Al igual que los Shelby, podemos contemplar nuestras sociedades y afirmar que las élites son despiadadas, crueles e insolidarias. Sin embargo, conviene separarse de ellos a la hora de configurar el futuro a perseguir, uno en el que no quepan egoísmos narcisistas ni tradiciones opresoras.
Dice Marx en el Libro I de El Capital que este «nace goteando sangre y porquería de pies a cabeza, por todos los poros». Con ello se refiere a la violencia característica de los procesos que, desde finales del siglo XV, permitieron la expropiación y acumulación originaria de propiedades terrenales por parte de la alta burguesía y antiguos miembros de la nobleza para dar comienzo a los procesos de conversión de dinero en capital y creación de plusvalía. Con ello, se forzaba a la población rural a trasladarse a las ciudades donde debían ejercer de manera obligada en tanto que trabajadores asalariados. Habla así Marx del “pecado original”, de «los momentos en los que grandes masas de hombres son separadas repentina y violentamente de sus medios de subsistencia y lanzadas al mercado de trabajo en condición de proscritos proletarios». La violencia capitalista no se limitó a enajenar a los campesinos de las pequeñas tierras que les concedían libertad: más allá de forzarlos a trasladarse a los suburbios que comenzaban a formarse en las periferias industriales, el Estado burgués se encargaba de castigar violenta y públicamente a quienes, no pudiendo encontrar trabajo, se viesen relegados a la vida de mendicidad. «El pueblo rural, violentamente expropiado de la tierra, expulsado y convertido en vagabundo, fue forzado a una disciplina necesaria para el sistema del trabajo asalariado mediante leyes grotescoterroristas, mediante el látigo, el hierro al rojo, el tormento». Concluye pues Marx que «en el proceso de la producción capitalista se desarrolla una clase trabajadora que por educación, tradición y costumbre reconoce como leyes naturales evidentes las exigencias de ese modo de producción».
Este es el inicio del proceso de creación no solo de las condiciones netamente materiales de posibilidad del desarrollo capitalista, sino también de las condiciones culturales y de conciencia necesarias para contar con una masa de trabajadores asalariados que llegue a aceptar el principio de realidad que el capitalismo configura. Si siguiésemos esta actividad hasta nuestros días veríamos que, como apunta Wendy Brown:
«Los débiles restos de la conciencia son tomados por la razón del mercado y los requerimientos del mercado. Lo real es tanto lo racional como lo moral. El capitalismo, como principio de realidad imperativo y orden moral al mismo tiempo, se vuelve a la vez necesidad, autoridad y moral; cubriendo todas las esferas e inmune a la crítica, a pesar de sus devastaciones, incoherencias e inestabilidad manifiestas. No hay alternativa».
De la inevitabilidad del trabajo asalariado en el capitalismo incipiente a la mercantilización de cada aspecto de nuestra vida en el neoliberalismo. Sobre ello, la visión del enriquecimiento económico como única vía emancipatoria posible, con una libertad individual, excluyente y en disputa. Tal es el recorrido del principio de realidad capitalista. La asunción del terreno económico y de la acumulación de capital como único medio de liberación de los oprimidos, y el nihilismo que a tal creencia subyace, es uno de los dos asuntos claves que, junto a la cuestión identitaria y étnica en el Reino Unido, se abordan en la serie Peaky Blinders.
Los Shelby son una familia de gitanos travellers de Small Heath, que en la serie se presenta como una barriada obrera y periférica de Birminghan. Son cinco hermanos de los que los tres varones mayores, Arthur, Thomas y John, han servido como voluntarios en el Ejército Británico durante la Gran Guerra. A través de ellos, y especialmente de Thomas, a efectos prácticos cabeza de familia, se revelan los diversos traumas, secuelas y resentimientos que arrastran desde un conflicto bélico del que han regresado traicionados, decepcionados y al mismo tiempo escarmentados sobre lo que son en realidad su país y la sociedad capitalista. Se presentan a este efecto numerosos simbolismos, como el del contraste entre la Caballería, donde servían los señoritos ingleses “de bien”, y la Infantería, a la que ellos, como todos los miembros de clases trabajadoras, fueron a parar y donde los sacrificios, batallas y conflictos enfrentados fueron mucho mayores.
