La crisis global provocada por el coronavirus ha desencadenado la proliferación de viejos debates que habían quedado almacenados en el baúl de la izquierda.
I
La crisis global provocada por el coronavirus ha desencadenado la proliferación de viejos debates que habían quedado almacenados en el baúl de la izquierda. De un lado, hay una izquierda política haciéndose cargo de la gestión de la epidemia, tomando decisiones vitales en la lucha contra el virus. De otro, una izquierda no menos política, pero procedente de un amplio espectro cultural, que se hace preguntas por “el día después” de una epidemia global que, lo más probable, modificará radicalmente la manera en la que nos pensamos. Los derroteros que se tomen en el retorno a la “normalidad”dependerán, una vez más, de la política, entendida no en el estricto sentido de lo institucional, sino como la disputa fundamental por el sentido común de las poblaciones. Ya aprendimos con Gramsci que una crisis no tiende a resolverse de manera inmediata, que no existe una correspondencia automática entre la ruptura del orden instituido y la dirección ideológica y política de la fuerza instituyente, sino que es un proceso que puede adquirir una multiplicidad de formas de recomponerse. Esto vendría a decir que la crisis provocada por el COVID-19 no generará automáticamente una conciencia positiva sobre el valor de lo público, sino que también puede alimentar el salvajismo neoliberal del “sálvese quién pueda”, encarnado ahora en la figura anticipada de monstruos como Bolsonaro o Trump.
En este sentido, a raíz de algunas de las decisiones tomadas por el gobierno para paliar esta crisis, como la proclamación del estado de alarma o el control sobre hospitales privados para ampliar la atención médica, ha aflorado una vez más el viejo debate sobre el papel y la relevancia del Estado. Este artículo se propone volver a pensar el Estado teniendo en cuenta el desmantelamiento al que ha sido sometido en las últimas décadas, pero tratando de no caer en la tentación de exclamar consignas vacías sobre la necesidad de un Estado fuerte que impregne todos los aspectos de la vida cotidiana.
II
«No creo que lo que siempre hemos pensado desde la izquierda sobre el Estado pueda servir para las diez próximas décadas». La cita es de Stuart Hall, concretamente del artículo «El Estado: el viejo guardián del socialismo». Contexto: 1984. Cinco años después de que Margaret Thatcher llegara al número 10 de Downing Street, Hall sigue insistiendo, a veces clamando en el desierto de la izquierda del momento, en que la llegada de la Dama de Hierro no es un fenómeno coyuntural pasajero, sino un síntoma histórico. Un momento de inflexión. En el marzo de ese año -y hasta marzo de 1985-, tendrá lugar la huelga de los sindicatos mineros que pone al país en jaque con el resultado que ya conocemos. Hall percibe, en virtud de todos estos hechos, un cambio de época respecto al clima del «Espíritu del 45» y sus indudables victorias frente al dogmatismo del mercado. La conquista del Sistema de Salud, esa «conservación de un espacio público como depósito para el bien social», joya de la corona del Estado de Bienestar laborista, empieza a ser objeto de un sostenido desmantelamiento por parte del gobierno tory y el foco de Hall se centra en la problemática del Estado y en las incomprensiones en la izquierda ante el nuevo malestar que provoca su funcionamiento en una sociedad nueva, la forjada en los sesenta, que ya no se reconoce en el espejo de sus padres y aspira a mayores cotas de libertad, diversidad y pluralidad. La atmósfera antifascista de posguerra y el sentimiento de fraternidad social están dejando paso a «nuevos tiempos» y Thatcher está ganando el pulso hegemónico.
