Este artículo fue publicado originalmente en New Left Review I/119, enero-febrero de 1978.
La inesperada y trágica muerte de Nicos Poulantzas, en París, en octubre de este año pasado ha robado a la teoría marxista y al movimiento socialista a uno de sus más distinguidos camaradas. A pesar de morir con tan solo 43 años, Poulantzas ya se había asegurado para sí mismo una justa reputación como teórico de una excepcional y original estatura. También era, para aquellos privilegiados que lo conocieron, una persona que infundía respeto y afecto, sobre todo por su profundo compromiso con la lucha en la práctica y en la teoría. Nacido en Grecia, estuvo activo en el movimiento estudiantil griego en la década de 1950, cuando se unió a la Izquierda Democrática Unida (EDA, de acuerdo con su acrónimo griego) una forma legal de amplio espectro del entonces proscrito Partido Comunista de Grecia. Después de estudiar Derecho Poulantzas se trasladó a Francia y en ese momento se unió a este último partido. En 1968, después de una escisión interna de este, consecuencia del golpe de Estado de los Coroneles, se unió al Partido Comunista Griego del Interior en el que siguió militando posteriormente. En una entrevista que le hicimos Alan Hunt y yo mismo poco antes de su muerte nos dijo que durante sus primeros años de militancia le resultaba prácticamente imposible conseguir los textos clásicos de Marx y Engels, así que se introdujo al marxismo principalmente a través de la filosofía francesa, especialmente la de Sartre . Su tesis doctoral en Filosofía del Derecho trató de desarrollar una concepción del derecho basada en Goldmann y Lukács. Se publicó en 1964, cuando ya estaba empezando a percibir las limitaciones de esta orientación dentro del marxismo. Fue entonces cuando se encontró y leyó a Gramsci por primera vez. Un primerizo artículo publicado en Les Temps Modernes llamó la atención de Althusser, lo cual propició que a continuación pasase a formar parte del destacado contingente de jóvenes marxistas, entre los que se contaban Balibar, Macherey, Rancière y Debray, que constituyó el núcleo del grupo de «Althusser».
Entre 1968 y 1979, al hilo de una serie de grandes intervenciones mediante las que se ganó la reputación internacional de intelectual marxista, Poulantzas dejó una huella reconocible en algunos de los debates más profundos y complejos, que atravesaban entonces la teoría marxista: en concreto, los concernientes a las clases sociales, al Estado y al análisis de «lo político». Mediante el alcance de su abordaje de estos temas y gracias al rigor analítico característico de su pensamiento, Poulantzas se impuso no solo en los debates existentes en el seno del marxismo y entre marxistas, sino también en el territorio mucho más recalcitrante de la ciencia política «convencional». El debate «Miliband/Poulantzas», iniciado en un primer momento en las páginas de la New Left Review, se ha convertido en punto de referencia de toda teorización posterior acerca del Estado capitalista moderno. Poulantzas hizo suyo este tema, que presentaba simultáneamente la mayor resonancia política e intelectual. Es correcto, pues, que su libro más reciente haya sido traducido al inglés, porque en él Poulantzas aborda de nuevo, de modo fundamental, este tema capital; también porque se trata de un libro sorprendente tanto porque explora nuevas cuestiones, como porque afianza y desarrolla posiciones firmemente establecidas.
Descifrar el Estado
Este no es el momento ni el lugar adecuado para efectuar una valoración exhaustiva de su obra. Pero sí que es necesario, aunque sea brevemente, situar L’État, le pouvoir, le socialisme (1978) [ed. cast.: Estado, poder y socialismo, 1979] en el contexto de sus primeros trabajos tanto para identificar su originalidad, como para ubicar la evolución y los «giros» que representa este nuevo libro en su pensamiento. Pouvoir politique et classes sociales (1968) [ed. cast.: Poder político y clases sociales en el Estado capitalista, 1972] fue su texto más deliberadamente althusseriano: Para leer El capital es citado a pie de página desde la primera página de la «Introducción». Este libro se ubica firmemente dentro del marco althusseriano como un estudio regional de una instancia política. En su primer capítulo se efectúa una discusión en profundidad de las clases y del Estado situada en el marco estricto de la teoría althusseriana de las «instancias» y de la causalidad estructuralista. Poulantzas intentó en esta obra fundamentar la definición de la clase como el conjunto de «efectos complejos y sobredeterminados de la unidad de los niveles de la estructura» (p. 75). Al mismo tiempo, intentó dar primacía, dentro de este marco, al efecto constitutivo de «la lucha de clases». Esto ya constituía una especie de corrección del hiperestructuralismo que caracterizaba Para leer el capital y el funcionalismo integral de algunos aspectos de «los aparatos ideológicos del Estado» (donde la lucha de clases, aunque constantemente invocada, no está integrada en la estructura del argumento y, por lo tanto, sigue siendo en gran medida gestual»). Muchos argumentarían que ello generaba una tensión entre «estructura» y «práctica» en el trabajo de Poulantzas, que no se resolvió en este libro y que continuó obsesionando su trabajo posterior. En Pouvoir politique et classes sociales hay un doble marco para cada cuestión y así cada elemento aparece dos veces: una vez como el «efecto de la estructura», otra como el «efecto de la práctica». Esta tensión puede explicar, en parte, otro aspecto de este trabajo, esto es, su tendencia al formalismo de la exposición del que el conjunto de su obra no está exento. Esta tendencia también está presente en su libro posterior, Les classes sociales dans le capitalisme aujourd'hui (1974) [ed. cast.: Las clases sociales en el capitalismo actual, 1977], el cual arranca de un punto muy diferente –la cadena imperialista– para luego, sin embargo, intentar trabajar formalmente desde ese nivel global hasta sus efectos de intersección sobre las clases dominantes de formaciones sociales particulares. El problema del «formalismo» persiste en su libro más explícitamente político, La crise des dictatures: Portugal, Grèce, Espagne (1975) [ed. cast.: La crisis de las dictaduras: Portugal, Grecia, España, 1976], que es una aplicación del mismo esquema a las crisis coyunturales particulares registradas en estos tres países, que resultaron en el derrocamiento de sus respectivas dictaduras. Aquí, también, lo que se gana en claridad –por ejemplo, en la explicación del fraccionamiento de la burguesía portuguesa efectuada desde el punto de vista de la «crisis de la valorización» global– se pierde cuando se acerca a los elementos más coyunturales que jugaron un efecto decisivo tanto en la generación de las «crisis de las dictaduras», como en la naturaleza limitada de los «sistemas» que las reemplazaron.
