No es nuevo decir que, tras décadas de neoliberalismo, la responsabilidad sobre el empleo descansa cada vez más sobre los propios individuos. Cada vez son más los programas educativos que añaden en sus currículos una nueva y apetecible competencia: la empleabilidad.
La pantalla ayuda, la precariedad empuja —Remedios Zafra
En su artículo Politizar lo digital, Berna León y Roy Cobby rescatan un debate tan necesario como interesante. Las economías digitales, mediante su modelo basado en la comercialización de datos, afectan a la manera en que nos comportamos cotidianamente. Además, como acertadamente plantean, los cambios que se están produciendo en nuestras vidas no son ni enteramente nuevos ni enteramente viejos. Una vez más, nos encontramos con una historia que, más que repetirse, rima. Sin embargo, como ocurre cuando miramos un cuadro o leemos un libro, la capacidad que tenemos de vincular nuestra experiencia con procesos más profundos depende de nuestras referencias y experiencias previas. Cuantas más miradas somos capaces de sumar, más rica es la historia que nos transmite el lienzo o el libro.
Una de las cuestiones más interesantes que plantean León y Cobby es que “acaso la consecuencia más preocupante de la revolución digital sea el tipo de subjetividad que emerja de la experiencia de ser constantemente vigilado”. Un fenómeno que, además, sugerentemente vinculan con el asalto a las libertades civiles que desde hace años denuncian en nuestro país grupos como No somos delito. Por fortuna, el trabajo de cada vez más analistas y activistas nos está permitiendo conocer marcos alternativos desde los que interpretar lo que significan palabras como seguridad o privacidad. Sin embargo, también somos cada vez más conscientes de que conocer las consecuencias negativas del negocio de los datos no es suficiente. Por mucho que sepamos cada vez más sobre qué implica exhibir nuestra vida y nuestros datos en las redes, no dejamos de hacerlo en nuestra vida cotidiana. De nuevo, como en tantas otras cosas, apelar a la razón no basta. Por el contrario, los análisis que planteemos deben atender también a la forma en que las plataformas digitales movilizan nuestro deseo. Algo que a su vez nos obliga a pensar cómo ese deseo se entrelaza con otras formas de subjetividad características de nuestro tiempo e irreductibles a la imagen del yo vigilado.
Uno de los ejemplos donde mejor podemos observar esta cuestión es en el caso de las redes sociales digitales. Como parte de la economía de los datos, el modelo de negocio de muchas de estas plataformas se basa en el monitoreo, rastreo y registro de nuestras interacciones diarias. Sin embargo, ése no es el único ingrediente. Esa enorme red de sensores no serviría de nada si estas plataformas no ofrecieran algo a cambio a los miles de usuarios que las utilizan diariamente. Algunos éxitos editoriales recientes, como el libro de Marta Peirano, apuntan que la clave reside en las técnicas sofisticadas que el marketing lleva desarrollando desde mediados del siglo XX. Visto así, si compañías como Facebook o Instagram han conseguido tanto éxito es por su capacidad para engancharnos. No obstante, además de estimularnos como consumidores, las plataformas también nos apelan de otras maneras. Una de ellas tiene que ver con la forma en que el individuo contemporáneo se subjetiva como una marca personal. Tendencia que además está estrechamente vinculada con una de las esferas de nuestra vida que más influye en la identidad personal: el trabajo.
Nadie diría hoy que implica lo mismo trabajar como rider que ser un cocinero que sube sus recetas a un canal de Youtube. Pero si algo une estas dos actividades tan distintas es la necesidad de mantener un perfil activo, popular y atractivo. Enfrentados a una legión de ávidos consumidores, tanto riders como youtubers se encuentran atados por un mismo miedo: una mala valoración, una pérdida súbita de seguidores, una crítica demoledora. Como si de un capítulo de Black Mirror se tratase, nuestra vida depende cada vez más de las cinco estrellitas.
