El miedo de no saber qué demonios va a pasar con nuestra vida y con la de aquellos que queremos. El miedo de mirar al futuro y no saber qué esperar. El miedo de no ver un horizonte de posibilidad, sino un muro tras el cual no sabemos qué se esconde.
Llevamos mucho tiempo discutiendo sobre este asunto, en realidad. Sobre la creciente influencia que Rassemblement national tiene sobre la clase trabajadora francesa. Sobre el ascenso irresistible de Salvini. Sobre las propuestas de Diego Fusaro, traídas a España por medios de derechas, pero también de la izquierda. Y tocamos arrebato a la lucha antifascista, olvidando que no hace falta ser fascista para querer algo de lo que el fascismo nos ofrece. Para querer una familia, una casa, un trabajo.
Esta semana el detonante ha sido el discurso que Ana Iris Simón, autora del libro Feria (una autobiografía novelada publicada por Círculo de Tiza), ha pronunciado en un acto organizado por el gobierno para presentar Pueblos con Futuro, un plan para luchar contra la despoblación. Pero, ¿qué hay en ese discurso para generar un debate tan encendido? La verdad es que, en un primer vistazo, parecería que no hay mucho que permita explicar este impacto, pero una segunda lectura más reposada permite entender el por qué del incendio.
Simón empieza haciendo una declaración contundente: “Me da envidia la vida que tenían mis padres a mi edad”. ¿Qué es lo que le da envidia? La estabilidad. A su edad, nos dice, sus padres tenían una hija de ocho años, un segundo hijo en camino, una casa y un coche. A su edad, sus padres vivían una vida que nosotros ya no tendremos. Eso, nos dice Ana Iris Simón, debería hacernos pensar.
Resulta difícil no darle la razón. En efecto, debería hacernos pensar qué es lo que ha ocurrido para que nuestras vidas hayan perdido la certidumbre que, aparentemente, tenían las de nuestros padres. ¿Qué es lo que ocurrió? Según Simón, lo que vino después fue “el desmantelamiento industrial” de España. Esto no deja de ser una pequeña trampa, un recurso retórico para conferir dramatismo al discurso. Pero si tenemos en cuenta la edad de la autora, cuando sus padres tenían su edad (a finales de los 90) el proceso de reconversión industrial llevaba en marcha en España unas dos décadas, como parte fundamental de la Transición (los pactos de la Moncloa, en 1977), que debía hacer lo que el moribundo régimen franquista no había hecho tras la crisis del petróleo de 1973. Un proceso que se acelera en 1986, con la entrada en la Unión Europea, y que tiene su apogeo, si queremos llamarlo así, en la crisis del 93, tan bien reflejada en El año del descubrimiento, de Luis López Carrasco. Mientras nuestros padres se hipotecaban (al menos, los padres de los nacidos entre finales de los 70 y principios de los 90), Felipe González estaba liberalizando el país.
Lo cierto, por tanto, es que cuando los padres de Ana Iris Simón (o, para el caso, los míos) se hipotecaban, hacía tiempo que en España el sector industrial no era el principal sector económico… si es que lo fue alguna vez . Lo que ocurrió a finales de los 90 fue, como todos sabemos, el inicio del boom del ladrillo. Fue en esa década, y no en otra, cuando más españoles y españolas accedieron a una hipoteca (o varias) y se compraron un coche (o varios). Si eso es lo que deberíamos envidiar de nuestros padres, tal vez nos estamos equivocando de década.
Tampoco ocurre entonces el vaciamiento de “el rural”, un término que ella emplea de forma irónica (lo cual comparto). Esto está muy estudiado y no voy a extenderme, pero sabemos de sobra que ese proceso arranca tras la publicación del Plan de Estabilización de 1959, con el que se inicia la liberalización económica de España. Es aquí cuando se produce el gran cambio económico del país, que se centra, sobre todo, en el sector agrario. Según un informe de FOESSA de 1976, el 41,66% de la población activa en el año 1960 trabaja en las actividades de agricultura y pesca. En 1970, era únicamente el 29,11. En apenas 10 años, el sector primario perdió más de un millón de trabajadores y trabajadoras, que se trasladan a la construcción, el sector servicios y la emigración exterior. Muchas de las que entraban a trabajar al sector servicios eran «mujeres con escaso bagaje educativo», que dejaban el campo para trabajar como «personal de servicios» (Foessa, 1976, p. 53) .
