La serie es un éxito puesto que (re)construye cómo una ideología como la Alt-Right puede llegar a ser hegemónica y lo hace en una dialéctica constante con la realidad que vive la sociedad estadounidense y sus pilares racistas.
La serie de The Boys se presenta con una premisa bastante estimulante y más madura que otros productos sobre superhéroes: en el mundo hay superhéroes, pero ¿cómo serían sus vidas si en vez de idealizarlos por encima de la sociedad estadounidense se integrasen en ella? Es decir, ¿cómo sería la actividad del superhéroe en una sociedad capitalista que los disciplina y fiscaliza de alguna manera? Ya de por sí, es una propuesta más crítica que otros productos audiovisuales como Marvel o DC en el que el personaje superhéroe no está integrado en la sociedad, sino por encima de ella y se rige por unos valores superiores: en Spiderman rige la ética de la ayuda al prójimo, en Batman, valores asociados a los «vigilantes», esas personas que se toman la justicia por su propia mano, potenciado con que Batman se lo puede permitir por ser multimillonario.
Los fans esperaban de esta serie otro producto audiovisual «al uso» sobre superhéroes, fácil de consumir y «sin política». De hecho, los mayores fans se reunían en foros «clásicos» de la Alt-Right, pensando que esta serie iba a ser diferente de todos los productos que hacen las grandes tecnológicas como Netflix, HBO o la misma Amazon Prime que llevan años haciendo contenido que consideran «político» al visibilizar a personas racializadas y de la comunidad LGTBIQ+. Pensaron, inocentemente, que una serie que prometía «ser gore y políticamente incorrecta» no estaría sometida a la dictadura de «lo woke». Craso error, la serie se ha convertido en una mordaz crítica a la Alt-Right con sus mismas armas: un humor nihilista. De hecho, este humor recuerda mucho a cómo lo definió el líder de la Alt-Right Milo Yiannopoulos: «son solo chicos haciendo memes para reírse», la serie son solo unos guionistas haciendo una parodia de este movimiento político.
En The Boys los superhéroes son un tanto diferentes, pero a la vez, lo más fidedigno a lo que serían si su existencia fuese real: productos de una compañía que cotiza en bolsa y que los explota como celebridades. Comenzamos con el superhéroe A-Train que, yendo drogado, «choca» con la novia del protagonista haciéndola desaparecer en miles de pedacitos sin consecuencia ninguna. La compañía Vought, la que los dirige y explota, se encarga de protegerles ante estos desvaríos y pasadas de frenada. De hecho, la compañía cuenta con un montón de superhéroes en nómina con los que consigue contratos de seguridad de las diversas ciudades estadounidenses: la compañía ofrece a sus superhéroes como seguridad ante una policía desbordada que es incapaz de luchar contra el crimen. Eso sí, el crimen es bueno, es lo que da de comer a Vought, por lo tanto lo ideal es que sus superhéroes no se afanen en exceso en combatir el crimen, solo lo justo. Pero este trabajo es únicamente para los supers de baja estofa, luego hay un llamado consejo, The Seven, que son la cúspide de todo este sistema de Ponzi, son los elegidos para hacer apariciones televisivas, para que sean queridos por el pueblo estadounidense, se encarguen de fallas de seguridad nacionales y lo más importante: vendan figuritas.
Esta es, como hemos dicho, la principal premisa de la serie, la más «facilona», la que más se apega a lo que fue el cómic de 2006 que no tenía «nada más político» aparte de esa descarnada crítica a la sociedad capitalista. Conforme se hizo una serie de éxito su director y guionistas supieron que podían y querían llegar más lejos en la crítica hasta hacer un producto bastante solvente que relata nada más y nada menos cómo es el fascismo o cómo es, sencillamente, la Alt-Right en los Estados Unidos y por qué esta es hegemónica.
