Este texto corresponde a la segunda mitad de «Mothering Against the World: Momrades Against Motherhood», publicado originalmente en el octavo volumen de la revista revolucionaria Salvage.
Sophie Lewis es una escritora feminista queer y comunista, traductora ocasional que vive en Filadelfia. Ha escrito varios ensayos de teoría y crítica cultural, así como un libro abolicionista de la familia, Full Surrogacy Now: Feminism Against Family, publicado por Verso Books en mayo de 2019. Es miembro del colectivo Out of the Woods. Puedes apoyar sus escritos en patreon.com/reproutopia.
En diciembre de 2019, me encontré finalmente, sorprendentemente, despojada de Mumputz. Una foto de su cadáver había sido enviada de forma no consentida desde su teléfono a mi teléfono, minutos después del suceso, por mi distanciado padre (la única persona que, al final, resultó estar de visita cuando ella finalmente cruzó al otro lado). Un día, al salir de mi casa, en medio de una fuga de incomprensión, encontré un folleto pegado en una farola: «Círculo de duelo». El Colectivo de Doulas de la Muerte de Filadelfia, leí, «facilitará un Círculo de Duelo con regularidad para aquelles que se identifican como mujeres, trans, y/o no binaries. Será un espacio seguro para que la gente pueda compartir su historia de pérdida/tristeza/duelo». Desde entonces, he asistido a todos los círculos convocados por Kai, la doula fundadora. A través de nuestra sencilla práctica de testimoniar colectivamente lo distanciado, el colectivo me ha permitido percibir que gran parte de lo que hice a lo largo de 2019 fue, de hecho, 'doular'[1] la muerte de mi madre. Lo que hice no fue sólo por mi madre, que se resistió a parte de esta doula-ización, al igual que se negó a despedirse de forma significativa y evitó reconocer la inminencia de su muerte. Lo que hice fue, fundamentalmente, cuidar de todes nosotres, especialmente de mí y de mi deprimido hermano gay, Ben.
Es justo decir que mamá, por su parte, no «douló» a nadie en su propia muerte, y menos a ella misma. Sobre todo porque, básicamente, no tenía a nadie más, se benefició enormemente en su último año de que Ben arriesgara su puesto de trabajo como recepcionista al tomarse un sinfín de horas libres para viajar desde Francia (donde vive) y estar con ella. En su casa de Kingston-on-Thames, o en el hospital, Ben se empapó de su malcriadez durante semanas, esperando, en el limbo, en esa zona de imposibilidad/no pronóstico: podrían pasar muchos meses, o podría morir en cualquier momento. Iba de un lado a otro, vía EasyJet, desprovisto, a estas alturas, de cualquier esperanza de recibir de ella un ajuste de cuentas o una reparación por la profunda violencia que le infligió en los años 2000 al ponerse repetidamente en situación de casi coma, jugando con el suicidio, justo delante de él. Varias veces, durante esta fase de declive final, ella inexplicablemente pensó que era cómico y lindo referirse a él, petulantemente, como «morralla» [2].
«Más cigarrillos. Más vino. No creo que me vaya a morir pronto», declaraba, incluso mientras se volvía cada vez más aturdida, pálida, inmóvil. Aunque estaba visiblemente asustada, de alguna manera, al mismo tiempo, parecía creerse sus palabras. Tengo la sensación de que el enorme esfuerzo espiritual y cognitivo que requería esa negación, junto con el enorme dolor que sufría y el hecho de estar nadando en morfina, se tragaba todo lo demás. Ya había pasado largos periodos de las dos últimas décadas durmiendo: ahora dormía constantemente. Cuando estaba despierta, era, en general, imposible -incluso más de lo habitual-, pero por una vez me encontré capaz de ver más allá de su cobardía aversiva y su solipsismo infantil, el valor que le costó, durante setenta años, ser ella misma. Sin embargo, resultaba irritante que, aparte del «te quiero», que dijo varias veces, Mumputz no tuviera nada que decirnos a les que dejaba atrás. Sobre todo porque resulta que, en ocasiones, tuvo el valor de admitir en privado que se estaba muriendo, sólo para sí misma.
Hay un trozo de papel, encontrado póstumamente en su escritorio, en el que escribió:
«Trabajo de la muerte: voy a perder el barco. Esta vez sí que lo he hecho. Ni siquiera puedo coger el siguiente. No está esperando. No se detiene por mí. Aunque explique lo del billete perdido no me darán otro. Ya no puede ser de 5 a 12. No puedo hacerlo en el último momento. Pero pensé: no es justo. ¿Por qué he perdido mi atractivo? Perderé la esperanza (otra oportunidad. Otro otoño. Otra clase nocturna. Otro hombre.»
