En suma, Mercado y Estado no son términos antitéticos, sino necesariamente complementarios. Pero decimos más: no se trata sólo de considerar que ambas realidades son dependientes históricamente, sino de enfatizar que sus componentes estructurales están tan sumamente involucrados que sus contornos llegan a hacerse borrosos, hasta el punto de confundirse.
Los fantasmas no existen, pero pueden darnos miedo. Bien lo saben los psicoanalistas: da igual que los fantasmas no sean reales, si es real el miedo que te producen. Es más, convencer al que lo padece de que los fantasmas no existen puede llegar a ser una pérdida de tiempo. Quizás ya lo sepa. Lo importante es advertir que los afectos que estos causan son de una materialidad incancelable. Del mismo modo, la existencia del perpetuum mobile, de un motor que subsista sin fuentes de energía externa, es imposible, pues contradice las dos primeras leyes de la termodinámica. Sin embargo, muchas personas no pierden la esperanza de lograr construirlo. Con la idea de “libre mercado” sucede lo mismo. Está presente en casi todos los debates políticos. Pero, según intentaremos demostrar en este artículo, su definición como una entidad autosuficiente, capaz de constituirse al margen de los estados, resulta inconsistente.
Las ideas de Mercado y Estado no se pueden contraponer como si fueran términos externos el uno al otro. No son dos totalidades enterizas, autocontenidas y predeterminadas que posteriormente interactuarían entre sí, un poco al modo en que, según Descartes, la res extensa y la res cogitans serían sustancias independientes que, una vez creadas, se comunican. Mercado y Estado no son dos entidades que existen por sí mismas, sin perjuicio de que reconozcamos su acción recíproca. Siguiendo con el paralelismo: no es que tengamos un cuerpo y además pensemos; es que “pensamos con el cuerpo”, como decía Althusser. Congruentemente, la distinción -analítica- entre Mercado y Estado es mucho más inestable o resbaladiza de lo que se suele creer. Por de pronto, más que al Mercado y al Estado, en singular y de forma abstracta, deberíamos referirnos a los mercados y estados históricamente existentes.
De hecho, los mercados -en su sentido moderno- no son instituciones flotantes al margen de los estados. Para su funcionamiento es previamente necesaria la apropiación y delimitación estatal de unos territorios y sus riquezas; el “acaparamiento de tierras”, como lo denominaría Rosa Luxemburgo. Además, sin el poder coercitivo de los estados sería inconcebible el desarrollo histórico de los mercados capitalistas. Sólo el monopolio estatal de la violencia puede garantizar el régimen de propiedad privada. Así, el capitalismo no es la consecuencia del crecimiento pacífico y armónico de los mercados sino, bien al contrario, del enfrentamiento existente entre ellos, por mediación de los estados. Por consiguiente, la propiedad privada no es un derecho natural, como imaginaba entre otros Locke, sino que esta se impone por la fuerza, sin “excesiva ternura” -en palabras de Hegel-. Lo cual solo es factible en virtud de la existencia de sistemas jurídicos, de carácter estatal, que definan las obligaciones y derechos contractuales.
En suma, Mercado y Estado no son términos antitéticos, sino necesariamente complementarios.
Igualmente, los mercados necesitan para su interconexión la construcción y mantenimiento por parte de los estados de vastas infraestructuras físicas, tales como líneas ferroviarias, carreteras, aeropuertos, etc. Que esto se haga mediante la contratación o subcontratación privadas no niega, sino que confirma, el papel determinante de los mismos. Por último, la expansión de los mercados no es posible sin los dispositivos institucionales e ideológicos que proporcionan los estados para la reproducción social de la fuerza de trabajo y la creación de hegemonía: aquel conjunto de reglas, códigos y disciplinas que serán implementadas en los procesos productivos a fin de crear valor (la “biopolítica del trabajo”, conforme a la foucaultiana expresión de Christian Marazzi).
En suma, Mercado y Estado no son términos antitéticos, sino necesariamente complementarios. Pero decimos más: no se trata sólo de considerar que ambas realidades son dependientes históricamente, sino de enfatizar que sus componentes estructurales están tan sumamente involucrados que sus contornos llegan a hacerse borrosos, hasta el punto de confundirse.