La cultura del superhéroe está apegada totalmente a la lucha contra el fascismo y el nazismo pero de una manera muy inmadura. Desde la Edad del Oro del comic, durante la Segunda Guerra Mundial, se presentaba a los nazis como unos villanos crueles que querían destruir el mundo y los valores de la humanidad, nunca señalaban a quién querían destruir y si había cómplices en ese camino. Luego tenemos productos de Marvel como Infinity Wars o Endgame en el que el villano, en una decisión ecofascista empujada por un argumento neomalthusiano de «sobra gente», acaba cometiendo un «genocidio igualitario», la mitad de la sociedad es destruida sin importar absolutamente nada, raza, género, ideas políticas… Claro, todo el mundo es amenazado de manera igual por esa posible destrucción, todo el mundo tiene claro que tiene que luchar contra esa injusticia. No hay cómplices. Y aquí es donde The Boys resalta entre todos los productos de superhéroes que se han hecho hasta la fecha, tanto la segunda temporada como la tercera es un continuo anuncio de como la Alt-Right está creciendo hasta ser hegemónica, pero que para ello necesita primero, señalar a grupos o minorías que «a nadie importen» y luego, tanto el fascismo, como la Alt-Right, lo que necesitan son cómplices. Recordemos el poema de Niemoller, primero vinieron a por los comunistas, luego… ya lo sabemos. The Boys es un éxito puesto que (re)construye de una manera no forzosa cómo una ideología como la Alt-Right puede llegar a ser hegemónica y lo hace en una dialéctica constante con la realidad que vive la sociedad estadounidense y sus pilares racistas. Otro éxito es que no necesita traer a los nazis para pegarse con ellos o señalarlos, sucede con Stormfront, una nazi venida del régimen hitleriano y que trabaja «para los buenos». Pero el que de verdad importa es El Patriota, ese arquetipo de la sociedad estadounidense: hombre, rubio, alto, musculoso, guapo de ojos azules. Y esto lo hace con constantes guiños a la historia reciente y no tan reciente del país.
El ascenso, o más bien, la potenciación del discurso de la Alt-Right hasta hacerlo mainstream, viene de mano de la pareja que conforman Stormfront y El Patriota: Stormfront como el cerebro nazi, El Patriota como el cómplice que se servirá de sus fans para hacerlos tan cómplices como él. Durante la segunda temporada es descubierto que Vought crea a los superhéroes con una fórmula química, «Compuesto-V» y por tanto, puede ser robado y supuestamente ser utilizado por terroristas de otros países. Aquí comienza el ascenso: mientras Stormfront mata cruelmente a personas de minorías profiriendo insultos racistas, El Patriota y Vought se intentan presentar como los únicos posibles salvadores de la sociedad estadounidense ante este ataque externo. El Patriota es mostrado como la viva imagen del nacionalismo estadounidense y comienza a articular discursos xenófobos ante la «amenaza exterior». Estos discursos los hará con su pareja que siempre es la más dura discursivamente contra los migrantes e incluso tiene un punto anticorporativista o antiestablishment parecido al de la Alt-Right. No es casualidad que se denomine Stormfront, como el portal de noticias de la Alt-Right en el que ha colaborado Steve Bannon, asesor de Trump.
Estos discursos anti-migrantes son prácticamente iguales y una parodia de aquellos que dio Trump durante la campaña presidencial y que luego usó para llevar a cabo la orden ejecutiva que no permitía la llegada de migrantes de ciertos países musulmanes. Pero, aquí no se presenta a la sociedad estadounidense como una sociedad desesperada que se tira a los brazos del primero que pase para protegerles, hay gente que no está de acuerdo y otros que sí, los cómplices. Brillantemente la serie representa a estos cómplices como varones blancos que hacen manifestaciones en las oscuras noches con antorchas, como pasó en la realidad cuando la Alt-Right «dura» de antes de 2017 se paseaba para infligir miedo a las comunidades negras y judías del sur estadounidense.
Al final se descubre que Stormfront era «una puta nazi» y a los yankis no les gustan las nazis. Por una serie de sucesos fortuitos acaba al borde de la muerte, totalmente quemada y la serie se prepara para despedirla, no sin antes colocarle en su cuarto del hospital un cuadro presidiendo del General y primer presidente George Washington, figura reivindicada por el antiguo partido nazi estadounidense, el Ku Klux Klan y los nuevos grupos nazis. La despedida es un brillante guiño a la historia racista estadounidense, no muchos serán capaces de percatarse en los Estados Unidos pero es una de las críticas más fuertes que se les pueden hacer a la Historia, real, del país, su primer presidente era un aristócrata racista.