III
En 1945 la clase trabajadora británica volvía del frente con la sensación de que los sacrificios realizados iban a ser compensados por un sistema social público en el que pudieran ser atendidos «de la cuna a la tumba». ¿Por qué, en 1984, empezaba a calar la idea de un «papaíto Estado» burocrático, ineficiente y sostenedor de múltiples parásitos de lo público? ¿Tras la crisis del COVID-19 será 2020 el momento en el que veamos la vuelta del Estado como panacea del desorden neoliberal o el desorden neoliberal nos ha disciplinado durante décadas de tal manera que solo podemos demandar un Estado neorwelliano? El hecho de que en los últimos tiempos el paso del neoliberalismo al neoliberalismo autoritario se haya hecho tan frecuente no es cuestión baladí, porque revela la situación de encrucijada decisiva en la que nos encontramos: ¿modularemos nuestra creciente vulnerabilidad en dirección a un proceso de aprendizaje colectivo que extraiga lecciones del ciclo 1970-2020 en dirección a un Estado del bienestar modificado o a otro tentado a involuciones autoritarias? El interés del planteamiento de Hall reside en que afronta el problema no tan interesado en recuperar el corsé dogmático de la tradición socialista como en analizar la utilidad de esta tradición a la luz de violentos cambios históricos de coyuntura y la hegemonía thatcheriana, planteando una pregunta hoy decisiva en un momento histórico en el que desde Macron al FMI ya están hablando de un cambio de paradigma económico: ¿qué significa recibir la herencia del Estado de Bienestar?
¿modularemos nuestra creciente vulnerabilidad en dirección a un proceso de aprendizaje colectivo que extraiga lecciones del ciclo 1970-2020 en dirección a un Estado del bienestar modificado o a otro tentado a involuciones autoritarias?
Los clamores de cierta izquierda melancólica de los arcaicos aparatos burocráticos por el (re)fortalecimiento del Estado se revelan como una consigna vacía si no se ocupan del Estado en su complejidad, es decir, no como un agente homogéneo, sino como un entramado institucional multipolar y contradictorio. Los constantes llamamientos al retorno del Estado-nación como un centro de poder alternativo a la globalización capitalista, ecos de la lógica del socialismo estatista, suponen una suerte de inversión de la reificación marxista clásica del Estado como un instrumento de la clase dominante. No dejaría de ser una forma de estatolatría que reduce de manera vulgar el estado a la sociedad política y no lo aborda en su sentido integral, es decir, como una sociedad política que alberga en su seno una “sociedad civil compleja y bien articulada”, en palabras de Gramsci. No cabe duda de que es indispensable devolver al Estado parte de la soberanía que le ha sido arrebatada en las última décadas, pero, como escribía hace unos días Jorge Moruno, “no tenemos que limitarnos a recuperar lo destruido, tenemos que ser capaces de construir mejor”, y es aquí donde cobra sentido la apuesta por una sociedad de posiciones.
IV
Si creemos que no está de más recordar en estos dramáticos momentos el problema planteado por Hall -en palabras de Perry Anderson, «el ejemplo más clarividente de un diagnóstico gramsciano aplicado a una determinada sociedad»- es porque su diagnóstico acerca del Estado no puede ser de más actualidad, cuando asistimos paradójicamente a un proceso inverso. En un momento en el que parte de la izquierda aplaude el modelo autoritario chino como un ejemplo de disciplina y de gestión técnica frente a la funesta pandemia y en donde no faltan tampoco voces que advierten del peligro de un indiscriminado uso estatal del miedo para reforzar posiciones democráticamente muy discutibles, ¿qué posición tomar? Desde una lectura crítica muy extendida al Leviatán desde los sesenta, si el Estado necesita del miedo -recordemos los análisis foucaultianos acerca de la peste como dispositivo disciplinario- para legitimarse, ¿no terminará explotando el Estado el miedo para subsistir? Y, sin embargo, ¿no parece hoy que solo desde el Estado puede detenerse la espiral de miedo inoculado por la corrosión neoliberal del derecho a la salud en las últimas décadas?
Una cosa parece clara: el remake del Estado de Bienestar no puede ser trasplantado en este acelerado momento de crisis neoliberal sin grandes perturbaciones. Ante los retos o crisis no valen las construcciones retrospectivas, sino la comprensión de la diferencia de los tiempos. Y, sin embargo, volver a esta escena inaugural de la disputa por el Estado resulta fundamental para orientarnos de alguna manera. Tras 1956, año clave en el descrédito moral del estalinismo, Hall y muchos de sus compañeros de la «New Left» ya no podían hacerse ninguna ilusión acerca del modelo colectivista del estatismo socialista realmente existente, pero tampoco eran ingenuos respecto a un mercado que, operando en el contexto de la propiedad privada y las formas económicas capitalistas, generaba desigualdad y explotación.