Imbuido de ese cinismo «realista» que los terrores de la guerra se han encargado de implantarle, Thomas Shelby regresa a casa decidido a levantar un imperio familiar económico con un objetivo aparentemente claro: garantizar que nunca jamás ningún miembro de su familia tenga que combatir en otra guerra en el lugar de los señoritos que pueden comprarse su puesto alejado del frente. Pero esa preocupación bélica transciende a todos los ámbitos de opresión que la familia ha sufrido por la economía capitalista y el Estado. Numerosas escenas así lo transmiten. Un ejemplo lo encontramos en una conversación entre su hermana Ada, embarazada, y la tía Polly, que añora a los hijos que el Estado le retiró con cierta arbitrariedad para terminar tranquilizando a su sobrina al recordarle que, gracias a los esfuerzos de Thomas y toda la familia, esos tiempos de preocupación ya han pasado, pues «Tommy sabe que tienes que ser tan malo como ellos si quieres sobrevivir». Gracias a ese carácter despiadado que tomarán en su lucha por la acumulación, la familia Shelby alcanzará en apenas una década un estatus de relativa inviolabilidad que resultaría impensable para una humilde familia gitana de barriada obrera cuyas actividades parecen en un inicio limitadas a la organización de apuestas ilegales.
Thomas Shelby regresa de Verdún y Somme traumatizado por la violencia de los Estados capitalistas. Descarta cualquier posibilidad de transformar esa realidad a través de la política o de luchas revolucionarias en las que había creído antes de la guerra. Acepta, pues, el sistema social existente, el capitalismo, y la acumulación fundamentada en la violencia y el crimen que en dicho sistema se presenta como único camino factible de liberación. Ese es su cinismo nihilista, equiparable al que Wendy Brown describe en el extracto arriba citado, por el que todo lo existente se convierte en todo lo posible.
La guerra, además de aniquilar cualquier esperanza utópica, también le ha demostrado que ni la honestidad ni el esfuerzo obrero llevan a ninguna liberación o recompensa en el capitalismo. En sus momentos de conflicto moral regresa al establo o a la escombrera cual esforzado a la par que empobrecido trabajador honesto, con la intención de «recordar quién sería, de no ser por lo que soy». La guerra, en fin, supone el punto de inflexión en la (a)moralidad de Thomas Shelby. Él y su familia juegan todas sus cartas a ese proceso de «sangre y porquería» de acumulación del capital. Y deciden que no importa la moral que les quede, sino la libertad que puedan recabar para sí mismos.
Con todo ello, la serie desgaja y muestra, reluciente en su miseria, el sustrato violento sobre el que se levantan las sociedades capitalistas, incompatibles con el mito de espontaneidad y armonía tan insistentemente imaginado por sus ideólogos. Sin embargo, aún pareciera que el mercado, una vez aceptados sus cuestionables métodos, sí permitiese el enriquecimiento y la movilidad entre clases sociales en función del sacrificio asumido, más allá de que este fuera en sí mismo moral o no. Si bien ese camino de «libertad» sería de por sí sangriento, costoso y doloroso, cuestionando su mismo carácter de liberación, lo cierto es que el punto final de esa senda tampoco termina de conceder la emancipación prometida. Pues todo orden de sometimiento económico cuenta con otros elementos opresores accesorios a la economía que blindan una restricción efectiva de la élite con respecto a sus posibles outsiders. Y esa línea demarcatoria consiste en las identidades que toda opresión genera, tanto para oprimidos como para opresores.
Durante la larga década que recorre la serie desde su primera temporada hasta la quinta, los miembros de la familia Shelby se enorgullecen de definirse a sí mismos como clase obrera (working class), en busca de una autodemarcación que los distinga de los enemigos que se van encontrando en sus aventuras, amorales creadores del nihilismo capitalista. El ya mencionado nihilismo se refiere a una profunda devaluación de los valores y su desvinculación de sus fundamentos morales que, en el mundo actual, dice Wendy Brown, se genera por ejemplo «cuando un discurso de MLK Jr. sobre la función pública es usado para publicitar camionetas Dodge». Esta situación, tal y como es trasladada por los guionistas al Reino Unido de entreguerras de los Shelby, era producida por cada uno de los enemigos que se van encontrando los protagonistas: un Estado “democrático” que asesina y tortura en sus prisiones; párrocos pedófilos; nobles georgianos huidos de la revolución soviética y que dedican su “crudo” exilio a organizar fiestas sexuales; otros nobles, en este caso británicos, replegados en el fascismo para enfrentar el avance del sindicalismo “antidemocrático”… incluso parte de la mafia italiana, único rival de los Shelby que puede compartir unos orígenes de barriada obrera, se presenta como un grupo de enriquecidos bandidos de guante blanco que guardan una distancia avergonzada con respecto a su pasado de clase y que en su intentar ser algo que no son transmiten igualmente un patetismo considerable.