No es nuevo decir que, tras décadas de neoliberalismo, la responsabilidad sobre el empleo descansa cada vez más sobre los propios individuos. Cada vez son más los programas educativos que añaden en sus currículos una nueva y apetecible competencia: la empleabilidad. En un contexto económico marcado por la precarización de las condiciones laborales y la exposición de la economía a una competición global, el trabajo ya no es una garantía de inserción social. Es un bien escaso por el que los individuos deben competir. En este contexto, es cada vez más común – especialmente en trabajos intelectuales y creativos – vernos obligados a construir nuestra propia identidad como si fuera una marca. Actuar al tiempo como una empresa personal y como un producto. En consecuencia, nos vemos obligados a pensar cuál puede ser nuestro aporte, nuestro valor diferencial. Y para ello hemos de realizar un trabajo personal que nos obliga a replantear continuamente nuestra identidad. Entre otras cosas, debemos encontrar un relato coherente que, convenientemente vinculado con aquella pasión que nos acompaña desde el nacimiento, nos ayude a convencer al resto de que merecemos una oportunidad. Solo necesitamos esfuerzo y empeño para realizar la gran misión histórica que nos espera. Decenas de reality shows como Maestros de la costura, Master Chef, Operación Triunfo o Got Talent nos lo recuerdan a diario. Tienes que creer en ti mismo.
Afortunadamente, las redes sociales digitales han llegado para facilitarnos esta labor. Por un lado, proporcionan un altavoz para todo aquel que pueda disponer de un ordenador y una conexión a Internet. Por otro lado, su diseño facilita algunas de las tareas necesarias para evaluar nuestro éxito como marca: los likes, los retweets, los seguidores o las visualizaciones representan la democratización de los índices de audiencia, ahora al alcance de cualquiera. Tal vez sea cierto que la accesibilidad de ese recurso que llamamos visibilidad no es tanta como parece, y que las plataformas tienen mucho más poder del que creemos a la hora de determinar lo que aparece públicamente y lo que queda oculto bajo el peso del ruido. Pero la realidad es que patrones de conducta que tradicionalmente asociábamos a ciertos grupos humanos como las celebrities se han extendido al común de los mortales. Y con ellos, también sus consecuencias. En este sentido, uno de los principales efectos de las redes sociales es que han contribuido a reforzar psicosocialmente hábitos y mentalidades que anteriormente pertenecían al mundo del trabajo. Si antes uno solo necesitaba aparecer como valioso en el contexto de una búsqueda de empleo, las plataformas solapan esta experiencia con nuestra cotidianeidad. Quizá como una pequeña resistencia frente a todo ello, hay quienes sienten la necesidad de crearse cuentas privadas, o quienes diferencian entre aquellas plataformas más para el trabajo y aquellas más íntimas. Resistimos como podemos.
Sin lugar a dudas, es posible conectar este fenómeno con tendencias anteriores, como el desarrollo del modelo económico posfordista o el auge del neoliberalismo. Pero no es menos cierto que los cambios tecnológicos vividos durante los últimos años también desempeñan un papel importante. Por eso, aunque su modelo de negocio y su infraestructura sirva principalmente a los propósitos del negocio de los datos, la realidad es que las redes sociales nos constituyen como algo más que sujetos vigilados. Y eso así porque, como artefactos sociotécnicos, se ensamblan con diversos procesos en función del contexto en el que se articulen. Precisamente por ello, ni siquiera la propia vigilancia puede entenderse de la misma forma en China que en España.
Entender las contradicciones de nuestra esfera pública demanda que sumemos otros factores a las dinámicas de vigilancia. Si no fuera así, sería más fácil desaparecer, desconectar o refugiarse bajo las redes de opacidad que algunos ya proponían hace años. Pero para muchos, esto es una posibilidad inasumible. Por decirlo con Butler, el problema es que estamos atrapados en unos marcos que nos imponen determinados códigos para ser reconocidos públicamente como sujetos. De ahí que desertar de las redes raramente se experimente como una liberación. Más bien, se vive como una puesta en riesgo: arriesgamos nuestra existencia social frente a la amenaza de la anonimia y el aislamiento, y arriesgamos nuestro valor de cambio frente a la amenaza de la precariedad y el desempleo. Dos experiencias importantes a considerar cuando pensamos en los efectos de red que generan las redes sociales digitales únicamente como un patrón de consumo.
Si es necesario politizar lo digital, también lo es porque no podemos caer en aquellas lecturas que simplifican nuestra obsesión por la hipervisibilidad. No es un eterno retorno al narcisismo, ni es la caída en desgracia de una generación incapaz de gestionar su intimidad en un mundo de pantallas. Frente a esas miradas moralizantes, el análisis social y político nos permite vincular estos fenómenos con una economía digital que mercantiliza todas nuestras interacciones. Una economía que, desde luego, guarda profundas relaciones con antiguas formas de control social y político. Pero una economía que también genera efectos que no siempre se derivan de su propio diseño. Para apreciarlos, es importante que la resistencia a la mercantilización de nuestras interacciones atienda a las causas sociales del éxito de las plataformas y se entreteja con otros procesos de transformación social. Esta contribución busca señalar algunas claves para ello, pero seguramente queden otras. Al fin y al cabo, la tarea de politizar lo digital exige también que nos hagamos cargo de pluralizar los diagnósticos. Algo que no es solo condición de nuestro éxito, sino también, la única forma de no dejar a nadie atrás.