A pesar de estas debilidades, tanto Pouvoir politique et classes sociales como Les classes sociales dans le capitalisme aujourd'hui fueron, desde vertientes distintas, intervenciones teóricas fundamentales. Pouvoir politique et classes sociales fue especialmente innovador. Es interesante que «el Estado» no aparezca en el título, dado que actualmente su concepción es, con toda la razón, su más importante contribución en esta área. Las esenciales secciones sobre «las características fundamentales» y la «autonomía relativa» del Estado son los capítulos más frecuentemente citados. Ya en ese momento Poulantzas se desmarcaba tanto de la concepción «instrumental», como de la «técnico-económica» del Estado. Poulantzas elaboró su posición a partir de una lectura particular de lo que ambiguamente calificó de «la problemática del marxismo científico» (p. 127). Mediante una sucesión de exégesis audaces desarrolló una concepción del Estado capitalista fundada en Marx, Engels, Lenin y Gramsci. En sus razonamientos acerca de la separación entre «lo económico» y «lo político», la función del Estado en la organización del bloque de poder y en la desorganización de las clases dominadas, y en la dislocación de la lucha de clases mediante la construcción de un «interés general» y el efecto-aislamiento (la constitución del ciudadano jurídico-individual), Poulantzas claramente trató de dotar al concepto de «hegemonía» de Gramsci de una formulación más sistemática y teorizada, aunque su deuda manifiesta con Gramsci (admitida con generosidad por doquier) despierta constantemente en él una amplia ambigüedad: Gramsci no es nunca elogiado sin ser criticado también. Esto señala un problema, que atañe a la búsqueda por parte de Poulantzas de consistencia y «ortodoxia», así como a su construcción retrospectiva de un linaje marxista impecable el cual reaparece, en una forma diferente, en el nuevo libro que comentamos más exhaustivamente a continuación. Las formas ‘excepcionales’ del Estado proporcionaron luego las bases para el volumen Fascisme et dictature, la IIIe Internationale face au fascisme (1970) [ed. cast.: Fascismo y dictadura: la Tercera Internacional frente al fascismo, 1973], que incluye casos históricos más detallados y delinea las distinciones existentes entre «fascismo», «cesarismo» y «bonapartismo».
Ambos libros, Pouvoir politique et classes sociales y Fascisme et dictature, fueron criticados en su momento por su tendencia a «hiperpolitizar» el Estado. Poulantzas resistió férreamente a esta crítica en su momento, aunque desde entonces (y de nuevo en el libro objeto de esta reseña) reconoció parcialmente su fuerza. Aceptara o no esta crítica, el caso es que, en su otra gran obra teórica, Les classes sociales dans le capitalisme aujourd'hui, adoptó un marco de análisis más contundentemente «económico». Empieza con la «cadena imperialista». Aunque en sus secciones centrales Poulantzas aborda la cuestión de la relación existente entre el «Estado y la burguesía», las contradicciones presentes en los niveles de «lo global» y del «Estado-nación» son abordadas a través del marco de las interrelaciones. El libro es mejor conocido quizá por su contribución a otro tema muy distinto, aunque relacionado: la polémica cuestión acerca de la delineación de las fracciones de clase dentro de la teoría marxista. Las tesis de Poulantzas sobre la «nueva» y la «vieja» pequeña burguesía, y acerca del trabajo productivo e improductivo, han suministrado desde entonces un punto de referencia capital para un debate permanente (al cual Braverman, Carchedi, Gorz, Erik Olin Wright, Hunt y otros autores también han contribuido). Las complejidades de estas discusiones impiden que nos detengamos ulteriormente en las mismas.
Lo que resulta significativo es la manera en la cual estos debates profundamente teoréticos, y a menudo abstractos, devienen cada vez más politizados. Si analizamos, por ejemplo, cómo Poulantzas retoma la discusión acerca de la «nueva pequeña burguesía» tres o cuatro años más tarde en su contribución a Class and Class Structure , está claro que el problema de «especificar los límites de la clase trabajadora» no es «una simple cuestión teórica; implica una cuestión política de la mayor importancia acerca del rol de la clase trabajadora y de las alianzas en la transición al socialismo» (p. 113). Este tema aporta a este último texto una claridad en la formulación y una fuerza que se echa en falta en sus primeras obras. A partir de este momento, Poulantzas empieza a trabajar en el nexo teoría/práctica de una manera más pertinente y directa. En parte ello indica su respuesta a los acontecimientos coyunturales: la desintegración de las viejas dictaduras, la experiencia chilena, la emergencia de corrientes «eurocomunistas» en Europa, su compromiso más cercano con los prolegómenos y los dilemas del «Programa Común» en Francia, la evolución contradictoria del «compromiso histórico» del Partido Comunista Italiano. De modo significativo, todo ello también atrajo, de diferentes maneras, a otros miembros del «grupo» original de Althusser: Althusser mismo, Balibar, Rancière, Debray. Pero en el caso de Poulantzas (y quizá también en el de otros) debe ser considerado como sintomático de un «giro» mucho más profundo en su trabajo. La crisis del Estado capitalista deviene un hecho mucho más apremiante; simultáneamente, las aperturas a la izquierda aparecen como alternativas históricas reales: planea, sin embargo, la sombra del estalinismo y del gulag. El socialismo vuelve a estar en la agenda: en la misma medida lo hace «la crisis del socialismo»/«la crisis del marxismo». La entrevista crítica a Poulantzas realizada por Henri Weber, que aborda el Estado y la democracia en el contexto de «la transición al socialismo», señala un cambio de perspectiva, una nueva agenda e introduce un nuevo toque de urgencia política . También se verifica una clara disolución de algunas certezas apuntaladas en la «ortodoxia» de su trabajo previo. Esta «apertura» a nuevos temas es sostenida en la entrevista publicada en Marxism Today a la que me referí previamente. El Estado capitalista es caracterizado no sólo en términos de contradicciones, sino también de «crisis». Sin embargo, algunos de los puntos de referencia fijados en su discurso anterior –por ejemplo, el leninismo, la «dictadura del proletariado»– son puestos en cuestión. El punto de apoyo de su universo teórico se desplaza. Estado, poder y socialismo es ahora –¡ay!– el enunciado más completo/ incompleto, que nos es dado contemplar de su posición en proceso de cambio. Esto constituye la importancia, la resonancia –aunque también el patetismo– del libro a la luz de su muerte intempestiva.
