La nueva temporalidad nace marcada por una hiperconectividad que induce a la disolución de los lugares, los trayectos e incluso del cuerpo a favor de nuevas formas de interacción cibernéticas.
El reloj marca las 10:51. Impasible, el minutero hace el gesto de avanzar, pero inevitablemente choca contra el techo, una y otra vez en un loop constante, que, gota a gota agota la paciencia de todos los espectadores de la instalación del museo. Tras la contemplación, nerviosa y minuciosa, vuelven a casa a tempo lento, enfrascados en un intenso debate sobre el arte contemporáneo. Agotados ya todos los postulados sobre el sentido, la deriva y la belleza, sientan la cabeza en el sofá con la interna satisfacción de haber cuestionado aquello que les es dado. Y mientras rumorean, vencidos ya, la inercia de la cotidianidad se cuela de nuevo entre el humo de las cazuelas. Sin que nadie se percate, casi como un suspiro, el reloj marca las 10:52.
Con el curso de los días, los relojes se desdibujarán en su memoria a medida que el aspa del tiempo real despega en un ritmo frenético. Nada quedará de ellos más que algún fugaz destello en un instante pasajero. No obstante, la lógica de su absurdidad impregna cada uno de los minutos que pasan condenados a divagar entre múltiples pantallas. Graciela Speranza ilustra como los relojes de Macchi plasman perfectamente este fenómeno, propio de la virtualidad del tiempo sin tiempo, en que «las propiedades del tiempo acaban por fundirse con las del espacio y la simultaneidad reina sobre la sucesión [...] esa experiencia del tiempo traslapado con el espacio con paradojas virtuales que desnaturalizan la correlación» [1].
Para entender este giro, al que denominó implosión mediática, la clave está en una simple frase «el medio es el mensaje»
En este espacio virtual, en que el espacio queda solapado, la experiencia del tiempo se hace imperceptible y apremiante. Un purgatorio contemporáneo de videos de gatos en bucle que parece ejemplificar a la perfección el aburrido mundo, sin tiempo para el aburrimiento, que retrata Mark Fisher [2]. Internet, una esfera completamente mediatizada y privatizada, se ha convertido en el mediador de nuestra experiencia y en el repositorio de nuestra memoria individual y colectiva. Es por esto que es necesario considerar en qué medida adoptarlo afecta a nuestra representación y comprensión de la realidad.
La nueva temporalidad nace marcada por una hiperconectividad que induce a la disolución de los lugares, los trayectos e incluso del cuerpo a favor de nuevas formas de interacción cibernéticas. A su vez, en este espacio las múltiples pantallas rompen con la lógica cronológica, en pos de una simultaneidad nómada. Un presente global dónde conviven distintos tiempos y lugares superpuestos. Hoy en día, esta esfera virtual de hiperrealidad, este ‘’lugar sin espacio’’, no se plantea como un sucedáneo sino como un entorno vital. Hasta el punto en que Facebook insiste en llamarlo casa.
Curiosamente, este fenómeno resuena en el eco la obra de Marshal Mcluhan, que ya en 1969 fue capaz de entrever la posibilidad de estar presentes virtualmente de manera simultánea [3]. Para entender este giro, al que denominó implosión mediática, la clave está en una simple frase «el medio es el mensaje». En esta afirmación, tan sencilla y paradójica, Mcluhan intuye que toda innovación crea consigo un ambiente que transforma y dilata la sensibilidad humana. Para él, el medio es en sí una extensión de nosotros mismos, una parte de nuestro sistema nervioso.
Lo que en su momento debió parecer fruto de un delirio febril, hoy refleja nuestra realidad cotidiana. Cuando el universo íntimo en el que nos reflejamos se funde con la pantalla, tal y como describe Baudrillard en su ensayo El éxtasis de la comunicación, lo real se nos presenta como un simulacro que percibimos como cercano pero experimentamos desde la distancia. No obstante, no se trata de un espectáculo del que seamos observadores pasivos. Por el contrario, es una realidad táctil [1] en la que, como en Bandersnatch de Black Mirror, nosotros elegimos cuál es el siguiente escenario. A raíz de esta constante interacción se establece una bidireccionalidad que hace que estemos psíquica y socialmente entrelazados con los datos.