El asunto clave pasaba, por tanto, por no ceder la bandera de la libertad al «populismo autoritario» thatcheriano y no caer en el reflejo nostálgico del cierre de fronteras de la izquierda ortodoxa. Dejando la lucha por la libertad a la derecha, esta pudo vincularla con el mercado y desatarla de la igualdad. ¿Debía dejar la izquierda los nuevos impulsos hacia la elección, el nuevo espíritu del pluralismo y la diversidad cultural a la derecha? ¿Hasta qué punto la dependencia del miserabilismo y una concepción del socialismo dominada por imágenes de escasez estaba dando alas al gobierno de Thatcher, más dispuesta a jugar en los campos ambiguos y ambivalentes del sentido común popular? Ciertamente, a la vista de los acontecimientos actuales nada parece más apremiante que la necesidad y la escasez, pero debemos ser lo suficientemente audaces como para saber mirar más allá y no perder la batalla por el futuro.
V
En su artículo “Las lecciones del thatcherismo”, Hall cuenta cómo la nueva derecha radical de los años 70, a través de la astucia política que a veces le caracteriza por su mayor acomodo a la variación de la coyuntura, se apropió de la libertad y, por lo tanto, de la “elección”, que quedó supeditada únicamente a una alternativa entre varias opciones de consumo. Pero, como se plantea el autor al hilo de la estrategia del thatcherismo y la trágica derrota de la izquierda en esta disputa, ¿por qué no debería la gente corriente tomar también parte de la acción política, radicalizando así el sentido de la elección?. Teniendo en cuenta que un proyecto político que aspire a ser transformador debe hacerse cargo de la idea de libertad, así como, por supuesto, de la significación de la igualdad, hay que encontrar la forma de devolver al pueblo la capacidad de elegir despojada de sus connotaciones mercantiles. El hijo de una de las cientos de miles de familias que viven en riesgo de exclusión social en España difícilmente podrá elegir si desea continuar con el negocio familiar o estudiar una carrera universitaria, por lo que tendrá que rebajar sus aspiraciones a sus necesidades más inmediatas. Recuperar la elección dotándonos de instituciones que no obedecen estrictamente a lógica de lo estatal es también una forma de devolver al pueblo márgenes de soberanía, del autogobierno popular tan perseguido por las tradiciones emancipatorias.
Si la lucha por la igualdad en las sociedades contemporáneas es una guerra de posiciones -concluye Hall su escrito-, entonces nuestra lucha por el Estado del bienestar tiene que ser la de una «sociedad de posiciones». Que el COVID-19 no nos conduzca a abdicar de nuestra libertad ni de nuestra iniciativa ciudadana en el Estado no es ni puede ser una proclama neoliberal, sino una interpelación a la responsabilidad colectiva en nuestra vida cotidiana, en nuestra familia, en nuestro trabajo, en un momento en el que funestas complicidades entre individualismo y autoritarismo se ciernen sobre nuestro horizonte y cierta izquierda deja aflorar su melancolía por el pasado perdido. A pesar de su eficacia técnica, los Big Data, los drones y las medidas de China no pueden ser un ejemplo, porque nos jugamos algo más que ser beneficiarios de un aparato de seguridad: encarar el futuro a la luz de las experiencias de aprendizaje de nuestro pasado reciente como sujetos activos, entendiendo que el nuevo pacto social que se avecina ha de construirse con todas y todos, no desde arriba.
El duelo, mientras haya recuerdo, afecto, es inevitable. La cuestión consiste en hacer un duelo sano, que sea llevable, en una existencia y una pérdida de la que el sujeto sea capaz de hacerse cargo.
Este texto es un informe presentado el 20 de enero de 2017 en el marco de la sesión ¿Quiénes son los comunistas? de la Conferencia de Roma sobre el Comunismo. Fue publicado originalmente en italiano con el título Chi sono i comunisti en la página web del colectivo Euronomade, y traducido ahora al castellano por Manuel Romero.
Los nuevos periodistas crecen sabiendo que su futuro es un campo de minas, estudian una carrera muy mal estructurada y muy exigente y, como recompensa a todo ese aguante, obtienen un puesto mal remunerado, tremendamente esclavo y, por supuesto, inestable y frágil.
