de las redes, huye de sus habituales caracterizaciones demonizadoras, o, de hecho, demoníacas, que tienden a presentarlas como causa última de los males, como espíritu maligno que nos posee y controla. El mal, o el bien, no reside, o no del todo, en ellas mismas, sino afuera. Para Marx, la clave siempre residía, y reside, en las relaciones sociales de producción. En el mundo social que las máquinas y sus usos reflejan, procesan y generan a su alrededor.
En otras palabras, Seymour se concentra en cuestiones relativas a lo que llama «industria social», basada principalmente en la producción y recogida de datos y en la objetificación y cuantificación de la vida social en formas numéricas. En definitiva, en toda esa máquina - y aquí la palabra adquiere una tonalidad deleuziana - que nos atrapa en una red o maraña hecha de tiempo, de atención, de hábitos, de adicción. De escritura. A partir de ahí, The Twittering Machine despliega seis capítulos, cada uno de ellos titulado mediante la primera persona del plural, “todos”, seguida de todo un desfile de figuras y comportamientos comunes en las redes: «Todos estamos conectados», «todos somos adictos», «todos somos famosos», «todos somos trolls», «todos somos mentirosos», «todos estamos muriendo» y las conclusiones finales: «todos somos escriturantes» (traducción propia). A lo que Seymour intenta apuntar es a la condición colectiva y por tanto política, de estas figuras y lógicas. No se trata de establecer una mirada moral, juzgadora, basada en la crítica de conductas individuales. Todos estamos, efectivamente, no sólo conectados, sino enredados en estas lógicas y figuras. Por la propia infraestructura de las redes, Todos ejercemos y participamos, en un momento u otro, en mayor o menor medida, de aquellas. Porque además, los problemas «de las redes» nunca son tales. Como Seymour insiste repetidamente, las redes únicamente revelan - y ciertamente amplifican - problemas que ya existían o existen antes o afuera de ellas. Si tenemos una dependencia hacia las redes, no está causada (o no sólo) por la cualidad adictiva de su diseño (la generación de dopamina, la satisfacción del premio en forma de likes, como suelen subrayar los análisis más psicologicistas) sino porque había algo, un vacío, en nuestras vidas, que las redes han venido a llenar.
De este modo, The Twittering Machine construye una persuasiva fenomenología de tantos hábitos y efectos que nuestra escritura y nosotros experimentamos en las redes: la búsqueda (como una suerte de ludopatía) del tuit o post que nos lance a la fama; la necesidad de reaccionar a la última polémica, mostrando enfáticamente nuestra indignación, aprobación o rechazo... Finalmente, como Seymour señala, una cantidad inmensurable, pero perfectamente calculable, de palabras, de tiempo, de escritura. De trabajo.
Parte del problema de las redes puede explicarse mediante otra clásica oposición marxiana, la de valor de uso frente a valor de cambio. Quizás hayan notado cómo la palabra «contenido» ha adquirido una relevancia especial en internet. Hablamos continuamente del contenido que consumimos en las redes, ya ni siquiera para referirnos a contenidos discretos, unidades singulares, sino del contenido como una sustancia infinita que se genera y circula constantemente. Básicamente, en las redes se da una exacerbación del valor de cambio del contenido (lo que importa es la continua producción y circulación de contenido nuevo) frente a su valor de uso. La producción de novedad constante frente a la lentitud del aprendizaje y de la discusión de esa misma producción. Al mismo tiempo, las redes nos individualizan como receptáculos de capital simbólico: somos individuos que, lo queramos o no, compartimos lo que hacemos, lo ponemos en circulación, esperando las inmediatas reacciones de otros, acumulamos conexiones, followers, likes, retuits.
