¿tan importante es la relación que se da entre el mundo de lo lleno y de lo vaciado? Parece probable que sí, que sea necesario todo este despliegue orientado a disimular la naturaleza conflictiva de las relaciones sociales de lo vaciado, hacia dentro y hacia fuera, sobre todo porque todos los sujetos implicados arriesgan mucho en este juego.
Lo que sigue es un relato de odio. Lo es, al menos, en la medida en que uno tiene que elegir entre a) y b) para definir el humor con el que escribe. Digamos, de manera más amable, que es una historia a la contra de toda esa corriente de opinión que, por lo que sea, necesita negar la España Vaciada. Ese "por lo que sea" abarca desde la compulsión de refutar el proceso de abandono para no tener que asumir la existencia de, al menos, un problema ("siempre estuvo vacía"), hasta el intento de captura de la España Vaciada como rehén de algún tipo de proyecto nacional (sutil, liberal, autoritario) que, como norma, tendrá poco que ver con los movimientos y reivindicaciones de esos territorios en trance de desertificación demográfica. En general, nos referimos a un mar de fondo que arrastran quienes vivieron con un cierto pesar la autodenominada "Revuelta de la España Vaciada" en 2019, por cuanto ésta suponía sacudirse unas tutelas (políticas, culturales, simbólicas) que se habían dado por supuestas sobre el universo de la despoblación.
Empecemos por el principio: la España Vaciada es un concepto incómodo, más que más porque no se deja atrapar ni se corresponde por completo con otros previos. España Interior, despoblada, desaprovechada, Serrania Celtibérica / Laponia española, el despectivo Tractoria en Catalunya o incluso el propio España Vacía han fracasado a la hora de cumplir con los dos objetivos de un apelativo, a saber: describir y ser aceptado por aquel a quien se describe. Algo en lo que fallaron en mayor o menor medida todos los nombres y adjetivos anteriores, y muchos otros
Antes de seguir, cuatro avisos. Primero, escribo como aragonés. No sé hacerlo de otra forma, y si existe algo como la España Vaciada, la estoy analizando con esas gafas. Segundo: soy urbanita; en tiempos fui eso que se ha dado en llamar "híbrido", pero ahora vivo en Zaragoza full time, y enseño en Teruel. Por consiguiente, intento hablar de los aspectos de la España Vaciada con los que se relaciona la "gente de lo lleno", o de los que me siento legitimado para dialogar; del resto, por respeto y decencia, me callo o solo pregunto. Tercero: a causa de lo anterior, no busco dar una definición de la España Vaciada más allá de una ad hoc que nos sirva de hilo conductor, a saber: aquellas zonas en las que, de acuerdo con la lógica neoliberal, es más razonable o rentable dejar de prestar un servicio que privatizarlo. No es la mejor definición del mundo, pero nos sirve para pensar ciertos malestares y ciertas luchas y las representaciones que llevan aparejadas.
Cuarto, y último, también caeré puntualmente en la confusión entre la España Vaciada (permitidme, de aquí en adelante, EV) y la rural. Muy al contrario, el movimiento de la EV se fundamenta en una alianza entre zonas rurales, gentes híbridas y la débil trama urbana con la que se articulan (resulta enternecedora, por cierto, la vehemencia de los opinadores al descubrir en 2021 -¡en 2021!- que las ciudades pequeñas de la EV también se están vaciando). En ese sentido, a pesar de reconocerse las mútuas diferencias y conflictos entre zonas rurales y urbanas, se ha desarrollado un marco de análisis y una identidad común, contrapuesta a una España llena, metropolitana y densa. De hecho, a lo largo del texto emplearé el par "lo vaciado" y "lo lleno" para expresar esa oposición.
O al menos, nadie le había dado vela ni en su entierro ni en el del Régimen del 78, si es que llegaban a celebrarse. No es de extrañar. La Transición se fundó sobre una serie de pactos entre los cuales no figuraban la despoblación y la desigualdad territorial. Hubo varias razones para esta ausencia, empezando por que a nadie parecía importarle lo suficiente. De otro lado, la herida de la despoblación estaba todavía abierta -apenas habían pasado veinte años desde el inicio del gran éxodo rural- y aún no se tenía una idea clara de sus posibles derivadas en el futuro. Así, la perspectiva popular albergaba la esperanza de "revertir la despoblación", misión encomendada a partir de 1985 a las comunidades autónomas; el proyecto de la dirigencia, a su vez, estaba a algo muy distinto y ya aprestaba las reformas del campo -agrario no es rural, ni vaciado, pero...- previstas para el ingreso en la Comunidad Económica Europea.
Solo debatiendo su papel electoral le fue permitida a la EV una discreta presencia. Pues recordemos lo que el historiador Carmelo Romero nos ha repetido hasta la saciedad: el sistema electoral vigente desde 1977 privilegió la sobrerrepresentación de una serie provincias, no por corregir desequilibrios territoriales, sino por ser donde habían ganado las derechas en las últimas elecciones democráticas, las de febrero de 1936. Es decir, la EV era, de acuerdo con la cultura política de la Transición, la España sumisa o adherida al franquismo, y ese papel de brida conservadora era lo que la definía y la silenciaba; una ilusión, pues, de acuerdo con Berger, al menos el mundo campesino no se define tanto por la defensa del orden político como la de su significado: la continuidad. Puede, entonces, que la irrupción de el movimiento de la EV en 2019 fuera especialmente incómoda para ciertos actores -culturales, políticos- porque rompía con el principal papel que se le había asignado y de cuya representación tantos dependían.
