El valor de los libros de Peter Frase, Olin Wright y Aaron Bastani reside en su capacidad para darle la vuelta al famoso dictum de Jameson e imaginar que el neoliberalismo no existe. Hay una potencia afirmativa en esa negación que no es una cuestión menor.
El libro de Peter Frase bien podría inscribirse en una cartografía más amplia en la que podemos incluir a autores tan dispares como Aaron Bastani, Jeremy Gilbert, Mark Fisher o incluso Marshall Berman, pensadores que tendrían en común la idea no solo de reclamar la modernidad sino más bien de hacerse cargo de la frase de Ulrich Beck de «modernizar la modernidad». Hay un fragmento de Realismo capitalista que recoge bastante bien esta apuesta por el modernismo popular o por el prometeísmo de izquierdas, si preferimos llamarlo así: «En el hecho de mirar The X Factor o hacer las compras en Tesco puede esconderse el deseo persistente de que la modernidad tecnológica y masiva sea mejor de lo que es». Lo que viene a decir aquí Fisher es que, de alguna forma, en la aburrida cotidianeidad de nuestras vidas latiría un deseo de lo nuevo en forma de una modernidad menos sacrificial y más amable que pasa por re-imaginar formas de democratizar la gestión de lo público, alumbrar la cultura popular del siglo XXI y por cómo hacer de la tecnología una aliada del deseo para «dar vida sensible a las utopías anticipando el futuro sin sacrificar el presente». Esta última frase de Susan Buck Morss es la intuición que vertebra la casi totalidad de Cuatro Futuros escrito por Peter Frase y editado por Blackie Books en España y por Verso Books en su edición original.
Peter Frase se descubre como una especie de Erik Olin Wright futurista, construyendo distintos escenarios ideales marcados por la tecnología y la ecología como apocalipsis y utopía. A partir de la constante de la automatización en todos los ámbitos de la economía, dibuja sendos paradigmas de la abundancia y la escasez en función de nuestra capacidad para hacer frente a una doble crisis en forma de dos variables: la crisis ecológica y crisis de la economía capitalista. La resolución de esta última oscilaría entre un «sálvese quien pueda» con una desastrosa huida hacia delante (la famosa «secesión de los ricos») o entre el fortalecimiento de una economía democrática que organice la abundancia o, en el peor de los casos, redistribuya la escasez para que vivamos de una forma más o menos igualitaria en un contexto en el que hay recursos limitados. El valor del libro de Frase, al igual que el del resto de autores, reside en su capacidad para darle la vuelta al famoso dictum de Jameson e imaginar que el neoliberalismo no existe. Hay una potencia afirmativa en esa negación que no es una cuestión menor. En este texto diseccionaremos cada uno de los capítulos del libro en torno a los ejes que hemos juzgado más interesantes, y, además, lo haremos dialogando con el libro de Aaron Bastani Comunismo de lujo totalmente automatizado (Antipersona, 2020); y el de Erik Olin Wright Cómo ser anticapitalista en el siglo XXI (Akal, 2020).
El escenario «comunista» comporta el desafío de responder a dos preguntas: 1. ¿Cómo imaginar un mundo donde nuestra identidad no provenga del trabajo? Y 2. ¿Cómo llegar a ese reino mecánico de la abundancia sin dejar a nadie atrás? Veamos:
El primer reto implica la necesidad de una reflexión en torno al trabajo. Peter Frase lo analiza en tres dimensiones: 1) una manera de ganarnos la vida; 2) una actividad necesaria para preservar la sociedad; y 3) una actividad que da significado y sentido a nuestras vidas.
Estando las dos primeras cubiertas con una hipotética renta básica implementada a raíz de la automatización, la cuestión que debe ocuparnos es la tercera; cómo el trabajo da sentido a nuestras vidas y hasta qué punto es eso positivo y en cómo repensar la equivalencia entre trabajo y ciudadanía que ha reinado en nuestra sociedad desde los acuerdos sociales de posguerra. En efecto, ¿hay que añorar la jaula de oro del Estado del Bienestar o más bien hay que apostar por nuevas formas seguridad y libertad, como las rentas básicas universales, que no pasen por una vuelta al trabajo asalariado para el conjunto de la población? La epidemia de enfermedades mentales, de la que advierten autores como Mark Fisher, no puede únicamente ligarse al señalamiento social de no tener trabajo o a la imposibilidad de no poder construir un futuro como consecuencia de no tenerlo, sino también a la triste cotidianeidad en la que se ha convertido la vida de quienes sí están empleados: trabajo entre semana e ir al Mercadona el sábado. En este sentido, merece la pena traer a colación algunas reflexiones planteadas por Jorge Lago en un editorial a propósito del 1 de Mayo:
«¿Queremos volver a ordenar las sociedades en torno al trabajo a cambio de ordenar la vida entera en torno a la sujeción del tiempo de vida al centro de trabajo; o debemos soñar con abolirlo en favor de una sociedad ordenada por la cooperación y el tiempo libre, donde la necesidad social de la producción, decidida democráticamente, ocupara el menor tiempo posible de nuestras vidas?»