En sus conclusiones, Seymour rescata la noción de 'acedía', una pasión triste, cercana a la melancolía y el tedio vital. Tal vez la monotonía y el encierro impuestos por la pandemia han aumentado si cabe esa sensación. Quizás por la multiplicación de tareas que ha supuesto el teletrabajo, estos últimos meses, nuestro tiempo en pantallas (y por tanto en redes) ha aumentado. De alguna manera, se genera una pérdida de valor del tiempo propio que lleva, paradójicamente, a que no importe perderlo todavía más en las propias redes. Ese tedio y falta de cuidado y de autovaloración de la propia es la acedía que, acompañada por la adicción, genera una escritura de lógicas compulsivas, y una la continua necesidad o (auto) obligación a expresarse. La libertad de expresión es ahora una obligación, una compulsión (auto)inducida.
Como señalábamos al principio, hay muchas dimensiones y frentes en la lucha política por otras tecnologías y redes. Está la cuestión del control de los monopolios de las grandes compañías (Amazon, Facebook, Twitter) y de la propiedad y uso de los datos que se generan. Autores como Nick Srnicek señalan la necesidad de luchar por la nacionalizacion de estas empresas. Están las consecuencias políticas del poder que estas corporaciones ejercen sobre la esfera pública, como ejemplifica el reciente caso de la suspensión de la cuenta de Twitter de Trump y sus posibles ramificaciones.
Seymour, como decíamos, prefiere centrarse no obstante en el «nivel usuario», planteando la necesidad de “utopías de escritura”, de otros espacios y usos colectivos de las redes. Reflexionando acerca de la necesidad y posibilidad de la transformación de los hábitos gracias a la neuroplasticidad cerebral, el ensayo de Seymour construye un bello paralelo implícito final, diríamos que spinoziano, con la estructura misma del libro. Si todos estamos conectados, y formamos parte por tanto de ese cerebro colectivo que son las redes, transformar colectivamente nuestros hábitos resulta similar a esa neuroplasticidad cerebral, ahora en la escala total de las redes. Seymour concluye hablando de la necesidad de un nuevo cyber-utopismo, y de un neo-luddismo (matizando el habitual uso peyorativo de la expresión). «Si queremos» - dice Seymour en sus conclusiones al libro - «lograr expresarnos libremente hoy, ya no es suficiente demandar la abolición de las constricciones políticas. Debemos liberar la expresión de la incesante producción de redundancia, y liberarnos a nosotres mismes de la compulsión del trabajo. Debemos retirar nuestro trabajo y reclamar los placeres de la escritura como tiempo de ocio» (traducción propia).
Nadie dice, por supuesto, que eso sea una tarea fácil. Y mucho menos Seymour, cuyo libro como digo es un demoledor retrato de una realidad tan cotidiana y omnipresente. Pero reflexionar sobre las preguntas que lanza me parece un ejercicio urgente y necesario. De un tiempo a esta parte vienen produciéndose numerosos abandonos de redes, y debates y preocupaciones recurrentes acerca de su uso por la permanente toxicidad, por la creciente presencia de esencialismos ideológicos, a izquierda y derecha, o debido a los peligros de la llamada «cultura de la cancelación» (si bien esa expresión debe ser discutida y matizada). En este mismo medio, recomiendo especialmente la entrevista de Marta Cambronero a Geert Lovink, acerca de su libro Tristes por diseño. Hace unas semanas, Nuria Alabao y Emmanuel Rodriguez compartían unas reflexiones acerca del moralismo político en redes, al hilo del conocido ensayo de Mark Fisher «Salir del castillo de los vampiros», una referencia imprescindible para pensar en toda una sintomática del discurso político en redes, y que fue objeto de una sesión - con Nuria Alabao, Clara Serra, y quien esto firma - en un reciente seminario del Instituto de Estudios Culturales y Cambio Social. También hay propuestas y prácticas concretas, como el trabajo que está haciendo la cuenta @nolesdescasito en twitter para concienciar acerca del funcionamiento de las redes en relación a la presencia de la ultraderecha y su búsqueda de atención.