En la tercera temporada, los guionistas van a dar otra vuelta de tuerca, a los yankis no les gustan los nazis, pero lo que si les gusta a los yankis es la Alt-Right patria y que un hombre heterosexual con ojos azules reivindique su blanquitud victimizándose y llorando ante la cámara. La compañía de superhéroes, Vought, es un gigante empresarial de seguridad privada, pero ante todo es una compañía destinada al espectáculo. Podríamos hablar de una manera breve de esos flashbacks de la protagonista Starlight que con diez años tenía que ir a ese horror estadounidense de Talents Shows y cómo ella misma se queja, ella no está para bailar y entretener, sino para ayudar a la sociedad. Como empresa que destina un amplio número de recursos al espectáculo está bastante preocupada por los índices de audiencia y de aprobación de sus superhéroes. De hecho esta es la «verdadera tiranía» que sujeta el sistema, tanto a humanos, como a superhéroes como al capital.
Gracias a esta preocupación por los índices de audiencia según la demografía de la sociedad estadounidense, la serie se permite criticar el blanqueamiento que se ha hecho de «lo woke» o hacer una crítica mordaz a las políticas de la identidad, utilizadas sobre todo por el partido demócrata. De cara al público, The Seven eligen a las nuevas incorporaciones en un concurso televisado en dónde miden las habilidades de los aspirantes, cuando la realidad es que todo está medido al milímetro y se eligen según vayan a funcionar en un futuro en los índices de aprobación. De hecho, uno de los late motiv de la tercera temporada es la necesidad de incorporar a Supersonic porque es latino y The Seven tenían muy malos números entre esta demográfica.
Continuando con esta crítica de las políticas de la identidad vacías realizarán otra con el retorno de A-Train: la de la utilización de movimientos políticos por parte de la élite quitándoles todo su potencial transformador. A-Train, después de saberse que era un drogadicto y ser echado por la nazi de Stormfront, vuelve a The Seven necesitando una nueva imagen, por ello decide cambiarse los colores del traje a panafricanos para usar toda la herencia cultural afroamericana, incluso se permite el lujo de usar este movimiento para anunciar su propia bebida, puro fetiche. Lo curioso, es que cuando vuelve a su barrio, con su hermano, este le dice «¿de qué cojones vas?» Sabiendo la burda utilización que está haciendo de las personas negras y su historia. La serie crítica toda esta utilización o captación por parte del capital y de la política institucional de movimientos antirracistas, en cambio, conserva referencias a los movimientos más radicales antirracistas de la historia del país. Un personaje de «los buenos», Mother´s Milk, siempre viste con referencias al poder negro y en sus escenas aparecen guiños a la parte más revolucionaria de estos movimientos, como el Black Panther Party.
La serie está levantando ampollas entre gran parte de sus seguidores un tanto perdidos. Esperaban en esta serie un producto de entretenimiento cómodo que no les hiciese pensar demasiado. Pero están viendo que la serie claramente es política, y no solo es eso, es que los engatusó desde la «incorrección política», colocando una serie de trampas como la feroz critica al partido demócrata y sus políticas de la identidad, así como la utilización de A-Train de la historia del pueblo afroamericano para vender latas de refresco. Este tipo de crítica es la que los altrighters hacen de una manera más simple, siendo unos racistas misóginos. Pero estas trampas rápidamente saltaron atrapando a la Alt-Right y exponiéndola contra su reflejo. En cuanto los guionistas «se quitaron de en medio» a la nazi de Stormfront siguieron jugando con el superhéroe de la Alt-Right, El Patriota.
