Series como 'Succession' sirven para detectar la corrosión del poder, la política y el dinero mientras nos deleitamos con las disfunciones psicológicas de sus protagonistas. Si la serie sirve para cartografiar el capitalismo multinacional es gracias a su efecto de “totalidad”.
Con el final de la tercera temporada de la serie de HBO se cierne sobre el espectador la impresión de un espectáculo cuya magnitud crece a poco que revisemos todo lo visto y escuchado. Como ya se ha dicho, Succession es al mismo tiempo una tragicomedia griega (o tal vez romana) y una sátira del poder económico (especialmente en los Estados Unidos). Un drama financiero donde el humor es el vehículo de distanciamiento necesario. Las sátiras al capitalismo están de moda y no resulta sorprendente que se den dentro de un capitalismo de plataforma hegemónico en el consumo. Pienso no solo en Succession, obra de Jesse Armstrong, sino también en otra miniserie de HBO como es The White Lotus donde se mezcla clase, raza con corrección política. Cualquier espectador podrá señalar aquí su serie preferida “crítica” con el capitalismo dentro del catálogo de su suscripción mensual. Forma parte del capitalismo que todos los que lo fomentan al mismo tiempo lo critiquen. Asimismo es parte consustancial que esas críticas se desactiven por el propio canal, sea HBO o Netflix, en tanto aparatos de homogeneización del consumo. No hay duda que las series han hecho obsoleta la vieja televisión absorbiendo al mismo tiempo las formas cinematográficas más avanzadas. Antes del advenimiento de las series, Fredric Jameson nos recordaba que “el ‘público’ atomizado y serial de la cultura de masas desea ver lo mismo una y otra vez, de ahí la urgencia de la estructura genérica y la señal genérica” [1]. El teórico se quedaba corto, pues no solo habría que sustituir “público” por “consumidor”, sino que además nunca ha habido tanta concentración en la cultura de masas; nunca tanta gente ha estado consumiendo lo mismo al mismo tiempo y, para más inri, comentándolo en tiempo real. ¿Ventajas e inconvenientes de la conversación pública de masas?
Hay en la actual cultura de masas una tendencia a la complejidad que eleva los productos a un estatus de calidad más allá del mero entretenimiento. Esta complejidad adopta las estrategias del metacomentario, la autoconsciencia y la distancia irónica para fidelizar a un público que ha de superar algunas resistencias iniciales para “engancharse” a la trama, generando así una comunidad de afinidad con el producto y con otros consumidores/espectadores. Series como Succession sirven para detectar la corrosión del poder, la política y el dinero mientras nos deleitamos con las disfunciones psicológicas de sus protagonistas. Una cosa que realiza es equiparar la corrupción de las grandes corporaciones y multinacionales a la miseria moral de quienes llevan las riendas. Si la serie sirve para cartografiar el capitalismo multinacional es gracias a su efecto de “totalidad”. El propio Jameson ha señalado en repetidas ocasiones la dificultad para representar el capital o, más bien, su más absoluta irrepresentabilidad a través de los cauces representacionales convencionales, clásicos o simplemente realistas. (Su insistencia en la alegoría vendría aquí a paliar esta dificultad). Es por esta misma resistencia que la totalización deviene imprescindible. Mientras que otra serie de HBO, The Wire, suponía un ejercicio de totalidad a través de un producto (la droga) y una ciudad mediana (Baltimore), en tanto un mapa en miniatura del capitalismo global, Succession supone a su manera un retrato mucho más fidedigno del estadio o fase actual del capital. Ya no es el mercado global de la droga, pero tampoco ninguna trama de ejecutivos de Wall Street a la manera de El lobo de Wall Street de Scorsese. Asistimos subrepticiamente a una retirada del lenguaje teórico del término “capital financiero” y, con ello, de la iconografía de la bolsa, el stock market, los futuros, las capitalizaciones bursátiles y de riesgo, las curvas diagramáticas… las cuales son sustituidas por abstracciones todavía mucho más irrepresentables como el “big data”, los algoritmos y los vectores. Sin ir más lejos, el capital financiero era el objeto de otras sátiras, como por ejemplo El Capital (2012) de Costa-Gavras, quien entendía que el anterior cine político o engagé de los setenta en los dosmiles solo podía inaugurar un nuevo género, el financiero.