Todo esto puede parecer marginal respecto al discurso. Detalles de académico. Pero cuando uno de los principales argumentos de Simón es que la generación de nuestros padres es “envidiable” y que es necesario “revertir lo que nos has traído hasta aquí”, parece necesario concretar qué es lo que nos ha traído hasta aquí y cuándo empieza el proceso.
Pero el discurso no se detiene en esto, sino que aborda “el problema demográfico”, que ella identifica con la baja natalidad, cuya causa principal sería la dificultad de acceso a la vivienda y a un trabajo estable. Este es otro de los elementos que despiertan simpatía. Resuenan aquí lemas del 15M, por ejemplo, aquel “Sin casa, sin curro, sin pensión, sin miedo” que Juventud sin Futuro hizo popular.
La diferencia entre el discurso de Simón y el lema del 15M radica, precisamente, en el miedo. Un miedo que posiblemente sea el resultado de hacer balance de los 10 años que nos separan de aquella pancarta para constatar que, al menos en estos temas, no hemos avanzado mucho. Volveré luego a esto, pero ahora llegamos a la parte central.
Necesitamos ofrecer un futuro de estabilidad que pasa, nos dice, por “revertir lo que nos ha traído hasta aquí”, aunque, como hemos visto, no está nada claro qué revertir ni hasta cuándo. Y es que lo que propone tampoco es nada del otro mundo: reindustrializar el país (algo que sostiene desde el presidente de Telefónica hasta el del Gobierno de España), un proteccionismo enunciado de forma abstracta (¿cerramos fronteras o consumimos de proximidad?) y un “recuperar la soberanía perdida frente al capitalismo global y europeo” cuyo contenido y alcance tampoco se concretan. Es en este contexto, de crítica general al capitalismo globalizado, que llegamos al punto que ha generado más polémica: el tratamiento de la migración.
Las palabras de Simón son: «[…] un capitalismo que, por cierto, también prefiere importar de fuera la natalidad, en lugar de fomentarla dentro […] a mí se me ponen los pelos de punta cada vez que se habla de necesitar inmigrantes que nos paguen las pensiones como si las personas fuesen divisas, porque emigrar fue un trauma para mi abuelo en los 70 y para mis amigos en […] 2008 y porque mientras que le pedimos a los inmigrantes que paguen nuestras pensiones no les estamos permitiendo pagar las de sus padres, ni las de sus abuelos en sus países de origen».
Como en todo el discurso, hay aspectos que podemos compartir y otros que hacen que se enciendan todas las alarmas. Comparto con ella el desprecio de tantos planes oficiales que piensan que los migrantes son “recursos” que debemos “gestionar” de forma eficiente y eficaz, de forma que las “ventajas” que nos ofrecen superen a los “inconvenientes”. Ese lenguaje que nos habla de “migración ordenada” o de “migración cualificada”. Pero por eso mismo no puedo entender que termine hablando de que “robamos” a los países de origen, que evitamos que “paguen” las pensiones de sus padres y abuelos. No sólo porque la migración es la forma que tienen ellos de pagar a sus padres y abuelos ahora, de contribuir a su bienestar , sino sobre todo porque implica aceptar lo mismo que se denuncia. Lo que Simón parece decir (y subrayo el “parece”) es que, desde luego, tenemos que ordenar la inmigración… de forma que pongamos por delante a los nuestros. Sí, para que ellos “cuiden” de los suyos… pero en su país.