En los días que siguieron a su muerte, mi camarada más cercana, Judy, recopiló los recuerdos ambivalentes, cariñosos e hilarantes de varios amigues sobre mamá, y comisarió, junto a mi, una selección de aforismos, pronunciamientos y arte emoji de Mumputz. El documento final, dos meses después, no contiene ningún relato de ninguna de las cosas brutales e imperdonables que hizo a lo largo de mi vida, y mucho menos de la suya (y la edición sólo estaba abierta a mis familiares elegidos). Sin embargo, alude un poco a su violencia y, en consecuencia, rinde homenaje a un ser humano de una manera sincera y poco romántica que prefiero al enfoque estándar de la bowdlerización [3] que se adopta a menudo en nuestra cultura cuando se elogia a los muertos. Judy prologó el collage con una oda cuyas palabras iniciales fueron: Ingrid era una alcohólica subida a una scooter con el bolso en forma de tetera que llamaba fascistas a los que señalaban las señales de prohibido fumar.
‘Una oda a nuestra Putz-in-Chief’ es un texto profundamente cariñoso - cariñoso sobre todo conmigo, pero también con la difunta - en el que Judy habla con franqueza de cómo Ingrid «se comía las tartas de cumpleaños y se bebía el champán que compraba para sus hijes», para rendir un honesto homenaje a «su distancia y su rechazo y su dignidad profundamente queer». Estas, según Judy, eran las características que la hacían «demasiado rara para ser abyecta». Lo que constituye la camaradería, en nuestra amistad, es que el duelo sólo puede articularse respetuosamente gracias a la veracidad, no a pesar de ella. En el documento, las anécdotas festivas seguían ocupando un lugar destacado, como la de su aventura de una noche con el que resultó ser el ex primer ministro de los Países Bajos, o la de su huida de un cordón policial en Berlín, a los sesenta y cuatro años, afirmando estar embarazada (con un cigarrillo en la boca y un joven de veintitantos años al azar: «¡éste es el padre!»). El consenso es que no era una gran camarada para las personas a las que más afectó. Pero en algunos vectores de mejoridad [4], era la mejor.
Mamá dejó claro, en sus últimos meses, que no tenía ningún deseo de hablar, de escuchar, de dar bendiciones, ni de expiar, disculparse, reparar, reconciliarse. Su deseo era, sencillamente, beber y fumar, además de, a veces, otras formas de alivio. Quería divertirse y distraerse, ocasionalmente con la gente, pero sobre todo con su propia narración, que realizaba, independientemente de con quién estuviera, mientras bebía vino y fumaba sin parar (de espaldas, bajo una manta de seguridad obligatoria, para evitar que su cama eléctrica se incendiara). Cuando le falló la capacidad de comer y beber, el hospicio le facilitó la ingesta de vino proporcionándole una esponja de vino en un palo. Hoy en día, lo que más me hace llorar es la idea de esa camaradería por parte del personal, con su cuidado por la dignidad y el confort de mi madre en ese prolongado tiempo de terror amortiguado.
¿Por qué afirmo que esta acción de ofrecer un palo con vino -tan alejada de la afiliación política formal- puede llamarse «camaradería»? Para Jodi Dean —quien, debo señalar, rechazaría de forma categórica mi aplicación del término a este escenario— «camarada es une de muches con quien pelear en el mismo bando». Y hacia el final de la vida de mamá, inspirada por las doulas mortuorias del sistema de hospicios -esas hábiles trabajadoras emocionales, a veces indistinguibles de las trabajadoras del sexo-, llegué por fin a una aceptación radical de la forma en que se había trazado esa línea -su consumo de alcohol, de pastillas y de tabaco-, que me permitió elegir dejar de estar en su bando enemigo. En el hospicio seguían una lógica claramente distinta de la noción liberal de cuidado, y similar a la de la «reducción de daños» tal y como se articula en el ensayo comunista de M. E. O'Brien «Junkie Communism» (Comunismo yonqui). La reducción del daño, escribe O'Brien, «parece ofrecer un camino hacia un marco ético alternativo que nos permita dejar de juzgar constantemente a les demás -y a nosotres mismes- según los rígidos criterios de la rectitud política. En su lugar, podríamos aprender a cuidar de les demás con dignidad, a desafiar nuestra capacidad de causar heridas, acogiendo con amor las partes más dolorosas de nosotres mismes».