Estos sistemas ubicuos se cuelan entre los entresijos de nuestras vidas, fundiéndose con nuestro ambiente como una ampliación de nuestra propia mirada, un apéndice de nuestra memoria. Así, se desdibujan las barreras entre lo público y lo privado. Tal y como la fotografía supuso la irrupción de lo privado en el ámbito público, ahora esta atraviesa todas las esferas que nos rodean. Envolviendo el tiempo de espera, la memoria involuntaria, la transparencia de nuestra habitación y la tela del recuerdo. No resulta difícil así movilizar nuestro deseo y curiosidad para capturar la singularidad de nuestros gestos. De algún modo, esta información somos nosotros, sin embargo estamos desposeídos de este cuerpo.
Esta capacidad de predicción nos induce a sumergirnos en nuestra propia esfera de realidad virtual. La lógica algorítmica sigue el hilo de nuestros pensamientos y vertebra nuestra identidad digital
Lejos han quedado las tecnoutopías californianas de la Declaración de independencia del ciberespacio sobre un Internet «independiente por naturaleza de las tiranías», sino que está totalmente regido por intereses privados que responden a una lógica de mercantilización del conocimiento y del contenido. Entiendo que los creadores de Myspace, supondría que cuanto más obvia la mentira menos evidente, una ironía que ha resultado bastante eficaz. A sabiendas y sin más medidas, damos rienda suelta y nos lanzamos en una hilarada de autenticidad desbordante a hacer las redes cada vez más nuestras, cada vez más nosotros. Mientras, los grandes gigantes de Internet, encantados con Estocolmo, monetizan cada click. Y ojo al dato, cada bit que generamos en nuestra esfera privada es un recurso natural, incluso la que desencadena la expresión del descontento social.
Nada nuevo que no sepa bien el dueño de tu bar, cansado ya de oír conversaciones sobre implantes neurales y otras neuras. Sin embargo, estas ficciones populares, hasta cierto punto conspiranoicas, no hacen más que reflejar el sentimiento común de que el poder de decisión sobre nuestra vida se nos escapa de las manos. Un miedo a la automatización, a la pérdida del propio rumbo. Esa sensación de que hay algo en el aire que, si bien no es amor, sabe mejor que tu pareja qué deseas. Más que mera ficción, es el resultado de nuestra imaginación desplegada en la pantalla y puesta al servicio de sistemas de aprendizaje automático que analizan esta información y establecen correlaciones precisas sobre nuestro comportamiento para estimular nuestro deseo. Adquieren así poder predictivo, siendo capaces de anticipar el kairós del instante preciso. La oportunidad del ahora irrepetible que es la base del capitalismo cognitivo. El procesamiento instantáneo del Big Data marca el ritmo de actualización de un constante presente. Este tiempo, atravesado por la técnica, es el motor que nos impulsa y que nos bebe. Ya no sabemos bien si perseguimos un sueño o si hemos contraído insomnio crónico, pero no podemos parar. Detenerse es estar ausente, es negarse a un momento de sinergias infinitas. Y así, entre cadenas de flores, aprendemos cómo darle cuerda al reloj.
Esta capacidad de predicción nos induce a sumergirnos en nuestra propia esfera de realidad virtual. La lógica algorítmica sigue el hilo de nuestros pensamientos y vertebra nuestra identidad digital. Ofreciéndonos cápsulas de contenido personalizado mientras el resto se vuelve opaco. Una colección de iconos y referentes que alude a una «comunidad soñada», en base a cuyos referentes se construye un yo mediatizado. Esta información no es neutra, sino que refuerza los propios prejuicios a la vez que refleja las asimetrías de poder del mundo real. Categorizaciones y perfiles redefinen el sentido de comunidad, transformando el tejido social en correlaciones algorítmicas. «Vecindarios digitales» que se han convertido en burbujas de autorreferencia donde la participación se vuelve cada vez más ilusoria.
Como consecuencia, se desdibuja la posibilidad de participación real en la esfera pública, cada vez más influenciada por la dinámica de este medio, reduciendo la capacidad de transformación que suponen los espacios en común de creación cultural y de innovación social. En este contexto, surge la necesidad de reivindicar nuevos derechos, como la desconexión o el olvido. Revertir la lógica de apropiación de datos y la absorción del tiempo pasa necesariamente por recuperar estos aspectos de nuestra vida. Este tiempo en torno al que giran las reflexiones de Mark Fisher cuando se plantea si somos aún capaces de cultivar las sombras [2]. Sobre este aspecto, cabe también preguntarnos cómo activar la capacidad de transformación en el medio digital, que como nueva esfera pública, juega un papel clave en la creación del imaginario colectivo de generaciones futuras y el conocimiento del mundo al que tendrán acceso.