Uno de los conflictos germinales de la modernidad fue el sostenido entre el campo y la ciudad. En el Estado español -en general, en la Europa continental; más en general: el mundo- éste se resolvió con una victoria total e incontestable de lo urbano, hasta tal punto que numerosos autores dudan que se pueda seguir hablando, en propiedad, aquí y ahora, de lo rural. Ahora bien, por interesante que sea este debate académico, nuestro interés radica en que, muriera o no lo rural, seguimos ante un conflicto, y negar su existencia se ha transformado en una de las Bellas Artes.
Esta relación antagónica tiene que ver, aunque no se limita, con los intereses de gentes en territorios históricamente desiguales; por ello, con su negación se buscará, en primer lugar, recluirla en un lugar del pasado donde no moleste: "aquello (desamortizaciones, desposesión, guerras, proletarización y empobrecimiento) existió, pero ya no existe". Ante la evidencia de las desigualdades en la distribución de renta, riesgo de pobreza, acceso a servicios o abandono escolar en zonas rurales, se pasará a hablar de "problemas", que pueden ser resueltos -la sombra del solucionismo es alargada- mediante la vuelta a, por ejemplo, la nación (liberal o autoritaria) como garantía de igualdad, que toma decisiones "correctas", pero sin violar nunca las jerarquías que separan lo lleno de lo vacío. Pero, en cualquier caso, es importante que los procesos de desposesión, metropolización y de mantenimiento de las desigualdades permanezcan en un segundo plano frente al pasado, ya felizmente superado, y a la promesa de una solución.
El orden social de la modernidad distingue y clasifica los territorios, las gentes y los saberes. La eliminación u ocultación del conflicto se daría en falso si no hubiera mecanismos que legitimaran la diferencia que, de hecho, se da entre el mundo de lo lleno y de lo vaciado, y esto se consigue, fundamentalmente, por dos vías. En primer lugar, muchas de las relaciones sociales rural-urbanas, incluso urbano-metropolitanas se fundan en la discriminación de saberes, especialmente los saberes expertos; por otra parte, el (neo)caciquismo crea figuras relevantes y redes de patronazgo que, en realidad, disfrazan su posición subordinada mediante la integración en las gramáticas y redes sociales urbanas.
El resultado suele ser invariable, esto es, la pérdida de agencia, de capacidad para hacer, de lo vaciado frente a lo lleno; una pérdida, además, imbuida en un fatalismo (es algo "inevitable"), por el cual no habría alternativa a la metropolización del mundo: ante ella solo existen espacios atomizados. Por ello, desde el sistema educativo y las universidades a los partidos políticos, cada uno de los territorios tiende a dialogar con el centro individualmente y no como un conjunto y, además, de acuerdo con unas normas de representación muy específicas que excluyen la visibilidad y la autonomía. No es raro que cuando estas normas fueron cortocircuitadas en 2019-2020 (preferencia de España Vaciada frente a Vacía, presentación a elecciones de Teruel Existe, investidura de Pedro Sánchez) la reacción del mundo lleno, el metropolitano o el que está conectado con sus organizaciones, fuera visceral, casi furibunda.
Visto en perspectiva, debería haber sido sencillo imaginar la emergencia de este fenómeno durante la última década. Por una parte, como toda desigualdad, lo territorial se vio acentuado después de 2008 con una degradación más intensa de las condiciones de vida y de los servicios. Pero, por otro, a raíz de un tímido flujo de retorno a los pueblos como fruto de la crisis -generalmente, en busca menos de nuevas experiencias que de vidas más baratas- se desplegó a partir de 2014-16 toda una corriente (idilista a veces, irónica otras) sobre lo rural de la que surgieron ensayos, novelas, programas de televisión o influencers; nótese, por cierto, como este proceso se ha repetido, y agudizado, con los movimientos de población durante la emergencia pandémica.
Como norma, estos productos culturales eran creados desde entornos urbanos y llevaban en su ADN una visión de lo rural inmóvil, uniforme, no conflictiva y en la que la historia de estas comunidades era sustituida por algo parecido a la tradición o a fragmentos mutilados de memoria. Por ello mismo, en medio de esta marea creativa el papel de estos territorios no podía ser sino funcional a otros fines. ¿Quiere usted criticar la vacuidad y el estrés de la vida urbana? ¿Se siente agobiado por la pérdida de empleo, por la incertidumbre? ¿Necesita una esperanza y una seguridad, aunque sean modestas? ¿Añora la España de siempre? ¿Cuál de ellas? No se preocupe: en el campo / España Vacía / lo que sea, podrá usted encontrar una respuesta a todas esas preguntas. Claro, que, entre tanta respuesta a los malestares urbanos, quedaba poco sitio para responder a los rurales o vaciados, algo todavía más difícil porque estos son, al contrario que su representación, diversos y conflictivos, aunque, oh paradoja, esta homogeneización ha sido muy útil al movimiento de la EV para fomentar su identidad y su movilización.