Se trata por tanto de una reflexión colectiva acerca de cómo y para qué usamos las redes, y de cómo podemos usarlas de otras formas, y no ser usados por ellas. Una conversación necesariamente colectiva, puesto que afecta a un aspecto (crecientemente importante) de nuestra convivencia. Y como tal, una cuestión política, esto es, no reducible a una bienintencionada elección de mejores maneras o actitudes individuales. ¿Qué queremos hacer en/con las redes? ¿Cómo queremos usar nuestro tiempo y nuestra escritura? ¿Para qué? ¿Qué espacios podemos construir? ¿Qué prácticas y hábitos necesitamos estimular?
La única propuesta que puedo hacer de momento es apelar a la lógica de lo colectivo. Fuera de las redes de internet, por supuesto, pero también dentro de ellas. Esto es, abrir y participar en espacios colectivos capaces de, efectivamente, «generar contenidos», hacer divulgación y aprender cosas nuevas.. En otras palabras, combatir la temporalidad individualizada de la corriente del contenido cuantitativo con los tiempos compartidos de lo cualitativo. Se trata no sólo de consumir datos y hechos, sino encontrar y generar sentidos compartidos. De este modo tal vez podamos, por un lado, articular nuevas narrativas y sentidos a lo que nos ocurre y atraviesa y, a la vez, proporcionar lógicas de cooperación y colaboración capaces de reconstruir un sentido orgánico de los espacios que ocupamos en internet. Hay ejemplos, prácticas, y espacios como Nociones Comunes-Universidad Experimental de Madrid, la Hidra Cooperativa, el Instituto de Estudios Culturales y Cambio Social, entre muchos otros, o los que proveen medios independientes como el que están leyendo ahora mismo. Pero es necesario pensar juntes en cómo hacerlos sostenerse, crecer y adaptarse a este contexto.
Publicado originalmente en: https://ctxt.es/es/20210101/Firmas/34765/Vicente-Rubio-Pueyo-redes-sociales-ensayo-The-Twittering-Machine-Richard-Seymour.htm
La elección de traducir y editar estas entrevistas podría parecer obvia, pero no por ello menos acertada ni desprovista de desafíos, muchos de ellos resueltos con solvencia. Otros, muy dependientes de cómo se medirá la actualidad de las palabras de Chomsky con el resultado final del conflicto.
Ani Pérez encuentra con este libro la manera de esclarecer las dudas y las confusiones que existen en los procesos de cambio que estamos viviendo en el sistema educativo. Lo hace escribiendo un libro que ella misma reconoce que hubiese criticado hace unos años.
Tras varios años de pandemia que han desmovilizado considerablemente al movimiento climático, se hace necesario repensar las estrategias y las tácticas políticas que deben ponerse en marcha para evitar el desastre planetario. Andreas Malm nos invita con audacia a considerar el boicot de las infraestructuras de la economía fósil como parte fundamental del ejercicio de presión que el movimiento tendría que ejercer sobre unos gobiernos sumisos ante el colapso climático.
Este libro es una oportunidad maravillosa para conocer la situación real de las personas trans, para acercarse a escuchar a quienes están en las situaciones más vulnerables. Shon Faye ha realizado entrevistas y recopilado información para conseguir esto, de forma que se trata de un análisis y no de unas memorias.
La filósofa Carolina Meloni (Tucumán, 1975) busca sacudirnos examinando el potencial emancipador de nuestros sueños. Aunque encontramos un texto en el que Meloni se abre a aquellas que leemos, la interpelación en sus páginas es a un sujeto colectivo.
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Con un esmero encomiable, Bravo hilvana los hilos malditos de la historia, los personajes de los márgenes, entre diseñadores olvidados y vikingos del siglo XX, amantes despechados y terroristas ajusticiados en sus celdas.
El nacionalpopulismo es una respuesta con sólidas razones históricas a la crisis de un sistema, pero tiene un parentesco con el mismo sistema al cual se opone, tanto en su origen, como en su destino.