Thomas Shelby es un hombre que ha escapado del trabajo asalariado y la explotación salarial para convertirse precisamente en el nuevo explotador, en el patrón de la fábrica de automóviles y material militar; Thomas Shelby, OBE, diputado de la Cámara de los Comunes, doble agente en nombre del Rey y principal suministrador de material bélico para el Ejército Imperial Británico, un hombre que se codea con individuos de la talla de Winston Churchill… y que, sin embargo, añora su barriada sucia y maloliente, su humilde y apretado apartamento, incluso la carreta gitana de la vida nómada que su madre y compañeros aparcaron para asentarse en el sur de Birminghan. ¿Cómo es esto posible?
Recordemos los aportes de Foucault sobre la generación y perpetuación de las identidades a través de los sistemas jurídicos de poder. Los Shelby son una familia de gitanos mestizos, de madre gitana y padre que bien pertenecería al lumpenproletariado. El propio Thomas le reconoce a Winston Churchill que no tiene cartilla de nacimiento, una de las últimas herencias de esa identidad nómada que, lentamente, fue incorporando las características de la identidad obrera. Los Shelby descienden de un pueblo históricamente marginado por los Estados europeos en ese proceso que más arriba explicaba Marx. Mantienen una identidad nacida de la marginación legal y de la ausencia de reconocimiento a su existencia cultural.
De igual modo, como viejos vecinos de Small Heath que se han manchado las alpargatas con carbón desde sus primeros pasos, conservan una idea de pertenencia a la clase trabajadora que les aporta más orgullo y dignidad de la que perciben en los grupos de poder a los que se enfrentan desde la infancia y en especial desde la Guerra; de los agentes de policía a la Caballería, de las monjas de los hospicios a los nobles o el propio Rey, de los diputados de Westminster a los patrones… que sin embargo ahora ellos también son. La identidad oprimida de Thomas Shelby, desarrollada principalmente por el Estado económico al que se enfrenta, es algo de lo que no quiere desprenderse en ningún caso y que en última instancia define lo que querría seguir siendo, pero deshaciéndose de la opresión inherente a esa identidad misma.
Thomas desprecia a las élites sociales y económicas británicas a la vez que no acepta el puesto de obrero que estas le ofrecen en la sociedad, pero no piensa en perseguir una salida compartida con el resto de obreros –solo con su familia–. Ahí reside la gran tensión de este personaje a lo largo de la serie. De la primera temporada a la última, hay una continua referencia en su entorno del barrio a ser un «simple y ordinario obrero». Como ya se ha comentado, Thomas renuncia desde el principio a la “tranquilidad” que pueda conceder esa ordinariez, que además en este caso no se menciona como algo despectivo sino alabador. Se descarta lo ordinario, todo lo que, desde una visión paternalista, se pueda admirar en la pobreza, para intentar alcanzar, o más bien neutralizar el poder y liberarse de la opresión hasta entonces sufrida.
Cabe hablar de huida, más que de liberación. Una huida que conlleva adoptar otra personalidad, la de un criminal obsesionado con la acumulación, con enriquecerse de manera constante. Alfie Solomons, otro cínico aventurero, en su caso judío, expresa bien esa nueva esclavitud de la huida capitalista en un momento en el que ya sabe que un cáncer le acerca a la muerte: «Tuve una revelación, Tommy. Me dije: Alfie, qué estás haciendo, por qué no vendes cada lingote de oro y cada barril de ron que tienes y con eso te compras un poco de tiempo para ti, compañero». He aquí una crítica propia de nuestra era, con la que se defiende el objetivo de vivir más allá de la perpetua generación de riqueza.
