Madrid ya no es Madrid sino una imagen gritona y contaminada de Madrid, que encuentra en la proliferación de meninas —de las que uno, por más que lo intente, no puede escapar— su coartada estética.
¿En qué consiste ser madrileño? ¿Qué es eso de “vivir a la madrileña”? Durante años creí que madrileño era aquel que renegaba con cariño de Madrid. Una de las señas de identidad de Madrid es que nunca se ha querido a sí misma. Lo cantaba con recelo Olga Ramos, diva del cuplé, lo decía Almudena Grandes: a los madrileños «todo les parece poco, todo mezquino, todo sucio, todo demasiado viejo o demasiado moderno» [1]. Es fácil, y no hace falta ser un experto en historia de Madrid, darse cuenta de que esta, nuestra capital, carece notablemente de una identidad cultural reconocible: ni el chotis, ni los barquillos, ni la Virgen de la Paloma ni la anticuada zarzuela ni el último cuplé. Madrid tiene un intento de símbolo doble, el oso y el madroño, que se viene asociando al territorio desde el siglo XIII, pero cuya estatua en bronce, seriamente colocada en la Puerta del Sol, data de los últimos años del franquismo. El oso (que es una osa) es un fracaso en toda regla, y su historia, a pesar de los aparentes tintes de leyenda fundacional, es desconocida para la mayoría de los madrileños, urbanitas que no hemos visto ni un oso ni un madroño en la vida.
No es Madrid una ciudad forjada en el ensimismamiento colectivo; tampoco un lugar en el que el tiempo se mida con relación a la cercanía de las festividades: en Madrid todo es orgullosamente ordinario.
La imagen histórica de Madrid no está asociada a nada; el pasado árabe se imprime en el nombre incluso de la patrona, la Almudena, pero el centralismo de la virgen, que nunca ha calado en los barrios populares, la convierte en un símbolo que despierta desinterés y apatía. Al estar construidos los barrios del sur, los más poblados, por y para inmigrantes —de España y el extranjero—, conservan aún esa pluralidad aglutinante de referencias culturales, de vírgenes latinoamericanas, bares murcianos y tascas andaluzas que evocan la idea de Madrid como sitio de paso, si bien este paso dura toda una vida laboral, e incluso se desvanece con la creación de una familia. Quien no habite ese Madrid del inmigrante en el que la identidad de la ciudad se sustituye por la del barrio —o por la de un trozo del distrito, como sucede en Orcasitas— o por la de un equipo de fútbol, sin duda lo conocerá: es, mitos y barrios ricos aparte, el único Madrid posible. No es Madrid una ciudad forjada en el ensimismamiento colectivo; tampoco un lugar en el que el tiempo se mida con relación a la cercanía de las festividades: en Madrid todo es orgullosamente ordinario. Eso posibilita la efervescencia cultural. Se abren así miles de posibilidades nuevas, si bien ninguna de las cuales llega a suponer un cambio antropológico, que dotan a la ciudad de ese ritmo tortuoso tan apasionante como difícil de aguantar. Los años 20 serán los años decisivos para el futuro de la ciudad, como lo fue la década que se iniciaba hace un siglo.
Ante la falta de símbolos, tenemos un cuadro de Velázquez —que nació en Sevilla— que se yergue como evidencia comunitaria no por su devoción sino por su rápido reconocimiento. Hablo, cómo no, de la joya del Museo del Prado: Las meninas. El cuadro se nos presenta a todos, desde niños, como la imagen de la Cultura. Menina significa, en el ámbito popular, cultura. Y promover la cultura, en el vocabulario político, siempre es bueno. Y eso ha decidido el Ayuntamiento, promover la cultura sacando a las meninas a la calle. Pero no nos engañemos: no es que la menina salga “del cuadro a la calle”, no: la menina cae desde arriba —digamos, desde el despacho del excelentísimo en Cibeles— al tuntún, y tan vistosa y aleatoria nos mira desafiante con las dos manos apoyadas en su arquetípica cintura. La pose intenta figurar y producir identidad. ¿Lo logra?
Las meninas están, son, viven entre nosotros. Se reproducen. A veces desaparecen en verano, y con la caída de las hojas de los plátanos de sombra vuelven a Madrid, como si el desnudo arbóreo que trae el otoño, indudablemente unido a la tristeza y la melancolía, hubiera de ser contrarrestado por algo más, algo colorido y férreo que nos evite mirar las precarias ramitas del arbolado madrileño.