Ahora bien, existe un cierto género de malestares que no pueden ser reducidos a la homogeneidad, someterse a una jerarquía ni, tampoco, extirparse, ya que el conflicto que los originó sigue vivo. Llegados a ese punto, el mundo de lo lleno necesita de un esfuerzo mayúsculo de ocultación y violencia simbólica para legitimar una situación dada. En este esfuerzo, la asimetría de fuerzas y el enmascaramiento de las necesidades del mundo de lo lleno tras grandes principios que faciliten la desposesión serán más visibles, escandalosamente visibles, hasta el punto de invisibilizarse; ante ésta, el mundo de lo vaciado podrá optar por la aceptación, el silencio o la resistencia más allá del margen de lo "aceptable".
Entre aquellos grandes principios que afectan con más fuerza al mundo de lo vaciado, podemos citar el "interés general" o la "utilidad pública", amén de la "rentabilidad", que justifica el cierre de servicios públicos ("los de la ciudad os pagamos los servicios": recordemos el traumático cierre de líneas férreas de 1985). En los últimos años le ha llegado su turno a la "transición ecológica", en cuyo nombre fondos de inversión y empresas energéticas -con la bendición de la administración e, incluso, de Greenpeace- están apropiándose de amplísimas zonas rurales para la instalación de energías renovables. Es importante subrayar que esta violencia simbólica no implica por fuerza falta de reconocimiento hacia las “gentes de lo vaciado”, sino que, cuando se da (durante el franquismo se prefirió el silencio), es simbólico y aparece como como ritual "de noble corazón", obligando al subalterno a situarse en una postura de, incluso, agradecimiento.
Pero entonces, ¿por qué se necesita tanto velo, tanto trampantojo? ¿Por qué tantas molestias? Es decir: ¿tan importante es la relación que se da entre el mundo de lo lleno y de lo vaciado? Parece probable que sí, que sea necesario todo este despliegue orientado a disimular la naturaleza conflictiva de las relaciones sociales de lo vaciado, hacia dentro y hacia fuera, sobre todo porque todos los sujetos implicados arriesgan mucho en este juego.
Si hablamos del "hacia dentro", el hecho es que ciertas estructuras de la EV necesitan de su relación con esta desigualdad para perpetuarse. Como hemos visto, esto suele equivaler a ocultar ambas: desigualdad y estructura; éstas no se limitan a los fenómenos de neocaciquismo incrustados en distintas instituciones, aunque sean su expresión más llamativa. Un neocaciquismo al que, por cierto, haríamos mal en interpretar solo en un plano moral (una forma de corrupción), y muy bien en hacerlo en otro político y material (un régimen de gobierno), como nos recomienda Carmelo Romero; por favor, leamos a Carmelo Romero.
Las estructuras del vaciamiento de la EV, con frecuencia, son mucho más discretas y tienen que ver con (la crisis de) su opuesto, las que se ocupan del mantenimiento de población; por ejemplo, después del gran éxodo de los años 50-70, la constante mejora de la educación entre las mujeres en el ámbito rural (frente al estancamiento relativo de los hombres) y el consiguiente cambio de expectativas llevarán a la intensificación de la emigración del colectivo femenino, y a la masculinización de amplias zonas rurales de la EV. Si bien es cierto que en las generaciones más jóvenes -escasas, con frecuencia- operan otros imaginarios, entre la población masculina de más edad es frecuente el verse como depositarios de una libertad y a una autonomía que, sin embargo, requiere de todo un sistema de cuidados y un tipo de vida que hace tiempo que entraron en crisis.
Sin embargo, creo que es "hacia fuera", es decir, en su relación con el mundo urbano y metropolitano, donde se justifica todo el esfuerzo desplegado en disimular, es decir, en conseguir que la propia devaluación del “mundo-vaciado” se devalúe, que carezca de relevancia, que sea un mero “proceso” o “devenir” histórico, facilitando de paso la labor de desposesión. Es central esta doble pérdida de valor. Ejemplo: se puede tener la opinión que a uno le plazca sobre la Iglesia, o sobre el papel de los párrocos (con frecuencia los expolios de bienes culturales corrían de y para su cuenta), pero eran los encargados de mantener y actualizar los archivos parroquiales. Al tener que compartir sacerdote entre varios pueblos -con el consiguiente cierre de las Casas del Cura-, muchos archivos locales se echaron a perder, y con ellos, siglos de historia y memoria local. Otro tanto ocurre con las casas del Maestro, mantenidas y sostenidas por los ayuntamientos, y ahora en desuso debido a la mayor movilidad de muchos docentes que, además, cambian de destino año tras año. Otro tanto, en fin, con los cines rurales, clausurados en su mayoría. Pues bien, no solo pierde valor la institución y sus bienes, sino que se pierden el capital construido en común por los y las vecinas y su consideración. Sin esta pérdida de valor -y toda puesta en valor producida por los subalternos o que redunde en su favor será siempre cuestionada- no son posibles los procesos de desposesión, que son, al fin y al cabo, la columna vertebral del conflicto entre el mundo de lo lleno y el de lo vaciado.