Este texto se publica en el marco del debate que tuvo lugar en el seminario "Marx y El Capital en el mundo contemporáneo" entre Jesús Rodríguez y Manuel Romero a propósito del lugar de lo político en la teoría marxista.
¿En qué se debe basar, entonces, nuestro hacer político y sus distintos modos? He aquí la pregunta fundamental. La respuesta por la que aquí apostamos es la autonomía, la capacidad del grupo para dotarse de sus propias reglas independientemente de factores externos.
La transformación digital sigue hoy una dirección marcada por las políticas del momento, que favorecen la concentración empresarial, la extracción masiva y la acumulación de poder. Pero, como sucedió a principios del siglo pasado, estos criterios políticos pueden cambiarse.
En estas líneas comparto con las compañeras y compañeros de España algunas reflexiones sobre las elecciones del pasado 15 y 16 de mayo en Chile y su relación con la rebelión popular que se inició en octubre del 2019. Primeras impresiones que destilan optimismo por los resultados favorables para las fuerzas políticas transformadoras que obtuvieron la mayoría de los escaños en la Convención que redactará la nueva Constitución Política, una Convención con paridad de género y 17 representantes de los pueblos indígenas.
En el sistema semiológico de Barthes el mito se presenta como una potencia naturalizadora, una herramienta de normalización. Por eso, en su descripción de las lógicas de funcionamiento del mito hay todo un intento de impugnar la normalidad de los quehaceres cotidianos
Pese a que son siglos lo que nos separa de los escritos de Burke, su definición de lo sublime parece ajustarse al milímetro a la situación actual, y nos da las claves para entender por qué podemos experimentar placer estético en las consecuencias de una pandemia.
Como defendió Matt Colquhoun recientemente en su blog, la serie no es el capitalismo avanzando a través de la apropiación del sentimiento anticapitalista sino el sentimiento anticapitalista avanzando a través de la apropiación del capitalismo.
Cabe cuestionarse si a estos "liberales" alguna vez les importó algo más que su persona, si aquella condescendencia de clase no supone en realidad un brillante ejemplo de conciencia de clase –de clase privilegiada, por supuesto– a la que le duró demasiado el disfraz democrático y popular.
«Leí tu libro la semana pasada y me sentí como si saliera a tomar aire después de pasar mucho tiempo bajo el agua. Me gustaría agradecerle de todo corazón que haya expresado de forma tan elocuente casi todo lo que había que decir, y que haya proporcionado una razón para la esperanza, cuando yo estaba a punto de desesperar.»
Como dice Eva Illouz en el prólogo del libro de Horvat, parece que el capitalismo nos ha arrebatado la capacidad de amar de manera radical. Nos encontramos ante la imposibilidad de replantear un concepto que parece haber quedado diluido entre las crisis del neoliberalismo.
¿Qué pasa si dejamos de considerar a la propiedad como algo sagrado y “permanente”, que incluso trasciende al individuo (y su supuesto esfuerzo) hasta sus herederos, y empezamos a considerar que esta es imposible sin un complejo sistema de relaciones sociales colectivas que la sostiene desde su origen?
"La pandemia ha enfatizado enormemente una tendencia que ya se estaba dibujando: una condición de miedo a la corporeidad, me atrevería a decir, incluso, una sensibilización fóbica hacia el cuerpo del otro."
Este texto es un informe presentado el 20 de enero de 2017 en el marco de la sesión ¿Quiénes son los comunistas? de la Conferencia de Roma sobre el Comunismo. Fue publicado originalmente en italiano con el título Chi sono i comunisti en la página web del colectivo Euronomade, y traducido ahora al castellano por Manuel Romero.
Al igual que los Shelby, podemos contemplar nuestras sociedades y afirmar que las élites son despiadadas, crueles e insolidarias. Sin embargo, conviene separarse de ellos a la hora de configurar el futuro a perseguir, uno en el que no quepan egoísmos narcisistas ni tradiciones opresoras.
Los nuevos periodistas crecen sabiendo que su futuro es un campo de minas, estudian una carrera muy mal estructurada y muy exigente y, como recompensa a todo ese aguante, obtienen un puesto mal remunerado, tremendamente esclavo y, por supuesto, inestable y frágil.