Esta forma de hablar de la migración es problemática y creo que es fácil entender que se pida claridad al respecto. Los migrantes no son recursos, ni aquí ni allí. Son personas que intentan salir adelante de la mejor forma que pueden, muchas veces jugándose la vida en un viaje que no saben cómo va a terminar. No son números en ningún balance, tampoco en el demográfico. Y no nos deben poner “los pelos de punta”, sino, más bien, reclamar nuestra fraternidad.
Pero hay otro factor que me parece, también, importante. Si los migrantes no son números en un balance, tampoco lo son las mujeres, que no tienen ningún deber de “contribuir” a sostener las pensiones del futuro pariendo. Aquí únicamente reflejo lo que muchas mujeres han respondido en público al discurso de Simón, pero me parece que es importante señalarlo.
Hasta aquí el contenido fundamental del discurso. El cierre, efectivo, muy logrado, reclama ayudas directas a las familias, para tener casas en cuyos techos poner placas solares y tener hijos que se puedan conectar a la wifi. La envidia a la generación de los padres, nuevamente, engancha con el inicio del texto (como mandan los cánones) y nos recuerdan la centralidad de la familia, de la casa y del trabajo para el futuro de España y, concretamente, de la España rural.
No puedo dejar de ver el miedo que siente Ana Iris Simón en su discurso. No por estar delante del presidente y decirle algo que, posiblemente, no le va a gustar. No. A eso no le tiene miedo. Admiro esa valentía que hay en su gesto, el aplomo con que le dice al poderoso aquello que considera justo. Un valor que es una virtud cívica y que tan pocas veces vemos en este tipo de actos. No, el miedo que transmite es otro y, además, es un miedo que muchos y muchas compartimos.
El miedo de no saber qué demonios va a pasar con nuestra vida y con la de aquellos que queremos. El miedo de mirar al futuro y no saber qué esperar. El miedo de no ver un horizonte de posibilidad, sino un muro tras el cual no sabemos qué se esconde.
Y entiendo, también, la nostalgia de las certidumbres de nuestros padres, por mucho que ellos nos digan que no tenían tantas certezas. Que ni estaban tan seguros, ni las cosas fueron tal y como recordamos, sino que sufrieron y pelearon y dudaron y lloraron por las noches, para que nos los oyéramos. Por mucho que sepamos, porque lo sabemos, que las familias no son siempre refugio, sino que a veces son cárcel y cámara de tortura. Y que sepamos, porque lo sabemos, que la vida de pueblo no son las vacaciones de nuestra infancia, sino levantarse antes del amanecer para limpiar las cuadras, cambiar la paja, preparar los aperos e irse a la pieza a doblar el lomo y volver cuando cae la tarde, reventados y reventadas porque, también lo sabemos, ellas trabajaban tanto o más que ellos.
Pero sí, es cierto. Ellos, nuestros padres y madres, creían que las cosas podían mejorar, que podían progresar y esto es algo que nosotros hemos perdido. La pregunta que cabe hacerse es si volver a ese momento en que fuimos felices es la respuesta que necesitamos. Si volver a creer en el progreso, tal y como hicieron nuestros padres, nos salvará de un presente que, recordemos, es el resultado de ese progreso.
El problema al que Ana Iris Simón apunta en su discurso es un problema compartido. ¿Qué hacemos con nuestras crisis? Las pasadas, las presentes y las futuras. ¿Qué hacemos con la crisis ecosocial que nos espera a la vuelta de la esquina? ¿Qué hacer con los pronósticos de aquellos que nos dicen que nuestra tierra, la tierra donde vivimos y crecimos, será un desierto dentro de 40 o 50 años? ¿Que nos dicen que las vides que plantaron nuestros abuelos se agostarán para siempre, que no volveremos a beber su vino, dorado y denso como un jarabe?