En lugar de luchar contra mamá, traté de emular a los trabajadores del hospicio, ya fuera complementándolos, ocupando su lugar o (en última instancia) simplemente dejándola en sus manos. Los emulé luchando, en la medida de lo posible, de su lado, sin dejar de reconocer, en mí misma, los sentimientos a menudo dolorosos y horribles que ella me había provocado. En una ocasión, le acaricié la frente muy suavemente y me di cuenta, por la forma en que cerró los ojos al instante, gimiendo de placer, de la necesidad radical de las yemas de mis dedos -cualquier yema- allí. Los trabajadores del hospicio, Ben y yo, y, al final, su ex marido (papá): éramos todo lo que ella tenía. Sabía, y me compadecía, lo ansiosa y ambivalente que era mamá, incluso ahora, con respecto a mi compañía. A veces expresaba, incluso en aquellos últimos meses, a pesar de yo vivir en los Estados Unidos, que prefería que mis visitas no fueran muy prolongadas. Yo, en último término, estaba de acuerdo. Tracé una línea imposible, y la mantuve. No me quedé más tiempo del que me permitía el embrollo del visado con Estados Unidos. Lo más importante que sentí, antes de marcharme, viéndola fumar y beber vino, esperando a morir, es que se merecía un mundo mejor: uno que hubiera fomentado deseos más salvajes y menos solitarios. Yo también me merezco ese mundo. Ella era una de las personas que me lo debían.
Al desidentificarse con la etiqueta «madre», mi Putz-in-Chief terminó, irónicamente, adhiriéndose a ese mecanismo de conservación, reproducción y quiescencia que es la maternidad. Por eso, sin duda, la vieja distinción entre «madre» y lo que he propuesto llamar «maternadora» es crucial; y por eso el «feminismo matricéntrico» ha experimentado recientemente un renacimiento, liderado, entre otras, por la feminista de Toronto y estudiosa de Rich, Andrea O'Reilly, que demanda que el feminismo esté «orientado hacia la abolición de la maternidad y tenga por objetivo el maternar». Después de todo, las madres han derribado históricamente regímenes opresivos, así como también los han construido. Por un lado, las feministas maternales, las activistas maternalistas y las feminacionalistas (las llamadas madres de la nación) han servido durante siglos como principales impulsoras de males sistémicos mundiales como la supremacía blanca, encabezando proyectos imperiales y coloniales de «elevación racial» y eugenesia. Por otro lado, como hemos visto, las mamás [6] desposeídas, las mamis, las altermadres y las maternadoras queer han representado siempre una formidable amenaza para el capitalismo y el Estado. La dialéctica en cuestión -como los feminismos negros e indígenas han tenido que señalar a las seguidoras y herederas de Rich- se articula más adecuadamente no como una contradicción en el alma de cada madre, sino como una cuestión estructural de la escasez impuesta colonialmente; de la blancura planetaria y su abolición; de la guerra entre la reproducción social «desde abajo» y la reproducción de la sociedad de clases desde arriba; de la propia invención y diseño de la maternidad, en última instancia, como institución que expolia a los pueblos indígenas, así como a las antiguas comunidades esclavizadas, todo parentesco.
Entender que la crianza puede ser insurreccional no significa que el hecho de que une hije «salga bien» -en el sentido de «revolucionarie»- esté determinado por las madres individuales. Al contrario. Para bien y para mal, es realmente «un pueblo», no un solo autor, el que fabrica a las personas. Mi argumento ha sido, por lo tanto, el resurgimiento de una política anti-individualista basada en esta realidad sociobiológica: somos les creadores de les demás, y podríamos aprender colectivamente a actuar como tal. Necesariamente, enfrentarse a esta maternidad expansiva, acuosa y mutua que es la realidad biológica -la «amniotecnia»- es un proyecto que, en su esencia, requiere que no nos retraigamos en la historia de les parientes: la historia de les que son «como nosotres» frente a les que «no son como nosotres». Asimismo, el hecho incómodo y sin pretensiones de que todes nos estamos gestando mutuamente, de forma húmeda y peligrosa, a través de las fronteras de las especies, requiere un «quedarse con el problema» de la cuestión del extraño, del extranjero/alien y del Otro. La filosofía feminista, durante décadas, ha desmantelado poderosamente las lógicas sociales y culturales que hacen que la figura de la madre (m/other) ocupe la «Otredad». Sin embargo, ahora quiero hacer un alegato queer sobre el valor de reconocer la posibilidad de una m/other genuina, sugiriendo que la camaradería, en algunos casos, podría requerir el encuentro con la madre «natural» en el registro del extraño/alien.