«Muchas personas dicen que la experiencia de haber participado en un laboratorio ciudadano les cambió la vida»
Si necesitamos pensar lo que nos está ocurriendo, ¿no sería importante que reflexionáramos sobre si lo que está sucediendo solo corrobora nuestras categorías y plantillas previas o si marca una diferencia aún por establecer?
Hemos lanzado una batería de preguntas a distintos pensadores y pensadoras con el fin de acercarnos a un análisis no tanto de la crisis del coronavirus en sí, como de los distintos escenarios de futuro a que nos puede conducir su salida. Aquí las respuestas que nos ha dado Luciana Cadahia, filósofa argentina, autora de Mediaciones de lo sensible. Hacia una nueva economía crítica de los dispositivos (FCE, 2017) y El círculo mágico del Estado (Lengua de Trapo, 2019).
En definitiva, en el Manifiesto la ciencia le habla a la política como un cliente exigente que demanda aquellos servicios por los que paga. Esta posición no es nueva. Viene construyéndose desde hace décadas, en especial desde el mercado hacia el Estado.
En suma, Mercado y Estado no son términos antitéticos, sino necesariamente complementarios. Pero decimos más: no se trata sólo de considerar que ambas realidades son dependientes históricamente, sino de enfatizar que sus componentes estructurales están tan sumamente involucrados que sus contornos llegan a hacerse borrosos, hasta el punto de confundirse.
Hoy más que nunca necesitamos disponer de horizontes de futuro confiables, asegurar nuestras vidas -y no para cualquier forma de vida, sino para una que valga la pena ser vivida- como condición de posibilidad de cualquier forma de libertad política (pues sabemos que sin seguridad y confianza en el porvenir no hay libertad sino miedo y servidumbre).
Habitualmente se entiende que la ciencia ficción, precisamente por su carácter especulativo, es un género con una relación particular con el progresismo y la izquierda. Sin que esto sea necesariamente falso, la realidad es que la historia del género está llena de grandes figuras y obras notables con relación directa con posturas reaccionarias e incluso con el fanatismo religioso.
Si el ecologismo desea tener una incidencia real en las disputas políticas del futuro inmediato (y es imprescindible que la tenga) no puede pasar por alto las peculiaridades y temporalidades de las diversas esferas de lo humano.
¿No hay algo profundamente sospechoso en reflejar del lado de lo plebeyo la responsabilidad última del fascismo? ¿Por qué no encontramos, del lado de las élites, una imagen que pudiera tener el mismo peso simbólico? No es casual que el pueblo aparezca como el lugar de una sospecha y las élites queden, astutamente, sustraídas de la escena.
Las tesis que reproducimos a continuación fueron escritas por Bertolt Brecht en los años treinta, en el marco del debate con Gyorg Lukács sobre la definición de «realismo» en la literatura y el arte, así como el empleo del mismo por los artistas antifascistas.
¿tan importante es la relación que se da entre el mundo de lo lleno y de lo vaciado? Parece probable que sí, que sea necesario todo este despliegue orientado a disimular la naturaleza conflictiva de las relaciones sociales de lo vaciado, hacia dentro y hacia fuera, sobre todo porque todos los sujetos implicados arriesgan mucho en este juego.
El verano y las vacaciones se agotan, y también el tiempo libre para dedicar a la lectura, al cine o simplemente a no hacer nada. En el IECCS hemos recopilado algunos títulos de ensayos, novelas, películas y documentales para que puedas disfrutarlas durante el mes de agosto.
Series como 'Succession' sirven para detectar la corrosión del poder, la política y el dinero mientras nos deleitamos con las disfunciones psicológicas de sus protagonistas. Si la serie sirve para cartografiar el capitalismo multinacional es gracias a su efecto de “totalidad”.
Actualmente el debate se ha simplificado a partir de la categoría de "lo posmo", de manera que si te preocupa lo estético para construirte como sujeto, parece que estás abandonando la lucha de clases.
Las comunidades no se pueden descontextualizar de los modos de producción en las que están insertas, de las transformaciones que se producen y en las que son producidas por seres humanos en el paso de sus vidas.
«La literatura, para mí, está presente en cada momento, en cada detalle de lo cotidiano, está sucediendo todo el tiempo. Pero, al mismo tiempo, qué difícil es lograr una buena traducción de la vida a las palabras, de la mente a las palabras.»