Pero ¿qué espectáculo nos ofrece Succession? La familia del patriarca Logan Roy es una de las más poderosas y ricas del mundo gracias a su conglomerado mediático, Waystar Royco. Literalmente, se bañan en lujo. La sucesión de este imperio a manos de alguno sus cuatro hijos, Connor, Kendall, Siobhan y Roman, es el asunto central de un drama familiar de altos vuelos. Logan Roy es un dinosaurio, alguien hecho a sí mismo quien, desde su Dundee natal, ha conquistado el centro social y económico de los Estados Unidos. Waystar Royco posee periódicos, canales de televisión, radios, casas de apuestas, cruceros… Los paralelismos con Rupert Murdoch y Fox News así como con otros magnates de los medios de comunicación son recurrentes. La serie nos muestra cómo las grandes corporaciones que generan miles de millones generan una élite hereditaria similar a la de las antiguas monarquías europeas y familias reales. La sucesión al trono de los Roy no es por la herencia económica per se, sino por el significado simbólico de la ascensión de una clase CEO a lo más alto de la pirámide. Por momentos, la banda sonora es majestuosa, rozando incluso lo barroco, lo que añade un plus de solemnidad y dramatismo. Succession es asimismo una alegoría sobre la política (principalmente estadounidense), esto es, sobre la influencia de los medios y el capital privado en el gobierno y el Estado. Certifica al cien por cien el diagnóstico de Thomas Piketty, quien hace un lustro vaticinó que dentro de 50 años toda la riqueza del mundo pertenecerá a las grandes fortunas (o familias). La firma se desangra debido a la senectud del patriarca y la indecidibilidad de quién de los hijos está capacitado para tomar el poder. Pero la crisis de Waystar Royco no viene derivada únicamente de un problema de sucesión o de herencia, sino también de la naturaleza depredadora, salvaje, del propio negocio.
Logan Roy ejemplifica un modelo de empresario old school cuyas reglas del juego pasan por comprar y vender. Absorber significa hacerte más fuerte. Las fusiones tampoco han de descartarse si no queda más remedio. Se trata de un modelo capitalista de concentración y acumulación, de OPAs amigables y, sobre todo, hostiles. La trama de las dos primeras temporadas alrededor de las negociaciones de Waystar Royco con los personajes de Stewy y Laurence Yee (de la startup Vaulter) ejemplifican los vínculos con el capital financiero y el accionariado pero son meros pretextos argumentales para el desarrollo de los personajes y sus psicopatologías. El hermano mayor, Connor, no cuenta en las quinielas porque no ha dado nunca un palo al agua y vive de las rentas, como un aristócrata, aunque su aspiración consiste en convertirse en Presidente de los Estados Unidos. El hermano a priori más elegible, Kendall, está obsesionado con matar “simbólicamente” al padre. A diferencia de Roman, Ken no puede ser cínico sencillamente porque no es lo suficientemente “canalla” o malvado. Su moralidad es la de un aspirante sin las agallas ni las tragaderas que requiere la posición. Su personalidad bipolar y falta de autoestima describen la esquizofrenia de la economía de la atención. Todo lo contrario es el hermano pequeño, Roman (Romulus), cuyo trauma no resuelto con la figura materna se refleja en una sexualidad perversa que, sumada a una personalidad cínica, le descarta como aspirante. Visto el percal, todo apuntaría a Shiv, la más inteligente y equilibrada, pero también maquinadora y manipuladora, cuyo matrimonio con el extravagante Tom se mueve entre el interés y el cálculo. Su condición de mujer juega en su contra, aunque hay un momento en el que la firma ve en ello una oportunidad de lavar su imagen. Por su parte, el primo oportunista de los Roy, Greg, no alcanza ni siquiera a la mediocracia. Simplemente es un arribista demasiado ingenuo, un parásito con suerte. Esta fauna expresa las patologías del capital sobre el cuerpo y la mente. Lo que aquí nos interesa es Succession como ejercicio de representación de las grandes fortunas y la herencia como instrumento de perpetuación. El conflicto en el seno de la empresa capitalista se da entonces entre la sangre y la filiación por una parte, y el accionariado y los intereses estrictamente numéricos del negocio por otra.