Frente a esto, volver al pasado no es, nunca fue, una opción. Mirar al pasado de esta forma que hemos visto en el discurso (medio fabulada, sin concretar) nos ofrece un espacio de seguridad. La tentación de volver a él, de refugiarse, es fuerte, pero no podemos. No podemos ser nuestros padres y sus vidas, lo siento, no nos ayudarán a sortear las crisis futuras. Necesitamos imaginar otras alternativas, que no olviden el pasado, que acojan y rescaten lo que se pueda rescatar, pero sabiendo que no basta. Y, sobre todo, que hay cosas, muchas, que sobran.
Una última cosa. Se ha señalado que el discurso de Ana Iris Simón es el mismo discurso de VOX. No lo sé, la verdad. Lo dudo. Creo que existen suficientes diferencias, suficientes matices, como para poder afirmarlo taxativamente. Lo que sí veo, como otros que han analizado su libro o este discurso, es que hay elementos, interpretaciones, derivas, que nos conducen a lugares peligrosos. Lugares a los que no queremos volver. Y esto debería ser suficiente para ponernos sobre aviso. Estemos a favor o estemos en contra de lo que Simón nos cuenta.
Etxezarreta, M. (1991). La Reestructuración del capitalismo en España, 1970-1990. Icaria Editorial.
Foessa, F. (1976). Estudios sociológicos sobre la situación social de España, 1975. Cáritas Española.
Gaviria, M., & Naredo, J. M. (Eds.). (1978). Extremadura Saqueada. Recursos naturales y Autonomia Regional.
González Díez, V., & Moral Benito, E. (2019). El proceso de cambio estructural de la economía española desde una perspectiva histórica. https://repositorio.bde.es/handle/123456789/8809
Leal, J. L., Leguina, J., Naredo, J. M., & Cubri, E. (1975). La agricultura en el desarrollo capitalista español.
Naredo, J. M. (1971). LA EVOLUCION DE LA AGRICULTURA EN ESPAÑA. DESARROLLO CAPITALISTA Y CRISIS DE LAS FORMAS DE PRODUCCION TRADICIONALES.
Naredo, J. M. (1996). La evolución de la agricultura en España (1940-1990). Universidad de Granada.
Remesas. (2021). Portal de Datos Mundiales sobre la Migración. http://migrationdataportal.org/es/themes/remesas
Aquí las respuestas que nos ha dado Santiago Alba Rico, escritor, ensayista y filósofo, autor, entre otros, de Las reglas del caos. Apuntes para una antropología del mercado (Anagrama, 1995), Leer con niños (Caballo de Troya, 2007), Islamofobia: nosotros, los otros, el miedo (Icaria, 2015) y Ser o no ser (un cuerpo) (Seix Barral, 2017).
El pensamiento de Davis, como buen materialista y marxista, operaba en continuo diálogo con el ruido del presente, con sus obstáculos, sus rugosidades y pliegues, sus pervivencias, sus proyecciones y posibilidades.
En suma, Mercado y Estado no son términos antitéticos, sino necesariamente complementarios. Pero decimos más: no se trata sólo de considerar que ambas realidades son dependientes históricamente, sino de enfatizar que sus componentes estructurales están tan sumamente involucrados que sus contornos llegan a hacerse borrosos, hasta el punto de confundirse.
Este texto se publica en el marco del debate que tuvo lugar en el seminario "Marx y El Capital en el mundo contemporáneo" entre Jesús Rodríguez y Manuel Romero a propósito del lugar de lo político en la teoría marxista.
De un tiempo a esta parte me interesan las figuraciones de clase. Historias que reivindican las formas de vida obreras, ficciones que no esencializan ni se edifican en el antagonismo social y que de algún modo liberan a la literatura obrera de sus tareas históricas.
El valor de los libros de Peter Frase, Olin Wright y Aaron Bastani reside en su capacidad para darle la vuelta al famoso dictum de Jameson e imaginar que el neoliberalismo no existe. Hay una potencia afirmativa en esa negación que no es una cuestión menor.