Aquí las respuestas que nos ha dado Santiago Alba Rico, escritor, ensayista y filósofo, autor, entre otros, de Las reglas del caos. Apuntes para una antropología del mercado (Anagrama, 1995), Leer con niños (Caballo de Troya, 2007), Islamofobia: nosotros, los otros, el miedo (Icaria, 2015) y Ser o no ser (un cuerpo) (Seix Barral, 2017).
En este marco el ámbito de la cultura cobra especial importancia en la consecución de la hegemonía, proceso a través del cual se universalizan intereses y afectos, en palabras de Gramsci, “la conquista del poder cultural es previa a la del poder político”.
La guerra en Ucrania sitúa en un primer plano la importante dependencia energética exterior de la UE y aboga por una aceleración en el proceso de transición verde acometida en toda su extensión.
La idea de la compulsión a la repetición es muy poderosa y ha calado profundamente en nuestra cultura. Me gustaría argumentar que, históricamente, el marxismo ha experimentado cuatro neurosis importantes: la neurosis económica, la neurosis filosófica, la neurosis histórica y la neurosis cultural.
El valor de los libros de Peter Frase, Olin Wright y Aaron Bastani reside en su capacidad para darle la vuelta al famoso dictum de Jameson e imaginar que el neoliberalismo no existe. Hay una potencia afirmativa en esa negación que no es una cuestión menor.
La coyuntura tiene la singularidad de ser aquel momento sin el cual no se podrían visualizar ni reflexionar sobre determinados problemas políticos. Pensar la coyuntura implica, decía el epistemólogo crítico Hugo Zemelman, comprender el presente-potencial.
Con el verano liberamos algo de tiempo libre para dedicar a la lectura, al cine o simplemente a no hacer nada. En el IECCS hemos recopilado algunos títulos de ensayos y novelas para que podáis disfrutarlas durante el mes de agosto, y hacer así algo más ameno este calor insufrible.
La camaradería es el resultado de la solidaridad, del compromiso y de la disciplina. Es una práctica compleja, en la que se fracasa una vez para levantarse y fracasar mejor. A veces puede ser asfixiante, pero la mayor parte de las veces es liberadora. Somos nosotres en un sentido colectivo.
La afirmación de Wittgenstein de que no existe “aplicación” de una regla porque la instancia de aplicación es interna a la propia regla y, como consecuencia, la transforma, es totalmente válida como principio rector para escribir una tesis.
A pesar de la omnipresencia de este debate, es necesario cubrir una carencia fundamental de la mayoría de estos discursos: rebatir el desdén generalizado ––en gran parte de las ocasiones automático; en otras sencillamente visceral–– hacia la nostalgia y, en consecuencia, hacia su poso melancólico.
'Los olvidados. Ficción de un proletariado reaccionario' no es un libro más, descubre el hilo común del pensamiento reaccionario contemporáneo y, a la vez, hace un ejercicio de arqueología brillante para responder a las entelequias de un obrerismo que pretende invocar a una clase obrera que jamás existió.
En medio de una pandemia mundial -donde el proceso productivo neoliberal en el que ya vivíamos condiciona nuestra manera de sentir, relacionarnos y también curarnos-lo último que se permite es adolecer. Nuestras pérdidas son rápidas, ocultadas, secretas, dejan un duelo mudo, pero igual de profundo, es un duelo arrebatado.
El necro-liberalismo asume de forma explícita y obscena la imposibilidad de conjugar el mantenimiento de la vida con el mantenimiento del orden político y económico, de ahí que se caracterice por hacer gala y enarbolar sin complejo alguno la bandera del desprecio a la vida.
El video presidencial en inglés siguen revelando datos importantes del relato que el gobierno está cocinando, en él se resignifican dos de las imágenes con las que se ha caracterizado al régimen uribista de Duque: la del títere y la del hombre desconectado de la realidad.
La pregunta que tenemos que hacernos es si preferimos vivir peor para mantener ciertos negocios o apostamos por mejorar la vida y forzar un desplazamiento productivo hacia otros sectores. Claramente lo que tiene que primar es la calidad de vida y lo que tiene que adaptarse es el modelo productivo, no al revés.
De un tiempo a esta parte me interesan las figuraciones de clase. Historias que reivindican las formas de vida obreras, ficciones que no esencializan ni se edifican en el antagonismo social y que de algún modo liberan a la literatura obrera de sus tareas históricas.