La segunda cuestión trataría de disipar el escepticismo de quienes, incluso dentro de la Izquierda, temen que la transición hacia la automatización no comporte ninguna mejora de nuestra existencia sino al contrario. Un mundo en el que en lugar de dejar de trabajar para ser cuidados por los autómatas acabáramos, en virtud de las jerarquías sociales, sencillamente desempleadas y desposeídas. Descartando cualquier ataque frontal a las estructuras del capitalismo, Peter Frase apuesta por una política del mientras tanto que otorgue a la gente «la habilidad para sobrevivir y actuar de manera independiente del sistema de trabajo asalariado capitalista y, al mismo tiempo, facilite su capacidad de reunión y organización democráticas». Un planteamiento que recuerda a la estrategia de «erosionar el capitalismo» de Olin Wrigth en tanto que ambas tienen en común su apuesta por «desmercantilizar el trabajo» o disociar la idea de capitalismo a la idea de mercado.
Esta idea de erosionar el capitalismo como estrategia consistía en no dejar a nadie atrás mediante la combinación de neutralizar los daños que provoca en la sociedad la economía capitalista al tiempo que se van superando las estructuras del capitalismo. La neutralización de los daños comportaría toda una serie de políticas públicas desde el Estado orientadas a lidiar con las externalidades negativas del capitalismo: seguridad social, bienes públicos, acceso a casa, dinero o sanidad con la ciudadanía. Por su parte, la estrategia de superar las estructuras nos lleva en una dirección de ir más allá del capitalismo a base de mejorar el alcance y la penetración del poder social de las actividades económicas. Aquí no hablaríamos tanto de políticas de habilitación social como en el caso de las estrategias de neutralizar daños (políticas de transferencia de rentas o de fiscalidad progresiva) sino de políticas orientadas a fortalecer las instituciones de una democracia económica. Propuestas de este segundo tipo serían la de la Renta Básica Universal, el Copyleft o las cooperativas de trabajo de las que hablan tanto Erik Olin Wright como Peter Frase en el libro. Ambos tienen en común la idea de no entender la economía del capitalismo como un todo homogéneo y cerrado sino como un constructo heterogéneo poblado por actividades que no tienen por qué ser capitalistas apriorísticamente, sino que están sujetas a resignificarse y a orientarse hacia otros modelos; ejemplos como la propuesta de socializar Uber en el libro de Frase de la que hablaremos más adelante. Aquí nuevamente habría un esfuerzo discursivo y simbólico por imaginar una economía alternativa; parafraseando a Mark Fisher: necesitamos ciencias ficciones económicas que adelanten utopías reales en materia de sanidad, transporte público, vivienda o trabajo.
Para Bastani, sin embargo, las razones que se aducen en defensa de una Renta Básica Universal no son del todo convincentes debido a la posible ambigüedad de la misma. Es decir, dado que la función social de la RBU está ligada al contexto político en el que se aplica, un ingreso universal sin condicionalidad puede tener una orientación emancipadora si se efectúa bajo un régimen político socialista, pero, por otro lado, podría servir como una herramienta para continuar avanzando hacia la plena mercantilización de los Estados del bienestar. Por ello, el autor contrapone a este modelo otro basado en Servicios Básicos Universales, un instrumento inspirado en las nacionalizaciones que tiene la capacidad de proveer a la población siete servicios públicos esenciales: sanidad, educación, sistema democrático y legal, vivienda, comida, transporte e información.
«Es preferible un programa de SBU que garantice el derecho universal a recursos concretos como la sanidad y la vivienda y que sea políticamente más sólido que el salario, además de más fácilmente integrable en un populismo de lujo. Los SBU también tienen un sentido más intuitivo para el público en general ya que recuerda a las nacionalizaciones, cuyo regreso es cada vez más popular. Compara esto con la RBU, una medida cuyas consecuencias son inciertas para todos los involucrados, salvo por el hecho de que sería, con mucho, el mayor gasto público individual» (Bastani, 2020, pág. 275).
Esta propuesta es cuanto menos una incógnita y plantea otras muchas dudas que aún están aún por resolver.