La crítica política y social se consiguió transmitir desde la crítica cultural, en una alianza estética de raigambre nietzscheana en la que la música era un elemento de transformación radical. Este nuevo paradigma no había sido aprovechado por la izquierda tradicional, que dejó pasar el impulso que esta revolución cultural había traído.
Este texto es un informe presentado el 20 de enero de 2017 en el marco de la sesión ¿Quiénes son los comunistas? de la Conferencia de Roma sobre el Comunismo. Fue publicado originalmente en italiano con el título Chi sono i comunisti en la página web del colectivo Euronomade, y traducido ahora al castellano por Manuel Romero.
Como dice Eva Illouz en el prólogo del libro de Horvat, parece que el capitalismo nos ha arrebatado la capacidad de amar de manera radical. Nos encontramos ante la imposibilidad de replantear un concepto que parece haber quedado diluido entre las crisis del neoliberalismo.
En este marco el ámbito de la cultura cobra especial importancia en la consecución de la hegemonía, proceso a través del cual se universalizan intereses y afectos, en palabras de Gramsci, “la conquista del poder cultural es previa a la del poder político”.
Series como 'Succession' sirven para detectar la corrosión del poder, la política y el dinero mientras nos deleitamos con las disfunciones psicológicas de sus protagonistas. Si la serie sirve para cartografiar el capitalismo multinacional es gracias a su efecto de “totalidad”.
«Leí tu libro la semana pasada y me sentí como si saliera a tomar aire después de pasar mucho tiempo bajo el agua. Me gustaría agradecerle de todo corazón que haya expresado de forma tan elocuente casi todo lo que había que decir, y que haya proporcionado una razón para la esperanza, cuando yo estaba a punto de desesperar.»
Si ya no vemos igual, ni desde los mismos dispositivos, si cada vez hay más oferta de productos audiovisuales y el fútbol no mueve ficha, corre el riesgo de quedarse fuera de los nuevos mercados del consumo audiovisual.
En estas líneas comparto con las compañeras y compañeros de España algunas reflexiones sobre las elecciones del pasado 15 y 16 de mayo en Chile y su relación con la rebelión popular que se inició en octubre del 2019. Primeras impresiones que destilan optimismo por los resultados favorables para las fuerzas políticas transformadoras que obtuvieron la mayoría de los escaños en la Convención que redactará la nueva Constitución Política, una Convención con paridad de género y 17 representantes de los pueblos indígenas.
¿No hay algo profundamente sospechoso en reflejar del lado de lo plebeyo la responsabilidad última del fascismo? ¿Por qué no encontramos, del lado de las élites, una imagen que pudiera tener el mismo peso simbólico? No es casual que el pueblo aparezca como el lugar de una sospecha y las élites queden, astutamente, sustraídas de la escena.
Este artículo fue publicado originalmente por Stuart Hall en la revista Universities & Left Review, en el otoño de 1958, un momento en el que las transformaciones del capitalismo y de la izquierda después de la Segunda Guerra Mundial estaban cambiando Gran Bretaña y el mundo para siempre. La traducción al español es de Manuel Romero.
Si el ecologismo desea tener una incidencia real en las disputas políticas del futuro inmediato (y es imprescindible que la tenga) no puede pasar por alto las peculiaridades y temporalidades de las diversas esferas de lo humano.
¿En qué se debe basar, entonces, nuestro hacer político y sus distintos modos? He aquí la pregunta fundamental. La respuesta por la que aquí apostamos es la autonomía, la capacidad del grupo para dotarse de sus propias reglas independientemente de factores externos.
Las comunidades no se pueden descontextualizar de los modos de producción en las que están insertas, de las transformaciones que se producen y en las que son producidas por seres humanos en el paso de sus vidas.
Como defendió Matt Colquhoun recientemente en su blog, la serie no es el capitalismo avanzando a través de la apropiación del sentimiento anticapitalista sino el sentimiento anticapitalista avanzando a través de la apropiación del capitalismo.