La transformación digital sigue hoy una dirección marcada por las políticas del momento, que favorecen la concentración empresarial, la extracción masiva y la acumulación de poder. Pero, como sucedió a principios del siglo pasado, estos criterios políticos pueden cambiarse.
La serie es un éxito puesto que (re)construye cómo una ideología como la Alt-Right puede llegar a ser hegemónica y lo hace en una dialéctica constante con la realidad que vive la sociedad estadounidense y sus pilares racistas.
Aquí las respuestas que nos ha dado Santiago Alba Rico, escritor, ensayista y filósofo, autor, entre otros, de Las reglas del caos. Apuntes para una antropología del mercado (Anagrama, 1995), Leer con niños (Caballo de Troya, 2007), Islamofobia: nosotros, los otros, el miedo (Icaria, 2015) y Ser o no ser (un cuerpo) (Seix Barral, 2017).
Como defendió Matt Colquhoun recientemente en su blog, la serie no es el capitalismo avanzando a través de la apropiación del sentimiento anticapitalista sino el sentimiento anticapitalista avanzando a través de la apropiación del capitalismo.
Somos mucho más rentables como espectadores-consumidores de contenido en plataformas ya que, si la televisión entraba en nuestra casa para ofrecernos entretenimiento a cambio de un porcentaje de tiempo invertido en publicidad, esta nueva forma de extracción de beneficios entra directamente en nuestro cuerpo, para buscar beneficios en los datos derivados de nuestro comportamiento.
En este marco el ámbito de la cultura cobra especial importancia en la consecución de la hegemonía, proceso a través del cual se universalizan intereses y afectos, en palabras de Gramsci, “la conquista del poder cultural es previa a la del poder político”.
El miedo de no saber qué demonios va a pasar con nuestra vida y con la de aquellos que queremos. El miedo de mirar al futuro y no saber qué esperar. El miedo de no ver un horizonte de posibilidad, sino un muro tras el cual no sabemos qué se esconde.
En definitiva, en el Manifiesto la ciencia le habla a la política como un cliente exigente que demanda aquellos servicios por los que paga. Esta posición no es nueva. Viene construyéndose desde hace décadas, en especial desde el mercado hacia el Estado.
No es nuevo decir que, tras décadas de neoliberalismo, la responsabilidad sobre el empleo descansa cada vez más sobre los propios individuos. Cada vez son más los programas educativos que añaden en sus currículos una nueva y apetecible competencia: la empleabilidad.
Actualmente el debate se ha simplificado a partir de la categoría de "lo posmo", de manera que si te preocupa lo estético para construirte como sujeto, parece que estás abandonando la lucha de clases.
Con el verano liberamos algo de tiempo libre para dedicar a la lectura, al cine o simplemente a no hacer nada. En el IECCS hemos recopilado algunos títulos de ensayos y novelas para que podáis disfrutarlas durante el mes de agosto, y hacer así algo más ameno este calor insufrible.
La guerra en Ucrania sitúa en un primer plano la importante dependencia energética exterior de la UE y aboga por una aceleración en el proceso de transición verde acometida en toda su extensión.
"La pandemia ha enfatizado enormemente una tendencia que ya se estaba dibujando: una condición de miedo a la corporeidad, me atrevería a decir, incluso, una sensibilización fóbica hacia el cuerpo del otro."
Habitualmente se entiende que la ciencia ficción, precisamente por su carácter especulativo, es un género con una relación particular con el progresismo y la izquierda. Sin que esto sea necesariamente falso, la realidad es que la historia del género está llena de grandes figuras y obras notables con relación directa con posturas reaccionarias e incluso con el fanatismo religioso.
¿Y si las plataformas y su modelo de explotación basado en la extracción de datos hubieran sido solo un impasse en el proceso de construcción del Internet que finalmente se estabilizará en el futuro?
Este artículo fue publicado originalmente por Stuart Hall en la revista Universities & Left Review, en el otoño de 1958, un momento en el que las transformaciones del capitalismo y de la izquierda después de la Segunda Guerra Mundial estaban cambiando Gran Bretaña y el mundo para siempre. La traducción al español es de Manuel Romero.