Como nos recuerda Ingrid Guardiola, para llevar a cabo esta tarea es necesario recuperar la mirada como forma de revertir y actualizar el tiempo. La imagen como fuente de «percepción, imaginación y recuerdo» da lugar a una memoria profunda, que establece un puente entre pasado y futuro [3]. Un poder de cambio que se ve menguado por las dinámicas del medio digital que según Bernard Stiegler, neutralizan la visión «mediante los procesos de homogeneización, redundancia y aceleración» [5]. Guardiola también identifica cómo estos elementos llevan a una evocación, destripada del sentido histórico, que emula un pasado idealizado y despolitizado. Una especie de mezcla entre hybris y melancolía póstuma que alude a la «falsa nostalgia» de Jameson y da lugar a una forma de memoria mecánica. Así la singularidad, asociada al consumo, se convierte en un hecho estético ajeno a las estructuras de poder que justifica ese pasado [3]. Esta crítica conecta con el criterio de Stiegler según el que:
el uso generalizado de la Web ha producido una sincronización en masa de la conciencia y la memoria a través de «objetos temporales» que llevan al consumo cultural gregario y estandarizado y la miseria simbólica, y llaman a la creación de «contraproductos» que reintroduzcan la singularidad en la experiencia cultural y desconecten el deseo de los imperativos de consumo.
Frente a este «revival», que expropia a la memoria de su contexto sociopolítico, absorbiendo el simbolismo de su fuerza crítica, Guardiola propone una «imagen dialéctica». Este concepto se basa en una asociación que establece en torno a las alegorías, en que, como en las ruinas, «el pasado se encuentra con el presente». En línea con el movimiento situacionista del détorunement, plantea «politizar las ruinas» como manera de trabajar desde ese pasado y ponerlo en relación dialéctica con distintos contextos, para así exponer las estructuras y asimetrías de poder que reflejan y justifican [3]. Un ejercicio que permite apropiarse de las imágenes del entorno mediático y hacer de ellas genealogía, como sucede en obras como Hypernormalization, que hace uso de fragmentos de vídeo públicos para trazar una narrativa completamente distinta que permite entrever las dinámicas de poder que atraviesan la historia oficial.
Estos contraproductos nos sumergen en un mundo de disonancia y contrapunto que rompe el espejismo que propician las dinámicas de espacios mediatizados y privatizados. Fisuras que permiten distinguir las estructuras opacas que otras formas desdibujan y reproducen. A medida que el entorno virtual se afianza como esfera pública que media nuestro acceso al mundo, desligar la memoria individual y colectiva de estas dinámicas es necesario para construir comunidades en torno a bases distintas. En un contexto en que se está viendo cómo la tecnología no hace más que reflejar y acentuar las desigualdades del mundo real, datificando el pasado y reproduciendo sus patrones, esta tarea es profundamente necesaria. Crear estos imaginarios de pensamiento crítico es esencial para construir el presente, y, eventualmente, también el futuro.
Recuerdo estar en la exposición de William Kendridge sentada frente a un cortometraje en que un hombre observaba una ventana desde su escritorio. En su mesilla, una foto de una mujer de repente cobró vida, mientras él, distraído, observaba la ciudad a sus pies, y yo, absorbida por esa pantalla, me daba cuenta que las cuatro esquinas de cada marco me daban acceso a mundos distintos. Hoy, paseo la vista por la sala entre miles de marcos y veo a la gente abstraída, sumida en su propia realidad, sin poder evitar preguntarme cuál es el mundo que vendrá.
[1] Baudrillard, J. (1988) The ecstasy of communication. Semiotext.
[2] Fisher, M. (2018). K-punk: The Collected and Unpublished Writings of Mark Fisher. Repeater.
[3] Guardiola, I. (2019). El ojo y la navaja, Un ensayo sobre el mundo como interfaz. Barcelona: Arcadia.
[4] Speranza, G. (2017). Cronografías, Arte y ficciones de un tiempo sin tiempo. Barcelona: Anagrama.
Este texto se publica en el marco del debate que tuvo lugar en el seminario "Marx y El Capital en el mundo contemporáneo" entre Jesús Rodríguez y Manuel Romero a propósito del lugar de lo político en la teoría marxista.