Las tesis que reproducimos a continuación fueron escritas por Bertolt Brecht en los años treinta, en el marco del debate con Gyorg Lukács sobre la definición de «realismo» en la literatura y el arte, así como el empleo del mismo por los artistas antifascistas.
La serie es un éxito puesto que (re)construye cómo una ideología como la Alt-Right puede llegar a ser hegemónica y lo hace en una dialéctica constante con la realidad que vive la sociedad estadounidense y sus pilares racistas.
¿tan importante es la relación que se da entre el mundo de lo lleno y de lo vaciado? Parece probable que sí, que sea necesario todo este despliegue orientado a disimular la naturaleza conflictiva de las relaciones sociales de lo vaciado, hacia dentro y hacia fuera, sobre todo porque todos los sujetos implicados arriesgan mucho en este juego.
El contexto Covid-19 nos trae un 'horror vacui' diferente, algo más angustiante que la patología psicológica conocida como 'fear of missing out' (FOMO), la posibilidad de que no nos estemos perdiendo nada porque nada está pasando y nada puede pasar.
Con el verano liberamos algo de tiempo libre para dedicar a la lectura, al cine o simplemente a no hacer nada. En el IECCS hemos recopilado algunos títulos de ensayos y novelas para que podáis disfrutarlas durante el mes de agosto, y hacer así algo más ameno este calor insufrible.
El video presidencial en inglés siguen revelando datos importantes del relato que el gobierno está cocinando, en él se resignifican dos de las imágenes con las que se ha caracterizado al régimen uribista de Duque: la del títere y la del hombre desconectado de la realidad.
Creo que hay pocas definiciones más hermosas de democracia que aquella que reconoce no ser más que el esfuerzo que realizamos conjuntamente para definir a oscuras, acompañado por otros tan ciegos como nosotros mismos, qué es bueno y qué es malo.
Gorriti es Filósofa, becaria doctoral CONICET y docente de la UNC. Autora de Nicos Poulantzas: una teoría materialista del Estado (Doble ciencia). Farrán es Filósofo, Investigador CONICET y docente de posgrado (Universidad Nacional de Córdoba). Autor de Badiou y Lacan: el anudamiento del sujeto (Prometeo), Nodal. Método, estado, sujeto (La cebra) y Nodaléctica (La Cebra).
"La pandemia ha enfatizado enormemente una tendencia que ya se estaba dibujando: una condición de miedo a la corporeidad, me atrevería a decir, incluso, una sensibilización fóbica hacia el cuerpo del otro."
En medio de una pandemia mundial -donde el proceso productivo neoliberal en el que ya vivíamos condiciona nuestra manera de sentir, relacionarnos y también curarnos-lo último que se permite es adolecer. Nuestras pérdidas son rápidas, ocultadas, secretas, dejan un duelo mudo, pero igual de profundo, es un duelo arrebatado.
No es nuevo decir que, tras décadas de neoliberalismo, la responsabilidad sobre el empleo descansa cada vez más sobre los propios individuos. Cada vez son más los programas educativos que añaden en sus currículos una nueva y apetecible competencia: la empleabilidad.
Disney no podría habernos ofrecido un simbolismo más explícito de su empresa ideológica: Una casa (propiedad privada) que requiere de nuevas, reformadas y más progresistas, formas dentro de la misma institución (familia) para poder recuperar la magia (herencia).
El verano y las vacaciones se agotan, y también el tiempo libre para dedicar a la lectura, al cine o simplemente a no hacer nada. En el IECCS hemos recopilado algunos títulos de ensayos, novelas, películas y documentales para que puedas disfrutarlas durante el mes de agosto.
El duelo, mientras haya recuerdo, afecto, es inevitable. La cuestión consiste en hacer un duelo sano, que sea llevable, en una existencia y una pérdida de la que el sujeto sea capaz de hacerse cargo.