En Madrid tienen su origen pocas cosas: el cocido, la parpusa, Cortylandia y el adjetivo «hortera». Este último, tan inasible, tan escapista, tan popular, es una de las pocas cosas específicamente madrileñas que han pasado a formar parte del imaginario colectivo. No es en absoluto una coincidencia que la horterada, en sus inicios asociada al menestral o mozo de la villa, haya sufrido una expansión semántica tal como para captar en su sentido la esencia estética de Madrid. Solo hace falta darse un paseo por las lindes de Gran Vía para comprobarlo. La semana pasada vi allí mismo una menina con casco de moto.
Las meninas están, son, viven entre nosotros. Se reproducen. A veces desaparecen en verano, y con la caída de las hojas de los plátanos de sombra vuelven a Madrid, como si el desnudo arbóreo que trae el otoño, indudablemente unido a la tristeza y la melancolía, hubiera de ser contrarrestado por algo más, algo colorido y férreo que nos evite mirar las precarias ramitas del arbolado madrileño. Y llegan, proliferan, y se quedan. Lo que nació como una aparente oportunidad para que «artistas emergentes» pudieran mostrar públicamente sus habilidades plásticas ha acabado convirtiéndose en una forma de comercio e incitación al consumo que sorprende por su evidencia y literalidad: meninas de La Tagliatella, meninas de los 40 Principales, del Burger King, meninas de Lenovo o de Ane Igartiburu, de Boris Izaguirre; meninas que te obligan a cruzar la calle, a detener el paso, a estar atento.
Pero hay algo más grave: tras la usurpación del espacio público por parte de la menina se esconde un intento de despolitizar la cultura.
A pesar de su insipidez material, la menina madrileña no soporta el peso de la producción industrial que la sostiene, y busca conscientemente la originalidad: si hubiera dos meninas absolutamente iguales, la magia artística se perdería. El artista, convertido en patrocinador, es lo que diferencia a una menina de otra. La menina madrileña ancla nuestra predisposición estética: la pintura es el acompañamiento del diseño, la forma artística es solo soporte. Las meninas persiguen una educación estética esquelética, hortera, mercantilista. Son el culmen y la celebración de lo ordinario made in Madrid: la celebración del vacío. Pero hay algo más grave: tras la usurpación del espacio público por parte de la menina se esconde un intento de despolitizar la cultura. El proyecto de las meninas pretendía incentivar a artistas emergentes; sin embargo, se trata de una financiación directa a empresas que colaboran con artistas, y la menina no se agota en su propio proceso de producción, no: está ahí para incentivar el consumo, fuera de las dinámicas de lo público. Las meninas son, en realidad, el primer paso estético hacia la privatización de la vía pública. El dinero gastado en cultura, la verdadera inversión, está supeditada al aparato corporativo que las meninas sostienen y patrocinan. Esa figurita cursi y reiterativa, que tantos selfies dispara, funciona como una extensión 3-D del anuncio de carretera.
Madrid es desorden, ruido, frenesí. El asfixiante 2021 ha generado en la ciudad un espantoso cambio de ciclo. Se hace imposible hablar ya de Madrid sin mencionar la libertad, el coche, las meninas. La ciudad que antes orgullosamente carecía de identidad ahora parece agotarse en una sola palabra; y la filiación identitaria, que siempre es algo normativa, produce antagonismos sociales. Madrid ya no es Madrid sino una imagen gritona y contaminada de Madrid, que encuentra en la proliferación de meninas —de las que uno, por más que lo intente, no puede escapar— su coartada estética. La recuperación de Madrid pasa por la desidentificación, que también se parece a la libertad. Pasa por la destrucción de las meninas.
· Nota: mientras escribía este texto, asistí al derribo del edificio más antiguo y emblemático de mi barrio, Puente de Vallecas. Los barrios populares de Madrid se quedan sin memoria.
[1] “El brillo y la cochambre: una teoría de Madrid”. En Luvina, número 89: “Madrid, Madrid, Madrid”.
'Los olvidados. Ficción de un proletariado reaccionario' no es un libro más, descubre el hilo común del pensamiento reaccionario contemporáneo y, a la vez, hace un ejercicio de arqueología brillante para responder a las entelequias de un obrerismo que pretende invocar a una clase obrera que jamás existió.