En su breve tratado de 2018 Xenofeminismo, Helen Hester –una de las seis integrantes del colectivo Laboria Cuboniks que escribió el Manifiesto Xenofeminista (XF) en 2015– desarrolla la política anticapitalista, antinaturalista y abolicionista del género de la reproducción XF. En particular, en su capítulo «Futuridades Xenofeministas», Hester elabora la propuesta xenofeminista «xenofamiliaridad ≥ biofamiliaridad». La ecuación transmite la idea de que los proyectos de camaradería con respecto a lo alien, las llamadas relaciones de parentesco no biológicas o (para revivir la otra mitad de la antigua frase «kith and kin») las relaciones de amigues [7], igualan o superan las capacidades de las familias construidas únicamente sobre la base de la coincidencia genética. El cuidadoso uso del signo «igual o mayor que» por parte de la autora deja claro al lector que la llamada procreación «biológica» puede ser un lugar de camaradería absolutamente igual que cualquier otro: no hay ningún repudio a la reproducción biogenética, ninguna matrofobia. Sin embargo, Hester añade minuciosamente «la advertencia explícita de que les llamades «parientes de sangre» pueden convertirse en xenofamiliares a través de una orientación continua hacia la solidaridad práctica». La xenofamiliaridad, para ella, funciona tanto como un horizonte utópico como una realidad latente en el presente, el conjunto de plantillas para la reproducción social basado en las «solidaridades sintetizadas a través de las diferencias».
Mumputz no era, a primera vista, una xenos (extraña). Conocía a esta mujer, en parte porque la había observado y absorbido íntimamente durante la infancia, en parte, como atestigua nuestro historial de mensajes de WhatsApp, porque había intentado conocerla de adulta, tras un largo distanciamiento. Sin embargo, resultaba sorprendentemente extraña [8] para mi. Por un lado, no me conocía, ni le importaba, aunque, sin duda, había conocido a mi yo infantil. No buscaba entenderme. Lamentaba la procreación en los términos del orden psicoeconómico existente. Pero, bueno, aquí estaba yo. Aquí estoy yo. No puedo permitirme el lujo de ese arrepentimiento. Ni, aunque pudiera, querría seguirla y «desaparecer». Éramos, pues, desconocidas desigualmente íntimas. Éramos compañeras históricamente divididas, víctimas y victimarias asimétricas de la familia nuclear, enfrentadas a las tareas respectivas de morir (lo mejor posible), y de instanciar una especie de igualdad entre nosotras. Por ello, el horizonte de la «camaradería», más que el del amor, parece el término más útil con el que pensar su necesidad de ser maternada al final de la vida. Dean: «camaradería nombra una relación caracterizada por la igualdad y la solidaridad». La camaradería, por tanto, no es responsabilidad [9]: no opera en el registro del pasado. Nombra la parte de «hacer la historia» del famoso dictum [10], la parte presente orientada al futuro, no la de todo ese peso de la historia no reparada que heredamos, las circunstancias «no elegidas por nosotres».
Hacer que mamá se sintiera cómoda/camarada requería aprender una forma de «xenohospitalidad» – la hospitalidad hacia el otro, el extranjero/alien. Ya he mencionado cómo, hablando del imperativo ético de poner en práctica esta hospitalidad alomaternal, esta creación de parentesco fuera de los límites de los registros biogenéticos y procreativos, Donna Haraway dijo: «haz parientes, no bebés». Pero es menos frecuente que se comente, entre las personas heterosexuales, que la gente a menudo hace bebés que nunca se convierten en parientes. Haraway lo sabe e insiste constantemente en lo que podría llamarse la necesidad de hacer parientes de los bebés, de formar una xenofamilia, por así decirlo, a partir de la biofamilia ya existente. Gracias a su compromiso con mi texto, y el de les participantes en el foro Full Surrogacy Now en Society & Space, he descubierto que la otra forma de deletrear mi título es la siguiente [11]: Subrogación (real) contra el feminismo (capitalista), y feminismo (real) contra la subrogación (capitalista): FAMILIA COMPLETA YA! Les crítiques astutes, por supuesto, ya habían entendido que «Lewis» (¡ja!) exige una familia real; más familia, no menos.