A las relaciones de explotación históricas entre los terratenientes y el campesinado primero, y el obrero y el capitalista industrial después, opone una nueva relación: el “hacker” y el vectorialista.
Comprar. Vender. Fusionar. Estas tres parecen ser las acciones de la gran corporación capitalista. La tercera temporada resulta novedosa a partir de la adición de dos nuevos personajes a partir de los cuales Waystar Royco trata de buscar soluciones a su crisis interna. Primero con Josh Aaronson [Adrien Brody] quien representa a un inversor, accionista o especulador… el típico agente financiero que vive de las oscilaciones y la abstracción de “los mercados”. Más interesante aún es el personaje de Lukas Matsson [Alexander Skarsgard], “el Odín de la programación”. Se trata de un tecnófilo, autoconsciente, irónico, asocial y desapasionado. Ejemplifica de una manera un tanto caricaturesca lo que en la cultura de la creatividad se denomina como un “emprendedor”. Un excéntrico visionario que hace subir el valor de su negocio por medio de tuits estúpidos (el paralelismo con Elon Musk es aquí obvio). Matsson puede ser un aliado o un rival. Mientras que Logan representa al viejo empresario orgulloso de sus raíces escocesas, henchido de la posición labrada, Matsson es más bien el Big Tech, deslocalizado, para quien triunfar es algo fácil, sin emoción. Como reconoce en el capítulo ocho de la tercera temporada, Logan es un boxeador que no dudaría en hacer trizas a Matsson (según la vieja ley de los negocios), aunque no tiene ni la menor idea de cómo enfrentarse a un “payaso” (de Twitter).
En su libro El capitalismo ha muerto, la teórica Mckenzie Wark señala que algo mucho peor que el capitalismo está entre nosotros. A las relaciones de explotación históricas entre los terratenientes [landlord] y el campesinado primero, y el obrero y el capitalista industrial después, opone una nueva relación: el “hacker” y el vectorialista. Con ello se refiere a la nueva clase dirigente que se beneficia mientras dormimos, mientras descargamos una aplicación o chateamos en las redes sociales… El vectorialista posee el vector, no la fuerza de trabajo, que en lugar de ser comprada por el salario se usufructúa sin descanso. “[La información] es para el capitalismo lo que la máquina de vapor fue para el feudalismo: un toque de muerte...”, escribe Wark [2]. Lo que Wark sugiere es la entrada en una nueva etapa del capitalismo que denomina como “vectorialista”, basada en la plusvalía de la información y el extractivismo inmaterial. Más que empresarios, los vectorialistas participarían de la “emprendeduría”. Si bien el análisis de Wark es pertinente y sirve para actualizar la teoría del “hacker” en tanto agente forzado constantemente a producir diferencia, a producir contenido para terceros, lo cierto es que entre la relación obrero y patrón industrial y la fase actual hay un buen trecho. Sin ir más lejos, varias décadas de capitalismo tardío o financiero. Con todo, Wark reactualiza la figura del “hacker” dentro de la clase creativa, el trabajo inmaterial y posfordista y el llamado “cognitariado”. Ello no le impide afirmar que del mismo modo que existía un conflicto entre capitalista y terrateniente, ahora hay un conflicto entre el capitalista y el vectorialista. “El capital está muerto. Larga vida a la clase vectorialista”. Aunque esta tesis pueda cuestionarse, sin duda halla un paralelismo más que acertado en el conflicto entre Logan y Matsson.
Lo importante es que la maquinaria siga produciendo y que ejércitos enteros, avalanchas de nuevos trabajadores inmateriales, se pongan a trabajar creyendo en el fondo que están autorrealizándose.