El pantano de Mularroya (Morata de Jalón, Aragón) es una obra inacabada y así debería seguir. No por algún principio ético o ecológico, sino porque acumula cinco sentencias contrarias a sus obras por motivos ambientales. Cuando el pasado abril se hizo público el último fallo en contra del embalse, el diputado del PP aragonés, Eloy Suarez, cargaba contra la Directiva Marco del Agua (DMA) en la que se basaba la sentencia, aduciendo que la DMA "está pensada para las cuencas fluviales de países centroeuropeos, lluviosos y húmedos, pero no para las zonas más áridas". Estas palabras, en cierto modo, acarician la verdad, porque las leyes ambientales europeas se crean con la mente puesta en contextos de acumulación por desposesión en los que ya no es necesaria una ofensiva constante sobre "lo vaciado", v.g., secar ríos. Pero aquí, esa constante ofensiva hace falta para seguir inyectando recursos a la agroindustria.
Por eso, uno de sus principales mecanismos, la Ley de Expropiación Forzosa, en lo sustancial sigue siendo la franquista de 1954, que sustituyó a otras, aún menos garantistas, de 1879 y 1939; la ley otorga al Estado un enorme poder para llevar a cabo grandes expropiaciones siempre que medie la declaración de utilidad pública. En su preámbulo llega a garantizar la posibilidad de "referir sus beneficios [de la expropiación] a particulares por razones de interés social". Por leyes como esta y por el uso que se les dio es legítimo definir el franquismo como un régimen de desposesión.
Hoy en día, la severidad de este régimen ha decaído. Lo lleno necesita de lo vaciado (desde votos a paisajes y destinos turísticos pasando por comida o energía), pero lo necesita débil para que acepte de buen grado la explotación del territorio. Como resultado, la desposesión -primero, los comunales, luego, la proletarización; entonces, la expropiación y/o la emigración; por fin, los recortes y de nuevo el extractivismo- ha moldeado una visión y una forma de relacionarse con el mundo de lo lleno. Es en ese cambio estratégico, fruto de experiencias acumuladas y cambios sociales geológicos donde se entiende mejor la alianza entre zonas urbanas y rurales de la EV, compleja e inestable, pero basada en habitus compartidos.
Los comunes, al igual que otros bienes y formas de capital, son sustancia viva que se alimenta de las relaciones sociales en las surgen. Hace, aproximadamente, ciento setenta años no existían bienes con vocación de común, tal que el paisaje o el patrimonio cultural. El medio natural, en la manera que lo entendemos, es incluso más reciente. A pesar de encontrarse con mayor frecuencia en zonas rurales, del mundo de lo vaciado, son invenciones urbanas. Otro tanto se podría decir del triángulo antagonista del anterior, desarrollo-energías (carbono)-movilidad (tren-autovías), y que forma con los servicios públicos el leitmotiv de buena parte de los discursos en las plataformas de la EV. Siempre resulta chocante como la EV y la ruralidad han terminado por necesitar de códigos urbanos para articular sus identidades.
Nos hallamos ante una letra rural con música urbana, en cierto modo, pero que consiguen al fin y a la postre revitalizar y devolver dignidad al territorio que habitan, y esgrimirlo como arma de resistencia, a falta de un lenguaje propio que designe la naturaleza que realmente se le quiere otorgar a lo vaciado. Esa es, por cierto, una buena pregunta. Cuando hablamos de la España Vaciada, ¿hablamos realmente de ella? Es, después de todo, solo un término de fortuna creado al calor de una movilización en 2019, dándole la vuelta a una creación de 2016. Por tanto, ¿hay realidades más allá de esa situación de regresión y crisis secular y de esa fina pero firme red de activistas y plataformas que conforman la EV? ¿Cuáles?
Es difícil de decir. En ocasiones parece acercarse o tener puntos de encuentro con la parte más suburbana o rural de los Chalecos Amarillos; alguna vez, parece beber de un federalismo de identidades periféricas dentro de las periferias de sus propias comunidades autónomas, y del hecho de que estas enarbolaron durante la Transición la bandera de la lucha contra despoblación, y fallaron. Hay momentos en que se diría que la EV es poco más que un lobby territorial centrado en las infraestructuras. De vez en cuando, incluso, nos encontramos con una manifestación -embrionaria, si se quiere- de una especie de "indigineidad débil", probablemente con muchos semejantes en Europa, entendida en un sentido no-étnico -ni mucho menos-, sino como la férrea voluntad de "vivir aquí" y de custodiar el territorio.
Hay muchas preguntas, algunas de las cuales afectan también al mundo-lleno. Las transiciones a las que nos enfrentamos, ¿nos abocan a un giro centrífugo, hacia una ruralidad más potente en la que nos refugiaremos? ¿Se reproducirá la desigualdad rural-urbana que creíamos superable? El rural proofing tan en boga implicaría tenerla en cuenta cuando se plantean medidas como, por ejemplo, la generalización de peajes, también cuando se plantean soluciones como dar ayudas (a las zonas rurales) para pagarlos, en lugar de eximirlos. Pero no. Si eres pobre, haz papeles. Si vives en un pueblo, haz papeles. Hay una presunción de abuso sobre el grupo subalterno que se tiene que refutar con copias compulsadas.
Al hilo de estos cambios, me acecha el pensamiento de que, con el horizonte de la descarbonización de la economía, las zonas mineras y las de instalación de renovables van a devenir en territorios tan estratégicos como Arabia Saudí o Texas en el siglo XX o Alsacia y Lorena, Silesia o las Midlands para el XIX. Con todo lo que eso implica. Es esta una perspectiva desasosegante, pero también esperanzadora.