Foucault y la materialidad del poder
«Apertura» y «ortodoxia» son dos términos que requieren una aclaración ulterior. El primero es un valor que, en el contexto del clima sectario que desfigura la cultura intelectual marxista en Gran Bretaña, es difícil de sobreestimar. Sin embargo, si nos tomamos los problemas teóricos tan seriamente como siempre hizo Poulantzas, vemos que no se trata de un «bien» autoevidente o que se explique por sí mismo. En un momento en el que todo y cualquier cosa reclama el manto de moda del «materialismo», un toque de ortodoxia contribuye notablemente a concentrar el pensamiento. No se trata de asuntos menores: se refieren directamente a la formación y deformación de la cultura marxista y de la política del trabajo intelectual. Los diferentes tipos de «apertura» que Estado, poder y socialismo evidencia no son difíciles de especificar desde un punto de vista general. Poulantzas considera y aborda toda una serie de posiciones y argumentos de los que la aparición contradictoria de Foucault en el texto es sólo el ejemplo más significativo. Algunos de estos nuevos conceptos empiezan a modular su propio discurso y Poulantzas se muestra «abierto» en algunas de las cuestiones centrales de la «transición al socialismo». El resultado de dar paso a estas profundas incertidumbres sobre cuestiones que el «viejo» Poulantzas habría dado por resueltas debe haber constituido en sí misma una experiencia personal e intelectual profundamente perturbadora. En resumen, todo esto conduce en Estado, poder y socialismo, por una parte, al descubrimiento de una rica veta de conceptos e ideas no sometidas a su habitual tendencia al cierre ortodoxo; por otra, a ciertas fluctuaciones de tono y planteamiento y a un continuo vaivén discursivo que transmite la neta impresión de un trabajo (trágicamente) inacabado.
La «Introducción» de Estado, poder y socialismo ofrece, en tres breves apartados, un resumen de los puntos principales que van a ser examinados en la obra. El primero de ellos avanza el argumento de que «no puede encontrarse en el marxismo clásico una teoría general del Estado» (p. 20). Paradójicamente, dada la tendencia previa de Poulantzas a invocar una tradición «clásica» coherente, el planteamiento de lo que se describe como «la teoría marxista-leninista del Estado» es ahora declarada un «tremendo dogmatismo». La distancia de Poulantzas del «economicismo y estructuralismo» implícitos en la contribución de Balibar incluida en Para leer El capital y señalada en primer lugar en una nota a pie de página realmente importante contenida en la página que abre Les classes sociales dans le capitalisme aujourd'hui, se amplía aún más para incluir la posición «formalista-economicista»; también la representación topográfica de «base» y «superestructura»; y la «totalidad social […] concebida en forma de instancias o niveles»; más adelante Poulantzas también se distancia de la excelente defensa de Balibar de la «dictadura del proletariado». De forma característica, este deslavazamiento de los lazos que le unían con el althusserianismo «clásico» y el interrogante retrospectivo que debe colocarse sobre sus anteriores ortodoxias no son completamente examinados, como tampoco son ni saldadas las cuentas con sus efectos teóricos. La reticencia de Poulantzas forma parte de la fluctuación de tono y discurso comentada anteriormente. En este punto, además, se aborda a otro «enemigo»: los «nuevos filósofos», cuya activa presencia en la escena intelectual francesa y su amenazadora expropiación de Foucault está presente a lo largo del texto de Estado, poder y socialismo (y no son los únicos fantasmas elocuentes presentes en la máquina). Se avanza la tesis (y se trata, seguramente, del último intento por parte de Poulantzas de resolver el problema de la relación existente entre lo «económico» y lo «político» en su teoría del Estado) de que, aunque que el Estado es el lugar en el que se verifica la condensación política de las luchas, este no es ajeno a las relaciones de producción, sino que está atravesado por ellas y es, además, constitutivo de ellas. El segundo apartado desafía la noción de que el Estado pueda ser conceptualizado correctamente como «coerción más consentimiento». Aquí, el trabajo de Foucault hace la primera de sus muchas pertinentes y contradictorias apariciones. Foucault está presente como una teoría desafiante que ha de ser objeto de crítica, pero también como una nueva influencia esencial sobre el propio discurso de Poulantzas: ahora, Poulantzas habla, en primera persona, de «discursos burgueses», de «disciplina», de «orden corporal» y de «técnicas de conocimiento». De nuevo, los efectos teóricos de estos «préstamos» no se abordan de modo directo. El tercer apartado trata sobre el concepto de «poder», sobre el cual Poulantzas ha escrito anteriormente. En este caso nuestro autor se preocupa, casi en exclusiva, por el «diagrama abstracto de poder» presente en Foucault y por la actual tendencia a diluir y dispersar el poder en una «pluralidad de micropoderes», que Poulantzas ve correctamente como una cobertura para los «nuevos filósofos» en su clara oscilación desde un planteamiento libertario de izquierda, propio de 1968, a un planteamiento libertario de derecha construido a partir del Estado-gulag, propio de 1979. El poder como derivación de posiciones objetivas, enraizadas en la división del trabajo, se propone como una teoría más adecuada que la tesis de Foucault de la dispersión por doquier del poder.