La huida neoliberal, tan forzosa como vacía, no deja de suponer una esclavitud directa con el capital. Por tanto, termina obligando a quien la toma a elegir un lugar: o con los viejos camaradas obreros, o con el fascismo que en la serie representa Mosley. Pero Thomas Shelby no acepta esa dicotomía: ni quiere la opresión, ni la altivez elitista de la alta cuna. En ese brete afloran sus contradicciones: no es ni un obrero ni un burgués británico. No parece ser nada.
Cuando el capitalismo más inflexible se apropia de personajes pertenecientes a una clase obrera cínica, violenta y desesperada que, pese a todo, mantiene sus valores antifascistas, el primer impulso bien puede pasar por una reacción burlesca ante lo que parece una interesada y torpe mirada. No obstante, conviene abordar por completo el mensaje que se está transmitiendo. Sin duda, resulta extraño que un descendiente aristocrático pueda identificarse con un gitano sanguinario que, una vez enriquecido, se enfrenta precisamente a los aristócratas de ese Reino Unido de posguerra. Pero, si aguzamos los sentidos, podemos intuir cómo lo que parecía ser un equivocado sentimiento de representación supone en realidad un bravucón grito de victoria: los felices aristócratas hicieron de los plebeyos gitanos todo cuanto quisieron, marcaron su camino.
Ante las aparentemente indestructibles estructuras sociales que el poder ha configurado a través de la violencia extrema, primero, y sustentado con la ideología, después, toda salida del sistema parece quedar reducida a un sueño inalcanzable más propio de cándidos soñadores que de obreros que trabajan doce horas al día en una de las incontables fábricas, sin saber si al día siguiente tendrán un pan que llevarse a la boca. Desde ese instante, quienes no se conforman con la sufrida vida de comunes, humildes y honestos miembros de la clase trabajadora comienzan a contemplar la rapiña de la que históricamente han sido víctimas como único camino de presumida libertad. Es ese resultado de la Historia el que despierta en cualquier vieja familia de terratenientes su sonrisa triunfal y condescendiente.
Si desafiamos tal triunfalismo, si nos esforzamos por creer que nada en la Historia es eternamente duradero y que lo que hoy predomina puede haberse disuelto en su totalidad mañana, si afrontamos esa realidad que nos acecha, podremos hallar en el síntoma su propio antídoto. Como bien decía Rafael Chirbes, hay dos tipos de personajes capaces de desmontar la tenue pátina que maquilla la sordidez de nuestras sociedades, de derribar la puerta que oculta las grasientas cocinas donde se emplatan los escasos y relucientes platos de que presume la actual economía: ellos son los utópicos iluminados y los cínicos. No parecen buenos tiempos para la utopía, pero nada nos impide rescatar del cinismo neoliberal esa verdad que a todos nos aplasta.
Al igual que los Shelby, podemos contemplar nuestras sociedades y afirmar que las élites son despiadadas, crueles e insolidarias. Sin embargo, conviene separarse de ellos a la hora de configurar el futuro a perseguir, uno en el que no quepan egoísmos narcisistas ni opresoras tradiciones. Tan solo así resultaría posible alcanzar una liberación común y compartida a la vez que, y esto es quizás lo más importante, se evite el mismo final que la familia Shelby: una vida atosigada por la muerte, por la perpetua insatisfacción, por la ansiedad, por la angustia existencial. Son estas imágenes bien representativas del destino que el neoliberalismo ya ha traído a nuestras vidas. Como en el desenlace de la temporada cinco de la serie, hoy es más difícil imaginar el fin de ese sistema que el de la propia vida. Tan solo queda la lucha por defender la esperanza y construir otro futuro… ¿cuál?
«Muchas personas dicen que la experiencia de haber participado en un laboratorio ciudadano les cambió la vida»
Gorriti es Filósofa, becaria doctoral CONICET y docente de la UNC. Autora de Nicos Poulantzas: una teoría materialista del Estado (Doble ciencia). Farrán es Filósofo, Investigador CONICET y docente de posgrado (Universidad Nacional de Córdoba). Autor de Badiou y Lacan: el anudamiento del sujeto (Prometeo), Nodal. Método, estado, sujeto (La cebra) y Nodaléctica (La Cebra).