Hay muchas preguntas, pero se acaba mi tiempo, y mi texto. Solamente una mas: una de las derivadas de la "hipotesis Bott" es que territorios como los barrios obreros tradicionales o, incluso, los más eminentemente burgueses pueden ser espacios donde los individuos se ven sometidos a un control y a una censura social semejantes a la que se le achaca a los pueblos y "ciudades de provincias". Sitios donde todo el mundo se conoce, donde las familias extensas viven puerta con puerta, o calle con calle. La idilización de la comunidad rural, o de la pequeña ciudad nos devuelve siempre un debate sobre las condiciones (la presión, el acoso o la vigiliancia) que muchos grupos sufren. Ahora bien, ¿por qué no se da una idilización y un debate semejante respecto a territorios urbanos, y se asume, por el contrario, su riqueza? O, dicho de otro modo, sabiendo como sabemos de la gran pluralidad dentro del cuerpo social de lo rural y lo vaciado, ¿por qué sigue imperando una visión del mundo vaciado, idílica o infernal, pero siempre uniforme?
Respecto a la cuestión de lo rural y lo político:
-Berger, John, (2006). Puerca Tierra, Alfaguara, 2006. Para la cuestión del comportamiento político del campesinado, especialmente el epílogo.
-A nivel histórico, es muy recomendable el último libro de Carmelo Romero (Romero Salvador, C. (2021). Caciques y caciquismo en España: (1834-2020). Los Libros de la Catarata), así como el monográfico que coordinó en 2006 con Carmen Frías sobre "Política y campesinado en España" (2006, Historia agraria: Revista de agricultura e historia rural, nº 38, así como el seguimiento del debate en el 41).
-Sobre las implicaciones hoy en el Estado español, el monográfico del 147 (2019) de Papeles de relaciones ecosociales y cambio social, bajo el título "Periferias. Nuevas geografías del malestar", con especial atención a los trabajos de Manuel Delgado y Carolina Marquez, Christophe Guilluy, Juan Romero y Luís del Romero. Igualmente es necesario subrayar los aportes de uno de los grandes sociólogos rurales (de nuevo, vaciada no es rural, pero), Luis Camarero. Una entrevista interesante sobre sus puntos de vista en ENCRUCIJADAS. Revista Crítica de Ciencias Sociales Nº6, 2013 pp. 6-17).
-En el plano del género, es referencia obligada Género, psicología y desarrollo rural, de Fátima Cruz (Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, 2007).
-En un sentido teórico más amplio, informan este texto las lecturas de Pierre Bourdieu, -especialmente La Reproducción (Fontamara, 1996), para la cuestión de la violencia simbólica; Gayatri Chakravorty Spivak -¿Pueden hablar los subalternos? (MACBA, 2009), sobre la subalternidad; y el capítulo de Grosfoguel sobre las visiones descoloniales de Fanon y Boaventura de Sousa Santos, en VV.AA, (2011). Formas-Otras: Saber, nombrar, narrar, hacer, CIDOB, Barcelona, pp. 97-108, acerca del carácter del proyecto descolonial de las relaciones sociales dentro de la "zona del ser". También relevantes la reflexión de José Ángel Bergua sobre las gentes y la modernidad, por ejemplo en (2019) Patologías de la modernidad, Madrid, Catarata.
-Por último, recojo el concepto de “regímenes de desposesión” enunciado por Michael Levien en su trabajo sobre la India. (Levien, M. J. (2013). Regimes of Dispossession: Special Economic Zones and the Political Economy of Land in India [UC Berkeley]).
*Historiador y profesor asociado de Sociología en la Universidad de Zaragoza - miembro del colectivo Subarbre (cultura, territorio, emancipación)
La coyuntura tiene la singularidad de ser aquel momento sin el cual no se podrían visualizar ni reflexionar sobre determinados problemas políticos. Pensar la coyuntura implica, decía el epistemólogo crítico Hugo Zemelman, comprender el presente-potencial.
En el sistema semiológico de Barthes el mito se presenta como una potencia naturalizadora, una herramienta de normalización. Por eso, en su descripción de las lógicas de funcionamiento del mito hay todo un intento de impugnar la normalidad de los quehaceres cotidianos
Como dice Eva Illouz en el prólogo del libro de Horvat, parece que el capitalismo nos ha arrebatado la capacidad de amar de manera radical. Nos encontramos ante la imposibilidad de replantear un concepto que parece haber quedado diluido entre las crisis del neoliberalismo.
En medio de una pandemia mundial -donde el proceso productivo neoliberal en el que ya vivíamos condiciona nuestra manera de sentir, relacionarnos y también curarnos-lo último que se permite es adolecer. Nuestras pérdidas son rápidas, ocultadas, secretas, dejan un duelo mudo, pero igual de profundo, es un duelo arrebatado.
Hay una creencia generalizada de que el progreso de la ciencia es imparable y de que la tecnología todo lo puede. No cabe en nuestras mentes, pero especialmente en la de nuestros gobernantes, que pueda haber límites biofísicos y energéticos a lo que somos capaces de hacer
Pese a que son siglos lo que nos separa de los escritos de Burke, su definición de lo sublime parece ajustarse al milímetro a la situación actual, y nos da las claves para entender por qué podemos experimentar placer estético en las consecuencias de una pandemia.