El contexto Covid-19 nos trae un 'horror vacui' diferente, algo más angustiante que la patología psicológica conocida como 'fear of missing out' (FOMO), la posibilidad de que no nos estemos perdiendo nada porque nada está pasando y nada puede pasar.
De un tiempo a esta parte me interesan las figuraciones de clase. Historias que reivindican las formas de vida obreras, ficciones que no esencializan ni se edifican en el antagonismo social y que de algún modo liberan a la literatura obrera de sus tareas históricas.
En el sistema semiológico de Barthes el mito se presenta como una potencia naturalizadora, una herramienta de normalización. Por eso, en su descripción de las lógicas de funcionamiento del mito hay todo un intento de impugnar la normalidad de los quehaceres cotidianos
Disney no podría habernos ofrecido un simbolismo más explícito de su empresa ideológica: Una casa (propiedad privada) que requiere de nuevas, reformadas y más progresistas, formas dentro de la misma institución (familia) para poder recuperar la magia (herencia).
El valor de los libros de Peter Frase, Olin Wright y Aaron Bastani reside en su capacidad para darle la vuelta al famoso dictum de Jameson e imaginar que el neoliberalismo no existe. Hay una potencia afirmativa en esa negación que no es una cuestión menor.
En estas líneas comparto con las compañeras y compañeros de España algunas reflexiones sobre las elecciones del pasado 15 y 16 de mayo en Chile y su relación con la rebelión popular que se inició en octubre del 2019. Primeras impresiones que destilan optimismo por los resultados favorables para las fuerzas políticas transformadoras que obtuvieron la mayoría de los escaños en la Convención que redactará la nueva Constitución Política, una Convención con paridad de género y 17 representantes de los pueblos indígenas.
Si el ecologismo desea tener una incidencia real en las disputas políticas del futuro inmediato (y es imprescindible que la tenga) no puede pasar por alto las peculiaridades y temporalidades de las diversas esferas de lo humano.
La coyuntura tiene la singularidad de ser aquel momento sin el cual no se podrían visualizar ni reflexionar sobre determinados problemas políticos. Pensar la coyuntura implica, decía el epistemólogo crítico Hugo Zemelman, comprender el presente-potencial.
Series como 'Succession' sirven para detectar la corrosión del poder, la política y el dinero mientras nos deleitamos con las disfunciones psicológicas de sus protagonistas. Si la serie sirve para cartografiar el capitalismo multinacional es gracias a su efecto de “totalidad”.
Este artículo fue publicado originalmente por Stuart Hall en la revista Universities & Left Review, en el otoño de 1958, un momento en el que las transformaciones del capitalismo y de la izquierda después de la Segunda Guerra Mundial estaban cambiando Gran Bretaña y el mundo para siempre. La traducción al español es de Manuel Romero.
Aquí las respuestas que nos ha dado Santiago Alba Rico, escritor, ensayista y filósofo, autor, entre otros, de Las reglas del caos. Apuntes para una antropología del mercado (Anagrama, 1995), Leer con niños (Caballo de Troya, 2007), Islamofobia: nosotros, los otros, el miedo (Icaria, 2015) y Ser o no ser (un cuerpo) (Seix Barral, 2017).
«Leí tu libro la semana pasada y me sentí como si saliera a tomar aire después de pasar mucho tiempo bajo el agua. Me gustaría agradecerle de todo corazón que haya expresado de forma tan elocuente casi todo lo que había que decir, y que haya proporcionado una razón para la esperanza, cuando yo estaba a punto de desesperar.»
Este texto es un informe presentado el 20 de enero de 2017 en el marco de la sesión ¿Quiénes son los comunistas? de la Conferencia de Roma sobre el Comunismo. Fue publicado originalmente en italiano con el título Chi sono i comunisti en la página web del colectivo Euronomade, y traducido ahora al castellano por Manuel Romero.
Con el verano liberamos algo de tiempo libre para dedicar a la lectura, al cine o simplemente a no hacer nada. En el IECCS hemos recopilado algunos títulos de ensayos y novelas para que podáis disfrutarlas durante el mes de agosto, y hacer así algo más ameno este calor insufrible.
El duelo, mientras haya recuerdo, afecto, es inevitable. La cuestión consiste en hacer un duelo sano, que sea llevable, en una existencia y una pérdida de la que el sujeto sea capaz de hacerse cargo.