Aunque la fantasía de la relacionalidad «sanguínea» es que hace innecesaria la adopción de unes a otres, en realidad, como intenté argumentar en el libro, les niñes nunca nos pertenecen a nosotres, sus creadores, en primer lugar. El tejido de lo social es algo que tejemos retomando lo que dejó la gestación, encontrándonos como les extrañes que siempre somos, adoptándonos piel con piel, formando vínculos amorosos y abusivos, forjando la camaradería. El parentesco, en otras palabras, siempre se hace, no se da. Del mismo modo, cuando el parentesco se asume, más a menudo de lo que pensamos, erra en hacerse. Estoy con McKenzie Wark, por lo tanto, cuando propone revivir la antigua palabra «kith, con sus nebulosos sentidos de amistad, vecindad, localidad y costumbre»; cuando sugiere la reescritura camaraderil de Haraway: ¡haz amigues, no parientes! [12]
¿Podría mi maternar a mi madre, desde la xenohospitalidad, en el último momento, cambiarla? Probablemente no. Pero, ¿podría hacer algo para negar su negación de la camaradería? ¿Podría marcar una diferencia, podría cambiarme a mi? ¿Podría revelar los elementos de su maternidad que habían sido maternaderiles, y rechazar lo malo, las lógicas descuidadas [13] del mundo que ella había, en cierto sentido, maternado (en el sentido de reproducido) al negarse a maternar?
Es demasiado pronto para decirlo. Lo que sí puedo decir es que, al intentarlo, perdoné mucho a Mumputz. La materné, como se dice, «lo mejor que pude». Fue y no fue «natural» para mí ese maternar. Era tanto una inversión de un flujo histórico de cuidados como una invención de cuidados ex nihilo, por parte de alguien un poco huérfana de madre, por el bien de su propia madre. Fue maternar y antimaternar, auto-maternar y re-maternarnos una a otra. Era maternar contra el estilo de maternidad de mi madre, que era, por su parte, tanto una no-maternidad como, por esa misma razón, un modo eficaz de reproducción del estado presente de las cosas.
A pesar de mis «mejores» esfuerzos, y a pesar de que, como digo, mi hermano y los extraordinarios y cariñosos trabajadores del hospicio se ocupaban de ella, en el momento de su muerte mi madre no estaba acompañada por ninguna otra presencia corporal que la de su ex marido, nuestro distanciado padre, que resultó estar de visita. Sin embargo, tenía compañía virtual, y me he estado repitiendo a mí misma -con cierto éxito- que era una compañía real; lo suficientemente buena. Ella estaba escuchando a través de su smartphone una grabación de mi hermano y mía cantando una versión acústica de la extrañamente siniestra canción de pop «Safe and Sound» (Sanos y salvos) de Taylor Swift. Mientras moría, la cuidaba también una langosta de juguete, también siniestra, del aeropuerto Logan de Boston, que yo había omitido pagar de camino a verla en agosto, en la que resultó ser la penúltima vez. Además, su petición había sido fallecer escuchando un himno veraniego del siglo XVII, «Geh aus, mein Herz, und suche Freud» (Sal, corazón mío, y busca el deleite) de Paul Gerhardt. Así que aprendí a cantarlo y se lo grabé íntegramente, en lugar de cantarlo junto a su lecho de muerte en persona (cosa que decidí no hacer para no poner en peligro mi solicitud de tarjeta de residencia en Estados Unidos). Le gustaban especialmente los versos «Narzissus und die Tulipan / Die ziehen sich viel schöner an / Als Salomonis Seide / Als Salomonis Seide»: «El narciso y el tulipán / Cuyos vestidos más bellos serán / Que todas las sedas del rey Salomón / Que todas las sedas del rey Salomón».
Larry la langosta le trajo a Mumputz mucha alegría y, creo, hizo palpable mi amor por ella. A partir de entonces, nunca estuvo sin él. En un vídeo que grabé con mi teléfono, la mujer dice: «¡Dios, qué malvado parece! ¿No es así? ¿No es así?» Es cierto: así es – aunque, como ella comentó una vez, dependiendo del ángulo que elijas, también parece profundamente triste.