Las tesis que reproducimos a continuación fueron escritas por Bertolt Brecht en los años treinta, en el marco del debate con Gyorg Lukács sobre la definición de «realismo» en la literatura y el arte, así como el empleo del mismo por los artistas antifascistas.
Gorriti es Filósofa, becaria doctoral CONICET y docente de la UNC. Autora de Nicos Poulantzas: una teoría materialista del Estado (Doble ciencia). Farrán es Filósofo, Investigador CONICET y docente de posgrado (Universidad Nacional de Córdoba). Autor de Badiou y Lacan: el anudamiento del sujeto (Prometeo), Nodal. Método, estado, sujeto (La cebra) y Nodaléctica (La Cebra).
Más que luchar por una u otra interpretación, una misión muy loable pero que para mí aún es dudosa en el ejercicio de la crítica cultural, la indefinición de lo afectivo nos debe conducir a identificar a qué anhelos desarticulados apela la cultura popular.
Si necesitamos pensar lo que nos está ocurriendo, ¿no sería importante que reflexionáramos sobre si lo que está sucediendo solo corrobora nuestras categorías y plantillas previas o si marca una diferencia aún por establecer?
¿tan importante es la relación que se da entre el mundo de lo lleno y de lo vaciado? Parece probable que sí, que sea necesario todo este despliegue orientado a disimular la naturaleza conflictiva de las relaciones sociales de lo vaciado, hacia dentro y hacia fuera, sobre todo porque todos los sujetos implicados arriesgan mucho en este juego.
Realismo capitalista es –haciendo de lo complejo sencillez y de las respuestas fáciles preguntas difíciles– una de las grandes obras políticas de nuestro siglo, la que emite algunas lecciones fácilmente numerables para las políticas del “deseo poscapitalista” en el siglo XXI.
Cabe cuestionarse si a estos "liberales" alguna vez les importó algo más que su persona, si aquella condescendencia de clase no supone en realidad un brillante ejemplo de conciencia de clase –de clase privilegiada, por supuesto– a la que le duró demasiado el disfraz democrático y popular.
En el sistema semiológico de Barthes el mito se presenta como una potencia naturalizadora, una herramienta de normalización. Por eso, en su descripción de las lógicas de funcionamiento del mito hay todo un intento de impugnar la normalidad de los quehaceres cotidianos
La coyuntura tiene la singularidad de ser aquel momento sin el cual no se podrían visualizar ni reflexionar sobre determinados problemas políticos. Pensar la coyuntura implica, decía el epistemólogo crítico Hugo Zemelman, comprender el presente-potencial.
¿Qué pasa si dejamos de considerar a la propiedad como algo sagrado y “permanente”, que incluso trasciende al individuo (y su supuesto esfuerzo) hasta sus herederos, y empezamos a considerar que esta es imposible sin un complejo sistema de relaciones sociales colectivas que la sostiene desde su origen?
Series como 'Succession' sirven para detectar la corrosión del poder, la política y el dinero mientras nos deleitamos con las disfunciones psicológicas de sus protagonistas. Si la serie sirve para cartografiar el capitalismo multinacional es gracias a su efecto de “totalidad”.
De un tiempo a esta parte me interesan las figuraciones de clase. Historias que reivindican las formas de vida obreras, ficciones que no esencializan ni se edifican en el antagonismo social y que de algún modo liberan a la literatura obrera de sus tareas históricas.
El verano y las vacaciones se agotan, y también el tiempo libre para dedicar a la lectura, al cine o simplemente a no hacer nada. En el IECCS hemos recopilado algunos títulos de ensayos, novelas, películas y documentales para que puedas disfrutarlas durante el mes de agosto.
Pese a que son siglos lo que nos separa de los escritos de Burke, su definición de lo sublime parece ajustarse al milímetro a la situación actual, y nos da las claves para entender por qué podemos experimentar placer estético en las consecuencias de una pandemia.
Creo que hay pocas definiciones más hermosas de democracia que aquella que reconoce no ser más que el esfuerzo que realizamos conjuntamente para definir a oscuras, acompañado por otros tan ciegos como nosotros mismos, qué es bueno y qué es malo.
