Este texto es un informe presentado el 20 de enero de 2017 en el marco de la sesión ¿Quiénes son los comunistas? de la Conferencia de Roma sobre el Comunismo. Fue publicado originalmente en italiano con el título Chi sono i comunisti en la página web del colectivo Euronomade, y traducido ahora al castellano por Manuel Romero.
¿Quiénes son los comunistas?
Son esas mujeres y esos hombres que abren las formas de vida a la liberación del trabajo y desarrollan las condiciones para una lucha revolucionaria continua con este fin y así inventan y construyen instituciones radicalmente democráticas, que podemos llamar instituciones de lo común. Mejor dicho, los comunistas son los que unen la revolución política y la liberación del trabajo, la institución de los bienes comunes y la emancipación de la producción de la vida del control capitalista.
Antes de argumentar esta definición, permítanme hacer algunas aclaraciones sobre ciertas tesis que pretenden refundar un discurso comunista, mientras que en cambio —en mi opinión— eliminan la posibilidad misma de hablar de comunismo.
1. En primer lugar, hay tesis que deshistorizan y desmaterializan, junto con la idea de poder, la del comunismo.
A menudo se trata de concepciones aferradas al pasado, a la ideología del «socialismo real», y no reconocen lo mucho que han cambiado el mundo del capital y las luchas por la liberación en la actualidad. Otras veces hay camaradas que, aunque reconocen el cambio en la composición técnica del trabajo vivo (frente al del industrialismo), se niegan a traducirlo en una idea adecuada de composición y organización política. Estos camaradas afirman la imposibilidad de esta traducción. Podemos admitir que no es fácil —como nada es fácil en este campo. Pero hic Rhodus hic salta: los obstáculos no se eligen, se superan. Evitando esta tarea, esos camaradas nunca podrán dislocar el choque del terreno de las contradicciones sociales al de la organización política. Persisten en pensar en el poder como un ejercicio genérico de mando y/o terror y ven la explotación como una esclavitud generalizada, reconociendo indebidamente toda condición productiva como una subespecie de la acumulación original, y reduciendo así la explotación a un mero ejercicio de violencia. Como si no estuviéramos en medio de un ciclo de transformación productiva y desarrollo tecnológico cuya complejidad hace imposible cualquier simplificación de mando. Ese mando inerva ahora la vida y es en ese terreno donde debe librarse el choque. Olvidan el hic et nunc de cualquier análisis crítico y confunden en el pasado cualquier proyecto de futuro. Acaban caricaturizando al proletariado como una fuerza indistinta, una multitud que necesita, desde el exterior, una inteligencia estratégica que la guíe. La insurrección la hace el proletariado desnudo; la hegemonía la establece el partido o la vanguardia o la élite.
A ello conduce la deshistorización y la desmaterialización del análisis.
2. De nuevo, no son comunistas los que, pretendiendo ser comunistas, piensan sin embargo que la alienación capitalista ha alcanzado, en el neoliberalismo, el alma y el cerebro de cada trabajador y que a estas alturas no hay producción de subjetividad más que la que el capital construye a través de su organización del trabajo, a veces consolidada por la acción del Estado.