Mientras escribo estas líneas, miro a Larry en mi casa de Filadelfia, ya que, a diferencia de las cenizas de mamá, él ya me ha sido «devuelto». Soy muy consciente de que, con su pelaje de poliéster carmesí y sus gigantescos ojos de plástico, ha servido este invierno como mi cuidador subrogado, doulando la muerte de la persona que gestó mi cuerpo en 1987 y 1988. Fue Larry quien fue testigo del sonido metálico de mi serenata y la de mi hermano sonando en la almohada junto a los tímpanos de mamá, con su audición desvaneciéndose: ‘Just close your eyes, the sun is going down / You’ll be all right, no one can hurt you now / Come morning light, you and I’ll be safe and sound’ (Cierra los ojos, el sol se está poniendo / Estarás bien, nadie puede hacerte daño ahora / Cuando llegue la luz de la mañana, tú y yo estaremos sanos y salvos). En la actualidad, no pasa un día sin que este estribillo retumbe en mi cabeza. Que fortalezca mis esfuerzos colectivos, junto a otras momrades multiespecies en número invicto, para abolir el triste y malvado mundo, este presente estado de las cosas.
Descanse en Poder Ingrid Helga Lewis (anteriormente Ingrid Dressler, y née Ingrid Ihbe) alias Mumputz alias nuestra Putz-in-Chief.
[1] La acepción original de «Doulas» se refiere a una suerte de matrona que realiza un trabajo reproductivo ayudando a una madre con su recién nacide. No obstante, el colectivo que menciona la autora resignifica este helenismo para articular un trabajo de acompañamiento y cuidados, no en el parto, sino en la muerte.
[2] El término original es «pondlife», tratándose de un despectivo londinense, de corte clasista, para aquellas personas cuyo trabajo no es valorado.
[3] En alusión a Thomas Bowdler, que reescribió la obra de Shakespeare para que los finales fueran más «adecuados» para su mujer e hijos. Podríamos traducir este término como «edulcoramiento».
[4] El término original es «bestness», que se aleja de una bondad moral, para sustantivar la expresión «ser lo mejor» en su acepción de ser alguien guay.
[5] «Reiniciado» aquí alude a la acción de reiniciar el sistema operativo de un ordenador cuando éste deja de funcionar correctamente. Así, el término iría en consonancia con «revisitar» las teorías abolicionistas.
[6] En el texto original aparece en castellano, vinculando el término con la comunidad latinx.
[7] El término original es «kith».
[8] El término original empleado es «alien».
[9] El término original es «accountability».
[10] Aquí la autora alude al comienzo del Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte de Karl Marx.
[11] Replico el fragmento original, para no perder su sentido: ‘(real) surrogacy against (capitalist) feminism, and (real) feminism against (capitalist) surrogacy: FULL FAMILY NOW!’.
[12] El texto original dice «make kith, not kin!».
[13] El término original es «uncaring» y quería conservar esa implicación política de un mundo atravesado por una crisis de cuidados.
Este texto se publica en el marco del debate que tuvo lugar en el seminario "Marx y El Capital en el mundo contemporáneo" entre Jesús Rodríguez y Manuel Romero a propósito del lugar de lo político en la teoría marxista.
Las tesis que reproducimos a continuación fueron escritas por Bertolt Brecht en los años treinta, en el marco del debate con Gyorg Lukács sobre la definición de «realismo» en la literatura y el arte, así como el empleo del mismo por los artistas antifascistas.
¿En qué se debe basar, entonces, nuestro hacer político y sus distintos modos? He aquí la pregunta fundamental. La respuesta por la que aquí apostamos es la autonomía, la capacidad del grupo para dotarse de sus propias reglas independientemente de factores externos.
Creo que hay pocas definiciones más hermosas de democracia que aquella que reconoce no ser más que el esfuerzo que realizamos conjuntamente para definir a oscuras, acompañado por otros tan ciegos como nosotros mismos, qué es bueno y qué es malo.
Hay una creencia generalizada de que el progreso de la ciencia es imparable y de que la tecnología todo lo puede. No cabe en nuestras mentes, pero especialmente en la de nuestros gobernantes, que pueda haber límites biofísicos y energéticos a lo que somos capaces de hacer
El contexto Covid-19 nos trae un 'horror vacui' diferente, algo más angustiante que la patología psicológica conocida como 'fear of missing out' (FOMO), la posibilidad de que no nos estemos perdiendo nada porque nada está pasando y nada puede pasar.
Como defendió Matt Colquhoun recientemente en su blog, la serie no es el capitalismo avanzando a través de la apropiación del sentimiento anticapitalista sino el sentimiento anticapitalista avanzando a través de la apropiación del capitalismo.