De este modo, habrá que atreverse a sostener, como ya hicieron Braudel y Wallerstein -entre otros- con acierto, que lo esencial en el devenir histórico del capitalismo no es el “libre mercado” o la “libre competencia”, sino la lógica del aumento ilimitado de beneficios, ¡lo cual exige precisamente la destrucción del “libre mercado” y de la “libre competencia” a manos de los grandes oligopolios y monopolios existentes! Podemos así sentenciar, para escándalo de liberales de toda ralea, que el capitalismo no es una economía de mercado, sino antes bien de antimercado. Y que los estados, como venimos argumentando, son unidades esenciales para su despliegue.
En conclusión, el Estado no es una víctima de “la dictadura de los mercados”. Es la rama ejecutiva de los gobiernos afines a la ideología del libre mercado -la diferencia es crucial- la que se alinea con el capital corporativo “global”. Sin los resortes del Estado sería imposible que una minoría social lograra acumular la mayor parte del capital productivo colectivo.
Ahora bien, si esto es así, si el mercado y el Estado no son compartimentos estancos, entonces habrá que rechazar también la oposición diametral entre “libertad de mercado” y “planificación”, puesto que toda acción económico-política supone alguna forma de planificación. Por tanto, la discusión no se dirime entre planificar o no planificar, sino en las diferencias existentes entre lo diversos modelos de planificación. Así, por ejemplo, no se pueden equiparar las formas de planificación que recurrentemente privilegian a unos pocos, con aquellas otras que promueven la distribución equitativa de los recursos existentes. En el contexto crítico del COVID- 19, no será lo mismo realizar decididas inversiones públicas para garantizar los “derechos de existencia” de toda la ciudadanía (mediante la aplicación de impuestos verdaderamente progresivos, medidas predistributivas de riqueza, la desmercantilización de los servicios públicos, etc.) que someter al Estado a un endeudamiento masivo debido a la transferencia de fondos públicos a empresas privadas, socializando pérdidas y privatizando beneficios.
Lo que ha de advertirse inmediatamente es que, en ninguno de los dos casos, podemos hablar del “retorno del Estado”, porque -para bien y para mal- el Estado ”todavía estaba allí”, como el dinosaurio del microcuento de Augusto Monterroso. Y es que el debate entre globalismo y soberanismo está mal planteado. De un lado, esta crisis vuelve a mostrarnos el carácter fetichista de la globalización, eso es, la concepción ideológica de la misma como un escenario cosmopolita de armónica confluencia entre los intereses de los estados- nación, que dejaría atrás sus confrontaciones histórico-culturales. Por analogía, como si se tratara de un imán capaz de unir todas las virutas de hierro asociándolas en un mismo dibujo. Pero este mito oscurantista de la globalización no debe combatirse con otro relato, a nuestro juicio, no menos idealista: el de la vuelta a la vida intrauterina de la soberanía nacional. Se comprende este deseo de “permanencia” in utero ante el horror que provoca lo sublime negativo por desconocido, lo unheimlich. Sin embargo, en las circunstancias actuales, como razonan Luciano Vasapollo, Joaquín Arriola y Rita Martufi, “a quienes pretenden defender el estado de bienestar y la soberanía nacional en Europa, les espera el mismo destino que a los artesanos que luchaban por mantener los gremios a principios del siglo XIX, o a los curas rurales británicos que querían restaurar las leyes de pobres”.
En realidad, el enfrentamiento a las políticas austericidas de la UE no provendrá del regreso melancólico a la placenta de un pasado idealizado. No consistirá tanto en el “re-torno” a contextos políticos preexistentes, aunque esto nos genere afectivamente un suelo de (falsas) certezas, cuanto en la construcción de nuevos bloques políticos que, muy probablemente, harán saltar la costuras de la UE que hasta hoy conocemos. Que las primeras ayudas sanitarias recibidas por un país como Italia hayan procedido de Rusia y Cuba nos puede hacer a la idea de esto que estamos diciendo. Sobre todo considerando que, entre 2011 y 2018, fue la propia Comisión Europea la que exigió en 63 ocasiones a los países miembros que recortaran sus gastos en sanidad. Por eso, también en este caso, más que hablar de la globalización en singular, como si se tratara de un manto protector, habría que referirse a distintos modelos de globalización divergentes e incompatibles entre sí: globalización norteamericana, globalización china, globalización euroasiática, ¿globalización alba-euromediterránea?, etc.