¿Qué es lo que puede producir luchas y constituir una resistencia? ¿Qué puede resubjetivizar la acción revolucionaria? La brecha que surge aquí entre la fuerza subyugante del capital neoliberal y el poder reactivo del sujeto productivo, del precario, del proletario, es tan grande que la ruptura (hacer la revuelta y construir la acción revolucionaria) les parece imposible, inconquistable —o mejor dicho, la ruptura virtual según ellos está aplastada por una relación asimétrica imposible de desequilibrar. ¿Qué, en esta situación, puede devolver la fuerza subjetiva a la rebelión? Dicen: nada relacionado con la vida explotada, con el cuerpo de trabajo vencido y cansado, con el cerebro constreñido por el algoritmo. Solo un despertar radical, un acontecimiento intelectual y moral —afirman— permitirá repensar la democracia de forma revolucionaria. En resumen: nos salvará la imaginación, un deseo desmaterializado y desubjetivado, nacido en el vacío de la condición de sometimiento. Eso dicen. Pero esta concepción psicológica, inmaterial si no simplemente idealista, del renacimiento de la lucha comunista olvida lo esencial: la fuerza del trabajo vivo, protagonista de la producción. Porque el trabajo vivo es indivisible, produce e imagina al mismo tiempo, crea cosas y libera al cerebro para actuar. No se puede separar en dos, por un lado esclavo y por otro libre de imaginar. La subjetivación no cesa, ni siquiera cuando —sometido— se trabaja y se sufre. ¿Hay que ir a otra parte para rebelarse? ¿Pero en qué Grecia fantaseada puede encontrar su hábitat la institución imaginaria de la sociedad? ¿No es ahí, en las profundidades del trabajo vivo, es decir, en la vida misma, donde se produce la rebelión? El trabajo vivo subyugado, o subjetivamente activo, es a la vez la dureza de la producción y la virtualidad de la liberación. La desubjetivación no es una determinación aplicable al trabajo vivo. En definitiva, solo en el trabajo vivo se funda el ser comunista, en el trabajo vivo que se agita dentro de la materialidad de producir y vivir.
3. En tercer lugar, no son comunistas aquellos que piensan que no hay resistencia sino en términos de «destitución» del orden actual.
Cuando se habla de destitución se refieren a la voluntad de rechazar radicalmente cualquier relación con el poder y de emprender un éxodo de las propias condiciones de producción, como si poder y producción fueran sinónimos. Es evidente que este proyecto se presenta como una hipótesis extrema de desprendimiento de la materialidad de la vida y de separación abstracta de la esclavitud del capital. Implica una virtud y una decisión: una virtud sublime y una decisión vacía. Pero al hacerlo, la voluntad de destitución se apoya en el dispositivo paradójico de un gesto político puro e incondicional, y de un éxodo consumado y realizado. Y no cuestiona sus condiciones de realidad, que son muy diferentes. Lo que se constituye aquí es un verdadero ropaje ideológico que proviene de una apreciación tardía de la crisis actual de la dialéctica del capital y de una conciencia de la dificultad de unir operación productiva y acción revolucionaria que se da como desesperada. En este sentido, la destitución es lo contrario de la constitución, la voluntad destituyente es lo contrario del poder constituyente. Sin embargo, la idea de destitución no solo rechaza la posibilidad de la acción constituyente, sino que le atribuye la repetición del poder constituido, y para evitarlo propone el desplazamiento de la acción a un lugar donde el poder esté ausente. Pero esto se presenta como un gesto tan desmaterializado que impone un abandono del propio vivir —un gesto individual que conduce a una soledad afónica e improductiva— suponiendo que sea posible. Pero con esto, ¿no acaba la llamada dialéctica negativa resolviéndose en la propia supresión de producir? Pero suprimir la producción es suprimir la reproducción de la vida, dos actos que en la biopolítica ya no pueden separarse. El comunismo es apropiarse de la naturaleza y producir vida, de forma común y creativa.
4. Por último, quienes imaginan, en el ocaso de Occidente, que la liberación solo puede expresarse mediante el ejercicio de la violencia —y la caracterizan como un acontecimiento sacrificial y purificador— no son comunistas.
Aquí, la biopolítica de la crisis se traduce en una necropolítica catastrófica y escatológica. La destitución y la purificación se convierten en formas de liberación. La desesperación inerva una acción que se pretende comunista y que se ha vuelto tristemente sectaria, una acción que alcanza las exaltaciones del extremismo religioso. Ya no existe el paso de la lucha por la producción (y/o la reproducción) a la lucha política. Este pasaje está destruido. Aquí la lucha de clases se concibe como una guerra, una guerra en la que inmolarse... ¿para renacer? Pero la guerra de clases siempre ha sido algo más: ha sido el punto álgido en el que se ha impuesto un poder constituyente. La guerra de clases es la destrucción del enemigo para apropiarse del poder y, al mismo tiempo, un proceso constitutivo colectivo de construcción de nuevos sujetos éticos y políticos, de definición de nuevos lugares de decisión cooperativa, y fuente de nuevas pasiones y nuevas invenciones. La guerra de clases es la continuación de la lucha de clases, es la continuación de una política del hombre por el hombre.