En suma, Mercado y Estado no son términos antitéticos, sino necesariamente complementarios. Pero decimos más: no se trata sólo de considerar que ambas realidades son dependientes históricamente, sino de enfatizar que sus componentes estructurales están tan sumamente involucrados que sus contornos llegan a hacerse borrosos, hasta el punto de confundirse.
De un tiempo a esta parte me interesan las figuraciones de clase. Historias que reivindican las formas de vida obreras, ficciones que no esencializan ni se edifican en el antagonismo social y que de algún modo liberan a la literatura obrera de sus tareas históricas.
La afirmación de Wittgenstein de que no existe “aplicación” de una regla porque la instancia de aplicación es interna a la propia regla y, como consecuencia, la transforma, es totalmente válida como principio rector para escribir una tesis.
¿tan importante es la relación que se da entre el mundo de lo lleno y de lo vaciado? Parece probable que sí, que sea necesario todo este despliegue orientado a disimular la naturaleza conflictiva de las relaciones sociales de lo vaciado, hacia dentro y hacia fuera, sobre todo porque todos los sujetos implicados arriesgan mucho en este juego.
El pensamiento de Davis, como buen materialista y marxista, operaba en continuo diálogo con el ruido del presente, con sus obstáculos, sus rugosidades y pliegues, sus pervivencias, sus proyecciones y posibilidades.
Este artículo fue publicado originalmente por Stuart Hall en la revista Universities & Left Review, en el otoño de 1958, un momento en el que las transformaciones del capitalismo y de la izquierda después de la Segunda Guerra Mundial estaban cambiando Gran Bretaña y el mundo para siempre. La traducción al español es de Manuel Romero.
«La literatura, para mí, está presente en cada momento, en cada detalle de lo cotidiano, está sucediendo todo el tiempo. Pero, al mismo tiempo, qué difícil es lograr una buena traducción de la vida a las palabras, de la mente a las palabras.»
"La pandemia ha enfatizado enormemente una tendencia que ya se estaba dibujando: una condición de miedo a la corporeidad, me atrevería a decir, incluso, una sensibilización fóbica hacia el cuerpo del otro."
Hemos lanzado una batería de preguntas a distintos pensadores y pensadoras con el fin de acercarnos a un análisis no tanto de la crisis del coronavirus en sí, como de los distintos escenarios de futuro a que nos puede conducir su salida. Aquí las respuestas que nos ha dado Luciana Cadahia, filósofa argentina, autora de Mediaciones de lo sensible. Hacia una nueva economía crítica de los dispositivos (FCE, 2017) y El círculo mágico del Estado (Lengua de Trapo, 2019).
«Leí tu libro la semana pasada y me sentí como si saliera a tomar aire después de pasar mucho tiempo bajo el agua. Me gustaría agradecerle de todo corazón que haya expresado de forma tan elocuente casi todo lo que había que decir, y que haya proporcionado una razón para la esperanza, cuando yo estaba a punto de desesperar.»
¿Qué pasa si dejamos de considerar a la propiedad como algo sagrado y “permanente”, que incluso trasciende al individuo (y su supuesto esfuerzo) hasta sus herederos, y empezamos a considerar que esta es imposible sin un complejo sistema de relaciones sociales colectivas que la sostiene desde su origen?
En medio de una pandemia mundial -donde el proceso productivo neoliberal en el que ya vivíamos condiciona nuestra manera de sentir, relacionarnos y también curarnos-lo último que se permite es adolecer. Nuestras pérdidas son rápidas, ocultadas, secretas, dejan un duelo mudo, pero igual de profundo, es un duelo arrebatado.
El duelo, mientras haya recuerdo, afecto, es inevitable. La cuestión consiste en hacer un duelo sano, que sea llevable, en una existencia y una pérdida de la que el sujeto sea capaz de hacerse cargo.
«Muchas personas dicen que la experiencia de haber participado en un laboratorio ciudadano les cambió la vida»
Actualmente el debate se ha simplificado a partir de la categoría de "lo posmo", de manera que si te preocupa lo estético para construirte como sujeto, parece que estás abandonando la lucha de clases.
La coyuntura tiene la singularidad de ser aquel momento sin el cual no se podrían visualizar ni reflexionar sobre determinados problemas políticos. Pensar la coyuntura implica, decía el epistemólogo crítico Hugo Zemelman, comprender el presente-potencial.