En medio de una pandemia mundial -donde el proceso productivo neoliberal en el que ya vivíamos condiciona nuestra manera de sentir, relacionarnos y también curarnos-lo último que se permite es adolecer. Nuestras pérdidas son rápidas, ocultadas, secretas, dejan un duelo mudo, pero igual de profundo, es un duelo arrebatado.
La camaradería es el resultado de la solidaridad, del compromiso y de la disciplina. Es una práctica compleja, en la que se fracasa una vez para levantarse y fracasar mejor. A veces puede ser asfixiante, pero la mayor parte de las veces es liberadora. Somos nosotres en un sentido colectivo.
En suma, Mercado y Estado no son términos antitéticos, sino necesariamente complementarios. Pero decimos más: no se trata sólo de considerar que ambas realidades son dependientes históricamente, sino de enfatizar que sus componentes estructurales están tan sumamente involucrados que sus contornos llegan a hacerse borrosos, hasta el punto de confundirse.
El miedo de no saber qué demonios va a pasar con nuestra vida y con la de aquellos que queremos. El miedo de mirar al futuro y no saber qué esperar. El miedo de no ver un horizonte de posibilidad, sino un muro tras el cual no sabemos qué se esconde.
Este texto es un informe presentado el 20 de enero de 2017 en el marco de la sesión ¿Quiénes son los comunistas? de la Conferencia de Roma sobre el Comunismo. Fue publicado originalmente en italiano con el título Chi sono i comunisti en la página web del colectivo Euronomade, y traducido ahora al castellano por Manuel Romero.
Gorriti es Filósofa, becaria doctoral CONICET y docente de la UNC. Autora de Nicos Poulantzas: una teoría materialista del Estado (Doble ciencia). Farrán es Filósofo, Investigador CONICET y docente de posgrado (Universidad Nacional de Córdoba). Autor de Badiou y Lacan: el anudamiento del sujeto (Prometeo), Nodal. Método, estado, sujeto (La cebra) y Nodaléctica (La Cebra).
El necro-liberalismo asume de forma explícita y obscena la imposibilidad de conjugar el mantenimiento de la vida con el mantenimiento del orden político y económico, de ahí que se caracterice por hacer gala y enarbolar sin complejo alguno la bandera del desprecio a la vida.
El valor de los libros de Peter Frase, Olin Wright y Aaron Bastani reside en su capacidad para darle la vuelta al famoso dictum de Jameson e imaginar que el neoliberalismo no existe. Hay una potencia afirmativa en esa negación que no es una cuestión menor.
¿Qué pasa si dejamos de considerar a la propiedad como algo sagrado y “permanente”, que incluso trasciende al individuo (y su supuesto esfuerzo) hasta sus herederos, y empezamos a considerar que esta es imposible sin un complejo sistema de relaciones sociales colectivas que la sostiene desde su origen?
Pese a que son siglos lo que nos separa de los escritos de Burke, su definición de lo sublime parece ajustarse al milímetro a la situación actual, y nos da las claves para entender por qué podemos experimentar placer estético en las consecuencias de una pandemia.
«Leí tu libro la semana pasada y me sentí como si saliera a tomar aire después de pasar mucho tiempo bajo el agua. Me gustaría agradecerle de todo corazón que haya expresado de forma tan elocuente casi todo lo que había que decir, y que haya proporcionado una razón para la esperanza, cuando yo estaba a punto de desesperar.»
En este marco el ámbito de la cultura cobra especial importancia en la consecución de la hegemonía, proceso a través del cual se universalizan intereses y afectos, en palabras de Gramsci, “la conquista del poder cultural es previa a la del poder político”.
¿En qué se debe basar, entonces, nuestro hacer político y sus distintos modos? He aquí la pregunta fundamental. La respuesta por la que aquí apostamos es la autonomía, la capacidad del grupo para dotarse de sus propias reglas independientemente de factores externos.
Habitualmente se entiende que la ciencia ficción, precisamente por su carácter especulativo, es un género con una relación particular con el progresismo y la izquierda. Sin que esto sea necesariamente falso, la realidad es que la historia del género está llena de grandes figuras y obras notables con relación directa con posturas reaccionarias e incluso con el fanatismo religioso.