El video presidencial en inglés siguen revelando datos importantes del relato que el gobierno está cocinando, en él se resignifican dos de las imágenes con las que se ha caracterizado al régimen uribista de Duque: la del títere y la del hombre desconectado de la realidad.
Si el ecologismo desea tener una incidencia real en las disputas políticas del futuro inmediato (y es imprescindible que la tenga) no puede pasar por alto las peculiaridades y temporalidades de las diversas esferas de lo humano.
La transformación digital sigue hoy una dirección marcada por las políticas del momento, que favorecen la concentración empresarial, la extracción masiva y la acumulación de poder. Pero, como sucedió a principios del siglo pasado, estos criterios políticos pueden cambiarse.
La coyuntura tiene la singularidad de ser aquel momento sin el cual no se podrían visualizar ni reflexionar sobre determinados problemas políticos. Pensar la coyuntura implica, decía el epistemólogo crítico Hugo Zemelman, comprender el presente-potencial.
Si ya no vemos igual, ni desde los mismos dispositivos, si cada vez hay más oferta de productos audiovisuales y el fútbol no mueve ficha, corre el riesgo de quedarse fuera de los nuevos mercados del consumo audiovisual.
«La literatura, para mí, está presente en cada momento, en cada detalle de lo cotidiano, está sucediendo todo el tiempo. Pero, al mismo tiempo, qué difícil es lograr una buena traducción de la vida a las palabras, de la mente a las palabras.»
La idea de la compulsión a la repetición es muy poderosa y ha calado profundamente en nuestra cultura. Me gustaría argumentar que, históricamente, el marxismo ha experimentado cuatro neurosis importantes: la neurosis económica, la neurosis filosófica, la neurosis histórica y la neurosis cultural.
El necro-liberalismo asume de forma explícita y obscena la imposibilidad de conjugar el mantenimiento de la vida con el mantenimiento del orden político y económico, de ahí que se caracterice por hacer gala y enarbolar sin complejo alguno la bandera del desprecio a la vida.
Si necesitamos pensar lo que nos está ocurriendo, ¿no sería importante que reflexionáramos sobre si lo que está sucediendo solo corrobora nuestras categorías y plantillas previas o si marca una diferencia aún por establecer?
¿No hay algo profundamente sospechoso en reflejar del lado de lo plebeyo la responsabilidad última del fascismo? ¿Por qué no encontramos, del lado de las élites, una imagen que pudiera tener el mismo peso simbólico? No es casual que el pueblo aparezca como el lugar de una sospecha y las élites queden, astutamente, sustraídas de la escena.
La afirmación de Wittgenstein de que no existe “aplicación” de una regla porque la instancia de aplicación es interna a la propia regla y, como consecuencia, la transforma, es totalmente válida como principio rector para escribir una tesis.
Realismo capitalista es –haciendo de lo complejo sencillez y de las respuestas fáciles preguntas difíciles– una de las grandes obras políticas de nuestro siglo, la que emite algunas lecciones fácilmente numerables para las políticas del “deseo poscapitalista” en el siglo XXI.
'Los olvidados. Ficción de un proletariado reaccionario' no es un libro más, descubre el hilo común del pensamiento reaccionario contemporáneo y, a la vez, hace un ejercicio de arqueología brillante para responder a las entelequias de un obrerismo que pretende invocar a una clase obrera que jamás existió.
En el sistema semiológico de Barthes el mito se presenta como una potencia naturalizadora, una herramienta de normalización. Por eso, en su descripción de las lógicas de funcionamiento del mito hay todo un intento de impugnar la normalidad de los quehaceres cotidianos
¿tan importante es la relación que se da entre el mundo de lo lleno y de lo vaciado? Parece probable que sí, que sea necesario todo este despliegue orientado a disimular la naturaleza conflictiva de las relaciones sociales de lo vaciado, hacia dentro y hacia fuera, sobre todo porque todos los sujetos implicados arriesgan mucho en este juego.
En medio de una pandemia mundial -donde el proceso productivo neoliberal en el que ya vivíamos condiciona nuestra manera de sentir, relacionarnos y también curarnos-lo último que se permite es adolecer. Nuestras pérdidas son rápidas, ocultadas, secretas, dejan un duelo mudo, pero igual de profundo, es un duelo arrebatado.