El personaje de El Patriota desde el principio es tratado como un hombre blanco heterosexual con ínfulas de superioridad pero que tiene graves problemas sociales que lo convierten prácticamente en «incel». Como los seguidores de la Alt-Right, aquellos que en casa son unos incomprendidos sociales, pero en internet se creen superiores por ridiculizar brillantemente a otros movimientos políticos, a través de la «cultura del meme y del troll», que no admite ni respuesta ni debate sosegado. Pero la ridiculización total de este espejo llega cuando los guionistas terminan el perfil de El Patriota y ridiculizándolo, lo ponen ante la cámara a llorar en prime time diciendo que sufre la cultura de la cancelación por «ser demasiado bueno» (demasiado blanco). También cuando por fin termina teniendo el poder de Vought, los guionistas lo ponen a pasear por las cadenas de televisión del universo imaginado de The Boys a expresarse con frases que son literalmente copiadas de Trump. Por ejemplo, en un canal de noticias dice: «vosotros no estáis informando, estáis manipulando, pero la gente buena sabrá ver la diferencia».
Pero esta caricaturización de todos los pilares falaces en los que se asienta la Alt-Right no se restringe únicamente a la figura de El Patriota. La serie sacó a otro personaje para mostrar los argumentos de las personas blancas de la Alt-Right en contra de los barrios negros y movimientos como Black Lives Matter. Blue Hawk es un súper secundario que se dedicaba a «luchar contra la discriminación en barrios negros sobrepasándose». Ante la denuncia de que se extralimita, se le exige que vaya al centro comunitario a disculparse por ser un vigilante en un barrio negro que a la primera de cambio utiliza sus poderes y mata a personas racializadas. Comienza dando una falsa disculpa que no convence y al ser abucheado comienza a proferir el discurso, punto por punto, que hace la Alt-Right contra Black Lives Matter: los negros son más criminales, las cifras son las que son. La gente le contesta al grito de Black Lives Matter, y él, en un momento de rabia por no aceptar que no tiene razón acaba gritando el «All Lives Matter» procedente de la Alt-Right mientras agrede violentamente a las personas negras del centro comunitario.
La tercera temporada de la serie está siendo hasta ahora la más dura para la Alt-Right ya que se están encontrando con que un producto, que les encantaba, les está ridiculizando y poniendo contra las cuerdas ideológicamente con sus mismas herramientas -un humor nihilista-: ¿cómo una serie políticamente incorrecta y gore que critica a «lo woke» los está ridiculizando de esta manera e incluso en otras ocasiones, comparándolos con el nazismo? Quizás lo más maduro que nos deja la serie es que para que la Alt-Right y otros movimientos totalitarios asciendan se necesitan cómplices. Y no sólo lo plantea sino que toma «la acción política» señalando y poniendo frente a un espejo a todas estas personas que son cómplices de lo que ocurre en los Estados Unidos debido a este movimiento político de extrema derecha. La sombra de Trump sigue siendo alargada y la serie así lo muestra a través de El Patriota. No se sabe cuántos capítulos más tendrá la serie ni como terminará, por ahora es una parodia y crítica a la sociedad estadounidense, aunque falta por desentrañar qué es lo que salvará a la humanidad de los súpers, ¿el Estado, el Estado profundo (CIA) o una junta de accionistas de la empresa? Al fin y al cabo es un producto de la industria cultural, es la sociedad capitalista pensándose a sí mismo.
«Leí tu libro la semana pasada y me sentí como si saliera a tomar aire después de pasar mucho tiempo bajo el agua. Me gustaría agradecerle de todo corazón que haya expresado de forma tan elocuente casi todo lo que había que decir, y que haya proporcionado una razón para la esperanza, cuando yo estaba a punto de desesperar.»
La transformación digital sigue hoy una dirección marcada por las políticas del momento, que favorecen la concentración empresarial, la extracción masiva y la acumulación de poder. Pero, como sucedió a principios del siglo pasado, estos criterios políticos pueden cambiarse.
Si necesitamos pensar lo que nos está ocurriendo, ¿no sería importante que reflexionáramos sobre si lo que está sucediendo solo corrobora nuestras categorías y plantillas previas o si marca una diferencia aún por establecer?
Este texto se publica en el marco del debate que tuvo lugar en el seminario "Marx y El Capital en el mundo contemporáneo" entre Jesús Rodríguez y Manuel Romero a propósito del lugar de lo político en la teoría marxista.
Si el ecologismo desea tener una incidencia real en las disputas políticas del futuro inmediato (y es imprescindible que la tenga) no puede pasar por alto las peculiaridades y temporalidades de las diversas esferas de lo humano.