Realismo capitalista es –haciendo de lo complejo sencillez y de las respuestas fáciles preguntas difíciles– una de las grandes obras políticas de nuestro siglo, la que emite algunas lecciones fácilmente numerables para las políticas del “deseo poscapitalista” en el siglo XXI.
Si ya no vemos igual, ni desde los mismos dispositivos, si cada vez hay más oferta de productos audiovisuales y el fútbol no mueve ficha, corre el riesgo de quedarse fuera de los nuevos mercados del consumo audiovisual.
Las tesis que reproducimos a continuación fueron escritas por Bertolt Brecht en los años treinta, en el marco del debate con Gyorg Lukács sobre la definición de «realismo» en la literatura y el arte, así como el empleo del mismo por los artistas antifascistas.
La idea de la compulsión a la repetición es muy poderosa y ha calado profundamente en nuestra cultura. Me gustaría argumentar que, históricamente, el marxismo ha experimentado cuatro neurosis importantes: la neurosis económica, la neurosis filosófica, la neurosis histórica y la neurosis cultural.
Creo que hay pocas definiciones más hermosas de democracia que aquella que reconoce no ser más que el esfuerzo que realizamos conjuntamente para definir a oscuras, acompañado por otros tan ciegos como nosotros mismos, qué es bueno y qué es malo.
La camaradería es el resultado de la solidaridad, del compromiso y de la disciplina. Es una práctica compleja, en la que se fracasa una vez para levantarse y fracasar mejor. A veces puede ser asfixiante, pero la mayor parte de las veces es liberadora. Somos nosotres en un sentido colectivo.
Cabe cuestionarse si a estos "liberales" alguna vez les importó algo más que su persona, si aquella condescendencia de clase no supone en realidad un brillante ejemplo de conciencia de clase –de clase privilegiada, por supuesto– a la que le duró demasiado el disfraz democrático y popular.
¿Y si las plataformas y su modelo de explotación basado en la extracción de datos hubieran sido solo un impasse en el proceso de construcción del Internet que finalmente se estabilizará en el futuro?
En este marco el ámbito de la cultura cobra especial importancia en la consecución de la hegemonía, proceso a través del cual se universalizan intereses y afectos, en palabras de Gramsci, “la conquista del poder cultural es previa a la del poder político”.
En suma, Mercado y Estado no son términos antitéticos, sino necesariamente complementarios. Pero decimos más: no se trata sólo de considerar que ambas realidades son dependientes históricamente, sino de enfatizar que sus componentes estructurales están tan sumamente involucrados que sus contornos llegan a hacerse borrosos, hasta el punto de confundirse.
Hay una creencia generalizada de que el progreso de la ciencia es imparable y de que la tecnología todo lo puede. No cabe en nuestras mentes, pero especialmente en la de nuestros gobernantes, que pueda haber límites biofísicos y energéticos a lo que somos capaces de hacer
La digitalización, que sigue un progreso exponencial según la ley de Moore, permite concebir, incluso a corto plazo, una sociedad en la que las máquinas realicen la mayor parte de las tareas, dejando a los humanos mucho tiempo para el autodesarrollo.
Hemos lanzado una batería de preguntas a distintos pensadores y pensadoras con el fin de acercarnos a un análisis no tanto de la crisis del coronavirus en sí, como de los distintos escenarios de futuro a que nos puede conducir su salida. Aquí las respuestas que nos ha dado Luciana Cadahia, filósofa argentina, autora de Mediaciones de lo sensible. Hacia una nueva economía crítica de los dispositivos (FCE, 2017) y El círculo mágico del Estado (Lengua de Trapo, 2019).
El miedo de no saber qué demonios va a pasar con nuestra vida y con la de aquellos que queremos. El miedo de mirar al futuro y no saber qué esperar. El miedo de no ver un horizonte de posibilidad, sino un muro tras el cual no sabemos qué se esconde.
La transformación digital sigue hoy una dirección marcada por las políticas del momento, que favorecen la concentración empresarial, la extracción masiva y la acumulación de poder. Pero, como sucedió a principios del siglo pasado, estos criterios políticos pueden cambiarse.
La pregunta que tenemos que hacernos es si preferimos vivir peor para mantener ciertos negocios o apostamos por mejorar la vida y forzar un desplazamiento productivo hacia otros sectores. Claramente lo que tiene que primar es la calidad de vida y lo que tiene que adaptarse es el modelo productivo, no al revés.