Queda patente que el armazón institucional que conforman los estados es la condición de posibilidad del curso real de los mercados. El orden nunca es espontáneo ni los mercados son autónomos. Como ya hemos comentado, la competencia de los mercados precisa de un sistema abigarrado de cuerpos normativos y coercitivos. En este sentido, caracterizar el neoliberalismo como “la ley de la selva” no deja de ser una apreciación más moralista que política. En palabras del propio Hayek, “la mano invisible de la competencia” necesita de “la mano visible de la ley”. El espacio de la “economía libre” -añade- requiere una “constitución de libertad”. Superando la falsa dicotomía entre globalización y soberanía, Quinn Slobodian denominará a esta dialéctica como ordoglobalismo. Ahora bien, la “constitución de libertad” a las que apela Hayek no se sustancia en la concordia o equilibrio entre estados, sino en el conflicto y en la subordinación de unos sobre otros. Y así ocurre en la UE, cuya unión monetaria infunde un régimen asimétrico de estabilidad fiscal, del que Alemania es la gran beneficiaria.
Consecuentemente, lo que el neoliberalismo o el ordoliberalismo ocultan no es la función esencial del Estado en su concepción política, en absoluto, sino las asimetrías de poder que sus prácticas provocan. Basta con recordar el lema de Margaret Thatcher: “una economía libre para un Estado fuerte”. Desde estos planteamientos, sobre todo, el problema no será el Estado, sino sencillamente la democracia, esto es, cualquier medida político-económica encaminada a evitar que la riqueza se concentre en manos de unos pocos. Solo si el Estado actúa en esta dirección, corrigiendo las desigualdades en la distribución de la riqueza, será entonces considerado como un mecanismo nocivo que distorsiona las leyes del mercado. von Mises calificaría críticamente esta posibilidad como “democracia omnipotente” y Hayek como “democracia ilimitada”, la cual consistiría en la extralimitación del imperium (las reglas de los estados) respecto a la protección del dominium (las reglas de la propiedad privada). Un Estado fuerte, desde esta perspectiva, es aquel capaz de resistir las demandas democráticas populares. O lo que es lo mismo, aquel que es fuerte con los débiles y débil con los fuertes.
Se equivocan, en definitiva, quienes abordan este debate en términos cuantitativos, como si la cuestión residiera en calibrar si queremos más o menos Estado. Este planteamiento supone representarse el Estado como si fuera una sustancia (concebida, para colmo, como entidad superestructural). Pero el Estado no es una cosa, sino un conjunto de relaciones en el que estamos inmersos, un campo asimétrico pero inestable de fuerzas en liza. El problema de fondo de la acción política es, por tanto, fundamentalmente cualitativo, intensivo: ¿por qué tipo de Estado nos decantamos? ¿Es fuerte el Estado que protege los privilegios de unos pocos o aquel que instituye y asegura los derechos sociales y cívicos de cualquiera?
En último lugar, y no por ello menos importante, debemos advertir que oponer libre mercado y planificación supone asumir que el mercado capitalista es libre, cuando habría que señalar exactamente lo contrario, a saber, que la idea de libertad de la que los liberales presumen es irrealizable en un marco capitalista. Este fue uno de los empeños de Marx: demostrar que aquellos que no disponen de más “propiedad” que la de su fuerza de trabajo son esclavos de quienes se han adueñado y estructuran las condiciones materiales de existencia. Y que, por tanto, estos ya no pueden vivir más que con el permiso de aquellos. Así las cosas, la pregunta que debemos hacernos no es si el mercado es libre o está regulado, sino quiénes se benefician de los ingresos y de la riqueza producida por las clases trabajadoras.