El verano y las vacaciones se agotan, y también el tiempo libre para dedicar a la lectura, al cine o simplemente a no hacer nada. En el IECCS hemos recopilado algunos títulos de ensayos, novelas, películas y documentales para que puedas disfrutarlas durante el mes de agosto.
Si ya no vemos igual, ni desde los mismos dispositivos, si cada vez hay más oferta de productos audiovisuales y el fútbol no mueve ficha, corre el riesgo de quedarse fuera de los nuevos mercados del consumo audiovisual.
En el sistema semiológico de Barthes el mito se presenta como una potencia naturalizadora, una herramienta de normalización. Por eso, en su descripción de las lógicas de funcionamiento del mito hay todo un intento de impugnar la normalidad de los quehaceres cotidianos
Creo que hay pocas definiciones más hermosas de democracia que aquella que reconoce no ser más que el esfuerzo que realizamos conjuntamente para definir a oscuras, acompañado por otros tan ciegos como nosotros mismos, qué es bueno y qué es malo.
La digitalización, que sigue un progreso exponencial según la ley de Moore, permite concebir, incluso a corto plazo, una sociedad en la que las máquinas realicen la mayor parte de las tareas, dejando a los humanos mucho tiempo para el autodesarrollo.
En suma, Mercado y Estado no son términos antitéticos, sino necesariamente complementarios. Pero decimos más: no se trata sólo de considerar que ambas realidades son dependientes históricamente, sino de enfatizar que sus componentes estructurales están tan sumamente involucrados que sus contornos llegan a hacerse borrosos, hasta el punto de confundirse.
El video presidencial en inglés siguen revelando datos importantes del relato que el gobierno está cocinando, en él se resignifican dos de las imágenes con las que se ha caracterizado al régimen uribista de Duque: la del títere y la del hombre desconectado de la realidad.
Los nuevos periodistas crecen sabiendo que su futuro es un campo de minas, estudian una carrera muy mal estructurada y muy exigente y, como recompensa a todo ese aguante, obtienen un puesto mal remunerado, tremendamente esclavo y, por supuesto, inestable y frágil.
Este texto es un informe presentado el 20 de enero de 2017 en el marco de la sesión ¿Quiénes son los comunistas? de la Conferencia de Roma sobre el Comunismo. Fue publicado originalmente en italiano con el título Chi sono i comunisti en la página web del colectivo Euronomade, y traducido ahora al castellano por Manuel Romero.
El pensamiento de Davis, como buen materialista y marxista, operaba en continuo diálogo con el ruido del presente, con sus obstáculos, sus rugosidades y pliegues, sus pervivencias, sus proyecciones y posibilidades.
Realismo capitalista es –haciendo de lo complejo sencillez y de las respuestas fáciles preguntas difíciles– una de las grandes obras políticas de nuestro siglo, la que emite algunas lecciones fácilmente numerables para las políticas del “deseo poscapitalista” en el siglo XXI.
Hoy más que nunca necesitamos disponer de horizontes de futuro confiables, asegurar nuestras vidas -y no para cualquier forma de vida, sino para una que valga la pena ser vivida- como condición de posibilidad de cualquier forma de libertad política (pues sabemos que sin seguridad y confianza en el porvenir no hay libertad sino miedo y servidumbre).
Este artículo fue publicado originalmente por Stuart Hall en la revista Universities & Left Review, en el otoño de 1958, un momento en el que las transformaciones del capitalismo y de la izquierda después de la Segunda Guerra Mundial estaban cambiando Gran Bretaña y el mundo para siempre. La traducción al español es de Manuel Romero.
En definitiva, en el Manifiesto la ciencia le habla a la política como un cliente exigente que demanda aquellos servicios por los que paga. Esta posición no es nueva. Viene construyéndose desde hace décadas, en especial desde el mercado hacia el Estado.
«Es necesario un nuevo movimiento internacionalista y pacifista que en los diferentes países movilice los intereses de las grandes mayorías, que exija la toma de acciones para prevenir conflictos, y en particular que se pongan fuertes límites a las armas nucleares.»