¿Qué pasa si dejamos de considerar a la propiedad como algo sagrado y “permanente”, que incluso trasciende al individuo (y su supuesto esfuerzo) hasta sus herederos, y empezamos a considerar que esta es imposible sin un complejo sistema de relaciones sociales colectivas que la sostiene desde su origen?
Actualmente el debate se ha simplificado a partir de la categoría de "lo posmo", de manera que si te preocupa lo estético para construirte como sujeto, parece que estás abandonando la lucha de clases.
Gorriti es Filósofa, becaria doctoral CONICET y docente de la UNC. Autora de Nicos Poulantzas: una teoría materialista del Estado (Doble ciencia). Farrán es Filósofo, Investigador CONICET y docente de posgrado (Universidad Nacional de Córdoba). Autor de Badiou y Lacan: el anudamiento del sujeto (Prometeo), Nodal. Método, estado, sujeto (La cebra) y Nodaléctica (La Cebra).
Los nuevos periodistas crecen sabiendo que su futuro es un campo de minas, estudian una carrera muy mal estructurada y muy exigente y, como recompensa a todo ese aguante, obtienen un puesto mal remunerado, tremendamente esclavo y, por supuesto, inestable y frágil.
La crítica política y social se consiguió transmitir desde la crítica cultural, en una alianza estética de raigambre nietzscheana en la que la música era un elemento de transformación radical. Este nuevo paradigma no había sido aprovechado por la izquierda tradicional, que dejó pasar el impulso que esta revolución cultural había traído.
'Los olvidados. Ficción de un proletariado reaccionario' no es un libro más, descubre el hilo común del pensamiento reaccionario contemporáneo y, a la vez, hace un ejercicio de arqueología brillante para responder a las entelequias de un obrerismo que pretende invocar a una clase obrera que jamás existió.
Pese a que son siglos lo que nos separa de los escritos de Burke, su definición de lo sublime parece ajustarse al milímetro a la situación actual, y nos da las claves para entender por qué podemos experimentar placer estético en las consecuencias de una pandemia.
El verano y las vacaciones se agotan, y también el tiempo libre para dedicar a la lectura, al cine o simplemente a no hacer nada. En el IECCS hemos recopilado algunos títulos de ensayos, novelas, películas y documentales para que puedas disfrutarlas durante el mes de agosto.
La guerra en Ucrania sitúa en un primer plano la importante dependencia energética exterior de la UE y aboga por una aceleración en el proceso de transición verde acometida en toda su extensión.
Como dice Eva Illouz en el prólogo del libro de Horvat, parece que el capitalismo nos ha arrebatado la capacidad de amar de manera radical. Nos encontramos ante la imposibilidad de replantear un concepto que parece haber quedado diluido entre las crisis del neoliberalismo.
¿No hay algo profundamente sospechoso en reflejar del lado de lo plebeyo la responsabilidad última del fascismo? ¿Por qué no encontramos, del lado de las élites, una imagen que pudiera tener el mismo peso simbólico? No es casual que el pueblo aparezca como el lugar de una sospecha y las élites queden, astutamente, sustraídas de la escena.
Más que luchar por una u otra interpretación, una misión muy loable pero que para mí aún es dudosa en el ejercicio de la crítica cultural, la indefinición de lo afectivo nos debe conducir a identificar a qué anhelos desarticulados apela la cultura popular.
Como defendió Matt Colquhoun recientemente en su blog, la serie no es el capitalismo avanzando a través de la apropiación del sentimiento anticapitalista sino el sentimiento anticapitalista avanzando a través de la apropiación del capitalismo.
«Muchas personas dicen que la experiencia de haber participado en un laboratorio ciudadano les cambió la vida»
"La pandemia ha enfatizado enormemente una tendencia que ya se estaba dibujando: una condición de miedo a la corporeidad, me atrevería a decir, incluso, una sensibilización fóbica hacia el cuerpo del otro."
El video presidencial en inglés siguen revelando datos importantes del relato que el gobierno está cocinando, en él se resignifican dos de las imágenes con las que se ha caracterizado al régimen uribista de Duque: la del títere y la del hombre desconectado de la realidad.
El necro-liberalismo asume de forma explícita y obscena la imposibilidad de conjugar el mantenimiento de la vida con el mantenimiento del orden político y económico, de ahí que se caracterice por hacer gala y enarbolar sin complejo alguno la bandera del desprecio a la vida.