La parte principal del libro está también dividida en tres capítulos, que tratan sobre los procesos del Estado capitalista, el Estado y las luchas políticas, y el Estado y la economía. Cada uno de ellos propone una tesis provocadora. El primero insiste en la «materialidad institucional» del Estado como un complejo de aparatos. El segundo desarrolla la proposición de que, en relación a las luchas políticas, el Estado debe ser concebido como una «condensación de las relaciones de fuerza [de clase]». Este tema, ya presente en el trabajo de Poulantzas de una forma más subliminal, desplaza aquí su previa concepción del Estado como el «cemento» de la formación social. El tercero revisa las funciones económicas del Estado en el contexto del argumento de que el Estado no sólo reproduce las «condiciones generales externas de producción» (una frase seleccionada del Anti-Dühring de Engels), sino que participa en la constitución de las relaciones de producción. Cada uno de estos capítulos representa, de manera diferente, un desplazamiento bien en cuanto al énfasis, bien en cuanto a la tendencia respecto de su trabajo anterior.
El más instructivo, en muchos aspectos, es el capítulo dedicado a la «materialidad institucional», cuyo interés reside no sólo en la inherente novedad de la propuesta (que requiere una exploración mayor), sino en la manera en la que los argumentos de Poulantzas están continuamente modulados y también frecuentemente desviados e interrumpidos por el debate en curso con Foucault. La «materialidad institucional» va más allá del simple relleno de la importancia concedida anteriormente por Althusser a los aparatos, ya que los procesos materiales de la acción del Estado han sido transformados en este caso por los conceptos de Foucault. Así pues, el modo en el que el Estado articula la división intelectual y manual del trabajo es transformada por mor de la importancia concedida por Foucault al vínculo existente entre «conocimiento» y «poder». Poulantzas postula ahora la «supremacía práctica del conocimiento y el discurso». Al mismo tiempo, el diagrama abstracto de «poder» conceptualizado por Foucault es criticado por su incapacidad a la hora de reconocer la cristalización de conocimiento y poder en la «estructura organizativa» del Estado.
Hay muchas propuestas llamativas e ideas fértiles en estas páginas y, a pesar de ello, la manera en la que son utilizadas y desarrolladas no acaban de ser satisfactorias. Y a este respecto las fluctuaciones teóricas son muy notables. Los términos, los conceptos y las formulaciones clave son «préstamos» de Foucault, los cuales añaden nuevas dimensiones al pensamiento de Poulantzas. Sin embargo, el efecto teórico general de ello, en lo que atañe a la modificación no sólo de la superficie discursiva, sino de la problemática en la que Poulantzas viene trabajando, no es adecuadamente examinado en ninguna parte, lo cual se debe a que Foucault no está, después de todo, hilvanando simplemente un conjunto de nuevas ideas, sino que está desarrollando una problemática diferente, que, en muchos puntos clave, es incoherente con el marco del «marxismo clásico» en el que se inserta Poulantzas. Foucault no está simplemente señalando, en casos particulares, la proliferación de los discursos, sino desarrollando una teoría de su necesaria heterogeneidad. De manera similar, el «diagrama abstracto de poder» de Foucault, presente siempre en la cara positiva del poder y en las microestructuras de las relaciones sociales de todo tipo, se contrapone explícitamente al concepto de poder irradiado desde un centro complejo. El Estado capitalista se halla en gran parte ausente de este esquema no de forma involuntaria, sino por definición. Por ello Poulantzas no puede asumir teóricamente estos conceptos simplemente «corrigiéndolos» para reintegrarlos en una concepción más convencional del Estado, del poder del Estado y de las relaciones de clase, todo lo cual tiene el efecto, en el discurso de Poulantzas, de retornar a un conjunto de «verdades» más inclusivas, que son, simplemente, afirmadas. Foucault es, a continuación, galardonado por sus intuiciones analíticas, pero cancelado y puesto en su lugar mediante el correspondiente proceso de rectificación marxista. No estoy promoviendo un argumento dogmático sobre la absoluta incompatibilidad de los paradigmas teóricos, sino previniendo contra un procedimiento de fusión selectiva. Esto surge, en parte, porque, aunque las huellas que Foucault están por todas partes, no hay una exposición integrada y una crítica de su planteamiento, como, por ejemplo, sí encontramos en el reciente y lúcido artículo de Peter Dews sobre «The nouvelle philosophie and Foucault» . Es cierto que parte del proyecto de Poulantzas parece ser rescatar las ideas válidas del trabajo de Foucault de la apropiación indebida por el campo de los «nuevos filósofos», pero resulta necesario preguntarse antes si, diferencias reales de perspectiva política aparte, no hay, después de todo, una convergencia consistente aquí, que tiene que ser expuesta desde el punto de vista de su problemática, antes de que determinados conceptos particulares puedan ser prestados y transformados. Foucault sí considera el par conocimiento/poder (savoir/pouvoir) implicado en el hecho mismo de la institucionalización. Cada regulación es una exclusión y cada exclusión una operación de poder. No se traza ninguna distinción, como muestra Peter Dew, entre «un silencio impuesto políticamente y un silencio de la ausencia, que es simplemente el reverso de la positividad de una formación cultural dada» (p.148). El poder, para Foucault, es una «máquina abstracta», cuya acción está en todas partes, el cual es asumido con anterioridad a su concretización en un campo particular dado (Estado, poder y socialismo, p. 68).
Como el poder es omnipresente, la resistencia es, en última instancia, un concepto sin hogar: no hay razón teórica alguna por la cual debería aparecer, ni explicación alguna de sus apariciones, y nada permite verificar su función simplemente como otro aspecto de la «positividad» del poder, esto es, «coextensiva y contemporánea» del mismo. Es sabido que, dejando de lado la cuestión de la relación existente entre el cambio en la modalidad de «disciplina», que Foucault traza en Vigilar y castigar, y otras relaciones que ocurren al mismo tiempo, a menudo ello conduce a Foucault por su parte a un descenso abrupto a un «vulgar» economicismo. Pero no se trata de un simple olvido, porque Foucault permanece explícitamente agnóstico acerca de tales convergencias para preservar así su tesis de la necesaria heterogeneidad de las instancias. El «poder» en Foucault se dispersa precisamente para que no pueda, teóricamente, ser remitido a una simple instancia organizadora como «el Estado». Ello vacía la cuestión de lo económico precisamente porque no puede, en opinion del Foucault, ser cristalizado en ningún conjunto de relaciones globales, por ejemplo, las relaciones de clase. El «anarco-libertarianismo» implícito de Foucault, con sus oscilaciones características –poder/cuerpo; poder/resistencia–, no es, como a veces afirma Poulantzas, simplemente el efecto de su «discurso epistemológico de segundo orden» (p. 68). Esto no significa que sus ideas no puedan ser trasladadas a un marco diferente, pero sí significa que los intentos de Poulantzas de realizar una síntesis se alcanzan demasiado rápido, dejando expuestas a la luz del día inconsistencias evidentes.