Por lo tanto, volvemos a la cuestión de quiénes son los comunistas.
Aquí, en el contrapoder, nunca hay solo una respuesta de oposición al poder, sino que existe el futuro de un excedente: la común es el nombre de este excedente. Para avanzar en este sentido, los comunistas saben que si bien la explotación hoy se realiza de manera extractiva, involucra, a través de la cooperación productiva, al común producido. Por lo tanto, quieren reapropiarse de este común, tanto en las luchas por la producción como en las luchas por la reproducción. Los comunistas resisten a la explotación, coordinan a los compañeros en la huelga, ejercen el rechazo y el sabotaje del mando, construyen el contrapoder en la producción y la reproducción, en el trabajo y en la vida. La huelga social es el arma que organiza esta confrontación y esta lucha hoy en día. En la lucha social nace la lucha política.
Significa muchas cosas. En primer lugar, significa trasladar el control de la cooperación social de las manos de los jefes a las de los trabajadores sociales. Pero el cambio de mando es una operación ambigua porque el capital es móvil en su ocupación del espacio de producción. Y es líquido en su propuesta sobre la reproducción social. En segundo lugar, para los comunistas luchar significa poder penetrar en las mallas del control para romperlas y apropiarse del capital fijo. Me explico: hoy, el trabajo es esencialmente cognitivo, tiene la posibilidad de actuar con relativa autonomía dentro de los mecanismos productivos, y depende de mediaciones fluidas en el enfrentamiento que lo opone al capital. Por lo tanto, puede utilizar esta autonomía relativa y esta fluidez de mediación para apropiarse del capital fijo, para convertirse en una máquina dentro y contra la estructura maquínica de la explotación. El General Intellect es hoy el material sobre el que el capital construye la valorización. Es sobre el cerebro, hacia su reapropiación por el colectivo obrero que se orienta hoy la lucha. Finalmente, como esperaba Marx, «el verdadero capital fijo» ha resultado ser «el hombre». Así, al convertirse en máquina, la fuerza de trabajo se subjetiva —cuando decimos hombre-máquina, no decimos que la máquina ha absorbido al hombre, sino que, por el contrario, decimos que el hombre se ha enriquecido con capacidades maquínicas— el cuerpo y el cerebro del trabajador que ha hecho suya la inteligencia de la máquina, puede ahora volverse contra el amo. Este proceso de apropiación del capital fijo se ha producido siempre en la historia de la clase obrera, al menos desde que el trabajador se formó en la «gran industria»: incluso la antigua fábrica no podía funcionar sin la inteligencia del trabajador. Hoy en día, en la era postindustrial, el cuerpo y el cerebro del trabajador ya no son dóciles a la doma, al adiestramiento de los maestros; por el contrario, son más autónomos en la construcción de la cooperación y más independientes del mando organizativo. De hecho, el mando patronal ha salido de la fábrica, se ha reunido en el capital financiero, ciertamente nos envuelve, pero ya no nos determina desde dentro, se ha extendido por todas partes, pero precisamente por eso se ha ampliado el terreno de la resistencia y de las luchas. Su presencia es parasitaria porque siempre está en segundo lugar de la producción social cooperativa. Los trabajadores comunistas, como máquinas dentro y contra la máquina de producción y reproducción social, pueden así actuar de forma revolucionaria. Pero lo que es aún más importante es que, en esta condición, todo su movimiento dentro de la máquina de producción es también excedente: invención teórica, enriquecimiento de la vida y aproximación ontológica a un nuevo modo de producción. Cada movimiento dentro de los procesos capitalistas de extracción de lo común es inmediatamente una nueva forma de establecer lo común.