El producto de Matsson es GoJo, una aplicación tecnológica de streaming, deportes, apuestas, entretenimiento de plataforma, esto es, un oligopolio sustentado en suscriptores que amenaza con dejar obsoleto un cluster tradicional como Waystar Royco. Las dos empresas representan la disyuntiva actual entre la producción y la distribución, entre el “contenido” y el canal de transmisión. Waystar Royco posee su propia aplicación de streaming (StarGo) que está claramente retrasada respecto a GoJo. Ello provoca una de las escenas más hilarantes de toda la temporada, a saber, cuando Roman propone a Matsson, en el clásico ritual de confraternización masculina imprescindible para el negocio, mearse encima de la app mientras ésta no acaba de cargarse. Aquí el argumento es un tanto meta pues recuerda la competencia entre las aplicaciones por el software más eficaz, incluyendo a la propia HBO Max, la cual, todo hay que decirlo, es más lenta que la de Netflix. A lo largo del final de la temporada se reproduce esta disyuntiva: nosotros tenemos el contenido, tú tienes la tecnología, ergo fusionémonos. La fortuna del término “contenido” en el capitalismo digital actual resulta de lo más sorprendente, pues casi nunca importa cuál sea ese “contenido” con tal de que lo sea. Es lo que realizan los autodenominados “creadores de contenido” en redes como Instagram. Lo importante es que la maquinaria siga produciendo y que ejércitos enteros, avalanchas de nuevos trabajadores inmateriales, se pongan a trabajar creyendo en el fondo que están autorrealizándose. Interrogar el origen y el destino de este contenido, es decir, de esa información, es hoy en día una tarea urgente. Hoy, más que nunca, la producción cultural se enfrenta a la cuestión de la elección. ¿Qué ver? ¿Escuchar? ¿Leer? Todo contenido que no participe del canal de transmisión hegemónico corre el riesgo perderse para siempre.
Pero, ¿dónde quedan los hijos de Logan Roy en este conflicto entre el capitalista y el vectorialista? Podría decirse que en tierra de nadie, pues mientras que generacionalmente se sienten inclinados hacia Matsson (sobre todo Kendall y Roman), a la vez se sienten atrapados por el modelo capitalista acumulativo del padre. Un detalle que describe la brecha entre el padre y los hijos se da en la escena final, cuando Kendall le pregunta Logan, en relación a los 5000 millones de dólares de la operación: “¿qué vas a hacer con todo ese montón?”, a lo que el padre, con su genio habitual, responde: Make your own fucking pile! [¡haced vosotros vuestro propio jodido montón!]. El drama, lejos de apagarse, promete emociones fuertes en una cuarta entrega que servirá para calibrar la pujanza de la clase vectorialista en nuestro presente.
[1] Fredric Jameson, “Reificación y utopía en la cultura de masas”, en Signaturas de lo visible, Prometeo libros, Buenos Aires, 2012, p. 55.
[2] McKenzie Wark, Capital is Dead. Is This Something Worse?, Verso, Londres, 2019. (Existe versión en español, El capitalismo ha muerto. El ascenso de la clase vectorialista, Holobionte, Barcelona, 2021).
Si necesitamos pensar lo que nos está ocurriendo, ¿no sería importante que reflexionáramos sobre si lo que está sucediendo solo corrobora nuestras categorías y plantillas previas o si marca una diferencia aún por establecer?
En estas líneas comparto con las compañeras y compañeros de España algunas reflexiones sobre las elecciones del pasado 15 y 16 de mayo en Chile y su relación con la rebelión popular que se inició en octubre del 2019. Primeras impresiones que destilan optimismo por los resultados favorables para las fuerzas políticas transformadoras que obtuvieron la mayoría de los escaños en la Convención que redactará la nueva Constitución Política, una Convención con paridad de género y 17 representantes de los pueblos indígenas.
Actualmente el debate se ha simplificado a partir de la categoría de "lo posmo", de manera que si te preocupa lo estético para construirte como sujeto, parece que estás abandonando la lucha de clases.
El video presidencial en inglés siguen revelando datos importantes del relato que el gobierno está cocinando, en él se resignifican dos de las imágenes con las que se ha caracterizado al régimen uribista de Duque: la del títere y la del hombre desconectado de la realidad.