El escenario socialista por su parte comporta un nuevo ingrediente a la ecuación y es el de la sustitución del paradigma de la abundancia por el de la escasez de recursos. La pregunta de cómo no dejar a nadie atrás cobra especial relevancia en un contexto en el que no hay bienes para todo el mundo debido al carácter irreversible del desastre ecológico. El colapso no debería leerse como una rápida inmersión en la catástrofe al estilo de películas como El día de mañana puesto que el dilema al que busca hacer frente Frase no se encamina tanto si vamos a sobrevivir todos sino más bien a si todos podemos sobrevivir juntos de una manera igualitaria. Un punto clave para despejar esta disyuntiva es el abordaje de la ecología política a la hora de repartir culpas y establecer una salida al desastre provocado por una economía basada en los combustibles fósiles llevada hasta sus últimas consecuencias. El resultado de la catástrofe ambiental no estribaría tanto en que hubiéramos actuado como Ícaros con una mezcla de alta tecnología y arrogancia sino más bien, como subraya Bruno Latour, a que hayamos abandonado a nuestros Frankensteins. La respuesta, en un contexto cada vez más tecnofóbico, alimentado a raíz de la pandemia desde algunas voces que clamaban «el virus somos nosotros» al pánico a las vacunas, estribaría precisamente en no dejar de innovar, crear e intervenir en la naturaleza. Se trataría de reactualizar, acorde a nuestra época, la vieja dualidad de la revolución tecnológica y la revolución política que enfrentaron los revolucionarios del XIX, un prometeísmo verde a la altura de los tiempos:
«El espacio fuera de las ciudades debe ser imaginado no como un campo virgen, sino más bien como (…) un ecosistema rural completo, con oficinas de correos, caminos bien cuidados, vacas altamente subsidiadas y hermosos pueblos. Todo ello conectado a las ciudades por ferrocarril limpio de alta velocidad» (Frase, 2020).
No menos interesante es el debate en torno a cómo planificar toda esta transición económica. ¿Puede el Estado planificar cada detalle? ¿Debería solo controlar determinadas industrias? ¿Podría usarse el mercado para coordinar la producción de una sociedad socialista? Este último apartado conecta con la idea de desmercantilizar el mercado expuesta anteriormente. El problema no es el intercambio en sí sino que en un contexto de desigualdad cada vez más intensa, este no se da en condiciones de libertad por ambas partes. No obstante, habría ya elementos presentes en las economías colaborativas que guardarían más relación con el funcionamiento de una cooperativa que con el del capitalismo de plataformas en sí. Se trataría de explorar la tensión que subyace en estas formas de economía: «sería relativamente fácil para una cooperativa de trabajadores establecer una plataforma en línea que funcionara como la aplicación Uber pero controlada por los propios trabajadores». El ejemplo que da Peter Frase con el parking de Los Ángeles o con el funcionamiento de Uber encajaría bastante en la definición que da, nuevamente Olin Wright, de utopías reales: trozos de destino emancipador que superan el capitalismo, pero dentro de una sociedad todavía dominada por el capitalismo.
Como ya hemos comentado anteriormente, los Estado de nuestras sociedades contemporáneas son una buena muestra de esta aparente contradicción. Si bien es cierto que el Estado incorpora en su seno mecanismos que favorecen la acumulación y reproducción del capital, a su vez, presenta lagunas que pueden ser potencialmente utilizadas para socavar el dominio del capitalismo. Es importante tener en cuenta lo siguiente: los aparatos que componen el Estado están lleno de contradicciones internas y las exigencias funcionales planteadas al Estado son contradictorias (Wright, 2020, pág. 118). El Estado, entonces, de manera similar a cómo ya lo planteó Marx, deviene un actor fundamental en un escenario socialista para la gestión de la escasez y la transición a una sociedad de la abundancia.
En contraste con la plena abundancia, el futuro «rentista» describe un escenario de escasez artificial en el que ya estaríamos en condiciones de trazar un horizonte de salida hacia un «comunismo de lujo totalmente automatizado», pero las estructuras de clase y los poderes estatales que las defienden cerrarían esa puerta. Es un escenario que en el que la abundancia y la libertad de trabajo estaría restringida a una minoría mientras que el paradigma de la austeridad sería el dominante para la mayoría de la población, ¿cómo? A través de la limitación de la sociedad del conocimiento a unos pocos; todo el acceso a la información estaría cercenado por las patentes, desde la música a las semillas, pasando por las vacunas, libros, impresoras 3D o cualquier otro tipo de tecnología orientada a hacer más llevadera nuestra existencia.