Otra consecuencia de la interrelación con Foucault, por así decir, es que Poulantzas no se otorga a sí mismo el espacio necesario para desarrollar sus propias intuiciones innovadoras y positivas. Por ejemplo, el monopolio del conocimiento por parte del Estado podría ser conducido con éxito hacia una discusión más desarrollada sobre el rol de los «intelectuales orgánicos del Estado». Lo mismo ocurre si volvemos al capítulo del Estado y la lucha política. El argumento de que el Estado debe ser concebido como la condensación de las relaciones de fuerza entre las clases y que estas relaciones contradictorias no son externas a este, sino que están inscritas en su propia materialidad y en su funcionalidad, es una elaboración bienvenida de la por otra parte imagen universal del Estado que podemos extraer de Pouvoir politique et classes sociales. Estos son algunos de los más llamativos e innovadores pasajes de Estado, poder y socialismo (pp. 127-139), los cuales empiezan a deshacer ese nudo presente en la teoría marxista, que ha retrasado durante mucho tiempo el desarrollo de una concepción adecuada del Estado, retraso representado del modo más acabado en los polos opuestos correspondientes, que consideran al Estado como «funcional a las necesidades/lógicas del capital» o «simplemente como el producto de la lucha de clases». Podríamos haber profundizado sobre este tema, especialmente sobre la función organizativa que el Estado juega en el «equilibrio inestable de compromisos» de Gramsci y su articulación con las luchas populares. La crítica realmente dura de Foucault que se ofrece aquí es bienvenida y apropiada (pp. 146-163), pero, dada la novedad propia de la tesis, se trata de un rodeo injustificado.
Una apertura generativa
El capítulo sobre el Estado y la economía es exhaustivo, aunque menos original. Ambos capítulos están marcados por la confrontación sucesiva con toda una constelación de enemigos y errores: Balibar, las tesis del PCF sobre el «capitalismo monopolista de Estado», la escuela de la lógica del capital, los italianos, Carrillo. El libro cobra impulso de nuevo en su sección final, cuya primera parte trata sobre la crisis del Estado capitalista, mientras la segunda aborda la posibilidad de un «socialismo democrático». La caracterización que hace Poulantzas del «Estado en crisis» como el Estado del «estatismo autoritario» es una formulación importante, que capta ciertos elementos cruciales de los Estados capitalistas europeooccidentales en un periodo de crisis, y lo hace distinguiéndolo útilmente del «fascismo». Mi único reparo es que Poulantzas no aborda suficientemente cómo este progreso hacia un «estatismo autoritario» ha sido apuntalado por abajo mediante un giro complementario en el consentimiento popular hacia la autoridad, producto de una notable e intensa lucha ideológica de la que el «thatcherismo» sería un ejemplo sintomático. Esto me ha llevado, en otro lugar, a argumentar que la tesis del «estatismo autoritario» necesita ser complementada por una teoría del «populismo autoritario», que ha llegado a caracterizar la evolución en pro de una forma de Estado más directamente disciplinaria. Poulantzas también omite la contribución específica del «estatismo» de la socialdemocracia en el poder que, en un periodo de crisis capitalista, ha proporcionado al «populismo autoritario» las contradicciones populares a partir de las cuales puede funcionar. Pero el debate está bien articulado.
Puede que los lectores encuentren aún más interesante la discusión sorprendentemente abierta de las formas del Estado y la organización política en «la transición al socialismo», y la pertinencia de la democracia como tema organizativo. La crítica a algunos aspectos del leninismo y el abandono de la fórmula de la «dictadura del proletariado» son una muestra de la distancia que Poulantzas ha recorrido. Anuncia de manera eficaz, aunque de modo demasiado sumario, el abandono de la tesis del «poder dual» en favor de la de la «guerra de posiciones». Su afirmación de que «la permanencia y continuidad reales de las instituciones de la democracia representativa» es «una condición esencial del socialismo democrático» hará que palpiten los corazones y, sin duda, también que se afilen los cuchillos. Los argumentos con los que sostiene esto, posicionándose contra la concepción del Estado como fortaleza y a favor de Rosa Luxemburg frente al Lenin de ¿Qué hacer?, mientras reflexiona sobre cómo distinguir entre una estrategia de «rupturas reales» y el reformismo, son tentadoramente breves. Promesas, promesas… Su elaboración es el legado que, lamentablemente, Estado, poder y socialismo debe ahora dejar en otras manos.
Debería estar claro a estas alturas que Estado, poder y socialismo es un libro con algunos cabos sueltos y, por ello, desconcertante. Su carácter incompleto propone mucho más que lo que Poulantzas estaba preparado para asegurar dentro del marco de un argumento coherente e integrado. El libro abre una serie de cajas de Pandora. A menudo, intenta demasiado rápidamente cerrar la tapa de las mismas, antes de que los genios indomables que hay en ellas escapen, lo cual produce un verdadero desequilibrio teórico en el libro. Sin embargo, la cara opuesta de este mismo desequilibrio constituye el estímulo de este, su apertura generativa. Los anteriores libros de Poulantzas derivaban mucha de su fuerza precisamente de su consistencia y su carácter completo: algunos dirían de su tensionamiento por conseguir esa consistencia, que contribuía a dar una cierta impresión de cierre prematuro, de dogmatismo y de ortodoxia. Poulantzas nos deja con un libro que, en muchos aspectos, claramente se desborda; un libro que no presenta un marco teórico consistente lo suficientemente amplio como para acoger su diversidad interna. Está sorprendentemente inacabado. Nos ofrece la imagen de uno de los pensadores marxistas estructuralistas más capaces y fecundos poniéndose a sí mismo, y a sus ideas, en riesgo. Esto es Poulantzas en plena aventura… El ejemplo que nos deja –sobre todo, por su determinación para afrontar cuestiones de la mayor y más inmediata relevancia política– es, de manera muy especial, ejemplar. El «texto perfectamente completo y riguroso» deberá esperar a otro momento. Teniendo en cuenta que la búsqueda de corrección ha distorsionado sistemáticamente el trabajo intelectual marxista a través de sus avalanchas althusserianas, posalthusserianas, lacanianas y ahora foucaultianas, este retraso infinito no sería una mala noticia.