'Los olvidados. Ficción de un proletariado reaccionario' no es un libro más, descubre el hilo común del pensamiento reaccionario contemporáneo y, a la vez, hace un ejercicio de arqueología brillante para responder a las entelequias de un obrerismo que pretende invocar a una clase obrera que jamás existió.
De un tiempo a esta parte me interesan las figuraciones de clase. Historias que reivindican las formas de vida obreras, ficciones que no esencializan ni se edifican en el antagonismo social y que de algún modo liberan a la literatura obrera de sus tareas históricas.
Al igual que los Shelby, podemos contemplar nuestras sociedades y afirmar que las élites son despiadadas, crueles e insolidarias. Sin embargo, conviene separarse de ellos a la hora de configurar el futuro a perseguir, uno en el que no quepan egoísmos narcisistas ni tradiciones opresoras.
Si ya no vemos igual, ni desde los mismos dispositivos, si cada vez hay más oferta de productos audiovisuales y el fútbol no mueve ficha, corre el riesgo de quedarse fuera de los nuevos mercados del consumo audiovisual.
El valor de los libros de Peter Frase, Olin Wright y Aaron Bastani reside en su capacidad para darle la vuelta al famoso dictum de Jameson e imaginar que el neoliberalismo no existe. Hay una potencia afirmativa en esa negación que no es una cuestión menor.
La transformación digital sigue hoy una dirección marcada por las políticas del momento, que favorecen la concentración empresarial, la extracción masiva y la acumulación de poder. Pero, como sucedió a principios del siglo pasado, estos criterios políticos pueden cambiarse.
Pese a que son siglos lo que nos separa de los escritos de Burke, su definición de lo sublime parece ajustarse al milímetro a la situación actual, y nos da las claves para entender por qué podemos experimentar placer estético en las consecuencias de una pandemia.
Hemos lanzado una batería de preguntas a distintos pensadores y pensadoras con el fin de acercarnos a un análisis no tanto de la crisis del coronavirus en sí, como de los distintos escenarios de futuro a que nos puede conducir su salida. Aquí las respuestas que nos ha dado Luciana Cadahia, filósofa argentina, autora de Mediaciones de lo sensible. Hacia una nueva economía crítica de los dispositivos (FCE, 2017) y El círculo mágico del Estado (Lengua de Trapo, 2019).
Más que luchar por una u otra interpretación, una misión muy loable pero que para mí aún es dudosa en el ejercicio de la crítica cultural, la indefinición de lo afectivo nos debe conducir a identificar a qué anhelos desarticulados apela la cultura popular.
Disney no podría habernos ofrecido un simbolismo más explícito de su empresa ideológica: Una casa (propiedad privada) que requiere de nuevas, reformadas y más progresistas, formas dentro de la misma institución (familia) para poder recuperar la magia (herencia).
Creo que hay pocas definiciones más hermosas de democracia que aquella que reconoce no ser más que el esfuerzo que realizamos conjuntamente para definir a oscuras, acompañado por otros tan ciegos como nosotros mismos, qué es bueno y qué es malo.
«Es necesario un nuevo movimiento internacionalista y pacifista que en los diferentes países movilice los intereses de las grandes mayorías, que exija la toma de acciones para prevenir conflictos, y en particular que se pongan fuertes límites a las armas nucleares.»
En definitiva, en el Manifiesto la ciencia le habla a la política como un cliente exigente que demanda aquellos servicios por los que paga. Esta posición no es nueva. Viene construyéndose desde hace décadas, en especial desde el mercado hacia el Estado.
La camaradería es el resultado de la solidaridad, del compromiso y de la disciplina. Es una práctica compleja, en la que se fracasa una vez para levantarse y fracasar mejor. A veces puede ser asfixiante, pero la mayor parte de las veces es liberadora. Somos nosotres en un sentido colectivo.
La digitalización, que sigue un progreso exponencial según la ley de Moore, permite concebir, incluso a corto plazo, una sociedad en la que las máquinas realicen la mayor parte de las tareas, dejando a los humanos mucho tiempo para el autodesarrollo.