¿Y si las plataformas y su modelo de explotación basado en la extracción de datos hubieran sido solo un impasse en el proceso de construcción del Internet que finalmente se estabilizará en el futuro?
Somos mucho más rentables como espectadores-consumidores de contenido en plataformas ya que, si la televisión entraba en nuestra casa para ofrecernos entretenimiento a cambio de un porcentaje de tiempo invertido en publicidad, esta nueva forma de extracción de beneficios entra directamente en nuestro cuerpo, para buscar beneficios en los datos derivados de nuestro comportamiento.
La crítica política y social se consiguió transmitir desde la crítica cultural, en una alianza estética de raigambre nietzscheana en la que la música era un elemento de transformación radical. Este nuevo paradigma no había sido aprovechado por la izquierda tradicional, que dejó pasar el impulso que esta revolución cultural había traído.
La serie es un éxito puesto que (re)construye cómo una ideología como la Alt-Right puede llegar a ser hegemónica y lo hace en una dialéctica constante con la realidad que vive la sociedad estadounidense y sus pilares racistas.
Disney no podría habernos ofrecido un simbolismo más explícito de su empresa ideológica: Una casa (propiedad privada) que requiere de nuevas, reformadas y más progresistas, formas dentro de la misma institución (familia) para poder recuperar la magia (herencia).
Si ya no vemos igual, ni desde los mismos dispositivos, si cada vez hay más oferta de productos audiovisuales y el fútbol no mueve ficha, corre el riesgo de quedarse fuera de los nuevos mercados del consumo audiovisual.
Creo que hay pocas definiciones más hermosas de democracia que aquella que reconoce no ser más que el esfuerzo que realizamos conjuntamente para definir a oscuras, acompañado por otros tan ciegos como nosotros mismos, qué es bueno y qué es malo.
El contexto Covid-19 nos trae un 'horror vacui' diferente, algo más angustiante que la patología psicológica conocida como 'fear of missing out' (FOMO), la posibilidad de que no nos estemos perdiendo nada porque nada está pasando y nada puede pasar.
El duelo, mientras haya recuerdo, afecto, es inevitable. La cuestión consiste en hacer un duelo sano, que sea llevable, en una existencia y una pérdida de la que el sujeto sea capaz de hacerse cargo.
Hay una creencia generalizada de que el progreso de la ciencia es imparable y de que la tecnología todo lo puede. No cabe en nuestras mentes, pero especialmente en la de nuestros gobernantes, que pueda haber límites biofísicos y energéticos a lo que somos capaces de hacer
El miedo de no saber qué demonios va a pasar con nuestra vida y con la de aquellos que queremos. El miedo de mirar al futuro y no saber qué esperar. El miedo de no ver un horizonte de posibilidad, sino un muro tras el cual no sabemos qué se esconde.
«Es necesario un nuevo movimiento internacionalista y pacifista que en los diferentes países movilice los intereses de las grandes mayorías, que exija la toma de acciones para prevenir conflictos, y en particular que se pongan fuertes límites a las armas nucleares.»
Este artículo fue publicado originalmente por Stuart Hall en la revista Universities & Left Review, en el otoño de 1958, un momento en el que las transformaciones del capitalismo y de la izquierda después de la Segunda Guerra Mundial estaban cambiando Gran Bretaña y el mundo para siempre. La traducción al español es de Manuel Romero.
Más que luchar por una u otra interpretación, una misión muy loable pero que para mí aún es dudosa en el ejercicio de la crítica cultural, la indefinición de lo afectivo nos debe conducir a identificar a qué anhelos desarticulados apela la cultura popular.
Realismo capitalista es –haciendo de lo complejo sencillez y de las respuestas fáciles preguntas difíciles– una de las grandes obras políticas de nuestro siglo, la que emite algunas lecciones fácilmente numerables para las políticas del “deseo poscapitalista” en el siglo XXI.
Gorriti es Filósofa, becaria doctoral CONICET y docente de la UNC. Autora de Nicos Poulantzas: una teoría materialista del Estado (Doble ciencia). Farrán es Filósofo, Investigador CONICET y docente de posgrado (Universidad Nacional de Córdoba). Autor de Badiou y Lacan: el anudamiento del sujeto (Prometeo), Nodal. Método, estado, sujeto (La cebra) y Nodaléctica (La Cebra).
La digitalización, que sigue un progreso exponencial según la ley de Moore, permite concebir, incluso a corto plazo, una sociedad en la que las máquinas realicen la mayor parte de las tareas, dejando a los humanos mucho tiempo para el autodesarrollo.