«Es necesario un nuevo movimiento internacionalista y pacifista que en los diferentes países movilice los intereses de las grandes mayorías, que exija la toma de acciones para prevenir conflictos, y en particular que se pongan fuertes límites a las armas nucleares.»
En este marco el ámbito de la cultura cobra especial importancia en la consecución de la hegemonía, proceso a través del cual se universalizan intereses y afectos, en palabras de Gramsci, “la conquista del poder cultural es previa a la del poder político”.
De un tiempo a esta parte me interesan las figuraciones de clase. Historias que reivindican las formas de vida obreras, ficciones que no esencializan ni se edifican en el antagonismo social y que de algún modo liberan a la literatura obrera de sus tareas históricas.
Este texto es un informe presentado el 20 de enero de 2017 en el marco de la sesión ¿Quiénes son los comunistas? de la Conferencia de Roma sobre el Comunismo. Fue publicado originalmente en italiano con el título Chi sono i comunisti en la página web del colectivo Euronomade, y traducido ahora al castellano por Manuel Romero.
A pesar de la omnipresencia de este debate, es necesario cubrir una carencia fundamental de la mayoría de estos discursos: rebatir el desdén generalizado ––en gran parte de las ocasiones automático; en otras sencillamente visceral–– hacia la nostalgia y, en consecuencia, hacia su poso melancólico.
Hemos lanzado una batería de preguntas a distintos pensadores y pensadoras con el fin de acercarnos a un análisis no tanto de la crisis del coronavirus en sí, como de los distintos escenarios de futuro a que nos puede conducir su salida. Aquí las respuestas que nos ha dado Luciana Cadahia, filósofa argentina, autora de Mediaciones de lo sensible. Hacia una nueva economía crítica de los dispositivos (FCE, 2017) y El círculo mágico del Estado (Lengua de Trapo, 2019).
El pensamiento de Davis, como buen materialista y marxista, operaba en continuo diálogo con el ruido del presente, con sus obstáculos, sus rugosidades y pliegues, sus pervivencias, sus proyecciones y posibilidades.
El miedo de no saber qué demonios va a pasar con nuestra vida y con la de aquellos que queremos. El miedo de mirar al futuro y no saber qué esperar. El miedo de no ver un horizonte de posibilidad, sino un muro tras el cual no sabemos qué se esconde.
Con el verano liberamos algo de tiempo libre para dedicar a la lectura, al cine o simplemente a no hacer nada. En el IECCS hemos recopilado algunos títulos de ensayos y novelas para que podáis disfrutarlas durante el mes de agosto, y hacer así algo más ameno este calor insufrible.
Creo que hay pocas definiciones más hermosas de democracia que aquella que reconoce no ser más que el esfuerzo que realizamos conjuntamente para definir a oscuras, acompañado por otros tan ciegos como nosotros mismos, qué es bueno y qué es malo.
¿En qué se debe basar, entonces, nuestro hacer político y sus distintos modos? He aquí la pregunta fundamental. La respuesta por la que aquí apostamos es la autonomía, la capacidad del grupo para dotarse de sus propias reglas independientemente de factores externos.
"La pandemia ha enfatizado enormemente una tendencia que ya se estaba dibujando: una condición de miedo a la corporeidad, me atrevería a decir, incluso, una sensibilización fóbica hacia el cuerpo del otro."
El valor de los libros de Peter Frase, Olin Wright y Aaron Bastani reside en su capacidad para darle la vuelta al famoso dictum de Jameson e imaginar que el neoliberalismo no existe. Hay una potencia afirmativa en esa negación que no es una cuestión menor.
La digitalización, que sigue un progreso exponencial según la ley de Moore, permite concebir, incluso a corto plazo, una sociedad en la que las máquinas realicen la mayor parte de las tareas, dejando a los humanos mucho tiempo para el autodesarrollo.
Somos mucho más rentables como espectadores-consumidores de contenido en plataformas ya que, si la televisión entraba en nuestra casa para ofrecernos entretenimiento a cambio de un porcentaje de tiempo invertido en publicidad, esta nueva forma de extracción de beneficios entra directamente en nuestro cuerpo, para buscar beneficios en los datos derivados de nuestro comportamiento.