Al afirmar el trabajo como resistencia y contrapoder, los comunistas transforman la cooperación productiva en una institución común. La historia del movimiento obrero nos recuerda cómo en los soviets los comunistas encontraron el órgano de una revolución a la vez política y productiva. Decir «poder constituyente comunista» es encontrar la clave de esta doble revolución. Y si ya hemos dicho algo sobre la necesidad de un nuevo modo de producción, y la posibilidad de construirlo, ahora debemos decir qué significa el otro aspecto, el aspecto político, del soviet en la revolución. ¿Qué significa hoy en día soviet? Significa construir instituciones que extraen su fuerza, su legitimidad, no de la voluntad de un soberano, sino de la voluntad de quienes las han producido. Las instituciones del común son instituciones no soberanas, no conocen ni la trascendencia ni la separación, conocen toda la inmanencia del poder constituyente. Y este ejercicio del poder constituyente no debe verse simplemente como un acontecimiento. No constituye una excepción, sino que representa un excedente que surge de la larga acumulación de luchas, guerras y formas de vida de los trabajadores. Es una plenitud de vida. Y la toma del poder es siempre lo segundo porque primero está siempre la apropiación de lo común.
Antes lo llamábamos partido, ahora preferimos llamarlo empresa. ¿Podemos arrancar esta palabra del léxico liberal? Creo que sí. Porque emprender significa poner en marcha. Empresa política significa, pues, a diferencia de lo que quería el partido, es decir, representar la hegemonía de una vanguardia, extraer, producir la hegemonía de los miles de movimientos que componen lo social y determinar sus articulaciones tácticas: ponerlos en acción. La empresa política de la multitud reúne y coordina las mil almas de los movimientos y construye la táctica, la gestión pragmática de las luchas —es un arma nacida del cuerpo transversal de la multitud, de su cualidad estratégica. Los pobres, los explotados, los dominados: la empresa de la multitud los reúne a todos, no porque sean simplemente un otro necesitado, sino porque son constitutivos de un «Nosotros» deseante. Aquí no se puede decir que nadie sea improductivo. Precisamente por ello, la idea de multitud exige su reconocimiento en forma de renta incondicional de existencia. La construcción de esta empresa/partido es la tarea fundamental de los comunistas de hoy. Construyen la empresa atravesando las redes de insubordinación social y desarrollándolas de forma autónoma. En resumen: como decía Lenin «comunismo = soviet + electrificación», nosotros decimos «comunismo = soviet + producción social»; y como Lenin dijo «todo el poder a los soviets a través del partido», nosotros decimos «todo el poder a la empresa del "Nosotros"».
La globalización fue el efecto de un siglo de lucha y representó una gran victoria proletaria. La globalización permitió a millones y millones de hombres del Tercer Mundo escapar de la inanición y les dio la fuerza para cruzar la tierra y venir al Primer Mundo a vivir como iguales. Pero incluso para los proletarios del Primer Mundo, la globalización se ha convertido en una forma de vida que debe romper con toda identidad nacional bárbara y permitirles vivir en la multitud y conquistar y experimentar en ella una nueva forma de vida, igual y colectiva, es decir, común. Los comunistas solo pueden organizarse en el ámbito internacional, porque solo a este nivel se puede atacar y derrotar eficazmente al capital. La globalización no tiene vuelta atrás. Cualquier mirada hacia atrás nos hace perder el objetivo de la lucha: la destrucción del capital internacionalizado, sus bancos privados globalizados y sus bancos continentales nacionalizados.
La lucha que puede reunir a todas las demás es la lucha contra el mando globalizado del capital. Esto es lo que buscan los comunistas.
Informe presentado el 20 de enero de 2017 en el marco de la sesión ¿Quiénes son los comunistas? de la Conferencia de Roma sobre el Comunismo.
Publicado originalmente el 24 de enero de 2017 en: http://www.euronomade.info/?p=8701
Se puede ver la intervención completa haciendo click aquí: https://www.youtube.com/watch?v=rz9hdhGUuvI&t=2569s&ab_channel=EdEmeryFilmArchive
Si ya no vemos igual, ni desde los mismos dispositivos, si cada vez hay más oferta de productos audiovisuales y el fútbol no mueve ficha, corre el riesgo de quedarse fuera de los nuevos mercados del consumo audiovisual.
En definitiva, en el Manifiesto la ciencia le habla a la política como un cliente exigente que demanda aquellos servicios por los que paga. Esta posición no es nueva. Viene construyéndose desde hace décadas, en especial desde el mercado hacia el Estado.
Al igual que los Shelby, podemos contemplar nuestras sociedades y afirmar que las élites son despiadadas, crueles e insolidarias. Sin embargo, conviene separarse de ellos a la hora de configurar el futuro a perseguir, uno en el que no quepan egoísmos narcisistas ni tradiciones opresoras.