Somos mucho más rentables como espectadores-consumidores de contenido en plataformas ya que, si la televisión entraba en nuestra casa para ofrecernos entretenimiento a cambio de un porcentaje de tiempo invertido en publicidad, esta nueva forma de extracción de beneficios entra directamente en nuestro cuerpo, para buscar beneficios en los datos derivados de nuestro comportamiento.
Este texto se publica en el marco del debate que tuvo lugar en el seminario "Marx y El Capital en el mundo contemporáneo" entre Jesús Rodríguez y Manuel Romero a propósito del lugar de lo político en la teoría marxista.
La afirmación de Wittgenstein de que no existe “aplicación” de una regla porque la instancia de aplicación es interna a la propia regla y, como consecuencia, la transforma, es totalmente válida como principio rector para escribir una tesis.
El necro-liberalismo asume de forma explícita y obscena la imposibilidad de conjugar el mantenimiento de la vida con el mantenimiento del orden político y económico, de ahí que se caracterice por hacer gala y enarbolar sin complejo alguno la bandera del desprecio a la vida.
Creo que hay pocas definiciones más hermosas de democracia que aquella que reconoce no ser más que el esfuerzo que realizamos conjuntamente para definir a oscuras, acompañado por otros tan ciegos como nosotros mismos, qué es bueno y qué es malo.
En este marco el ámbito de la cultura cobra especial importancia en la consecución de la hegemonía, proceso a través del cual se universalizan intereses y afectos, en palabras de Gramsci, “la conquista del poder cultural es previa a la del poder político”.
¿Qué pasa si dejamos de considerar a la propiedad como algo sagrado y “permanente”, que incluso trasciende al individuo (y su supuesto esfuerzo) hasta sus herederos, y empezamos a considerar que esta es imposible sin un complejo sistema de relaciones sociales colectivas que la sostiene desde su origen?
A pesar de la omnipresencia de este debate, es necesario cubrir una carencia fundamental de la mayoría de estos discursos: rebatir el desdén generalizado ––en gran parte de las ocasiones automático; en otras sencillamente visceral–– hacia la nostalgia y, en consecuencia, hacia su poso melancólico.
Las tesis que reproducimos a continuación fueron escritas por Bertolt Brecht en los años treinta, en el marco del debate con Gyorg Lukács sobre la definición de «realismo» en la literatura y el arte, así como el empleo del mismo por los artistas antifascistas.
Los nuevos periodistas crecen sabiendo que su futuro es un campo de minas, estudian una carrera muy mal estructurada y muy exigente y, como recompensa a todo ese aguante, obtienen un puesto mal remunerado, tremendamente esclavo y, por supuesto, inestable y frágil.
En definitiva, en el Manifiesto la ciencia le habla a la política como un cliente exigente que demanda aquellos servicios por los que paga. Esta posición no es nueva. Viene construyéndose desde hace décadas, en especial desde el mercado hacia el Estado.
¿En qué se debe basar, entonces, nuestro hacer político y sus distintos modos? He aquí la pregunta fundamental. La respuesta por la que aquí apostamos es la autonomía, la capacidad del grupo para dotarse de sus propias reglas independientemente de factores externos.
Las comunidades no se pueden descontextualizar de los modos de producción en las que están insertas, de las transformaciones que se producen y en las que son producidas por seres humanos en el paso de sus vidas.
Al igual que los Shelby, podemos contemplar nuestras sociedades y afirmar que las élites son despiadadas, crueles e insolidarias. Sin embargo, conviene separarse de ellos a la hora de configurar el futuro a perseguir, uno en el que no quepan egoísmos narcisistas ni tradiciones opresoras.
Habitualmente se entiende que la ciencia ficción, precisamente por su carácter especulativo, es un género con una relación particular con el progresismo y la izquierda. Sin que esto sea necesariamente falso, la realidad es que la historia del género está llena de grandes figuras y obras notables con relación directa con posturas reaccionarias e incluso con el fanatismo religioso.
Disney no podría habernos ofrecido un simbolismo más explícito de su empresa ideológica: Una casa (propiedad privada) que requiere de nuevas, reformadas y más progresistas, formas dentro de la misma institución (familia) para poder recuperar la magia (herencia).
En suma, Mercado y Estado no son términos antitéticos, sino necesariamente complementarios. Pero decimos más: no se trata sólo de considerar que ambas realidades son dependientes históricamente, sino de enfatizar que sus componentes estructurales están tan sumamente involucrados que sus contornos llegan a hacerse borrosos, hasta el punto de confundirse.
Aquí las respuestas que nos ha dado Santiago Alba Rico, escritor, ensayista y filósofo, autor, entre otros, de Las reglas del caos. Apuntes para una antropología del mercado (Anagrama, 1995), Leer con niños (Caballo de Troya, 2007), Islamofobia: nosotros, los otros, el miedo (Icaria, 2015) y Ser o no ser (un cuerpo) (Seix Barral, 2017).
El verano y las vacaciones se agotan, y también el tiempo libre para dedicar a la lectura, al cine o simplemente a no hacer nada. En el IECCS hemos recopilado algunos títulos de ensayos, novelas, películas y documentales para que puedas disfrutarlas durante el mes de agosto.