El necro-liberalismo asume de forma explícita y obscena la imposibilidad de conjugar el mantenimiento de la vida con el mantenimiento del orden político y económico, de ahí que se caracterice por hacer gala y enarbolar sin complejo alguno la bandera del desprecio a la vida.
En medio de una pandemia mundial -donde el proceso productivo neoliberal en el que ya vivíamos condiciona nuestra manera de sentir, relacionarnos y también curarnos-lo último que se permite es adolecer. Nuestras pérdidas son rápidas, ocultadas, secretas, dejan un duelo mudo, pero igual de profundo, es un duelo arrebatado.
El miedo de no saber qué demonios va a pasar con nuestra vida y con la de aquellos que queremos. El miedo de mirar al futuro y no saber qué esperar. El miedo de no ver un horizonte de posibilidad, sino un muro tras el cual no sabemos qué se esconde.
"La pandemia ha enfatizado enormemente una tendencia que ya se estaba dibujando: una condición de miedo a la corporeidad, me atrevería a decir, incluso, una sensibilización fóbica hacia el cuerpo del otro."
La coyuntura tiene la singularidad de ser aquel momento sin el cual no se podrían visualizar ni reflexionar sobre determinados problemas políticos. Pensar la coyuntura implica, decía el epistemólogo crítico Hugo Zemelman, comprender el presente-potencial.
A pesar de la omnipresencia de este debate, es necesario cubrir una carencia fundamental de la mayoría de estos discursos: rebatir el desdén generalizado ––en gran parte de las ocasiones automático; en otras sencillamente visceral–– hacia la nostalgia y, en consecuencia, hacia su poso melancólico.
La crítica política y social se consiguió transmitir desde la crítica cultural, en una alianza estética de raigambre nietzscheana en la que la música era un elemento de transformación radical. Este nuevo paradigma no había sido aprovechado por la izquierda tradicional, que dejó pasar el impulso que esta revolución cultural había traído.
En el sistema semiológico de Barthes el mito se presenta como una potencia naturalizadora, una herramienta de normalización. Por eso, en su descripción de las lógicas de funcionamiento del mito hay todo un intento de impugnar la normalidad de los quehaceres cotidianos
Las tesis que reproducimos a continuación fueron escritas por Bertolt Brecht en los años treinta, en el marco del debate con Gyorg Lukács sobre la definición de «realismo» en la literatura y el arte, así como el empleo del mismo por los artistas antifascistas.
Al igual que los Shelby, podemos contemplar nuestras sociedades y afirmar que las élites son despiadadas, crueles e insolidarias. Sin embargo, conviene separarse de ellos a la hora de configurar el futuro a perseguir, uno en el que no quepan egoísmos narcisistas ni tradiciones opresoras.
Somos mucho más rentables como espectadores-consumidores de contenido en plataformas ya que, si la televisión entraba en nuestra casa para ofrecernos entretenimiento a cambio de un porcentaje de tiempo invertido en publicidad, esta nueva forma de extracción de beneficios entra directamente en nuestro cuerpo, para buscar beneficios en los datos derivados de nuestro comportamiento.
El contexto Covid-19 nos trae un 'horror vacui' diferente, algo más angustiante que la patología psicológica conocida como 'fear of missing out' (FOMO), la posibilidad de que no nos estemos perdiendo nada porque nada está pasando y nada puede pasar.
La digitalización, que sigue un progreso exponencial según la ley de Moore, permite concebir, incluso a corto plazo, una sociedad en la que las máquinas realicen la mayor parte de las tareas, dejando a los humanos mucho tiempo para el autodesarrollo.
Este artículo fue publicado originalmente por Stuart Hall en la revista Universities & Left Review, en el otoño de 1958, un momento en el que las transformaciones del capitalismo y de la izquierda después de la Segunda Guerra Mundial estaban cambiando Gran Bretaña y el mundo para siempre. La traducción al español es de Manuel Romero.
Actualmente el debate se ha simplificado a partir de la categoría de "lo posmo", de manera que si te preocupa lo estético para construirte como sujeto, parece que estás abandonando la lucha de clases.
Hoy más que nunca necesitamos disponer de horizontes de futuro confiables, asegurar nuestras vidas -y no para cualquier forma de vida, sino para una que valga la pena ser vivida- como condición de posibilidad de cualquier forma de libertad política (pues sabemos que sin seguridad y confianza en el porvenir no hay libertad sino miedo y servidumbre).
La serie es un éxito puesto que (re)construye cómo una ideología como la Alt-Right puede llegar a ser hegemónica y lo hace en una dialéctica constante con la realidad que vive la sociedad estadounidense y sus pilares racistas.
Aquí las respuestas que nos ha dado Santiago Alba Rico, escritor, ensayista y filósofo, autor, entre otros, de Las reglas del caos. Apuntes para una antropología del mercado (Anagrama, 1995), Leer con niños (Caballo de Troya, 2007), Islamofobia: nosotros, los otros, el miedo (Icaria, 2015) y Ser o no ser (un cuerpo) (Seix Barral, 2017).
Hay una creencia generalizada de que el progreso de la ciencia es imparable y de que la tecnología todo lo puede. No cabe en nuestras mentes, pero especialmente en la de nuestros gobernantes, que pueda haber límites biofísicos y energéticos a lo que somos capaces de hacer
La afirmación de Wittgenstein de que no existe “aplicación” de una regla porque la instancia de aplicación es interna a la propia regla y, como consecuencia, la transforma, es totalmente válida como principio rector para escribir una tesis.