Como hemos visto, ni los mercados son instituciones libres- de los Estados, pues están configurados históricamente por ellos, ni los individuos interactúan libremente en los mercados, al margen de su clase social, grupo de estatus, género o nacionalidad. Su libertad- para presupone tales condiciones. Y estas condiciones hacen que sus relaciones sean asimétricas y, por tanto, el acceso a los recursos, desigual. Por decirlo con toda crudeza, como Barbara Ehrenreich, “cuando los ricos y los pobres compiten en el mercado libre, los pobres no tienen prácticamente ninguna oportunidad”. De otra manera: muchas personas no pueden satisfacer sus demandas (en gran medida creadas por los mercados), básicamente porque no tienen dinero para ello; a pesar de lo cual serán igualmente conminadas a emprender.
“Figurarse que llegará un momento en el que cesará todo cambio (y, con ello, el tiempo mismo), he aquí una representación que irrita a la imaginación”, decía Kant.
¿Dónde queda entonces la libertad? En nuestras sociedades capitalistas de mercado, ¿acaso tenemos capacidad para decidir cuántas horas trabajamos y de qué manera, qué modelo industrial queremos, qué tipo de vivienda, cómo se produce la energía o tantas otras cuestiones que afectan a nuestras vidas? Si esto no es posible para la mayoría, ¿no resulta estúpido dejar que la noción de libertad caiga en manos de los liberales, en vez de disputarla?
Ni nuestros deseos de transformación pueden ser completamente succionados por las estructuras socioeconómicas capitalistas ni nuestros comportamientos están hipnotizados por el “Poder”, que nunca es omnímodo. Si lo fuera, entonces habría que aceptar que la ciudadanía es absolutamente pasiva y la libertad contra la dominación es imposible. Pero eso es lo que no ocurre. “Figurarse que llegará un momento en el que cesará todo cambio (y, con ello, el tiempo mismo), he aquí una representación que irrita a la imaginación”, decía Kant.
Hoy se hace imprescindible actualizar la histórica aspiración del movimiento obrero de establecer un control democrático de la producción, mediante la participación efectiva de cualquiera en las decisiones sobre cómo y por qué se producen los recursos esenciales para toda la ciudadanía. Esto significa construir nuevas condiciones de libertad social basadas en el reconocimiento recíproco. Lo que supone poner en ejercicio el principio de que nadie es (o debe ser) más que nadie; principio infinito que ha de hacerse extensivo a toda comunidad. Muchos liberales, siguiendo en esto a Lord Acton, y entre ellos Hayek, considerarán que “la pasión de la igualdad hace vana la esperanza de la libertad”. Nada más lejos de la realidad, desde el filo crítico del republicanismo: la privación de una daña a la otra. Tales dimensiones se presuponen mutuamente, aun en la tensión, siendo cada una de la otra su condición material de posibilidad. No hay proyecto emancipatorio sin reivindicación simultánea de igualdad y libertad.
La camaradería es el resultado de la solidaridad, del compromiso y de la disciplina. Es una práctica compleja, en la que se fracasa una vez para levantarse y fracasar mejor. A veces puede ser asfixiante, pero la mayor parte de las veces es liberadora. Somos nosotres en un sentido colectivo.
La idea de la compulsión a la repetición es muy poderosa y ha calado profundamente en nuestra cultura. Me gustaría argumentar que, históricamente, el marxismo ha experimentado cuatro neurosis importantes: la neurosis económica, la neurosis filosófica, la neurosis histórica y la neurosis cultural.
«Leí tu libro la semana pasada y me sentí como si saliera a tomar aire después de pasar mucho tiempo bajo el agua. Me gustaría agradecerle de todo corazón que haya expresado de forma tan elocuente casi todo lo que había que decir, y que haya proporcionado una razón para la esperanza, cuando yo estaba a punto de desesperar.»