El valor de los libros de Peter Frase, Olin Wright y Aaron Bastani reside en su capacidad para darle la vuelta al famoso dictum de Jameson e imaginar que el neoliberalismo no existe. Hay una potencia afirmativa en esa negación que no es una cuestión menor.
¿No hay algo profundamente sospechoso en reflejar del lado de lo plebeyo la responsabilidad última del fascismo? ¿Por qué no encontramos, del lado de las élites, una imagen que pudiera tener el mismo peso simbólico? No es casual que el pueblo aparezca como el lugar de una sospecha y las élites queden, astutamente, sustraídas de la escena.
«Leí tu libro la semana pasada y me sentí como si saliera a tomar aire después de pasar mucho tiempo bajo el agua. Me gustaría agradecerle de todo corazón que haya expresado de forma tan elocuente casi todo lo que había que decir, y que haya proporcionado una razón para la esperanza, cuando yo estaba a punto de desesperar.»
Si necesitamos pensar lo que nos está ocurriendo, ¿no sería importante que reflexionáramos sobre si lo que está sucediendo solo corrobora nuestras categorías y plantillas previas o si marca una diferencia aún por establecer?
Si el ecologismo desea tener una incidencia real en las disputas políticas del futuro inmediato (y es imprescindible que la tenga) no puede pasar por alto las peculiaridades y temporalidades de las diversas esferas de lo humano.
La serie es un éxito puesto que (re)construye cómo una ideología como la Alt-Right puede llegar a ser hegemónica y lo hace en una dialéctica constante con la realidad que vive la sociedad estadounidense y sus pilares racistas.
Con el verano liberamos algo de tiempo libre para dedicar a la lectura, al cine o simplemente a no hacer nada. En el IECCS hemos recopilado algunos títulos de ensayos y novelas para que podáis disfrutarlas durante el mes de agosto, y hacer así algo más ameno este calor insufrible.
No es nuevo decir que, tras décadas de neoliberalismo, la responsabilidad sobre el empleo descansa cada vez más sobre los propios individuos. Cada vez son más los programas educativos que añaden en sus currículos una nueva y apetecible competencia: la empleabilidad.
"La pandemia ha enfatizado enormemente una tendencia que ya se estaba dibujando: una condición de miedo a la corporeidad, me atrevería a decir, incluso, una sensibilización fóbica hacia el cuerpo del otro."
Cabe cuestionarse si a estos "liberales" alguna vez les importó algo más que su persona, si aquella condescendencia de clase no supone en realidad un brillante ejemplo de conciencia de clase –de clase privilegiada, por supuesto– a la que le duró demasiado el disfraz democrático y popular.
La pregunta que tenemos que hacernos es si preferimos vivir peor para mantener ciertos negocios o apostamos por mejorar la vida y forzar un desplazamiento productivo hacia otros sectores. Claramente lo que tiene que primar es la calidad de vida y lo que tiene que adaptarse es el modelo productivo, no al revés.
Como defendió Matt Colquhoun recientemente en su blog, la serie no es el capitalismo avanzando a través de la apropiación del sentimiento anticapitalista sino el sentimiento anticapitalista avanzando a través de la apropiación del capitalismo.
La crítica política y social se consiguió transmitir desde la crítica cultural, en una alianza estética de raigambre nietzscheana en la que la música era un elemento de transformación radical. Este nuevo paradigma no había sido aprovechado por la izquierda tradicional, que dejó pasar el impulso que esta revolución cultural había traído.
Hoy más que nunca necesitamos disponer de horizontes de futuro confiables, asegurar nuestras vidas -y no para cualquier forma de vida, sino para una que valga la pena ser vivida- como condición de posibilidad de cualquier forma de libertad política (pues sabemos que sin seguridad y confianza en el porvenir no hay libertad sino miedo y servidumbre).
El miedo de no saber qué demonios va a pasar con nuestra vida y con la de aquellos que queremos. El miedo de mirar al futuro y no saber qué esperar. El miedo de no ver un horizonte de posibilidad, sino un muro tras el cual no sabemos qué se esconde.
El duelo, mientras haya recuerdo, afecto, es inevitable. La cuestión consiste en hacer un duelo sano, que sea llevable, en una existencia y una pérdida de la que el sujeto sea capaz de hacerse cargo.
Este texto es un informe presentado el 20 de enero de 2017 en el marco de la sesión ¿Quiénes son los comunistas? de la Conferencia de Roma sobre el Comunismo. Fue publicado originalmente en italiano con el título Chi sono i comunisti en la página web del colectivo Euronomade, y traducido ahora al castellano por Manuel Romero.
'Los olvidados. Ficción de un proletariado reaccionario' no es un libro más, descubre el hilo común del pensamiento reaccionario contemporáneo y, a la vez, hace un ejercicio de arqueología brillante para responder a las entelequias de un obrerismo que pretende invocar a una clase obrera que jamás existió.
Gorriti es Filósofa, becaria doctoral CONICET y docente de la UNC. Autora de Nicos Poulantzas: una teoría materialista del Estado (Doble ciencia). Farrán es Filósofo, Investigador CONICET y docente de posgrado (Universidad Nacional de Córdoba). Autor de Badiou y Lacan: el anudamiento del sujeto (Prometeo), Nodal. Método, estado, sujeto (La cebra) y Nodaléctica (La Cebra).