Aquí las respuestas que nos ha dado Santiago Alba Rico, escritor, ensayista y filósofo, autor, entre otros, de Las reglas del caos. Apuntes para una antropología del mercado (Anagrama, 1995), Leer con niños (Caballo de Troya, 2007), Islamofobia: nosotros, los otros, el miedo (Icaria, 2015) y Ser o no ser (un cuerpo) (Seix Barral, 2017).
Las tesis que reproducimos a continuación fueron escritas por Bertolt Brecht en los años treinta, en el marco del debate con Gyorg Lukács sobre la definición de «realismo» en la literatura y el arte, así como el empleo del mismo por los artistas antifascistas.
La guerra en Ucrania sitúa en un primer plano la importante dependencia energética exterior de la UE y aboga por una aceleración en el proceso de transición verde acometida en toda su extensión.
En el sistema semiológico de Barthes el mito se presenta como una potencia naturalizadora, una herramienta de normalización. Por eso, en su descripción de las lógicas de funcionamiento del mito hay todo un intento de impugnar la normalidad de los quehaceres cotidianos
¿En qué se debe basar, entonces, nuestro hacer político y sus distintos modos? He aquí la pregunta fundamental. La respuesta por la que aquí apostamos es la autonomía, la capacidad del grupo para dotarse de sus propias reglas independientemente de factores externos.
En suma, Mercado y Estado no son términos antitéticos, sino necesariamente complementarios. Pero decimos más: no se trata sólo de considerar que ambas realidades son dependientes históricamente, sino de enfatizar que sus componentes estructurales están tan sumamente involucrados que sus contornos llegan a hacerse borrosos, hasta el punto de confundirse.
El miedo de no saber qué demonios va a pasar con nuestra vida y con la de aquellos que queremos. El miedo de mirar al futuro y no saber qué esperar. El miedo de no ver un horizonte de posibilidad, sino un muro tras el cual no sabemos qué se esconde.
El pensamiento de Davis, como buen materialista y marxista, operaba en continuo diálogo con el ruido del presente, con sus obstáculos, sus rugosidades y pliegues, sus pervivencias, sus proyecciones y posibilidades.
La serie es un éxito puesto que (re)construye cómo una ideología como la Alt-Right puede llegar a ser hegemónica y lo hace en una dialéctica constante con la realidad que vive la sociedad estadounidense y sus pilares racistas.
La afirmación de Wittgenstein de que no existe “aplicación” de una regla porque la instancia de aplicación es interna a la propia regla y, como consecuencia, la transforma, es totalmente válida como principio rector para escribir una tesis.
Este texto se publica en el marco del debate que tuvo lugar en el seminario "Marx y El Capital en el mundo contemporáneo" entre Jesús Rodríguez y Manuel Romero a propósito del lugar de lo político en la teoría marxista.
En este marco el ámbito de la cultura cobra especial importancia en la consecución de la hegemonía, proceso a través del cual se universalizan intereses y afectos, en palabras de Gramsci, “la conquista del poder cultural es previa a la del poder político”.
La pregunta que tenemos que hacernos es si preferimos vivir peor para mantener ciertos negocios o apostamos por mejorar la vida y forzar un desplazamiento productivo hacia otros sectores. Claramente lo que tiene que primar es la calidad de vida y lo que tiene que adaptarse es el modelo productivo, no al revés.
En medio de una pandemia mundial -donde el proceso productivo neoliberal en el que ya vivíamos condiciona nuestra manera de sentir, relacionarnos y también curarnos-lo último que se permite es adolecer. Nuestras pérdidas son rápidas, ocultadas, secretas, dejan un duelo mudo, pero igual de profundo, es un duelo arrebatado.
Realismo capitalista es –haciendo de lo complejo sencillez y de las respuestas fáciles preguntas difíciles– una de las grandes obras políticas de nuestro siglo, la que emite algunas lecciones fácilmente numerables para las políticas del “deseo poscapitalista” en el siglo XXI.