Aquí las respuestas que nos ha dado Santiago Alba Rico, escritor, ensayista y filósofo, autor, entre otros, de Las reglas del caos. Apuntes para una antropología del mercado (Anagrama, 1995), Leer con niños (Caballo de Troya, 2007), Islamofobia: nosotros, los otros, el miedo (Icaria, 2015) y Ser o no ser (un cuerpo) (Seix Barral, 2017).
La transformación digital sigue hoy una dirección marcada por las políticas del momento, que favorecen la concentración empresarial, la extracción masiva y la acumulación de poder. Pero, como sucedió a principios del siglo pasado, estos criterios políticos pueden cambiarse.
"La pandemia ha enfatizado enormemente una tendencia que ya se estaba dibujando: una condición de miedo a la corporeidad, me atrevería a decir, incluso, una sensibilización fóbica hacia el cuerpo del otro."
Hay una creencia generalizada de que el progreso de la ciencia es imparable y de que la tecnología todo lo puede. No cabe en nuestras mentes, pero especialmente en la de nuestros gobernantes, que pueda haber límites biofísicos y energéticos a lo que somos capaces de hacer
Series como 'Succession' sirven para detectar la corrosión del poder, la política y el dinero mientras nos deleitamos con las disfunciones psicológicas de sus protagonistas. Si la serie sirve para cartografiar el capitalismo multinacional es gracias a su efecto de “totalidad”.
Somos mucho más rentables como espectadores-consumidores de contenido en plataformas ya que, si la televisión entraba en nuestra casa para ofrecernos entretenimiento a cambio de un porcentaje de tiempo invertido en publicidad, esta nueva forma de extracción de beneficios entra directamente en nuestro cuerpo, para buscar beneficios en los datos derivados de nuestro comportamiento.
El duelo, mientras haya recuerdo, afecto, es inevitable. La cuestión consiste en hacer un duelo sano, que sea llevable, en una existencia y una pérdida de la que el sujeto sea capaz de hacerse cargo.
No es nuevo decir que, tras décadas de neoliberalismo, la responsabilidad sobre el empleo descansa cada vez más sobre los propios individuos. Cada vez son más los programas educativos que añaden en sus currículos una nueva y apetecible competencia: la empleabilidad.
El valor de los libros de Peter Frase, Olin Wright y Aaron Bastani reside en su capacidad para darle la vuelta al famoso dictum de Jameson e imaginar que el neoliberalismo no existe. Hay una potencia afirmativa en esa negación que no es una cuestión menor.
Si necesitamos pensar lo que nos está ocurriendo, ¿no sería importante que reflexionáramos sobre si lo que está sucediendo solo corrobora nuestras categorías y plantillas previas o si marca una diferencia aún por establecer?
La guerra en Ucrania sitúa en un primer plano la importante dependencia energética exterior de la UE y aboga por una aceleración en el proceso de transición verde acometida en toda su extensión.
Hemos lanzado una batería de preguntas a distintos pensadores y pensadoras con el fin de acercarnos a un análisis no tanto de la crisis del coronavirus en sí, como de los distintos escenarios de futuro a que nos puede conducir su salida. Aquí las respuestas que nos ha dado Luciana Cadahia, filósofa argentina, autora de Mediaciones de lo sensible. Hacia una nueva economía crítica de los dispositivos (FCE, 2017) y El círculo mágico del Estado (Lengua de Trapo, 2019).
Pese a que son siglos lo que nos separa de los escritos de Burke, su definición de lo sublime parece ajustarse al milímetro a la situación actual, y nos da las claves para entender por qué podemos experimentar placer estético en las consecuencias de una pandemia.
Al igual que los Shelby, podemos contemplar nuestras sociedades y afirmar que las élites son despiadadas, crueles e insolidarias. Sin embargo, conviene separarse de ellos a la hora de configurar el futuro a perseguir, uno en el que no quepan egoísmos narcisistas ni tradiciones opresoras.
Cabe cuestionarse si a estos "liberales" alguna vez les importó algo más que su persona, si aquella condescendencia de clase no supone en realidad un brillante ejemplo de conciencia de clase –de clase privilegiada, por supuesto– a la que le duró demasiado el disfraz democrático y popular.