Lo interesante no es tanto el escenario en sí, analizado bastante bien en el libro de Aaron Bastani, sino su carácter de encrucijada hacia el «comunismo de lujo totalmente automatizado» o hacia una salida de corte autoritario que podría devenir en el «exterminismo». En dicha bifurcación, el tránsito hacia la abundancia residiría nuevamente en nuestra capacidad para identificar qué elementos de la economía capitalista son contradictorios y susceptibles de orientarse en otra dirección para producir resultados políticos distintos. El propio funcionamiento de un sistema basado en la extracción a través de los derechos de propiedad intelectual obligaría a aumentar el poder adquisitivo de una población superflua como elemento de producción, pero necesaria como consumidora.
No obstante, hay que tener en cuenta que en este escenario el papel productivo de la mayoría de la población es superfluo pues la automatización se encargaría de cubrir esas necesidades mientras que la mayoría del trabajo asalariado se orientaría hacia funciones de vigilancia, publicidad y derecho. En estas coordenadas, la imposibilidad de extender la abundancia a toda la población fruto de una más que posible catástrofe ecológica, podría tener consecuencias funestas. Una sociedad de panóptico, en la que la represión y la amenaza del encarcelamiento bien podrían dar paso a un maltusianismo exterminista, algo que ya se ha explorado en ficciones mainstream como el cine de superhéroes con la película Endgame o Elysium, entre otras. Como indica el propio Frase, sería la extensión del conflicto entre Israel y Palestina a otros territorios [1].
Lo interesante de este último futuro no es la proyección en sí sino que apunta a lo que ya hay de distópico en nuestra socad, ejerciendo Frase, en cierta manera, de avisador del fuego. En este sentido, uno de los aspectos que estamos viendo es la reciente significación que está adquiriendo la función policial, no solo la conversión de la figura del policía en una especie de Robocop híper militarizado y apoyado por leyes contra pobres, sino también la identificación del cuerpo de la nación con el cuerpo de policía. Al mismo tiempo, la policía guardiana de enclaves sería una manifestación más del proceso de secesión de los ricos, del que la Superliga, Andorra, la burbuja de los búnkeres de lujo o las fantasías de Elon Musk de terranizar Marte son síntomas de una utopía escapista reservada a unos pocos.
Si de algo se alimenta el realismo capitalista en su vertiente más cínica es del bloqueo para ir más allá del mismo, de su capacidad para descartar por ridículo o imposible cualquier política que mínimamente desafíe la idea de que no hay alternativa. En estas coordenadas rupturistas hay que leer la apuesta por el comunismo ácido de Mark Fisher o las referencias al comunismo galáctico de Star Trek en Peter Frase. Relatos e imaginarios que ahonden en la fisura del realismo capitalista para comenzar a construir alternativas de futuro que movilicen a la acción.
Bastani cree que para combatir el antiutopismo es necesario formular un populismo rojo -para distribuir la riqueza- y verde -para dejar atrás el capital fósil- que haga retornar la política frente a los resortes tecnocráticos del neoliberalismo. Propone hacerlo, curiosamente, resignificando el discurso de los nuevos gurús de la autoayuda y desplazándolo hacia una dimensión colectiva para la transformación: solo vas a poder vivir la mejor de las vidas en el comunismo de lujo totalmente automatizado, así que lucha por ello y rechaza el yugo de un sistema económico que pertenece al pasado (pag. 228). Aspiraciones que recuerdan al prometeísmo verde que encontramos en el escenario comunista de Frase. Pero para llevar a cabo el asalto a los cielos, como ocurre textualmente en el filme Elysium, es necesario algo más: la creación de un agente colectivo.
El debate sobre el sujeto de la transformación es una de las discusiones centrales de la última década en nuestro país. Algunos de nosotros, inspirados por las corrientes filosóficas posfundacionales y la teoría populista de Ernesto Laclau, creímos haber resuelto el nudo gordiano de la problemática. Sin embargo, la discusión ha vuelto, al menos a las redes sociales, en forma de un enfrentamiento obtuso y superficial entre el retorno a un cierto obrerismo anacrónico y las llamadas políticas de la identidad. Más allá de esta vana oposición dialéctica, a nuestro juicio vacua e inoperante, es importante que pensemos de nuevo el laberinto de la construcción de identificaciones colectivas. Olin Wright intenta dar respuesta a la encrucijada recuperando el concepto de «agencia», como la quiebra consciente de un orden previamente estructurado, y preguntándose quién llevará a cabo dicha ruptura. Como parece lógico, se necesitan «agentes» estratégicos que sean los encargados de agrietar la estructura social y proponer nuevos horizontes. Para ello, el autor de Cómo ser anticapitalista en el siglo XXI considera fundamental plantear dos cuestiones: 1. debe darse una intersección entre valores, intereses e identidades, y 2. de manera similar a lo que plantea Fisher referido a la salud mental, es imprescindible superar la privatización de cada vez más instancias de la vida cotidiana:
«tomadas juntas, la cuestión universal de las limitaciones y energía para los individuos que viven su vida, de un lado, y las cuestiones más específicas del consumismo y el individualismo competitivo, de otro, crean un entorno difícil para la movilización, en los países capitalistas contemporáneos, de unos actores colectivos de carácter político que sean coherentes» (Olin Wright, 2020, pág. 156).