La crítica política y social se consiguió transmitir desde la crítica cultural, en una alianza estética de raigambre nietzscheana en la que la música era un elemento de transformación radical. Este nuevo paradigma no había sido aprovechado por la izquierda tradicional, que dejó pasar el impulso que esta revolución cultural había traído.
Si el ecologismo desea tener una incidencia real en las disputas políticas del futuro inmediato (y es imprescindible que la tenga) no puede pasar por alto las peculiaridades y temporalidades de las diversas esferas de lo humano.
«Es necesario un nuevo movimiento internacionalista y pacifista que en los diferentes países movilice los intereses de las grandes mayorías, que exija la toma de acciones para prevenir conflictos, y en particular que se pongan fuertes límites a las armas nucleares.»
La pregunta que tenemos que hacernos es si preferimos vivir peor para mantener ciertos negocios o apostamos por mejorar la vida y forzar un desplazamiento productivo hacia otros sectores. Claramente lo que tiene que primar es la calidad de vida y lo que tiene que adaptarse es el modelo productivo, no al revés.
La serie es un éxito puesto que (re)construye cómo una ideología como la Alt-Right puede llegar a ser hegemónica y lo hace en una dialéctica constante con la realidad que vive la sociedad estadounidense y sus pilares racistas.
Como dice Eva Illouz en el prólogo del libro de Horvat, parece que el capitalismo nos ha arrebatado la capacidad de amar de manera radical. Nos encontramos ante la imposibilidad de replantear un concepto que parece haber quedado diluido entre las crisis del neoliberalismo.
Cabe cuestionarse si a estos "liberales" alguna vez les importó algo más que su persona, si aquella condescendencia de clase no supone en realidad un brillante ejemplo de conciencia de clase –de clase privilegiada, por supuesto– a la que le duró demasiado el disfraz democrático y popular.
Hemos lanzado una batería de preguntas a distintos pensadores y pensadoras con el fin de acercarnos a un análisis no tanto de la crisis del coronavirus en sí, como de los distintos escenarios de futuro a que nos puede conducir su salida. Aquí las respuestas que nos ha dado Luciana Cadahia, filósofa argentina, autora de Mediaciones de lo sensible. Hacia una nueva economía crítica de los dispositivos (FCE, 2017) y El círculo mágico del Estado (Lengua de Trapo, 2019).
«Muchas personas dicen que la experiencia de haber participado en un laboratorio ciudadano les cambió la vida»
Hay una creencia generalizada de que el progreso de la ciencia es imparable y de que la tecnología todo lo puede. No cabe en nuestras mentes, pero especialmente en la de nuestros gobernantes, que pueda haber límites biofísicos y energéticos a lo que somos capaces de hacer
Este artículo fue publicado originalmente por Stuart Hall en la revista Universities & Left Review, en el otoño de 1958, un momento en el que las transformaciones del capitalismo y de la izquierda después de la Segunda Guerra Mundial estaban cambiando Gran Bretaña y el mundo para siempre. La traducción al español es de Manuel Romero.
Los nuevos periodistas crecen sabiendo que su futuro es un campo de minas, estudian una carrera muy mal estructurada y muy exigente y, como recompensa a todo ese aguante, obtienen un puesto mal remunerado, tremendamente esclavo y, por supuesto, inestable y frágil.
Aquí las respuestas que nos ha dado Santiago Alba Rico, escritor, ensayista y filósofo, autor, entre otros, de Las reglas del caos. Apuntes para una antropología del mercado (Anagrama, 1995), Leer con niños (Caballo de Troya, 2007), Islamofobia: nosotros, los otros, el miedo (Icaria, 2015) y Ser o no ser (un cuerpo) (Seix Barral, 2017).
Somos mucho más rentables como espectadores-consumidores de contenido en plataformas ya que, si la televisión entraba en nuestra casa para ofrecernos entretenimiento a cambio de un porcentaje de tiempo invertido en publicidad, esta nueva forma de extracción de beneficios entra directamente en nuestro cuerpo, para buscar beneficios en los datos derivados de nuestro comportamiento.
De un tiempo a esta parte me interesan las figuraciones de clase. Historias que reivindican las formas de vida obreras, ficciones que no esencializan ni se edifican en el antagonismo social y que de algún modo liberan a la literatura obrera de sus tareas históricas.
Realismo capitalista es –haciendo de lo complejo sencillez y de las respuestas fáciles preguntas difíciles– una de las grandes obras políticas de nuestro siglo, la que emite algunas lecciones fácilmente numerables para las políticas del “deseo poscapitalista” en el siglo XXI.