Hoy más que nunca necesitamos disponer de horizontes de futuro confiables, asegurar nuestras vidas -y no para cualquier forma de vida, sino para una que valga la pena ser vivida- como condición de posibilidad de cualquier forma de libertad política (pues sabemos que sin seguridad y confianza en el porvenir no hay libertad sino miedo y servidumbre).
Realismo capitalista es –haciendo de lo complejo sencillez y de las respuestas fáciles preguntas difíciles– una de las grandes obras políticas de nuestro siglo, la que emite algunas lecciones fácilmente numerables para las políticas del “deseo poscapitalista” en el siglo XXI.
Este texto se publica en el marco del debate que tuvo lugar en el seminario "Marx y El Capital en el mundo contemporáneo" entre Jesús Rodríguez y Manuel Romero a propósito del lugar de lo político en la teoría marxista.
Como defendió Matt Colquhoun recientemente en su blog, la serie no es el capitalismo avanzando a través de la apropiación del sentimiento anticapitalista sino el sentimiento anticapitalista avanzando a través de la apropiación del capitalismo.
Habitualmente se entiende que la ciencia ficción, precisamente por su carácter especulativo, es un género con una relación particular con el progresismo y la izquierda. Sin que esto sea necesariamente falso, la realidad es que la historia del género está llena de grandes figuras y obras notables con relación directa con posturas reaccionarias e incluso con el fanatismo religioso.
«La literatura, para mí, está presente en cada momento, en cada detalle de lo cotidiano, está sucediendo todo el tiempo. Pero, al mismo tiempo, qué difícil es lograr una buena traducción de la vida a las palabras, de la mente a las palabras.»
¿No hay algo profundamente sospechoso en reflejar del lado de lo plebeyo la responsabilidad última del fascismo? ¿Por qué no encontramos, del lado de las élites, una imagen que pudiera tener el mismo peso simbólico? No es casual que el pueblo aparezca como el lugar de una sospecha y las élites queden, astutamente, sustraídas de la escena.
El pensamiento de Davis, como buen materialista y marxista, operaba en continuo diálogo con el ruido del presente, con sus obstáculos, sus rugosidades y pliegues, sus pervivencias, sus proyecciones y posibilidades.
De un tiempo a esta parte me interesan las figuraciones de clase. Historias que reivindican las formas de vida obreras, ficciones que no esencializan ni se edifican en el antagonismo social y que de algún modo liberan a la literatura obrera de sus tareas históricas.
¿En qué se debe basar, entonces, nuestro hacer político y sus distintos modos? He aquí la pregunta fundamental. La respuesta por la que aquí apostamos es la autonomía, la capacidad del grupo para dotarse de sus propias reglas independientemente de factores externos.
La afirmación de Wittgenstein de que no existe “aplicación” de una regla porque la instancia de aplicación es interna a la propia regla y, como consecuencia, la transforma, es totalmente válida como principio rector para escribir una tesis.
A pesar de la omnipresencia de este debate, es necesario cubrir una carencia fundamental de la mayoría de estos discursos: rebatir el desdén generalizado ––en gran parte de las ocasiones automático; en otras sencillamente visceral–– hacia la nostalgia y, en consecuencia, hacia su poso melancólico.
Las comunidades no se pueden descontextualizar de los modos de producción en las que están insertas, de las transformaciones que se producen y en las que son producidas por seres humanos en el paso de sus vidas.
¿Y si las plataformas y su modelo de explotación basado en la extracción de datos hubieran sido solo un impasse en el proceso de construcción del Internet que finalmente se estabilizará en el futuro?
La crítica política y social se consiguió transmitir desde la crítica cultural, en una alianza estética de raigambre nietzscheana en la que la música era un elemento de transformación radical. Este nuevo paradigma no había sido aprovechado por la izquierda tradicional, que dejó pasar el impulso que esta revolución cultural había traído.
Este artículo fue publicado originalmente por Stuart Hall en la revista Universities & Left Review, en el otoño de 1958, un momento en el que las transformaciones del capitalismo y de la izquierda después de la Segunda Guerra Mundial estaban cambiando Gran Bretaña y el mundo para siempre. La traducción al español es de Manuel Romero.