La relevancia de los textos de Bastani, Olin Wright y Peter Frase reside en su capacidad para insuflar de aliento a la imaginación colectiva y acentuar la urgencia de elaborar una estrategia para detener la lenta y agónica cancelación del futuro, nuestro futuro, y construir utopías reales que nos liberen de la precariedad y la incertidumbre.
Si ya no vemos igual, ni desde los mismos dispositivos, si cada vez hay más oferta de productos audiovisuales y el fútbol no mueve ficha, corre el riesgo de quedarse fuera de los nuevos mercados del consumo audiovisual.
De un tiempo a esta parte me interesan las figuraciones de clase. Historias que reivindican las formas de vida obreras, ficciones que no esencializan ni se edifican en el antagonismo social y que de algún modo liberan a la literatura obrera de sus tareas históricas.
Como dice Eva Illouz en el prólogo del libro de Horvat, parece que el capitalismo nos ha arrebatado la capacidad de amar de manera radical. Nos encontramos ante la imposibilidad de replantear un concepto que parece haber quedado diluido entre las crisis del neoliberalismo.
En este marco el ámbito de la cultura cobra especial importancia en la consecución de la hegemonía, proceso a través del cual se universalizan intereses y afectos, en palabras de Gramsci, “la conquista del poder cultural es previa a la del poder político”.
Hay una creencia generalizada de que el progreso de la ciencia es imparable y de que la tecnología todo lo puede. No cabe en nuestras mentes, pero especialmente en la de nuestros gobernantes, que pueda haber límites biofísicos y energéticos a lo que somos capaces de hacer
¿Y si las plataformas y su modelo de explotación basado en la extracción de datos hubieran sido solo un impasse en el proceso de construcción del Internet que finalmente se estabilizará en el futuro?
El verano y las vacaciones se agotan, y también el tiempo libre para dedicar a la lectura, al cine o simplemente a no hacer nada. En el IECCS hemos recopilado algunos títulos de ensayos, novelas, películas y documentales para que puedas disfrutarlas durante el mes de agosto.
¿Qué pasa si dejamos de considerar a la propiedad como algo sagrado y “permanente”, que incluso trasciende al individuo (y su supuesto esfuerzo) hasta sus herederos, y empezamos a considerar que esta es imposible sin un complejo sistema de relaciones sociales colectivas que la sostiene desde su origen?
No es nuevo decir que, tras décadas de neoliberalismo, la responsabilidad sobre el empleo descansa cada vez más sobre los propios individuos. Cada vez son más los programas educativos que añaden en sus currículos una nueva y apetecible competencia: la empleabilidad.
«Muchas personas dicen que la experiencia de haber participado en un laboratorio ciudadano les cambió la vida»
Con el verano liberamos algo de tiempo libre para dedicar a la lectura, al cine o simplemente a no hacer nada. En el IECCS hemos recopilado algunos títulos de ensayos y novelas para que podáis disfrutarlas durante el mes de agosto, y hacer así algo más ameno este calor insufrible.
La coyuntura tiene la singularidad de ser aquel momento sin el cual no se podrían visualizar ni reflexionar sobre determinados problemas políticos. Pensar la coyuntura implica, decía el epistemólogo crítico Hugo Zemelman, comprender el presente-potencial.
Al igual que los Shelby, podemos contemplar nuestras sociedades y afirmar que las élites son despiadadas, crueles e insolidarias. Sin embargo, conviene separarse de ellos a la hora de configurar el futuro a perseguir, uno en el que no quepan egoísmos narcisistas ni tradiciones opresoras.
Habitualmente se entiende que la ciencia ficción, precisamente por su carácter especulativo, es un género con una relación particular con el progresismo y la izquierda. Sin que esto sea necesariamente falso, la realidad es que la historia del género está llena de grandes figuras y obras notables con relación directa con posturas reaccionarias e incluso con el fanatismo religioso.
La camaradería es el resultado de la solidaridad, del compromiso y de la disciplina. Es una práctica compleja, en la que se fracasa una vez para levantarse y fracasar mejor. A veces puede ser asfixiante, pero la mayor parte de las veces es liberadora. Somos nosotres en un sentido colectivo.