La pregunta que tenemos que hacernos es si preferimos vivir peor para mantener ciertos negocios o apostamos por mejorar la vida y forzar un desplazamiento productivo hacia otros sectores. Claramente lo que tiene que primar es la calidad de vida y lo que tiene que adaptarse es el modelo productivo, no al revés.
Habitualmente se entiende que la ciencia ficción, precisamente por su carácter especulativo, es un género con una relación particular con el progresismo y la izquierda. Sin que esto sea necesariamente falso, la realidad es que la historia del género está llena de grandes figuras y obras notables con relación directa con posturas reaccionarias e incluso con el fanatismo religioso.
Hemos lanzado una batería de preguntas a distintos pensadores y pensadoras con el fin de acercarnos a un análisis no tanto de la crisis del coronavirus en sí, como de los distintos escenarios de futuro a que nos puede conducir su salida. Aquí las respuestas que nos ha dado Luciana Cadahia, filósofa argentina, autora de Mediaciones de lo sensible. Hacia una nueva economía crítica de los dispositivos (FCE, 2017) y El círculo mágico del Estado (Lengua de Trapo, 2019).
Pese a que son siglos lo que nos separa de los escritos de Burke, su definición de lo sublime parece ajustarse al milímetro a la situación actual, y nos da las claves para entender por qué podemos experimentar placer estético en las consecuencias de una pandemia.
Realismo capitalista es –haciendo de lo complejo sencillez y de las respuestas fáciles preguntas difíciles– una de las grandes obras políticas de nuestro siglo, la que emite algunas lecciones fácilmente numerables para las políticas del “deseo poscapitalista” en el siglo XXI.
¿Qué pasa si dejamos de considerar a la propiedad como algo sagrado y “permanente”, que incluso trasciende al individuo (y su supuesto esfuerzo) hasta sus herederos, y empezamos a considerar que esta es imposible sin un complejo sistema de relaciones sociales colectivas que la sostiene desde su origen?
A pesar de la omnipresencia de este debate, es necesario cubrir una carencia fundamental de la mayoría de estos discursos: rebatir el desdén generalizado ––en gran parte de las ocasiones automático; en otras sencillamente visceral–– hacia la nostalgia y, en consecuencia, hacia su poso melancólico.
¿Y si las plataformas y su modelo de explotación basado en la extracción de datos hubieran sido solo un impasse en el proceso de construcción del Internet que finalmente se estabilizará en el futuro?
Si necesitamos pensar lo que nos está ocurriendo, ¿no sería importante que reflexionáramos sobre si lo que está sucediendo solo corrobora nuestras categorías y plantillas previas o si marca una diferencia aún por establecer?
«La literatura, para mí, está presente en cada momento, en cada detalle de lo cotidiano, está sucediendo todo el tiempo. Pero, al mismo tiempo, qué difícil es lograr una buena traducción de la vida a las palabras, de la mente a las palabras.»
La digitalización, que sigue un progreso exponencial según la ley de Moore, permite concebir, incluso a corto plazo, una sociedad en la que las máquinas realicen la mayor parte de las tareas, dejando a los humanos mucho tiempo para el autodesarrollo.
Actualmente el debate se ha simplificado a partir de la categoría de "lo posmo", de manera que si te preocupa lo estético para construirte como sujeto, parece que estás abandonando la lucha de clases.
La transformación digital sigue hoy una dirección marcada por las políticas del momento, que favorecen la concentración empresarial, la extracción masiva y la acumulación de poder. Pero, como sucedió a principios del siglo pasado, estos criterios políticos pueden cambiarse.
La coyuntura tiene la singularidad de ser aquel momento sin el cual no se podrían visualizar ni reflexionar sobre determinados problemas políticos. Pensar la coyuntura implica, decía el epistemólogo crítico Hugo Zemelman, comprender el presente-potencial.
«Es necesario un nuevo movimiento internacionalista y pacifista que en los diferentes países movilice los intereses de las grandes mayorías, que exija la toma de acciones para prevenir conflictos, y en particular que se pongan fuertes límites a las armas nucleares.»