En este marco el ámbito de la cultura cobra especial importancia en la consecución de la hegemonía, proceso a través del cual se universalizan intereses y afectos, en palabras de Gramsci, “la conquista del poder cultural es previa a la del poder político”.
En definitiva, en el Manifiesto la ciencia le habla a la política como un cliente exigente que demanda aquellos servicios por los que paga. Esta posición no es nueva. Viene construyéndose desde hace décadas, en especial desde el mercado hacia el Estado.
El verano y las vacaciones se agotan, y también el tiempo libre para dedicar a la lectura, al cine o simplemente a no hacer nada. En el IECCS hemos recopilado algunos títulos de ensayos, novelas, películas y documentales para que puedas disfrutarlas durante el mes de agosto.
Si ya no vemos igual, ni desde los mismos dispositivos, si cada vez hay más oferta de productos audiovisuales y el fútbol no mueve ficha, corre el riesgo de quedarse fuera de los nuevos mercados del consumo audiovisual.
Las tesis que reproducimos a continuación fueron escritas por Bertolt Brecht en los años treinta, en el marco del debate con Gyorg Lukács sobre la definición de «realismo» en la literatura y el arte, así como el empleo del mismo por los artistas antifascistas.
El contexto Covid-19 nos trae un 'horror vacui' diferente, algo más angustiante que la patología psicológica conocida como 'fear of missing out' (FOMO), la posibilidad de que no nos estemos perdiendo nada porque nada está pasando y nada puede pasar.
La afirmación de Wittgenstein de que no existe “aplicación” de una regla porque la instancia de aplicación es interna a la propia regla y, como consecuencia, la transforma, es totalmente válida como principio rector para escribir una tesis.
Más que luchar por una u otra interpretación, una misión muy loable pero que para mí aún es dudosa en el ejercicio de la crítica cultural, la indefinición de lo afectivo nos debe conducir a identificar a qué anhelos desarticulados apela la cultura popular.
«La literatura, para mí, está presente en cada momento, en cada detalle de lo cotidiano, está sucediendo todo el tiempo. Pero, al mismo tiempo, qué difícil es lograr una buena traducción de la vida a las palabras, de la mente a las palabras.»
¿Y si las plataformas y su modelo de explotación basado en la extracción de datos hubieran sido solo un impasse en el proceso de construcción del Internet que finalmente se estabilizará en el futuro?
Con el verano liberamos algo de tiempo libre para dedicar a la lectura, al cine o simplemente a no hacer nada. En el IECCS hemos recopilado algunos títulos de ensayos y novelas para que podáis disfrutarlas durante el mes de agosto, y hacer así algo más ameno este calor insufrible.
Gorriti es Filósofa, becaria doctoral CONICET y docente de la UNC. Autora de Nicos Poulantzas: una teoría materialista del Estado (Doble ciencia). Farrán es Filósofo, Investigador CONICET y docente de posgrado (Universidad Nacional de Córdoba). Autor de Badiou y Lacan: el anudamiento del sujeto (Prometeo), Nodal. Método, estado, sujeto (La cebra) y Nodaléctica (La Cebra).
¿No hay algo profundamente sospechoso en reflejar del lado de lo plebeyo la responsabilidad última del fascismo? ¿Por qué no encontramos, del lado de las élites, una imagen que pudiera tener el mismo peso simbólico? No es casual que el pueblo aparezca como el lugar de una sospecha y las élites queden, astutamente, sustraídas de la escena.
Habitualmente se entiende que la ciencia ficción, precisamente por su carácter especulativo, es un género con una relación particular con el progresismo y la izquierda. Sin que esto sea necesariamente falso, la realidad es que la historia del género está llena de grandes figuras y obras notables con relación directa con posturas reaccionarias e incluso con el fanatismo religioso.
La crítica política y social se consiguió transmitir desde la crítica cultural, en una alianza estética de raigambre nietzscheana en la que la música era un elemento de transformación radical. Este nuevo paradigma no había sido aprovechado por la izquierda tradicional, que dejó pasar el impulso que esta revolución cultural había traído.