A pesar de la omnipresencia de este debate, es necesario cubrir una carencia fundamental de la mayoría de estos discursos: rebatir el desdén generalizado ––en gran parte de las ocasiones automático; en otras sencillamente visceral–– hacia la nostalgia y, en consecuencia, hacia su poso melancólico.
Más que luchar por una u otra interpretación, una misión muy loable pero que para mí aún es dudosa en el ejercicio de la crítica cultural, la indefinición de lo afectivo nos debe conducir a identificar a qué anhelos desarticulados apela la cultura popular.
Series como 'Succession' sirven para detectar la corrosión del poder, la política y el dinero mientras nos deleitamos con las disfunciones psicológicas de sus protagonistas. Si la serie sirve para cartografiar el capitalismo multinacional es gracias a su efecto de “totalidad”.
El verano y las vacaciones se agotan, y también el tiempo libre para dedicar a la lectura, al cine o simplemente a no hacer nada. En el IECCS hemos recopilado algunos títulos de ensayos, novelas, películas y documentales para que puedas disfrutarlas durante el mes de agosto.
Si necesitamos pensar lo que nos está ocurriendo, ¿no sería importante que reflexionáramos sobre si lo que está sucediendo solo corrobora nuestras categorías y plantillas previas o si marca una diferencia aún por establecer?
En estas líneas comparto con las compañeras y compañeros de España algunas reflexiones sobre las elecciones del pasado 15 y 16 de mayo en Chile y su relación con la rebelión popular que se inició en octubre del 2019. Primeras impresiones que destilan optimismo por los resultados favorables para las fuerzas políticas transformadoras que obtuvieron la mayoría de los escaños en la Convención que redactará la nueva Constitución Política, una Convención con paridad de género y 17 representantes de los pueblos indígenas.
El pensamiento de Davis, como buen materialista y marxista, operaba en continuo diálogo con el ruido del presente, con sus obstáculos, sus rugosidades y pliegues, sus pervivencias, sus proyecciones y posibilidades.
La afirmación de Wittgenstein de que no existe “aplicación” de una regla porque la instancia de aplicación es interna a la propia regla y, como consecuencia, la transforma, es totalmente válida como principio rector para escribir una tesis.
Al igual que los Shelby, podemos contemplar nuestras sociedades y afirmar que las élites son despiadadas, crueles e insolidarias. Sin embargo, conviene separarse de ellos a la hora de configurar el futuro a perseguir, uno en el que no quepan egoísmos narcisistas ni tradiciones opresoras.
En el sistema semiológico de Barthes el mito se presenta como una potencia naturalizadora, una herramienta de normalización. Por eso, en su descripción de las lógicas de funcionamiento del mito hay todo un intento de impugnar la normalidad de los quehaceres cotidianos
¿No hay algo profundamente sospechoso en reflejar del lado de lo plebeyo la responsabilidad última del fascismo? ¿Por qué no encontramos, del lado de las élites, una imagen que pudiera tener el mismo peso simbólico? No es casual que el pueblo aparezca como el lugar de una sospecha y las élites queden, astutamente, sustraídas de la escena.
¿tan importante es la relación que se da entre el mundo de lo lleno y de lo vaciado? Parece probable que sí, que sea necesario todo este despliegue orientado a disimular la naturaleza conflictiva de las relaciones sociales de lo vaciado, hacia dentro y hacia fuera, sobre todo porque todos los sujetos implicados arriesgan mucho en este juego.
Las tesis que reproducimos a continuación fueron escritas por Bertolt Brecht en los años treinta, en el marco del debate con Gyorg Lukács sobre la definición de «realismo» en la literatura y el arte, así como el empleo del mismo por los artistas antifascistas.
No es nuevo decir que, tras décadas de neoliberalismo, la responsabilidad sobre el empleo descansa cada vez más sobre los propios individuos. Cada vez son más los programas educativos que añaden en sus currículos una nueva y apetecible competencia: la empleabilidad.
La coyuntura tiene la singularidad de ser aquel momento sin el cual no se podrían visualizar ni reflexionar sobre determinados problemas políticos. Pensar la coyuntura implica, decía el epistemólogo crítico Hugo Zemelman, comprender el presente-potencial.