Hoy más que nunca necesitamos disponer de horizontes de futuro confiables, asegurar nuestras vidas -y no para cualquier forma de vida, sino para una que valga la pena ser vivida- como condición de posibilidad de cualquier forma de libertad política (pues sabemos que sin seguridad y confianza en el porvenir no hay libertad sino miedo y servidumbre).
Con el verano liberamos algo de tiempo libre para dedicar a la lectura, al cine o simplemente a no hacer nada. En el IECCS hemos recopilado algunos títulos de ensayos y novelas para que podáis disfrutarlas durante el mes de agosto, y hacer así algo más ameno este calor insufrible.
Hay una creencia generalizada de que el progreso de la ciencia es imparable y de que la tecnología todo lo puede. No cabe en nuestras mentes, pero especialmente en la de nuestros gobernantes, que pueda haber límites biofísicos y energéticos a lo que somos capaces de hacer
El duelo, mientras haya recuerdo, afecto, es inevitable. La cuestión consiste en hacer un duelo sano, que sea llevable, en una existencia y una pérdida de la que el sujeto sea capaz de hacerse cargo.
La crítica política y social se consiguió transmitir desde la crítica cultural, en una alianza estética de raigambre nietzscheana en la que la música era un elemento de transformación radical. Este nuevo paradigma no había sido aprovechado por la izquierda tradicional, que dejó pasar el impulso que esta revolución cultural había traído.
¿Y si las plataformas y su modelo de explotación basado en la extracción de datos hubieran sido solo un impasse en el proceso de construcción del Internet que finalmente se estabilizará en el futuro?
Como dice Eva Illouz en el prólogo del libro de Horvat, parece que el capitalismo nos ha arrebatado la capacidad de amar de manera radical. Nos encontramos ante la imposibilidad de replantear un concepto que parece haber quedado diluido entre las crisis del neoliberalismo.
Los nuevos periodistas crecen sabiendo que su futuro es un campo de minas, estudian una carrera muy mal estructurada y muy exigente y, como recompensa a todo ese aguante, obtienen un puesto mal remunerado, tremendamente esclavo y, por supuesto, inestable y frágil.
Somos mucho más rentables como espectadores-consumidores de contenido en plataformas ya que, si la televisión entraba en nuestra casa para ofrecernos entretenimiento a cambio de un porcentaje de tiempo invertido en publicidad, esta nueva forma de extracción de beneficios entra directamente en nuestro cuerpo, para buscar beneficios en los datos derivados de nuestro comportamiento.
«Muchas personas dicen que la experiencia de haber participado en un laboratorio ciudadano les cambió la vida»
Este artículo fue publicado originalmente por Stuart Hall en la revista Universities & Left Review, en el otoño de 1958, un momento en el que las transformaciones del capitalismo y de la izquierda después de la Segunda Guerra Mundial estaban cambiando Gran Bretaña y el mundo para siempre. La traducción al español es de Manuel Romero.
La coyuntura tiene la singularidad de ser aquel momento sin el cual no se podrían visualizar ni reflexionar sobre determinados problemas políticos. Pensar la coyuntura implica, decía el epistemólogo crítico Hugo Zemelman, comprender el presente-potencial.
Gorriti es Filósofa, becaria doctoral CONICET y docente de la UNC. Autora de Nicos Poulantzas: una teoría materialista del Estado (Doble ciencia). Farrán es Filósofo, Investigador CONICET y docente de posgrado (Universidad Nacional de Córdoba). Autor de Badiou y Lacan: el anudamiento del sujeto (Prometeo), Nodal. Método, estado, sujeto (La cebra) y Nodaléctica (La Cebra).
«Leí tu libro la semana pasada y me sentí como si saliera a tomar aire después de pasar mucho tiempo bajo el agua. Me gustaría agradecerle de todo corazón que haya expresado de forma tan elocuente casi todo lo que había que decir, y que haya proporcionado una razón para la esperanza, cuando yo estaba a punto de desesperar.»
¿tan importante es la relación que se da entre el mundo de lo lleno y de lo vaciado? Parece probable que sí, que sea necesario todo este despliegue orientado a disimular la naturaleza conflictiva de las relaciones sociales de lo vaciado, hacia dentro y hacia fuera, sobre todo porque todos los sujetos implicados arriesgan mucho en este juego.