Actualmente el debate se ha simplificado a partir de la categoría de "lo posmo", de manera que si te preocupa lo estético para construirte como sujeto, parece que estás abandonando la lucha de clases.
En este marco el ámbito de la cultura cobra especial importancia en la consecución de la hegemonía, proceso a través del cual se universalizan intereses y afectos, en palabras de Gramsci, “la conquista del poder cultural es previa a la del poder político”.
La camaradería es el resultado de la solidaridad, del compromiso y de la disciplina. Es una práctica compleja, en la que se fracasa una vez para levantarse y fracasar mejor. A veces puede ser asfixiante, pero la mayor parte de las veces es liberadora. Somos nosotres en un sentido colectivo.
¿tan importante es la relación que se da entre el mundo de lo lleno y de lo vaciado? Parece probable que sí, que sea necesario todo este despliegue orientado a disimular la naturaleza conflictiva de las relaciones sociales de lo vaciado, hacia dentro y hacia fuera, sobre todo porque todos los sujetos implicados arriesgan mucho en este juego.
El valor de los libros de Peter Frase, Olin Wright y Aaron Bastani reside en su capacidad para darle la vuelta al famoso dictum de Jameson e imaginar que el neoliberalismo no existe. Hay una potencia afirmativa en esa negación que no es una cuestión menor.
No es nuevo decir que, tras décadas de neoliberalismo, la responsabilidad sobre el empleo descansa cada vez más sobre los propios individuos. Cada vez son más los programas educativos que añaden en sus currículos una nueva y apetecible competencia: la empleabilidad.
Gorriti es Filósofa, becaria doctoral CONICET y docente de la UNC. Autora de Nicos Poulantzas: una teoría materialista del Estado (Doble ciencia). Farrán es Filósofo, Investigador CONICET y docente de posgrado (Universidad Nacional de Córdoba). Autor de Badiou y Lacan: el anudamiento del sujeto (Prometeo), Nodal. Método, estado, sujeto (La cebra) y Nodaléctica (La Cebra).
La coyuntura tiene la singularidad de ser aquel momento sin el cual no se podrían visualizar ni reflexionar sobre determinados problemas políticos. Pensar la coyuntura implica, decía el epistemólogo crítico Hugo Zemelman, comprender el presente-potencial.
«La literatura, para mí, está presente en cada momento, en cada detalle de lo cotidiano, está sucediendo todo el tiempo. Pero, al mismo tiempo, qué difícil es lograr una buena traducción de la vida a las palabras, de la mente a las palabras.»
La afirmación de Wittgenstein de que no existe “aplicación” de una regla porque la instancia de aplicación es interna a la propia regla y, como consecuencia, la transforma, es totalmente válida como principio rector para escribir una tesis.
Las tesis que reproducimos a continuación fueron escritas por Bertolt Brecht en los años treinta, en el marco del debate con Gyorg Lukács sobre la definición de «realismo» en la literatura y el arte, así como el empleo del mismo por los artistas antifascistas.
Habitualmente se entiende que la ciencia ficción, precisamente por su carácter especulativo, es un género con una relación particular con el progresismo y la izquierda. Sin que esto sea necesariamente falso, la realidad es que la historia del género está llena de grandes figuras y obras notables con relación directa con posturas reaccionarias e incluso con el fanatismo religioso.
Las comunidades no se pueden descontextualizar de los modos de producción en las que están insertas, de las transformaciones que se producen y en las que son producidas por seres humanos en el paso de sus vidas.
Somos mucho más rentables como espectadores-consumidores de contenido en plataformas ya que, si la televisión entraba en nuestra casa para ofrecernos entretenimiento a cambio de un porcentaje de tiempo invertido en publicidad, esta nueva forma de extracción de beneficios entra directamente en nuestro cuerpo, para buscar beneficios en los datos derivados de nuestro comportamiento.
La guerra en Ucrania sitúa en un primer plano la importante dependencia energética exterior de la UE y aboga por una aceleración en el proceso de transición verde acometida en toda su extensión.
Series como 'Succession' sirven para detectar la corrosión del poder, la política y el dinero mientras nos deleitamos con las disfunciones psicológicas de sus protagonistas. Si la serie sirve para cartografiar el capitalismo multinacional es gracias a su efecto de “totalidad”.