La serie es un éxito puesto que (re)construye cómo una ideología como la Alt-Right puede llegar a ser hegemónica y lo hace en una dialéctica constante con la realidad que vive la sociedad estadounidense y sus pilares racistas.
En definitiva, en el Manifiesto la ciencia le habla a la política como un cliente exigente que demanda aquellos servicios por los que paga. Esta posición no es nueva. Viene construyéndose desde hace décadas, en especial desde el mercado hacia el Estado.
En medio de una pandemia mundial -donde el proceso productivo neoliberal en el que ya vivíamos condiciona nuestra manera de sentir, relacionarnos y también curarnos-lo último que se permite es adolecer. Nuestras pérdidas son rápidas, ocultadas, secretas, dejan un duelo mudo, pero igual de profundo, es un duelo arrebatado.
Disney no podría habernos ofrecido un simbolismo más explícito de su empresa ideológica: Una casa (propiedad privada) que requiere de nuevas, reformadas y más progresistas, formas dentro de la misma institución (familia) para poder recuperar la magia (herencia).
El miedo de no saber qué demonios va a pasar con nuestra vida y con la de aquellos que queremos. El miedo de mirar al futuro y no saber qué esperar. El miedo de no ver un horizonte de posibilidad, sino un muro tras el cual no sabemos qué se esconde.
Este texto es un informe presentado el 20 de enero de 2017 en el marco de la sesión ¿Quiénes son los comunistas? de la Conferencia de Roma sobre el Comunismo. Fue publicado originalmente en italiano con el título Chi sono i comunisti en la página web del colectivo Euronomade, y traducido ahora al castellano por Manuel Romero.
Series como 'Succession' sirven para detectar la corrosión del poder, la política y el dinero mientras nos deleitamos con las disfunciones psicológicas de sus protagonistas. Si la serie sirve para cartografiar el capitalismo multinacional es gracias a su efecto de “totalidad”.
Actualmente el debate se ha simplificado a partir de la categoría de "lo posmo", de manera que si te preocupa lo estético para construirte como sujeto, parece que estás abandonando la lucha de clases.
El duelo, mientras haya recuerdo, afecto, es inevitable. La cuestión consiste en hacer un duelo sano, que sea llevable, en una existencia y una pérdida de la que el sujeto sea capaz de hacerse cargo.
La idea de la compulsión a la repetición es muy poderosa y ha calado profundamente en nuestra cultura. Me gustaría argumentar que, históricamente, el marxismo ha experimentado cuatro neurosis importantes: la neurosis económica, la neurosis filosófica, la neurosis histórica y la neurosis cultural.
¿En qué se debe basar, entonces, nuestro hacer político y sus distintos modos? He aquí la pregunta fundamental. La respuesta por la que aquí apostamos es la autonomía, la capacidad del grupo para dotarse de sus propias reglas independientemente de factores externos.
Las comunidades no se pueden descontextualizar de los modos de producción en las que están insertas, de las transformaciones que se producen y en las que son producidas por seres humanos en el paso de sus vidas.
Si necesitamos pensar lo que nos está ocurriendo, ¿no sería importante que reflexionáramos sobre si lo que está sucediendo solo corrobora nuestras categorías y plantillas previas o si marca una diferencia aún por establecer?
La digitalización, que sigue un progreso exponencial según la ley de Moore, permite concebir, incluso a corto plazo, una sociedad en la que las máquinas realicen la mayor parte de las tareas, dejando a los humanos mucho tiempo para el autodesarrollo.
La afirmación de Wittgenstein de que no existe “aplicación” de una regla porque la instancia de aplicación es interna a la propia regla y, como consecuencia, la transforma, es totalmente válida como principio rector para escribir una tesis.
El pensamiento de Davis, como buen materialista y marxista, operaba en continuo diálogo con el ruido del presente, con sus obstáculos, sus rugosidades y pliegues, sus pervivencias, sus proyecciones y posibilidades.
En el sistema semiológico de Barthes el mito se presenta como una potencia naturalizadora, una herramienta de normalización. Por eso, en su descripción de las lógicas de funcionamiento del mito hay todo un intento de impugnar la normalidad de los quehaceres cotidianos
Cabe cuestionarse si a estos "liberales" alguna vez les importó algo más que su persona, si aquella condescendencia de clase no supone en realidad un brillante ejemplo de conciencia de clase –de clase privilegiada, por supuesto– a la que le duró demasiado el disfraz democrático y popular.
El contexto Covid-19 nos trae un 'horror vacui' diferente, algo más angustiante que la patología psicológica conocida como 'fear of missing out' (FOMO), la posibilidad de que no nos estemos perdiendo nada porque nada está pasando y nada puede pasar.