«Muchas personas dicen que la experiencia de haber participado en un laboratorio ciudadano les cambió la vida»
Creo que hay pocas definiciones más hermosas de democracia que aquella que reconoce no ser más que el esfuerzo que realizamos conjuntamente para definir a oscuras, acompañado por otros tan ciegos como nosotros mismos, qué es bueno y qué es malo.
La pregunta que tenemos que hacernos es si preferimos vivir peor para mantener ciertos negocios o apostamos por mejorar la vida y forzar un desplazamiento productivo hacia otros sectores. Claramente lo que tiene que primar es la calidad de vida y lo que tiene que adaptarse es el modelo productivo, no al revés.
El valor de los libros de Peter Frase, Olin Wright y Aaron Bastani reside en su capacidad para darle la vuelta al famoso dictum de Jameson e imaginar que el neoliberalismo no existe. Hay una potencia afirmativa en esa negación que no es una cuestión menor.
La camaradería es el resultado de la solidaridad, del compromiso y de la disciplina. Es una práctica compleja, en la que se fracasa una vez para levantarse y fracasar mejor. A veces puede ser asfixiante, pero la mayor parte de las veces es liberadora. Somos nosotres en un sentido colectivo.
¿Y si las plataformas y su modelo de explotación basado en la extracción de datos hubieran sido solo un impasse en el proceso de construcción del Internet que finalmente se estabilizará en el futuro?
En suma, Mercado y Estado no son términos antitéticos, sino necesariamente complementarios. Pero decimos más: no se trata sólo de considerar que ambas realidades son dependientes históricamente, sino de enfatizar que sus componentes estructurales están tan sumamente involucrados que sus contornos llegan a hacerse borrosos, hasta el punto de confundirse.
El duelo, mientras haya recuerdo, afecto, es inevitable. La cuestión consiste en hacer un duelo sano, que sea llevable, en una existencia y una pérdida de la que el sujeto sea capaz de hacerse cargo.
Si el ecologismo desea tener una incidencia real en las disputas políticas del futuro inmediato (y es imprescindible que la tenga) no puede pasar por alto las peculiaridades y temporalidades de las diversas esferas de lo humano.
Con el verano liberamos algo de tiempo libre para dedicar a la lectura, al cine o simplemente a no hacer nada. En el IECCS hemos recopilado algunos títulos de ensayos y novelas para que podáis disfrutarlas durante el mes de agosto, y hacer así algo más ameno este calor insufrible.
Pese a que son siglos lo que nos separa de los escritos de Burke, su definición de lo sublime parece ajustarse al milímetro a la situación actual, y nos da las claves para entender por qué podemos experimentar placer estético en las consecuencias de una pandemia.
Las comunidades no se pueden descontextualizar de los modos de producción en las que están insertas, de las transformaciones que se producen y en las que son producidas por seres humanos en el paso de sus vidas.
Los nuevos periodistas crecen sabiendo que su futuro es un campo de minas, estudian una carrera muy mal estructurada y muy exigente y, como recompensa a todo ese aguante, obtienen un puesto mal remunerado, tremendamente esclavo y, por supuesto, inestable y frágil.
«La literatura, para mí, está presente en cada momento, en cada detalle de lo cotidiano, está sucediendo todo el tiempo. Pero, al mismo tiempo, qué difícil es lograr una buena traducción de la vida a las palabras, de la mente a las palabras.»
«Leí tu libro la semana pasada y me sentí como si saliera a tomar aire después de pasar mucho tiempo bajo el agua. Me gustaría agradecerle de todo corazón que haya expresado de forma tan elocuente casi todo lo que había que decir, y que haya proporcionado una razón para la esperanza, cuando yo estaba a punto de desesperar.»
Gorriti es Filósofa, becaria doctoral CONICET y docente de la UNC. Autora de Nicos Poulantzas: una teoría materialista del Estado (Doble ciencia). Farrán es Filósofo, Investigador CONICET y docente de posgrado (Universidad Nacional de Córdoba). Autor de Badiou y Lacan: el anudamiento del sujeto (Prometeo), Nodal. Método, estado, sujeto (La cebra) y Nodaléctica (La Cebra).
¿En qué se debe basar, entonces, nuestro hacer político y sus distintos modos? He aquí la pregunta fundamental. La respuesta por la que aquí apostamos es la autonomía, la capacidad del grupo para dotarse de sus propias reglas independientemente de factores externos.
El verano y las vacaciones se agotan, y también el tiempo libre para dedicar a la lectura, al cine o simplemente a no hacer nada. En el IECCS hemos recopilado algunos títulos de ensayos, novelas, películas y documentales para que puedas disfrutarlas durante el mes de agosto.
De un tiempo a esta parte me interesan las figuraciones de clase. Historias que reivindican las formas de vida obreras, ficciones que no esencializan ni se edifican en el antagonismo social y que de algún modo liberan a la literatura obrera de sus tareas históricas.
Este texto se publica en el marco del debate que tuvo lugar en el seminario "Marx y El Capital en el mundo contemporáneo" entre Jesús Rodríguez y Manuel Romero a propósito del lugar de lo político en la teoría marxista.
Hemos lanzado una batería de preguntas a distintos pensadores y pensadoras con el fin de acercarnos a un análisis no tanto de la crisis del coronavirus en sí, como de los distintos escenarios de futuro a que nos puede conducir su salida. Aquí las respuestas que nos ha dado Luciana Cadahia, filósofa argentina, autora de Mediaciones de lo sensible. Hacia una nueva economía crítica de los dispositivos (FCE, 2017) y El círculo mágico del Estado (Lengua de Trapo, 2019).
'Los olvidados. Ficción de un proletariado reaccionario' no es un libro más, descubre el hilo común del pensamiento reaccionario contemporáneo y, a la vez, hace un ejercicio de arqueología brillante para responder a las entelequias de un obrerismo que pretende invocar a una clase obrera que jamás existió.