La transformación digital sigue hoy una dirección marcada por las políticas del momento, que favorecen la concentración empresarial, la extracción masiva y la acumulación de poder. Pero, como sucedió a principios del siglo pasado, estos criterios políticos pueden cambiarse.
Hoy más que nunca necesitamos disponer de horizontes de futuro confiables, asegurar nuestras vidas -y no para cualquier forma de vida, sino para una que valga la pena ser vivida- como condición de posibilidad de cualquier forma de libertad política (pues sabemos que sin seguridad y confianza en el porvenir no hay libertad sino miedo y servidumbre).
Este texto se publica en el marco del debate que tuvo lugar en el seminario "Marx y El Capital en el mundo contemporáneo" entre Jesús Rodríguez y Manuel Romero a propósito del lugar de lo político en la teoría marxista.
Con el verano liberamos algo de tiempo libre para dedicar a la lectura, al cine o simplemente a no hacer nada. En el IECCS hemos recopilado algunos títulos de ensayos y novelas para que podáis disfrutarlas durante el mes de agosto, y hacer así algo más ameno este calor insufrible.
El video presidencial en inglés siguen revelando datos importantes del relato que el gobierno está cocinando, en él se resignifican dos de las imágenes con las que se ha caracterizado al régimen uribista de Duque: la del títere y la del hombre desconectado de la realidad.
El contexto Covid-19 nos trae un 'horror vacui' diferente, algo más angustiante que la patología psicológica conocida como 'fear of missing out' (FOMO), la posibilidad de que no nos estemos perdiendo nada porque nada está pasando y nada puede pasar.
Creo que hay pocas definiciones más hermosas de democracia que aquella que reconoce no ser más que el esfuerzo que realizamos conjuntamente para definir a oscuras, acompañado por otros tan ciegos como nosotros mismos, qué es bueno y qué es malo.
Como defendió Matt Colquhoun recientemente en su blog, la serie no es el capitalismo avanzando a través de la apropiación del sentimiento anticapitalista sino el sentimiento anticapitalista avanzando a través de la apropiación del capitalismo.
La digitalización, que sigue un progreso exponencial según la ley de Moore, permite concebir, incluso a corto plazo, una sociedad en la que las máquinas realicen la mayor parte de las tareas, dejando a los humanos mucho tiempo para el autodesarrollo.
«La literatura, para mí, está presente en cada momento, en cada detalle de lo cotidiano, está sucediendo todo el tiempo. Pero, al mismo tiempo, qué difícil es lograr una buena traducción de la vida a las palabras, de la mente a las palabras.»
Disney no podría habernos ofrecido un simbolismo más explícito de su empresa ideológica: Una casa (propiedad privada) que requiere de nuevas, reformadas y más progresistas, formas dentro de la misma institución (familia) para poder recuperar la magia (herencia).
Las comunidades no se pueden descontextualizar de los modos de producción en las que están insertas, de las transformaciones que se producen y en las que son producidas por seres humanos en el paso de sus vidas.
Si ya no vemos igual, ni desde los mismos dispositivos, si cada vez hay más oferta de productos audiovisuales y el fútbol no mueve ficha, corre el riesgo de quedarse fuera de los nuevos mercados del consumo audiovisual.
¿Y si las plataformas y su modelo de explotación basado en la extracción de datos hubieran sido solo un impasse en el proceso de construcción del Internet que finalmente se estabilizará en el futuro?
En definitiva, en el Manifiesto la ciencia le habla a la política como un cliente exigente que demanda aquellos servicios por los que paga. Esta posición no es nueva. Viene construyéndose desde hace décadas, en especial desde el mercado hacia el Estado.
El duelo, mientras haya recuerdo, afecto, es inevitable. La cuestión consiste en hacer un duelo sano, que sea llevable, en una existencia y una pérdida de la que el sujeto sea capaz de hacerse cargo.
"La pandemia ha enfatizado enormemente una tendencia que ya se estaba dibujando: una condición de miedo a la corporeidad, me atrevería a decir, incluso, una sensibilización fóbica hacia el cuerpo del otro."
Actualmente el debate se ha simplificado a partir de la categoría de "lo posmo", de manera que si te preocupa lo estético para construirte como sujeto, parece que estás abandonando la lucha de clases.
La guerra en Ucrania sitúa en un primer plano la importante dependencia energética exterior de la UE y aboga por una aceleración en el proceso de transición verde acometida en toda su extensión.