¿Qué pasa si dejamos de considerar a la propiedad como algo sagrado y “permanente”, que incluso trasciende al individuo (y su supuesto esfuerzo) hasta sus herederos, y empezamos a considerar que esta es imposible sin un complejo sistema de relaciones sociales colectivas que la sostiene desde su origen?
La serie es un éxito puesto que (re)construye cómo una ideología como la Alt-Right puede llegar a ser hegemónica y lo hace en una dialéctica constante con la realidad que vive la sociedad estadounidense y sus pilares racistas.
La coyuntura tiene la singularidad de ser aquel momento sin el cual no se podrían visualizar ni reflexionar sobre determinados problemas políticos. Pensar la coyuntura implica, decía el epistemólogo crítico Hugo Zemelman, comprender el presente-potencial.
«Muchas personas dicen que la experiencia de haber participado en un laboratorio ciudadano les cambió la vida»
Las comunidades no se pueden descontextualizar de los modos de producción en las que están insertas, de las transformaciones que se producen y en las que son producidas por seres humanos en el paso de sus vidas.
Disney no podría habernos ofrecido un simbolismo más explícito de su empresa ideológica: Una casa (propiedad privada) que requiere de nuevas, reformadas y más progresistas, formas dentro de la misma institución (familia) para poder recuperar la magia (herencia).
«Es necesario un nuevo movimiento internacionalista y pacifista que en los diferentes países movilice los intereses de las grandes mayorías, que exija la toma de acciones para prevenir conflictos, y en particular que se pongan fuertes límites a las armas nucleares.»
Hoy más que nunca necesitamos disponer de horizontes de futuro confiables, asegurar nuestras vidas -y no para cualquier forma de vida, sino para una que valga la pena ser vivida- como condición de posibilidad de cualquier forma de libertad política (pues sabemos que sin seguridad y confianza en el porvenir no hay libertad sino miedo y servidumbre).
El miedo de no saber qué demonios va a pasar con nuestra vida y con la de aquellos que queremos. El miedo de mirar al futuro y no saber qué esperar. El miedo de no ver un horizonte de posibilidad, sino un muro tras el cual no sabemos qué se esconde.
La pregunta que tenemos que hacernos es si preferimos vivir peor para mantener ciertos negocios o apostamos por mejorar la vida y forzar un desplazamiento productivo hacia otros sectores. Claramente lo que tiene que primar es la calidad de vida y lo que tiene que adaptarse es el modelo productivo, no al revés.
Actualmente el debate se ha simplificado a partir de la categoría de "lo posmo", de manera que si te preocupa lo estético para construirte como sujeto, parece que estás abandonando la lucha de clases.
'Los olvidados. Ficción de un proletariado reaccionario' no es un libro más, descubre el hilo común del pensamiento reaccionario contemporáneo y, a la vez, hace un ejercicio de arqueología brillante para responder a las entelequias de un obrerismo que pretende invocar a una clase obrera que jamás existió.
El pensamiento de Davis, como buen materialista y marxista, operaba en continuo diálogo con el ruido del presente, con sus obstáculos, sus rugosidades y pliegues, sus pervivencias, sus proyecciones y posibilidades.
¿En qué se debe basar, entonces, nuestro hacer político y sus distintos modos? He aquí la pregunta fundamental. La respuesta por la que aquí apostamos es la autonomía, la capacidad del grupo para dotarse de sus propias reglas independientemente de factores externos.
Como dice Eva Illouz en el prólogo del libro de Horvat, parece que el capitalismo nos ha arrebatado la capacidad de amar de manera radical. Nos encontramos ante la imposibilidad de replantear un concepto que parece haber quedado diluido entre las crisis del neoliberalismo.
En medio de una pandemia mundial -donde el proceso productivo neoliberal en el que ya vivíamos condiciona nuestra manera de sentir, relacionarnos y también curarnos-lo último que se permite es adolecer. Nuestras pérdidas son rápidas, ocultadas, secretas, dejan un duelo mudo, pero igual de profundo, es un duelo arrebatado.
Realismo capitalista es –haciendo de lo complejo sencillez y de las respuestas fáciles preguntas difíciles– una de las grandes obras políticas de nuestro siglo, la que emite algunas lecciones fácilmente numerables para las políticas del “deseo poscapitalista” en el siglo XXI.