De un tiempo a esta parte me interesan las figuraciones de clase. Historias que reivindican las formas de vida obreras, ficciones que no esencializan ni se edifican en el antagonismo social y que de algún modo liberan a la literatura obrera de sus tareas históricas.
¿Y si las plataformas y su modelo de explotación basado en la extracción de datos hubieran sido solo un impasse en el proceso de construcción del Internet que finalmente se estabilizará en el futuro?
Como dice Eva Illouz en el prólogo del libro de Horvat, parece que el capitalismo nos ha arrebatado la capacidad de amar de manera radical. Nos encontramos ante la imposibilidad de replantear un concepto que parece haber quedado diluido entre las crisis del neoliberalismo.
«Muchas personas dicen que la experiencia de haber participado en un laboratorio ciudadano les cambió la vida»
"La pandemia ha enfatizado enormemente una tendencia que ya se estaba dibujando: una condición de miedo a la corporeidad, me atrevería a decir, incluso, una sensibilización fóbica hacia el cuerpo del otro."
En medio de una pandemia mundial -donde el proceso productivo neoliberal en el que ya vivíamos condiciona nuestra manera de sentir, relacionarnos y también curarnos-lo último que se permite es adolecer. Nuestras pérdidas son rápidas, ocultadas, secretas, dejan un duelo mudo, pero igual de profundo, es un duelo arrebatado.
Pese a que son siglos lo que nos separa de los escritos de Burke, su definición de lo sublime parece ajustarse al milímetro a la situación actual, y nos da las claves para entender por qué podemos experimentar placer estético en las consecuencias de una pandemia.
El necro-liberalismo asume de forma explícita y obscena la imposibilidad de conjugar el mantenimiento de la vida con el mantenimiento del orden político y económico, de ahí que se caracterice por hacer gala y enarbolar sin complejo alguno la bandera del desprecio a la vida.
¿Qué pasa si dejamos de considerar a la propiedad como algo sagrado y “permanente”, que incluso trasciende al individuo (y su supuesto esfuerzo) hasta sus herederos, y empezamos a considerar que esta es imposible sin un complejo sistema de relaciones sociales colectivas que la sostiene desde su origen?
Disney no podría habernos ofrecido un simbolismo más explícito de su empresa ideológica: Una casa (propiedad privada) que requiere de nuevas, reformadas y más progresistas, formas dentro de la misma institución (familia) para poder recuperar la magia (herencia).
Con el verano liberamos algo de tiempo libre para dedicar a la lectura, al cine o simplemente a no hacer nada. En el IECCS hemos recopilado algunos títulos de ensayos y novelas para que podáis disfrutarlas durante el mes de agosto, y hacer así algo más ameno este calor insufrible.
Como defendió Matt Colquhoun recientemente en su blog, la serie no es el capitalismo avanzando a través de la apropiación del sentimiento anticapitalista sino el sentimiento anticapitalista avanzando a través de la apropiación del capitalismo.
El miedo de no saber qué demonios va a pasar con nuestra vida y con la de aquellos que queremos. El miedo de mirar al futuro y no saber qué esperar. El miedo de no ver un horizonte de posibilidad, sino un muro tras el cual no sabemos qué se esconde.
La pregunta que tenemos que hacernos es si preferimos vivir peor para mantener ciertos negocios o apostamos por mejorar la vida y forzar un desplazamiento productivo hacia otros sectores. Claramente lo que tiene que primar es la calidad de vida y lo que tiene que adaptarse es el modelo productivo, no al revés.
A pesar de la omnipresencia de este debate, es necesario cubrir una carencia fundamental de la mayoría de estos discursos: rebatir el desdén generalizado ––en gran parte de las ocasiones automático; en otras sencillamente visceral–– hacia la nostalgia y, en consecuencia, hacia su poso melancólico.
El duelo, mientras haya recuerdo, afecto, es inevitable. La cuestión consiste en hacer un duelo sano, que sea llevable, en una existencia y una pérdida de la que el sujeto sea capaz de hacerse cargo.