El pensamiento de Davis, como buen materialista y marxista, operaba en continuo diálogo con el ruido del presente, con sus obstáculos, sus rugosidades y pliegues, sus pervivencias, sus proyecciones y posibilidades.
«Es necesario un nuevo movimiento internacionalista y pacifista que en los diferentes países movilice los intereses de las grandes mayorías, que exija la toma de acciones para prevenir conflictos, y en particular que se pongan fuertes límites a las armas nucleares.»
Este artículo fue publicado originalmente por Stuart Hall en la revista Universities & Left Review, en el otoño de 1958, un momento en el que las transformaciones del capitalismo y de la izquierda después de la Segunda Guerra Mundial estaban cambiando Gran Bretaña y el mundo para siempre. La traducción al español es de Manuel Romero.
Actualmente el debate se ha simplificado a partir de la categoría de "lo posmo", de manera que si te preocupa lo estético para construirte como sujeto, parece que estás abandonando la lucha de clases.
En estas líneas comparto con las compañeras y compañeros de España algunas reflexiones sobre las elecciones del pasado 15 y 16 de mayo en Chile y su relación con la rebelión popular que se inició en octubre del 2019. Primeras impresiones que destilan optimismo por los resultados favorables para las fuerzas políticas transformadoras que obtuvieron la mayoría de los escaños en la Convención que redactará la nueva Constitución Política, una Convención con paridad de género y 17 representantes de los pueblos indígenas.
Realismo capitalista es –haciendo de lo complejo sencillez y de las respuestas fáciles preguntas difíciles– una de las grandes obras políticas de nuestro siglo, la que emite algunas lecciones fácilmente numerables para las políticas del “deseo poscapitalista” en el siglo XXI.
«La literatura, para mí, está presente en cada momento, en cada detalle de lo cotidiano, está sucediendo todo el tiempo. Pero, al mismo tiempo, qué difícil es lograr una buena traducción de la vida a las palabras, de la mente a las palabras.»
¿Y si las plataformas y su modelo de explotación basado en la extracción de datos hubieran sido solo un impasse en el proceso de construcción del Internet que finalmente se estabilizará en el futuro?
El video presidencial en inglés siguen revelando datos importantes del relato que el gobierno está cocinando, en él se resignifican dos de las imágenes con las que se ha caracterizado al régimen uribista de Duque: la del títere y la del hombre desconectado de la realidad.
La guerra en Ucrania sitúa en un primer plano la importante dependencia energética exterior de la UE y aboga por una aceleración en el proceso de transición verde acometida en toda su extensión.
Si ya no vemos igual, ni desde los mismos dispositivos, si cada vez hay más oferta de productos audiovisuales y el fútbol no mueve ficha, corre el riesgo de quedarse fuera de los nuevos mercados del consumo audiovisual.
La digitalización, que sigue un progreso exponencial según la ley de Moore, permite concebir, incluso a corto plazo, una sociedad en la que las máquinas realicen la mayor parte de las tareas, dejando a los humanos mucho tiempo para el autodesarrollo.
De un tiempo a esta parte me interesan las figuraciones de clase. Historias que reivindican las formas de vida obreras, ficciones que no esencializan ni se edifican en el antagonismo social y que de algún modo liberan a la literatura obrera de sus tareas históricas.
Series como 'Succession' sirven para detectar la corrosión del poder, la política y el dinero mientras nos deleitamos con las disfunciones psicológicas de sus protagonistas. Si la serie sirve para cartografiar el capitalismo multinacional es gracias a su efecto de “totalidad”.
Más que luchar por una u otra interpretación, una misión muy loable pero que para mí aún es dudosa en el ejercicio de la crítica cultural, la indefinición de lo afectivo nos debe conducir a identificar a qué anhelos desarticulados apela la cultura popular.
Hemos lanzado una batería de preguntas a distintos pensadores y pensadoras con el fin de acercarnos a un análisis no tanto de la crisis del coronavirus en sí, como de los distintos escenarios de futuro a que nos puede conducir su salida. Aquí las respuestas que nos ha dado Luciana Cadahia, filósofa argentina, autora de Mediaciones de lo sensible. Hacia una nueva economía crítica de los dispositivos (FCE, 2017) y El círculo mágico del Estado (Lengua de Trapo, 2019).
La camaradería es el resultado de la solidaridad, del compromiso y de la disciplina. Es una práctica compleja, en la que se fracasa una vez para levantarse y fracasar mejor. A veces puede ser asfixiante, pero la mayor parte de las veces es liberadora. Somos nosotres en un sentido colectivo.
El contexto Covid-19 nos trae un 'horror vacui' diferente, algo más angustiante que la patología psicológica conocida como 'fear of missing out' (FOMO), la posibilidad de que no nos estemos perdiendo nada porque nada está pasando y nada puede pasar.
«Muchas personas dicen que la experiencia de haber participado en un laboratorio ciudadano les cambió la vida»
La transformación digital sigue hoy una dirección marcada por las políticas del momento, que favorecen la concentración empresarial, la extracción masiva y la acumulación de poder. Pero, como sucedió a principios del siglo pasado, estos criterios políticos pueden cambiarse.