«Muchas personas dicen que la experiencia de haber participado en un laboratorio ciudadano les cambió la vida»
Gorriti es Filósofa, becaria doctoral CONICET y docente de la UNC. Autora de Nicos Poulantzas: una teoría materialista del Estado (Doble ciencia). Farrán es Filósofo, Investigador CONICET y docente de posgrado (Universidad Nacional de Córdoba). Autor de Badiou y Lacan: el anudamiento del sujeto (Prometeo), Nodal. Método, estado, sujeto (La cebra) y Nodaléctica (La Cebra).
Como dice Eva Illouz en el prólogo del libro de Horvat, parece que el capitalismo nos ha arrebatado la capacidad de amar de manera radical. Nos encontramos ante la imposibilidad de replantear un concepto que parece haber quedado diluido entre las crisis del neoliberalismo.
La guerra en Ucrania sitúa en un primer plano la importante dependencia energética exterior de la UE y aboga por una aceleración en el proceso de transición verde acometida en toda su extensión.
No es nuevo decir que, tras décadas de neoliberalismo, la responsabilidad sobre el empleo descansa cada vez más sobre los propios individuos. Cada vez son más los programas educativos que añaden en sus currículos una nueva y apetecible competencia: la empleabilidad.
El necro-liberalismo asume de forma explícita y obscena la imposibilidad de conjugar el mantenimiento de la vida con el mantenimiento del orden político y económico, de ahí que se caracterice por hacer gala y enarbolar sin complejo alguno la bandera del desprecio a la vida.
El video presidencial en inglés siguen revelando datos importantes del relato que el gobierno está cocinando, en él se resignifican dos de las imágenes con las que se ha caracterizado al régimen uribista de Duque: la del títere y la del hombre desconectado de la realidad.
La pregunta que tenemos que hacernos es si preferimos vivir peor para mantener ciertos negocios o apostamos por mejorar la vida y forzar un desplazamiento productivo hacia otros sectores. Claramente lo que tiene que primar es la calidad de vida y lo que tiene que adaptarse es el modelo productivo, no al revés.
¿tan importante es la relación que se da entre el mundo de lo lleno y de lo vaciado? Parece probable que sí, que sea necesario todo este despliegue orientado a disimular la naturaleza conflictiva de las relaciones sociales de lo vaciado, hacia dentro y hacia fuera, sobre todo porque todos los sujetos implicados arriesgan mucho en este juego.
El duelo, mientras haya recuerdo, afecto, es inevitable. La cuestión consiste en hacer un duelo sano, que sea llevable, en una existencia y una pérdida de la que el sujeto sea capaz de hacerse cargo.
Creo que hay pocas definiciones más hermosas de democracia que aquella que reconoce no ser más que el esfuerzo que realizamos conjuntamente para definir a oscuras, acompañado por otros tan ciegos como nosotros mismos, qué es bueno y qué es malo.
Disney no podría habernos ofrecido un simbolismo más explícito de su empresa ideológica: Una casa (propiedad privada) que requiere de nuevas, reformadas y más progresistas, formas dentro de la misma institución (familia) para poder recuperar la magia (herencia).
En suma, Mercado y Estado no son términos antitéticos, sino necesariamente complementarios. Pero decimos más: no se trata sólo de considerar que ambas realidades son dependientes históricamente, sino de enfatizar que sus componentes estructurales están tan sumamente involucrados que sus contornos llegan a hacerse borrosos, hasta el punto de confundirse.
En estas líneas comparto con las compañeras y compañeros de España algunas reflexiones sobre las elecciones del pasado 15 y 16 de mayo en Chile y su relación con la rebelión popular que se inició en octubre del 2019. Primeras impresiones que destilan optimismo por los resultados favorables para las fuerzas políticas transformadoras que obtuvieron la mayoría de los escaños en la Convención que redactará la nueva Constitución Política, una Convención con paridad de género y 17 representantes de los pueblos indígenas.
Más que luchar por una u otra interpretación, una misión muy loable pero que para mí aún es dudosa en el ejercicio de la crítica cultural, la indefinición de lo afectivo nos debe conducir a identificar a qué anhelos desarticulados apela la cultura popular.