«Muchas personas dicen que la experiencia de haber participado en un laboratorio ciudadano les cambió la vida»
El valor de los libros de Peter Frase, Olin Wright y Aaron Bastani reside en su capacidad para darle la vuelta al famoso dictum de Jameson e imaginar que el neoliberalismo no existe. Hay una potencia afirmativa en esa negación que no es una cuestión menor.
En estas líneas comparto con las compañeras y compañeros de España algunas reflexiones sobre las elecciones del pasado 15 y 16 de mayo en Chile y su relación con la rebelión popular que se inició en octubre del 2019. Primeras impresiones que destilan optimismo por los resultados favorables para las fuerzas políticas transformadoras que obtuvieron la mayoría de los escaños en la Convención que redactará la nueva Constitución Política, una Convención con paridad de género y 17 representantes de los pueblos indígenas.
¿No hay algo profundamente sospechoso en reflejar del lado de lo plebeyo la responsabilidad última del fascismo? ¿Por qué no encontramos, del lado de las élites, una imagen que pudiera tener el mismo peso simbólico? No es casual que el pueblo aparezca como el lugar de una sospecha y las élites queden, astutamente, sustraídas de la escena.
La digitalización, que sigue un progreso exponencial según la ley de Moore, permite concebir, incluso a corto plazo, una sociedad en la que las máquinas realicen la mayor parte de las tareas, dejando a los humanos mucho tiempo para el autodesarrollo.
Hoy más que nunca necesitamos disponer de horizontes de futuro confiables, asegurar nuestras vidas -y no para cualquier forma de vida, sino para una que valga la pena ser vivida- como condición de posibilidad de cualquier forma de libertad política (pues sabemos que sin seguridad y confianza en el porvenir no hay libertad sino miedo y servidumbre).
La pregunta que tenemos que hacernos es si preferimos vivir peor para mantener ciertos negocios o apostamos por mejorar la vida y forzar un desplazamiento productivo hacia otros sectores. Claramente lo que tiene que primar es la calidad de vida y lo que tiene que adaptarse es el modelo productivo, no al revés.
El pensamiento de Davis, como buen materialista y marxista, operaba en continuo diálogo con el ruido del presente, con sus obstáculos, sus rugosidades y pliegues, sus pervivencias, sus proyecciones y posibilidades.
La camaradería es el resultado de la solidaridad, del compromiso y de la disciplina. Es una práctica compleja, en la que se fracasa una vez para levantarse y fracasar mejor. A veces puede ser asfixiante, pero la mayor parte de las veces es liberadora. Somos nosotres en un sentido colectivo.
Como dice Eva Illouz en el prólogo del libro de Horvat, parece que el capitalismo nos ha arrebatado la capacidad de amar de manera radical. Nos encontramos ante la imposibilidad de replantear un concepto que parece haber quedado diluido entre las crisis del neoliberalismo.
En suma, Mercado y Estado no son términos antitéticos, sino necesariamente complementarios. Pero decimos más: no se trata sólo de considerar que ambas realidades son dependientes históricamente, sino de enfatizar que sus componentes estructurales están tan sumamente involucrados que sus contornos llegan a hacerse borrosos, hasta el punto de confundirse.
¿En qué se debe basar, entonces, nuestro hacer político y sus distintos modos? He aquí la pregunta fundamental. La respuesta por la que aquí apostamos es la autonomía, la capacidad del grupo para dotarse de sus propias reglas independientemente de factores externos.
Disney no podría habernos ofrecido un simbolismo más explícito de su empresa ideológica: Una casa (propiedad privada) que requiere de nuevas, reformadas y más progresistas, formas dentro de la misma institución (familia) para poder recuperar la magia (herencia).
El contexto Covid-19 nos trae un 'horror vacui' diferente, algo más angustiante que la patología psicológica conocida como 'fear of missing out' (FOMO), la posibilidad de que no nos estemos perdiendo nada porque nada está pasando y nada puede pasar.
En medio de una pandemia mundial -donde el proceso productivo neoliberal en el que ya vivíamos condiciona nuestra manera de sentir, relacionarnos y también curarnos-lo último que se permite es adolecer. Nuestras pérdidas son rápidas, ocultadas, secretas, dejan un duelo mudo, pero igual de profundo, es un duelo arrebatado.