Este artículo fue publicado originalmente por Stuart Hall en la revista Universities & Left Review, en el otoño de 1958, un momento en el que las transformaciones del capitalismo y de la izquierda después de la Segunda Guerra Mundial estaban cambiando Gran Bretaña y el mundo para siempre. La traducción al español es de Manuel Romero.
Aquí las respuestas que nos ha dado Santiago Alba Rico, escritor, ensayista y filósofo, autor, entre otros, de Las reglas del caos. Apuntes para una antropología del mercado (Anagrama, 1995), Leer con niños (Caballo de Troya, 2007), Islamofobia: nosotros, los otros, el miedo (Icaria, 2015) y Ser o no ser (un cuerpo) (Seix Barral, 2017).
¿Qué pasa si dejamos de considerar a la propiedad como algo sagrado y “permanente”, que incluso trasciende al individuo (y su supuesto esfuerzo) hasta sus herederos, y empezamos a considerar que esta es imposible sin un complejo sistema de relaciones sociales colectivas que la sostiene desde su origen?
En suma, Mercado y Estado no son términos antitéticos, sino necesariamente complementarios. Pero decimos más: no se trata sólo de considerar que ambas realidades son dependientes históricamente, sino de enfatizar que sus componentes estructurales están tan sumamente involucrados que sus contornos llegan a hacerse borrosos, hasta el punto de confundirse.
No es nuevo decir que, tras décadas de neoliberalismo, la responsabilidad sobre el empleo descansa cada vez más sobre los propios individuos. Cada vez son más los programas educativos que añaden en sus currículos una nueva y apetecible competencia: la empleabilidad.
Cabe cuestionarse si a estos "liberales" alguna vez les importó algo más que su persona, si aquella condescendencia de clase no supone en realidad un brillante ejemplo de conciencia de clase –de clase privilegiada, por supuesto– a la que le duró demasiado el disfraz democrático y popular.
Como dice Eva Illouz en el prólogo del libro de Horvat, parece que el capitalismo nos ha arrebatado la capacidad de amar de manera radical. Nos encontramos ante la imposibilidad de replantear un concepto que parece haber quedado diluido entre las crisis del neoliberalismo.
La pregunta que tenemos que hacernos es si preferimos vivir peor para mantener ciertos negocios o apostamos por mejorar la vida y forzar un desplazamiento productivo hacia otros sectores. Claramente lo que tiene que primar es la calidad de vida y lo que tiene que adaptarse es el modelo productivo, no al revés.
En definitiva, en el Manifiesto la ciencia le habla a la política como un cliente exigente que demanda aquellos servicios por los que paga. Esta posición no es nueva. Viene construyéndose desde hace décadas, en especial desde el mercado hacia el Estado.
La camaradería es el resultado de la solidaridad, del compromiso y de la disciplina. Es una práctica compleja, en la que se fracasa una vez para levantarse y fracasar mejor. A veces puede ser asfixiante, pero la mayor parte de las veces es liberadora. Somos nosotres en un sentido colectivo.
Actualmente el debate se ha simplificado a partir de la categoría de "lo posmo", de manera que si te preocupa lo estético para construirte como sujeto, parece que estás abandonando la lucha de clases.
En estas líneas comparto con las compañeras y compañeros de España algunas reflexiones sobre las elecciones del pasado 15 y 16 de mayo en Chile y su relación con la rebelión popular que se inició en octubre del 2019. Primeras impresiones que destilan optimismo por los resultados favorables para las fuerzas políticas transformadoras que obtuvieron la mayoría de los escaños en la Convención que redactará la nueva Constitución Política, una Convención con paridad de género y 17 representantes de los pueblos indígenas.
Disney no podría habernos ofrecido un simbolismo más explícito de su empresa ideológica: Una casa (propiedad privada) que requiere de nuevas, reformadas y más progresistas, formas dentro de la misma institución (familia) para poder recuperar la magia (herencia).
Este texto se publica en el marco del debate que tuvo lugar en el seminario "Marx y El Capital en el mundo contemporáneo" entre Jesús Rodríguez y Manuel Romero a propósito del lugar de lo político en la teoría marxista.
¿Y si las plataformas y su modelo de explotación basado en la extracción de datos hubieran sido solo un impasse en el proceso de construcción del Internet que finalmente se estabilizará en el futuro?