Si necesitamos pensar lo que nos está ocurriendo, ¿no sería importante que reflexionáramos sobre si lo que está sucediendo solo corrobora nuestras categorías y plantillas previas o si marca una diferencia aún por establecer?
¿Qué pasa si dejamos de considerar a la propiedad como algo sagrado y “permanente”, que incluso trasciende al individuo (y su supuesto esfuerzo) hasta sus herederos, y empezamos a considerar que esta es imposible sin un complejo sistema de relaciones sociales colectivas que la sostiene desde su origen?
La coyuntura tiene la singularidad de ser aquel momento sin el cual no se podrían visualizar ni reflexionar sobre determinados problemas políticos. Pensar la coyuntura implica, decía el epistemólogo crítico Hugo Zemelman, comprender el presente-potencial.
Si el ecologismo desea tener una incidencia real en las disputas políticas del futuro inmediato (y es imprescindible que la tenga) no puede pasar por alto las peculiaridades y temporalidades de las diversas esferas de lo humano.
El contexto Covid-19 nos trae un 'horror vacui' diferente, algo más angustiante que la patología psicológica conocida como 'fear of missing out' (FOMO), la posibilidad de que no nos estemos perdiendo nada porque nada está pasando y nada puede pasar.
"La pandemia ha enfatizado enormemente una tendencia que ya se estaba dibujando: una condición de miedo a la corporeidad, me atrevería a decir, incluso, una sensibilización fóbica hacia el cuerpo del otro."
En este marco el ámbito de la cultura cobra especial importancia en la consecución de la hegemonía, proceso a través del cual se universalizan intereses y afectos, en palabras de Gramsci, “la conquista del poder cultural es previa a la del poder político”.
Cabe cuestionarse si a estos "liberales" alguna vez les importó algo más que su persona, si aquella condescendencia de clase no supone en realidad un brillante ejemplo de conciencia de clase –de clase privilegiada, por supuesto– a la que le duró demasiado el disfraz democrático y popular.
En el sistema semiológico de Barthes el mito se presenta como una potencia naturalizadora, una herramienta de normalización. Por eso, en su descripción de las lógicas de funcionamiento del mito hay todo un intento de impugnar la normalidad de los quehaceres cotidianos
'Los olvidados. Ficción de un proletariado reaccionario' no es un libro más, descubre el hilo común del pensamiento reaccionario contemporáneo y, a la vez, hace un ejercicio de arqueología brillante para responder a las entelequias de un obrerismo que pretende invocar a una clase obrera que jamás existió.
Las tesis que reproducimos a continuación fueron escritas por Bertolt Brecht en los años treinta, en el marco del debate con Gyorg Lukács sobre la definición de «realismo» en la literatura y el arte, así como el empleo del mismo por los artistas antifascistas.
Con el verano liberamos algo de tiempo libre para dedicar a la lectura, al cine o simplemente a no hacer nada. En el IECCS hemos recopilado algunos títulos de ensayos y novelas para que podáis disfrutarlas durante el mes de agosto, y hacer así algo más ameno este calor insufrible.
Hemos lanzado una batería de preguntas a distintos pensadores y pensadoras con el fin de acercarnos a un análisis no tanto de la crisis del coronavirus en sí, como de los distintos escenarios de futuro a que nos puede conducir su salida. Aquí las respuestas que nos ha dado Luciana Cadahia, filósofa argentina, autora de Mediaciones de lo sensible. Hacia una nueva economía crítica de los dispositivos (FCE, 2017) y El círculo mágico del Estado (Lengua de Trapo, 2019).
El valor de los libros de Peter Frase, Olin Wright y Aaron Bastani reside en su capacidad para darle la vuelta al famoso dictum de Jameson e imaginar que el neoliberalismo no existe. Hay una potencia afirmativa en esa negación que no es una cuestión menor.
Somos mucho más rentables como espectadores-consumidores de contenido en plataformas ya que, si la televisión entraba en nuestra casa para ofrecernos entretenimiento a cambio de un porcentaje de tiempo invertido en publicidad, esta nueva forma de extracción de beneficios entra directamente en nuestro cuerpo, para buscar beneficios en los datos derivados de nuestro comportamiento.