En estas líneas comparto con las compañeras y compañeros de España algunas reflexiones sobre las elecciones del pasado 15 y 16 de mayo en Chile y su relación con la rebelión popular que se inició en octubre del 2019. Primeras impresiones que destilan optimismo por los resultados favorables para las fuerzas políticas transformadoras que obtuvieron la mayoría de los escaños en la Convención que redactará la nueva Constitución Política, una Convención con paridad de género y 17 representantes de los pueblos indígenas.
¿tan importante es la relación que se da entre el mundo de lo lleno y de lo vaciado? Parece probable que sí, que sea necesario todo este despliegue orientado a disimular la naturaleza conflictiva de las relaciones sociales de lo vaciado, hacia dentro y hacia fuera, sobre todo porque todos los sujetos implicados arriesgan mucho en este juego.
Este texto se publica en el marco del debate que tuvo lugar en el seminario "Marx y El Capital en el mundo contemporáneo" entre Jesús Rodríguez y Manuel Romero a propósito del lugar de lo político en la teoría marxista.
De un tiempo a esta parte me interesan las figuraciones de clase. Historias que reivindican las formas de vida obreras, ficciones que no esencializan ni se edifican en el antagonismo social y que de algún modo liberan a la literatura obrera de sus tareas históricas.
Este texto es un informe presentado el 20 de enero de 2017 en el marco de la sesión ¿Quiénes son los comunistas? de la Conferencia de Roma sobre el Comunismo. Fue publicado originalmente en italiano con el título Chi sono i comunisti en la página web del colectivo Euronomade, y traducido ahora al castellano por Manuel Romero.
Si el ecologismo desea tener una incidencia real en las disputas políticas del futuro inmediato (y es imprescindible que la tenga) no puede pasar por alto las peculiaridades y temporalidades de las diversas esferas de lo humano.
En el sistema semiológico de Barthes el mito se presenta como una potencia naturalizadora, una herramienta de normalización. Por eso, en su descripción de las lógicas de funcionamiento del mito hay todo un intento de impugnar la normalidad de los quehaceres cotidianos
Creo que hay pocas definiciones más hermosas de democracia que aquella que reconoce no ser más que el esfuerzo que realizamos conjuntamente para definir a oscuras, acompañado por otros tan ciegos como nosotros mismos, qué es bueno y qué es malo.
Los nuevos periodistas crecen sabiendo que su futuro es un campo de minas, estudian una carrera muy mal estructurada y muy exigente y, como recompensa a todo ese aguante, obtienen un puesto mal remunerado, tremendamente esclavo y, por supuesto, inestable y frágil.
Este artículo fue publicado originalmente por Stuart Hall en la revista Universities & Left Review, en el otoño de 1958, un momento en el que las transformaciones del capitalismo y de la izquierda después de la Segunda Guerra Mundial estaban cambiando Gran Bretaña y el mundo para siempre. La traducción al español es de Manuel Romero.
Como defendió Matt Colquhoun recientemente en su blog, la serie no es el capitalismo avanzando a través de la apropiación del sentimiento anticapitalista sino el sentimiento anticapitalista avanzando a través de la apropiación del capitalismo.
A pesar de la omnipresencia de este debate, es necesario cubrir una carencia fundamental de la mayoría de estos discursos: rebatir el desdén generalizado ––en gran parte de las ocasiones automático; en otras sencillamente visceral–– hacia la nostalgia y, en consecuencia, hacia su poso melancólico.
El video presidencial en inglés siguen revelando datos importantes del relato que el gobierno está cocinando, en él se resignifican dos de las imágenes con las que se ha caracterizado al régimen uribista de Duque: la del títere y la del hombre desconectado de la realidad.
El necro-liberalismo asume de forma explícita y obscena la imposibilidad de conjugar el mantenimiento de la vida con el mantenimiento del orden político y económico, de ahí que se caracterice por hacer gala y enarbolar sin complejo alguno la bandera del desprecio a la vida.