Habitualmente se entiende que la ciencia ficción, precisamente por su carácter especulativo, es un género con una relación particular con el progresismo y la izquierda. Sin que esto sea necesariamente falso, la realidad es que la historia del género está llena de grandes figuras y obras notables con relación directa con posturas reaccionarias e incluso con el fanatismo religioso.
Como defendió Matt Colquhoun recientemente en su blog, la serie no es el capitalismo avanzando a través de la apropiación del sentimiento anticapitalista sino el sentimiento anticapitalista avanzando a través de la apropiación del capitalismo.
Cabe cuestionarse si a estos "liberales" alguna vez les importó algo más que su persona, si aquella condescendencia de clase no supone en realidad un brillante ejemplo de conciencia de clase –de clase privilegiada, por supuesto– a la que le duró demasiado el disfraz democrático y popular.
«La literatura, para mí, está presente en cada momento, en cada detalle de lo cotidiano, está sucediendo todo el tiempo. Pero, al mismo tiempo, qué difícil es lograr una buena traducción de la vida a las palabras, de la mente a las palabras.»
El contexto Covid-19 nos trae un 'horror vacui' diferente, algo más angustiante que la patología psicológica conocida como 'fear of missing out' (FOMO), la posibilidad de que no nos estemos perdiendo nada porque nada está pasando y nada puede pasar.
No es nuevo decir que, tras décadas de neoliberalismo, la responsabilidad sobre el empleo descansa cada vez más sobre los propios individuos. Cada vez son más los programas educativos que añaden en sus currículos una nueva y apetecible competencia: la empleabilidad.
A pesar de la omnipresencia de este debate, es necesario cubrir una carencia fundamental de la mayoría de estos discursos: rebatir el desdén generalizado ––en gran parte de las ocasiones automático; en otras sencillamente visceral–– hacia la nostalgia y, en consecuencia, hacia su poso melancólico.
Este texto es un informe presentado el 20 de enero de 2017 en el marco de la sesión ¿Quiénes son los comunistas? de la Conferencia de Roma sobre el Comunismo. Fue publicado originalmente en italiano con el título Chi sono i comunisti en la página web del colectivo Euronomade, y traducido ahora al castellano por Manuel Romero.
El verano y las vacaciones se agotan, y también el tiempo libre para dedicar a la lectura, al cine o simplemente a no hacer nada. En el IECCS hemos recopilado algunos títulos de ensayos, novelas, películas y documentales para que puedas disfrutarlas durante el mes de agosto.
Si el ecologismo desea tener una incidencia real en las disputas políticas del futuro inmediato (y es imprescindible que la tenga) no puede pasar por alto las peculiaridades y temporalidades de las diversas esferas de lo humano.
¿No hay algo profundamente sospechoso en reflejar del lado de lo plebeyo la responsabilidad última del fascismo? ¿Por qué no encontramos, del lado de las élites, una imagen que pudiera tener el mismo peso simbólico? No es casual que el pueblo aparezca como el lugar de una sospecha y las élites queden, astutamente, sustraídas de la escena.
"La pandemia ha enfatizado enormemente una tendencia que ya se estaba dibujando: una condición de miedo a la corporeidad, me atrevería a decir, incluso, una sensibilización fóbica hacia el cuerpo del otro."
¿Qué pasa si dejamos de considerar a la propiedad como algo sagrado y “permanente”, que incluso trasciende al individuo (y su supuesto esfuerzo) hasta sus herederos, y empezamos a considerar que esta es imposible sin un complejo sistema de relaciones sociales colectivas que la sostiene desde su origen?
Las comunidades no se pueden descontextualizar de los modos de producción en las que están insertas, de las transformaciones que se producen y en las que son producidas por seres humanos en el paso de sus vidas.
El necro-liberalismo asume de forma explícita y obscena la imposibilidad de conjugar el mantenimiento de la vida con el mantenimiento del orden político y económico, de ahí que se caracterice por hacer gala y enarbolar sin complejo alguno la bandera del desprecio a la vida.