¿En qué se debe basar, entonces, nuestro hacer político y sus distintos modos? He aquí la pregunta fundamental. La respuesta por la que aquí apostamos es la autonomía, la capacidad del grupo para dotarse de sus propias reglas independientemente de factores externos.
El contexto Covid-19 nos trae un 'horror vacui' diferente, algo más angustiante que la patología psicológica conocida como 'fear of missing out' (FOMO), la posibilidad de que no nos estemos perdiendo nada porque nada está pasando y nada puede pasar.
Más que luchar por una u otra interpretación, una misión muy loable pero que para mí aún es dudosa en el ejercicio de la crítica cultural, la indefinición de lo afectivo nos debe conducir a identificar a qué anhelos desarticulados apela la cultura popular.
Hemos lanzado una batería de preguntas a distintos pensadores y pensadoras con el fin de acercarnos a un análisis no tanto de la crisis del coronavirus en sí, como de los distintos escenarios de futuro a que nos puede conducir su salida. Aquí las respuestas que nos ha dado Luciana Cadahia, filósofa argentina, autora de Mediaciones de lo sensible. Hacia una nueva economía crítica de los dispositivos (FCE, 2017) y El círculo mágico del Estado (Lengua de Trapo, 2019).
La crítica política y social se consiguió transmitir desde la crítica cultural, en una alianza estética de raigambre nietzscheana en la que la música era un elemento de transformación radical. Este nuevo paradigma no había sido aprovechado por la izquierda tradicional, que dejó pasar el impulso que esta revolución cultural había traído.
La idea de la compulsión a la repetición es muy poderosa y ha calado profundamente en nuestra cultura. Me gustaría argumentar que, históricamente, el marxismo ha experimentado cuatro neurosis importantes: la neurosis económica, la neurosis filosófica, la neurosis histórica y la neurosis cultural.
Al igual que los Shelby, podemos contemplar nuestras sociedades y afirmar que las élites son despiadadas, crueles e insolidarias. Sin embargo, conviene separarse de ellos a la hora de configurar el futuro a perseguir, uno en el que no quepan egoísmos narcisistas ni tradiciones opresoras.
'Los olvidados. Ficción de un proletariado reaccionario' no es un libro más, descubre el hilo común del pensamiento reaccionario contemporáneo y, a la vez, hace un ejercicio de arqueología brillante para responder a las entelequias de un obrerismo que pretende invocar a una clase obrera que jamás existió.
Cabe cuestionarse si a estos "liberales" alguna vez les importó algo más que su persona, si aquella condescendencia de clase no supone en realidad un brillante ejemplo de conciencia de clase –de clase privilegiada, por supuesto– a la que le duró demasiado el disfraz democrático y popular.
Aquí las respuestas que nos ha dado Santiago Alba Rico, escritor, ensayista y filósofo, autor, entre otros, de Las reglas del caos. Apuntes para una antropología del mercado (Anagrama, 1995), Leer con niños (Caballo de Troya, 2007), Islamofobia: nosotros, los otros, el miedo (Icaria, 2015) y Ser o no ser (un cuerpo) (Seix Barral, 2017).
Hay una creencia generalizada de que el progreso de la ciencia es imparable y de que la tecnología todo lo puede. No cabe en nuestras mentes, pero especialmente en la de nuestros gobernantes, que pueda haber límites biofísicos y energéticos a lo que somos capaces de hacer
¿No hay algo profundamente sospechoso en reflejar del lado de lo plebeyo la responsabilidad última del fascismo? ¿Por qué no encontramos, del lado de las élites, una imagen que pudiera tener el mismo peso simbólico? No es casual que el pueblo aparezca como el lugar de una sospecha y las élites queden, astutamente, sustraídas de la escena.
En estas líneas comparto con las compañeras y compañeros de España algunas reflexiones sobre las elecciones del pasado 15 y 16 de mayo en Chile y su relación con la rebelión popular que se inició en octubre del 2019. Primeras impresiones que destilan optimismo por los resultados favorables para las fuerzas políticas transformadoras que obtuvieron la mayoría de los escaños en la Convención que redactará la nueva Constitución Política, una Convención con paridad de género y 17 representantes de los pueblos indígenas.