La crítica política y social se consiguió transmitir desde la crítica cultural, en una alianza estética de raigambre nietzscheana en la que la música era un elemento de transformación radical. Este nuevo paradigma no había sido aprovechado por la izquierda tradicional, que dejó pasar el impulso que esta revolución cultural había traído.
«Leí tu libro la semana pasada y me sentí como si saliera a tomar aire después de pasar mucho tiempo bajo el agua. Me gustaría agradecerle de todo corazón que haya expresado de forma tan elocuente casi todo lo que había que decir, y que haya proporcionado una razón para la esperanza, cuando yo estaba a punto de desesperar.»
Más que luchar por una u otra interpretación, una misión muy loable pero que para mí aún es dudosa en el ejercicio de la crítica cultural, la indefinición de lo afectivo nos debe conducir a identificar a qué anhelos desarticulados apela la cultura popular.
Pese a que son siglos lo que nos separa de los escritos de Burke, su definición de lo sublime parece ajustarse al milímetro a la situación actual, y nos da las claves para entender por qué podemos experimentar placer estético en las consecuencias de una pandemia.
Los nuevos periodistas crecen sabiendo que su futuro es un campo de minas, estudian una carrera muy mal estructurada y muy exigente y, como recompensa a todo ese aguante, obtienen un puesto mal remunerado, tremendamente esclavo y, por supuesto, inestable y frágil.
El duelo, mientras haya recuerdo, afecto, es inevitable. La cuestión consiste en hacer un duelo sano, que sea llevable, en una existencia y una pérdida de la que el sujeto sea capaz de hacerse cargo.
La guerra en Ucrania sitúa en un primer plano la importante dependencia energética exterior de la UE y aboga por una aceleración en el proceso de transición verde acometida en toda su extensión.
Hoy más que nunca necesitamos disponer de horizontes de futuro confiables, asegurar nuestras vidas -y no para cualquier forma de vida, sino para una que valga la pena ser vivida- como condición de posibilidad de cualquier forma de libertad política (pues sabemos que sin seguridad y confianza en el porvenir no hay libertad sino miedo y servidumbre).
Las tesis que reproducimos a continuación fueron escritas por Bertolt Brecht en los años treinta, en el marco del debate con Gyorg Lukács sobre la definición de «realismo» en la literatura y el arte, así como el empleo del mismo por los artistas antifascistas.
El verano y las vacaciones se agotan, y también el tiempo libre para dedicar a la lectura, al cine o simplemente a no hacer nada. En el IECCS hemos recopilado algunos títulos de ensayos, novelas, películas y documentales para que puedas disfrutarlas durante el mes de agosto.
Series como 'Succession' sirven para detectar la corrosión del poder, la política y el dinero mientras nos deleitamos con las disfunciones psicológicas de sus protagonistas. Si la serie sirve para cartografiar el capitalismo multinacional es gracias a su efecto de “totalidad”.
Las comunidades no se pueden descontextualizar de los modos de producción en las que están insertas, de las transformaciones que se producen y en las que son producidas por seres humanos en el paso de sus vidas.
Hay una creencia generalizada de que el progreso de la ciencia es imparable y de que la tecnología todo lo puede. No cabe en nuestras mentes, pero especialmente en la de nuestros gobernantes, que pueda haber límites biofísicos y energéticos a lo que somos capaces de hacer
La serie es un éxito puesto que (re)construye cómo una ideología como la Alt-Right puede llegar a ser hegemónica y lo hace en una dialéctica constante con la realidad que vive la sociedad estadounidense y sus pilares racistas.
Como defendió Matt Colquhoun recientemente en su blog, la serie no es el capitalismo avanzando a través de la apropiación del sentimiento anticapitalista sino el sentimiento anticapitalista avanzando a través de la apropiación del capitalismo.
Habitualmente se entiende que la ciencia ficción, precisamente por su carácter especulativo, es un género con una relación particular con el progresismo y la izquierda. Sin que esto sea necesariamente falso, la realidad es que la historia del género está llena de grandes figuras y obras notables con relación directa con posturas reaccionarias e incluso con el fanatismo religioso.
El contexto Covid-19 nos trae un 'horror vacui' diferente, algo más angustiante que la patología psicológica conocida como 'fear of missing out' (FOMO), la posibilidad de que no nos estemos perdiendo nada porque nada está pasando y nada puede pasar.