Marvel se ha convertido en un dispositivo privilegiado para medir las diferentes vertientes y rasgos de la imaginación cultural y política actual, pues, muy lejos de ser mero entretenimiento, ha logrado atraer a millones de personas en todo el globo a partir de una serie de mitos y elementos narrativos que dicen mucho de cómo el mundo se piensa a sí mismo y, en concreto, como se piensa en relación con su propio contexto histórico.
La biografía aquí reseñada podría ser leída como una suerte de aplicación práctica de la «Ética», un estudio de caso demostrado según el orden historiográfico en lugar del geométrico: la vida y obra de Spinoza como el efecto resultante de una enorme cantidad de causas incidentes que el autor documenta con una rigurosidad pasmosa.
«Debemos elegir qué relato contar. Si preferimos la inevitabilidad de capitalismo y la falibilidad del progreso o, por el contrario, si optamos por el deseo del progreso y la accidentalidad del capitalismo» Xandru Fernández
El papel de la policía en las sociedades contemporáneas debe ser cuestionado, y el sociólogo Alex S. Vitale ofrece en «El Final del Control Policial» la posibilidad de abrir espacios de conversación en torno a cómo queremos organizar nuestras comunidades. A pesar de centrar su crítica en el modelo estadounidense, la obra de Vitale ofrece al lector lecciones y herramientas útiles para el análisis de las estructuras de poder que refuerzan y legitiman el control policial en su propio contexto nacional.
A partir de conversaciones con diferentes lectores y lectoras, Zafra construye de forma epistolar un ensayo pausado, ágil de leer y que vuelve a poner encima de la mesa la situación cada vez más insostenible de la industria cultural y sus trabajadores.
Los discursos que podemos leer en este libro pueden ser entendidos cómo una llamada a la acción, un aterrizaje concreto que además no obedece a un orden vertical, sino que es fruto del debate dado por las organizaciones que integran el EMMP.
Una teoría tan sofisticada como la de Laclau bien necesitaba una introducción. Antonio Gómez Villar se propuso suturar esta brecha, tres años más tarde, con la publicación de «Ernesto Laclau i Chantal Mouffe: populisme i hegemonía» (Gedisa, Barcelona, 2018), una obra que encuentra un calculado equilibrio entre la divulgación y la información teórica.
Si nos preocupa nuestro presente, si queremos plantear un horizonte alternativo al capitalista que nos lleva a la extinción, debemos tomar muy en cuenta las preguntas, explicaciones y enseñanzas que Antonio Antón nos ofrece a través del gigante Gargantúa.
Bastani presenta un escenario de crisis multidimensional que hoy se enfoca sobre todo desde la perspectiva de la escasez y la desigualdad y cuya propuesta hegemónica es aumentar los sacrificios para, en el mejor de los casos, vivir en un declive más suave.
En el estudio de Hochschild, su estimación sobre las horas empleadas por las mujeres entre trabajo productivo y reproductivo es de quince horas extras a la semana más que los hombres, lo que supone una doble jornada, en toda regla.
Estamos ante un ensayo impecable, que consigue hacer sencillo lo complejo, exponiendo y explicando términos que van desde la teoría psicoanalítica lacaniana hasta las multiplicidades de la teoría queer, pasando por la teoría feminista.
¿Qué es estar enfermo? ¿quién define la enfermedad? ¿cuáles son sus límites? ¿qué relación guarda la enfermedad con nuestro cuerpo? Estas son algunas de las preguntas que atraviesan el libro «La emancipación de los cuerpos».
En sus páginas no solo hay un Fisher diferente, hay uno de los mejores Fisher. El contenido del curso que Mark había diseñado tenía un objetivo claro: abandonar la vaguedad que parece rodear un término como “Post capitalismo”.
¿Por qué se habla de Estado español y se rechazan los símbolos oficiales de España? ¿Por qué leemos tanto a Balzac o a Dickens y tan poco a Cervantes y Galdós? Santiago Alba Rico nos da algunas posibles respuestas en este libro.