"La pandemia ha enfatizado enormemente una tendencia que ya se estaba dibujando: una condición de miedo a la corporeidad, me atrevería a decir, incluso, una sensibilización fóbica hacia el cuerpo del otro."
En suma, Mercado y Estado no son términos antitéticos, sino necesariamente complementarios. Pero decimos más: no se trata sólo de considerar que ambas realidades son dependientes históricamente, sino de enfatizar que sus componentes estructurales están tan sumamente involucrados que sus contornos llegan a hacerse borrosos, hasta el punto de confundirse.
La transformación digital sigue hoy una dirección marcada por las políticas del momento, que favorecen la concentración empresarial, la extracción masiva y la acumulación de poder. Pero, como sucedió a principios del siglo pasado, estos criterios políticos pueden cambiarse.
«Es necesario un nuevo movimiento internacionalista y pacifista que en los diferentes países movilice los intereses de las grandes mayorías, que exija la toma de acciones para prevenir conflictos, y en particular que se pongan fuertes límites a las armas nucleares.»
Realismo capitalista es –haciendo de lo complejo sencillez y de las respuestas fáciles preguntas difíciles– una de las grandes obras políticas de nuestro siglo, la que emite algunas lecciones fácilmente numerables para las políticas del “deseo poscapitalista” en el siglo XXI.
'Los olvidados. Ficción de un proletariado reaccionario' no es un libro más, descubre el hilo común del pensamiento reaccionario contemporáneo y, a la vez, hace un ejercicio de arqueología brillante para responder a las entelequias de un obrerismo que pretende invocar a una clase obrera que jamás existió.
Pese a que son siglos lo que nos separa de los escritos de Burke, su definición de lo sublime parece ajustarse al milímetro a la situación actual, y nos da las claves para entender por qué podemos experimentar placer estético en las consecuencias de una pandemia.
Los nuevos periodistas crecen sabiendo que su futuro es un campo de minas, estudian una carrera muy mal estructurada y muy exigente y, como recompensa a todo ese aguante, obtienen un puesto mal remunerado, tremendamente esclavo y, por supuesto, inestable y frágil.
A pesar de la omnipresencia de este debate, es necesario cubrir una carencia fundamental de la mayoría de estos discursos: rebatir el desdén generalizado ––en gran parte de las ocasiones automático; en otras sencillamente visceral–– hacia la nostalgia y, en consecuencia, hacia su poso melancólico.
Como defendió Matt Colquhoun recientemente en su blog, la serie no es el capitalismo avanzando a través de la apropiación del sentimiento anticapitalista sino el sentimiento anticapitalista avanzando a través de la apropiación del capitalismo.
«La literatura, para mí, está presente en cada momento, en cada detalle de lo cotidiano, está sucediendo todo el tiempo. Pero, al mismo tiempo, qué difícil es lograr una buena traducción de la vida a las palabras, de la mente a las palabras.»
Creo que hay pocas definiciones más hermosas de democracia que aquella que reconoce no ser más que el esfuerzo que realizamos conjuntamente para definir a oscuras, acompañado por otros tan ciegos como nosotros mismos, qué es bueno y qué es malo.
La crítica política y social se consiguió transmitir desde la crítica cultural, en una alianza estética de raigambre nietzscheana en la que la música era un elemento de transformación radical. Este nuevo paradigma no había sido aprovechado por la izquierda tradicional, que dejó pasar el impulso que esta revolución cultural había traído.
Más que luchar por una u otra interpretación, una misión muy loable pero que para mí aún es dudosa en el ejercicio de la crítica cultural, la indefinición de lo afectivo nos debe conducir a identificar a qué anhelos desarticulados apela la cultura popular.
Las tesis que reproducimos a continuación fueron escritas por Bertolt Brecht en los años treinta, en el marco del debate con Gyorg Lukács sobre la definición de «realismo» en la literatura y el arte, así como el empleo del mismo por los artistas antifascistas.
Si el ecologismo desea tener una incidencia real en las disputas políticas del futuro inmediato (y es imprescindible que la tenga) no puede pasar por alto las peculiaridades y temporalidades de las diversas esferas de lo humano.
La pregunta que tenemos que hacernos es si preferimos vivir peor para mantener ciertos negocios o apostamos por mejorar la vida y forzar un desplazamiento productivo hacia otros sectores. Claramente lo que tiene que primar es la calidad de vida y lo que tiene que adaptarse es el modelo productivo, no al revés.