La guerra en Ucrania sitúa en un primer plano la importante dependencia energética exterior de la UE y aboga por una aceleración en el proceso de transición verde acometida en toda su extensión.
Cabe cuestionarse si a estos "liberales" alguna vez les importó algo más que su persona, si aquella condescendencia de clase no supone en realidad un brillante ejemplo de conciencia de clase –de clase privilegiada, por supuesto– a la que le duró demasiado el disfraz democrático y popular.
En el sistema semiológico de Barthes el mito se presenta como una potencia naturalizadora, una herramienta de normalización. Por eso, en su descripción de las lógicas de funcionamiento del mito hay todo un intento de impugnar la normalidad de los quehaceres cotidianos
La afirmación de Wittgenstein de que no existe “aplicación” de una regla porque la instancia de aplicación es interna a la propia regla y, como consecuencia, la transforma, es totalmente válida como principio rector para escribir una tesis.
En definitiva, en el Manifiesto la ciencia le habla a la política como un cliente exigente que demanda aquellos servicios por los que paga. Esta posición no es nueva. Viene construyéndose desde hace décadas, en especial desde el mercado hacia el Estado.
El necro-liberalismo asume de forma explícita y obscena la imposibilidad de conjugar el mantenimiento de la vida con el mantenimiento del orden político y económico, de ahí que se caracterice por hacer gala y enarbolar sin complejo alguno la bandera del desprecio a la vida.
Al igual que los Shelby, podemos contemplar nuestras sociedades y afirmar que las élites son despiadadas, crueles e insolidarias. Sin embargo, conviene separarse de ellos a la hora de configurar el futuro a perseguir, uno en el que no quepan egoísmos narcisistas ni tradiciones opresoras.
«Muchas personas dicen que la experiencia de haber participado en un laboratorio ciudadano les cambió la vida»
Somos mucho más rentables como espectadores-consumidores de contenido en plataformas ya que, si la televisión entraba en nuestra casa para ofrecernos entretenimiento a cambio de un porcentaje de tiempo invertido en publicidad, esta nueva forma de extracción de beneficios entra directamente en nuestro cuerpo, para buscar beneficios en los datos derivados de nuestro comportamiento.
La camaradería es el resultado de la solidaridad, del compromiso y de la disciplina. Es una práctica compleja, en la que se fracasa una vez para levantarse y fracasar mejor. A veces puede ser asfixiante, pero la mayor parte de las veces es liberadora. Somos nosotres en un sentido colectivo.
Los nuevos periodistas crecen sabiendo que su futuro es un campo de minas, estudian una carrera muy mal estructurada y muy exigente y, como recompensa a todo ese aguante, obtienen un puesto mal remunerado, tremendamente esclavo y, por supuesto, inestable y frágil.
'Los olvidados. Ficción de un proletariado reaccionario' no es un libro más, descubre el hilo común del pensamiento reaccionario contemporáneo y, a la vez, hace un ejercicio de arqueología brillante para responder a las entelequias de un obrerismo que pretende invocar a una clase obrera que jamás existió.
Más que luchar por una u otra interpretación, una misión muy loable pero que para mí aún es dudosa en el ejercicio de la crítica cultural, la indefinición de lo afectivo nos debe conducir a identificar a qué anhelos desarticulados apela la cultura popular.
Hay una creencia generalizada de que el progreso de la ciencia es imparable y de que la tecnología todo lo puede. No cabe en nuestras mentes, pero especialmente en la de nuestros gobernantes, que pueda haber límites biofísicos y energéticos a lo que somos capaces de hacer
Hoy más que nunca necesitamos disponer de horizontes de futuro confiables, asegurar nuestras vidas -y no para cualquier forma de vida, sino para una que valga la pena ser vivida- como condición de posibilidad de cualquier forma de libertad política (pues sabemos que sin seguridad y confianza en el porvenir no hay libertad sino miedo y servidumbre).