¿tan importante es la relación que se da entre el mundo de lo lleno y de lo vaciado? Parece probable que sí, que sea necesario todo este despliegue orientado a disimular la naturaleza conflictiva de las relaciones sociales de lo vaciado, hacia dentro y hacia fuera, sobre todo porque todos los sujetos implicados arriesgan mucho en este juego.
El video presidencial en inglés siguen revelando datos importantes del relato que el gobierno está cocinando, en él se resignifican dos de las imágenes con las que se ha caracterizado al régimen uribista de Duque: la del títere y la del hombre desconectado de la realidad.
Series como 'Succession' sirven para detectar la corrosión del poder, la política y el dinero mientras nos deleitamos con las disfunciones psicológicas de sus protagonistas. Si la serie sirve para cartografiar el capitalismo multinacional es gracias a su efecto de “totalidad”.
Cabe cuestionarse si a estos "liberales" alguna vez les importó algo más que su persona, si aquella condescendencia de clase no supone en realidad un brillante ejemplo de conciencia de clase –de clase privilegiada, por supuesto– a la que le duró demasiado el disfraz democrático y popular.
Si necesitamos pensar lo que nos está ocurriendo, ¿no sería importante que reflexionáramos sobre si lo que está sucediendo solo corrobora nuestras categorías y plantillas previas o si marca una diferencia aún por establecer?
El pensamiento de Davis, como buen materialista y marxista, operaba en continuo diálogo con el ruido del presente, con sus obstáculos, sus rugosidades y pliegues, sus pervivencias, sus proyecciones y posibilidades.
Disney no podría habernos ofrecido un simbolismo más explícito de su empresa ideológica: Una casa (propiedad privada) que requiere de nuevas, reformadas y más progresistas, formas dentro de la misma institución (familia) para poder recuperar la magia (herencia).
La idea de la compulsión a la repetición es muy poderosa y ha calado profundamente en nuestra cultura. Me gustaría argumentar que, históricamente, el marxismo ha experimentado cuatro neurosis importantes: la neurosis económica, la neurosis filosófica, la neurosis histórica y la neurosis cultural.
Si ya no vemos igual, ni desde los mismos dispositivos, si cada vez hay más oferta de productos audiovisuales y el fútbol no mueve ficha, corre el riesgo de quedarse fuera de los nuevos mercados del consumo audiovisual.
¿No hay algo profundamente sospechoso en reflejar del lado de lo plebeyo la responsabilidad última del fascismo? ¿Por qué no encontramos, del lado de las élites, una imagen que pudiera tener el mismo peso simbólico? No es casual que el pueblo aparezca como el lugar de una sospecha y las élites queden, astutamente, sustraídas de la escena.
Este texto es un informe presentado el 20 de enero de 2017 en el marco de la sesión ¿Quiénes son los comunistas? de la Conferencia de Roma sobre el Comunismo. Fue publicado originalmente en italiano con el título Chi sono i comunisti en la página web del colectivo Euronomade, y traducido ahora al castellano por Manuel Romero.
Más que luchar por una u otra interpretación, una misión muy loable pero que para mí aún es dudosa en el ejercicio de la crítica cultural, la indefinición de lo afectivo nos debe conducir a identificar a qué anhelos desarticulados apela la cultura popular.
«Es necesario un nuevo movimiento internacionalista y pacifista que en los diferentes países movilice los intereses de las grandes mayorías, que exija la toma de acciones para prevenir conflictos, y en particular que se pongan fuertes límites a las armas nucleares.»
La transformación digital sigue hoy una dirección marcada por las políticas del momento, que favorecen la concentración empresarial, la extracción masiva y la acumulación de poder. Pero, como sucedió a principios del siglo pasado, estos criterios políticos pueden cambiarse.
Como defendió Matt Colquhoun recientemente en su blog, la serie no es el capitalismo avanzando a través de la apropiación del sentimiento anticapitalista sino el sentimiento anticapitalista avanzando a través de la apropiación del capitalismo.
En estas líneas comparto con las compañeras y compañeros de España algunas reflexiones sobre las elecciones del pasado 15 y 16 de mayo en Chile y su relación con la rebelión popular que se inició en octubre del 2019. Primeras impresiones que destilan optimismo por los resultados favorables para las fuerzas políticas transformadoras que obtuvieron la mayoría de los escaños en la Convención que redactará la nueva Constitución Política, una Convención con paridad de género y 17 representantes de los pueblos indígenas.
No es nuevo decir que, tras décadas de neoliberalismo, la responsabilidad sobre el empleo descansa cada vez más sobre los propios individuos. Cada vez son más los programas educativos que añaden en sus currículos una nueva y apetecible competencia: la empleabilidad.
En definitiva, en el Manifiesto la ciencia le habla a la política como un cliente exigente que demanda aquellos servicios por los que paga. Esta posición no es nueva. Viene construyéndose desde hace décadas, en especial desde el mercado hacia el Estado.
Habitualmente se entiende que la ciencia ficción, precisamente por su carácter especulativo, es un género con una relación particular con el progresismo y la izquierda. Sin que esto sea necesariamente falso, la realidad es que la historia del género está llena de grandes figuras y obras notables con relación directa con posturas reaccionarias e incluso con el fanatismo religioso.
En este marco el ámbito de la cultura cobra especial importancia en la consecución de la hegemonía, proceso a través del cual se universalizan intereses y afectos, en palabras de Gramsci, “la conquista del poder cultural es previa a la del poder político”.
¿Qué pasa si dejamos de considerar a la propiedad como algo sagrado y “permanente”, que incluso trasciende al individuo (y su supuesto esfuerzo) hasta sus herederos, y empezamos a considerar que esta es imposible sin un complejo sistema de relaciones sociales colectivas que la sostiene desde su origen?
La guerra en Ucrania sitúa en un primer plano la importante dependencia energética exterior de la UE y aboga por una aceleración en el proceso de transición verde acometida en toda su extensión.
Como dice Eva Illouz en el prólogo del libro de Horvat, parece que el capitalismo nos ha arrebatado la capacidad de amar de manera radical. Nos encontramos ante la imposibilidad de replantear un concepto que parece haber quedado diluido entre las crisis del neoliberalismo.