Hemos lanzado una batería de preguntas a distintos pensadores y pensadoras con el fin de acercarnos a un análisis no tanto de la crisis del coronavirus en sí, como de los distintos escenarios de futuro a que nos puede conducir su salida. Aquí las respuestas que nos ha dado Luciana Cadahia, filósofa argentina, autora de Mediaciones de lo sensible. Hacia una nueva economía crítica de los dispositivos (FCE, 2017) y El círculo mágico del Estado (Lengua de Trapo, 2019).
Hoy más que nunca necesitamos disponer de horizontes de futuro confiables, asegurar nuestras vidas -y no para cualquier forma de vida, sino para una que valga la pena ser vivida- como condición de posibilidad de cualquier forma de libertad política (pues sabemos que sin seguridad y confianza en el porvenir no hay libertad sino miedo y servidumbre).
La guerra en Ucrania sitúa en un primer plano la importante dependencia energética exterior de la UE y aboga por una aceleración en el proceso de transición verde acometida en toda su extensión.
¿tan importante es la relación que se da entre el mundo de lo lleno y de lo vaciado? Parece probable que sí, que sea necesario todo este despliegue orientado a disimular la naturaleza conflictiva de las relaciones sociales de lo vaciado, hacia dentro y hacia fuera, sobre todo porque todos los sujetos implicados arriesgan mucho en este juego.
Este artículo fue publicado originalmente por Stuart Hall en la revista Universities & Left Review, en el otoño de 1958, un momento en el que las transformaciones del capitalismo y de la izquierda después de la Segunda Guerra Mundial estaban cambiando Gran Bretaña y el mundo para siempre. La traducción al español es de Manuel Romero.
Somos mucho más rentables como espectadores-consumidores de contenido en plataformas ya que, si la televisión entraba en nuestra casa para ofrecernos entretenimiento a cambio de un porcentaje de tiempo invertido en publicidad, esta nueva forma de extracción de beneficios entra directamente en nuestro cuerpo, para buscar beneficios en los datos derivados de nuestro comportamiento.
El video presidencial en inglés siguen revelando datos importantes del relato que el gobierno está cocinando, en él se resignifican dos de las imágenes con las que se ha caracterizado al régimen uribista de Duque: la del títere y la del hombre desconectado de la realidad.
Aquí las respuestas que nos ha dado Santiago Alba Rico, escritor, ensayista y filósofo, autor, entre otros, de Las reglas del caos. Apuntes para una antropología del mercado (Anagrama, 1995), Leer con niños (Caballo de Troya, 2007), Islamofobia: nosotros, los otros, el miedo (Icaria, 2015) y Ser o no ser (un cuerpo) (Seix Barral, 2017).
«Leí tu libro la semana pasada y me sentí como si saliera a tomar aire después de pasar mucho tiempo bajo el agua. Me gustaría agradecerle de todo corazón que haya expresado de forma tan elocuente casi todo lo que había que decir, y que haya proporcionado una razón para la esperanza, cuando yo estaba a punto de desesperar.»
En estas líneas comparto con las compañeras y compañeros de España algunas reflexiones sobre las elecciones del pasado 15 y 16 de mayo en Chile y su relación con la rebelión popular que se inició en octubre del 2019. Primeras impresiones que destilan optimismo por los resultados favorables para las fuerzas políticas transformadoras que obtuvieron la mayoría de los escaños en la Convención que redactará la nueva Constitución Política, una Convención con paridad de género y 17 representantes de los pueblos indígenas.
El necro-liberalismo asume de forma explícita y obscena la imposibilidad de conjugar el mantenimiento de la vida con el mantenimiento del orden político y económico, de ahí que se caracterice por hacer gala y enarbolar sin complejo alguno la bandera del desprecio a la vida.
Gorriti es Filósofa, becaria doctoral CONICET y docente de la UNC. Autora de Nicos Poulantzas: una teoría materialista del Estado (Doble ciencia). Farrán es Filósofo, Investigador CONICET y docente de posgrado (Universidad Nacional de Córdoba). Autor de Badiou y Lacan: el anudamiento del sujeto (Prometeo), Nodal. Método, estado, sujeto (La cebra) y Nodaléctica (La Cebra).
¿No hay algo profundamente sospechoso en reflejar del lado de lo plebeyo la responsabilidad última del fascismo? ¿Por qué no encontramos, del lado de las élites, una imagen que pudiera tener el mismo peso simbólico? No es casual que el pueblo aparezca como el lugar de una sospecha y las élites queden, astutamente, sustraídas de la escena.
Este texto se publica en el marco del debate que tuvo lugar en el seminario "Marx y El Capital en el mundo contemporáneo" entre Jesús Rodríguez y Manuel Romero a propósito del lugar de lo político en la teoría marxista.