Las comunidades no se pueden descontextualizar de los modos de producción en las que están insertas, de las transformaciones que se producen y en las que son producidas por seres humanos en el paso de sus vidas.
En medio de una pandemia mundial -donde el proceso productivo neoliberal en el que ya vivíamos condiciona nuestra manera de sentir, relacionarnos y también curarnos-lo último que se permite es adolecer. Nuestras pérdidas son rápidas, ocultadas, secretas, dejan un duelo mudo, pero igual de profundo, es un duelo arrebatado.
A pesar de la omnipresencia de este debate, es necesario cubrir una carencia fundamental de la mayoría de estos discursos: rebatir el desdén generalizado ––en gran parte de las ocasiones automático; en otras sencillamente visceral–– hacia la nostalgia y, en consecuencia, hacia su poso melancólico.
Somos mucho más rentables como espectadores-consumidores de contenido en plataformas ya que, si la televisión entraba en nuestra casa para ofrecernos entretenimiento a cambio de un porcentaje de tiempo invertido en publicidad, esta nueva forma de extracción de beneficios entra directamente en nuestro cuerpo, para buscar beneficios en los datos derivados de nuestro comportamiento.
Al igual que los Shelby, podemos contemplar nuestras sociedades y afirmar que las élites son despiadadas, crueles e insolidarias. Sin embargo, conviene separarse de ellos a la hora de configurar el futuro a perseguir, uno en el que no quepan egoísmos narcisistas ni tradiciones opresoras.
No es nuevo decir que, tras décadas de neoliberalismo, la responsabilidad sobre el empleo descansa cada vez más sobre los propios individuos. Cada vez son más los programas educativos que añaden en sus currículos una nueva y apetecible competencia: la empleabilidad.
¿tan importante es la relación que se da entre el mundo de lo lleno y de lo vaciado? Parece probable que sí, que sea necesario todo este despliegue orientado a disimular la naturaleza conflictiva de las relaciones sociales de lo vaciado, hacia dentro y hacia fuera, sobre todo porque todos los sujetos implicados arriesgan mucho en este juego.
¿En qué se debe basar, entonces, nuestro hacer político y sus distintos modos? He aquí la pregunta fundamental. La respuesta por la que aquí apostamos es la autonomía, la capacidad del grupo para dotarse de sus propias reglas independientemente de factores externos.
La serie es un éxito puesto que (re)construye cómo una ideología como la Alt-Right puede llegar a ser hegemónica y lo hace en una dialéctica constante con la realidad que vive la sociedad estadounidense y sus pilares racistas.
La afirmación de Wittgenstein de que no existe “aplicación” de una regla porque la instancia de aplicación es interna a la propia regla y, como consecuencia, la transforma, es totalmente válida como principio rector para escribir una tesis.
Habitualmente se entiende que la ciencia ficción, precisamente por su carácter especulativo, es un género con una relación particular con el progresismo y la izquierda. Sin que esto sea necesariamente falso, la realidad es que la historia del género está llena de grandes figuras y obras notables con relación directa con posturas reaccionarias e incluso con el fanatismo religioso.
En definitiva, en el Manifiesto la ciencia le habla a la política como un cliente exigente que demanda aquellos servicios por los que paga. Esta posición no es nueva. Viene construyéndose desde hace décadas, en especial desde el mercado hacia el Estado.
El pensamiento de Davis, como buen materialista y marxista, operaba en continuo diálogo con el ruido del presente, con sus obstáculos, sus rugosidades y pliegues, sus pervivencias, sus proyecciones y posibilidades.
«Es necesario un nuevo movimiento internacionalista y pacifista que en los diferentes países movilice los intereses de las grandes mayorías, que exija la toma de acciones para prevenir conflictos, y en particular que se pongan fuertes límites a las armas nucleares.»
Si necesitamos pensar lo que nos está ocurriendo, ¿no sería importante que reflexionáramos sobre si lo que está sucediendo solo corrobora nuestras categorías y plantillas previas o si marca una diferencia aún por establecer?
«La literatura, para mí, está presente en cada momento, en cada detalle de lo cotidiano, está sucediendo todo el tiempo. Pero, al mismo tiempo, qué difícil es lograr una buena traducción de la vida a las palabras, de la mente a las palabras.»