Los nuevos periodistas crecen sabiendo que su futuro es un campo de minas, estudian una carrera muy mal estructurada y muy exigente y, como recompensa a todo ese aguante, obtienen un puesto mal remunerado, tremendamente esclavo y, por supuesto, inestable y frágil.
La transformación digital sigue hoy una dirección marcada por las políticas del momento, que favorecen la concentración empresarial, la extracción masiva y la acumulación de poder. Pero, como sucedió a principios del siglo pasado, estos criterios políticos pueden cambiarse.
Series como 'Succession' sirven para detectar la corrosión del poder, la política y el dinero mientras nos deleitamos con las disfunciones psicológicas de sus protagonistas. Si la serie sirve para cartografiar el capitalismo multinacional es gracias a su efecto de “totalidad”.
La serie es un éxito puesto que (re)construye cómo una ideología como la Alt-Right puede llegar a ser hegemónica y lo hace en una dialéctica constante con la realidad que vive la sociedad estadounidense y sus pilares racistas.
Hay una creencia generalizada de que el progreso de la ciencia es imparable y de que la tecnología todo lo puede. No cabe en nuestras mentes, pero especialmente en la de nuestros gobernantes, que pueda haber límites biofísicos y energéticos a lo que somos capaces de hacer
La camaradería es el resultado de la solidaridad, del compromiso y de la disciplina. Es una práctica compleja, en la que se fracasa una vez para levantarse y fracasar mejor. A veces puede ser asfixiante, pero la mayor parte de las veces es liberadora. Somos nosotres en un sentido colectivo.
El miedo de no saber qué demonios va a pasar con nuestra vida y con la de aquellos que queremos. El miedo de mirar al futuro y no saber qué esperar. El miedo de no ver un horizonte de posibilidad, sino un muro tras el cual no sabemos qué se esconde.
«Es necesario un nuevo movimiento internacionalista y pacifista que en los diferentes países movilice los intereses de las grandes mayorías, que exija la toma de acciones para prevenir conflictos, y en particular que se pongan fuertes límites a las armas nucleares.»
La digitalización, que sigue un progreso exponencial según la ley de Moore, permite concebir, incluso a corto plazo, una sociedad en la que las máquinas realicen la mayor parte de las tareas, dejando a los humanos mucho tiempo para el autodesarrollo.
Pese a que son siglos lo que nos separa de los escritos de Burke, su definición de lo sublime parece ajustarse al milímetro a la situación actual, y nos da las claves para entender por qué podemos experimentar placer estético en las consecuencias de una pandemia.
En medio de una pandemia mundial -donde el proceso productivo neoliberal en el que ya vivíamos condiciona nuestra manera de sentir, relacionarnos y también curarnos-lo último que se permite es adolecer. Nuestras pérdidas son rápidas, ocultadas, secretas, dejan un duelo mudo, pero igual de profundo, es un duelo arrebatado.
Actualmente el debate se ha simplificado a partir de la categoría de "lo posmo", de manera que si te preocupa lo estético para construirte como sujeto, parece que estás abandonando la lucha de clases.
Aquí las respuestas que nos ha dado Santiago Alba Rico, escritor, ensayista y filósofo, autor, entre otros, de Las reglas del caos. Apuntes para una antropología del mercado (Anagrama, 1995), Leer con niños (Caballo de Troya, 2007), Islamofobia: nosotros, los otros, el miedo (Icaria, 2015) y Ser o no ser (un cuerpo) (Seix Barral, 2017).
El verano y las vacaciones se agotan, y también el tiempo libre para dedicar a la lectura, al cine o simplemente a no hacer nada. En el IECCS hemos recopilado algunos títulos de ensayos, novelas, películas y documentales para que puedas disfrutarlas durante el mes de agosto.
«Leí tu libro la semana pasada y me sentí como si saliera a tomar aire después de pasar mucho tiempo bajo el agua. Me gustaría agradecerle de todo corazón que haya expresado de forma tan elocuente casi todo lo que había que decir, y que haya proporcionado una razón para la esperanza, cuando yo estaba a punto de desesperar.»