El necro-liberalismo asume de forma explícita y obscena la imposibilidad de conjugar el mantenimiento de la vida con el mantenimiento del orden político y económico, de ahí que se caracterice por hacer gala y enarbolar sin complejo alguno la bandera del desprecio a la vida.
Si el ecologismo desea tener una incidencia real en las disputas políticas del futuro inmediato (y es imprescindible que la tenga) no puede pasar por alto las peculiaridades y temporalidades de las diversas esferas de lo humano.
«La literatura, para mí, está presente en cada momento, en cada detalle de lo cotidiano, está sucediendo todo el tiempo. Pero, al mismo tiempo, qué difícil es lograr una buena traducción de la vida a las palabras, de la mente a las palabras.»
Las comunidades no se pueden descontextualizar de los modos de producción en las que están insertas, de las transformaciones que se producen y en las que son producidas por seres humanos en el paso de sus vidas.
Si ya no vemos igual, ni desde los mismos dispositivos, si cada vez hay más oferta de productos audiovisuales y el fútbol no mueve ficha, corre el riesgo de quedarse fuera de los nuevos mercados del consumo audiovisual.
«Leí tu libro la semana pasada y me sentí como si saliera a tomar aire después de pasar mucho tiempo bajo el agua. Me gustaría agradecerle de todo corazón que haya expresado de forma tan elocuente casi todo lo que había que decir, y que haya proporcionado una razón para la esperanza, cuando yo estaba a punto de desesperar.»
Hay una creencia generalizada de que el progreso de la ciencia es imparable y de que la tecnología todo lo puede. No cabe en nuestras mentes, pero especialmente en la de nuestros gobernantes, que pueda haber límites biofísicos y energéticos a lo que somos capaces de hacer
A pesar de la omnipresencia de este debate, es necesario cubrir una carencia fundamental de la mayoría de estos discursos: rebatir el desdén generalizado ––en gran parte de las ocasiones automático; en otras sencillamente visceral–– hacia la nostalgia y, en consecuencia, hacia su poso melancólico.
La crítica política y social se consiguió transmitir desde la crítica cultural, en una alianza estética de raigambre nietzscheana en la que la música era un elemento de transformación radical. Este nuevo paradigma no había sido aprovechado por la izquierda tradicional, que dejó pasar el impulso que esta revolución cultural había traído.
'Los olvidados. Ficción de un proletariado reaccionario' no es un libro más, descubre el hilo común del pensamiento reaccionario contemporáneo y, a la vez, hace un ejercicio de arqueología brillante para responder a las entelequias de un obrerismo que pretende invocar a una clase obrera que jamás existió.
La afirmación de Wittgenstein de que no existe “aplicación” de una regla porque la instancia de aplicación es interna a la propia regla y, como consecuencia, la transforma, es totalmente válida como principio rector para escribir una tesis.
Hemos lanzado una batería de preguntas a distintos pensadores y pensadoras con el fin de acercarnos a un análisis no tanto de la crisis del coronavirus en sí, como de los distintos escenarios de futuro a que nos puede conducir su salida. Aquí las respuestas que nos ha dado Luciana Cadahia, filósofa argentina, autora de Mediaciones de lo sensible. Hacia una nueva economía crítica de los dispositivos (FCE, 2017) y El círculo mágico del Estado (Lengua de Trapo, 2019).
El video presidencial en inglés siguen revelando datos importantes del relato que el gobierno está cocinando, en él se resignifican dos de las imágenes con las que se ha caracterizado al régimen uribista de Duque: la del títere y la del hombre desconectado de la realidad.
«Es necesario un nuevo movimiento internacionalista y pacifista que en los diferentes países movilice los intereses de las grandes mayorías, que exija la toma de acciones para prevenir conflictos, y en particular que se pongan fuertes límites a las armas nucleares.»
Al igual que los Shelby, podemos contemplar nuestras sociedades y afirmar que las élites son despiadadas, crueles e insolidarias. Sin embargo, conviene separarse de ellos a la hora de configurar el futuro a perseguir, uno en el que no quepan egoísmos narcisistas ni tradiciones opresoras.
Este texto se publica en el marco del debate que tuvo lugar en el seminario "Marx y El Capital en el mundo contemporáneo" entre Jesús Rodríguez y Manuel Romero a propósito del lugar de lo político en la teoría marxista.