Gorriti es Filósofa, becaria doctoral CONICET y docente de la UNC. Autora de Nicos Poulantzas: una teoría materialista del Estado (Doble ciencia). Farrán es Filósofo, Investigador CONICET y docente de posgrado (Universidad Nacional de Córdoba). Autor de Badiou y Lacan: el anudamiento del sujeto (Prometeo), Nodal. Método, estado, sujeto (La cebra) y Nodaléctica (La Cebra).
El verano y las vacaciones se agotan, y también el tiempo libre para dedicar a la lectura, al cine o simplemente a no hacer nada. En el IECCS hemos recopilado algunos títulos de ensayos, novelas, películas y documentales para que puedas disfrutarlas durante el mes de agosto.
Como dice Eva Illouz en el prólogo del libro de Horvat, parece que el capitalismo nos ha arrebatado la capacidad de amar de manera radical. Nos encontramos ante la imposibilidad de replantear un concepto que parece haber quedado diluido entre las crisis del neoliberalismo.
Somos mucho más rentables como espectadores-consumidores de contenido en plataformas ya que, si la televisión entraba en nuestra casa para ofrecernos entretenimiento a cambio de un porcentaje de tiempo invertido en publicidad, esta nueva forma de extracción de beneficios entra directamente en nuestro cuerpo, para buscar beneficios en los datos derivados de nuestro comportamiento.
Este texto es un informe presentado el 20 de enero de 2017 en el marco de la sesión ¿Quiénes son los comunistas? de la Conferencia de Roma sobre el Comunismo. Fue publicado originalmente en italiano con el título Chi sono i comunisti en la página web del colectivo Euronomade, y traducido ahora al castellano por Manuel Romero.
Realismo capitalista es –haciendo de lo complejo sencillez y de las respuestas fáciles preguntas difíciles– una de las grandes obras políticas de nuestro siglo, la que emite algunas lecciones fácilmente numerables para las políticas del “deseo poscapitalista” en el siglo XXI.
Si necesitamos pensar lo que nos está ocurriendo, ¿no sería importante que reflexionáramos sobre si lo que está sucediendo solo corrobora nuestras categorías y plantillas previas o si marca una diferencia aún por establecer?
En este marco el ámbito de la cultura cobra especial importancia en la consecución de la hegemonía, proceso a través del cual se universalizan intereses y afectos, en palabras de Gramsci, “la conquista del poder cultural es previa a la del poder político”.
Disney no podría habernos ofrecido un simbolismo más explícito de su empresa ideológica: Una casa (propiedad privada) que requiere de nuevas, reformadas y más progresistas, formas dentro de la misma institución (familia) para poder recuperar la magia (herencia).
Hoy más que nunca necesitamos disponer de horizontes de futuro confiables, asegurar nuestras vidas -y no para cualquier forma de vida, sino para una que valga la pena ser vivida- como condición de posibilidad de cualquier forma de libertad política (pues sabemos que sin seguridad y confianza en el porvenir no hay libertad sino miedo y servidumbre).
Los nuevos periodistas crecen sabiendo que su futuro es un campo de minas, estudian una carrera muy mal estructurada y muy exigente y, como recompensa a todo ese aguante, obtienen un puesto mal remunerado, tremendamente esclavo y, por supuesto, inestable y frágil.
Al igual que los Shelby, podemos contemplar nuestras sociedades y afirmar que las élites son despiadadas, crueles e insolidarias. Sin embargo, conviene separarse de ellos a la hora de configurar el futuro a perseguir, uno en el que no quepan egoísmos narcisistas ni tradiciones opresoras.
Si ya no vemos igual, ni desde los mismos dispositivos, si cada vez hay más oferta de productos audiovisuales y el fútbol no mueve ficha, corre el riesgo de quedarse fuera de los nuevos mercados del consumo audiovisual.
La pregunta que tenemos que hacernos es si preferimos vivir peor para mantener ciertos negocios o apostamos por mejorar la vida y forzar un desplazamiento productivo hacia otros sectores. Claramente lo que tiene que primar es la calidad de vida y lo que tiene que adaptarse es el modelo productivo, no al revés.
Pese a que son siglos lo que nos separa de los escritos de Burke, su definición de lo sublime parece ajustarse al milímetro a la situación actual, y nos da las claves para entender por qué podemos experimentar placer estético en las consecuencias de una pandemia.
¿Y si las plataformas y su modelo de explotación basado en la extracción de datos hubieran sido solo un impasse en el proceso de construcción del Internet que finalmente se estabilizará en el futuro?
El necro-liberalismo asume de forma explícita y obscena la imposibilidad de conjugar el mantenimiento de la vida con el mantenimiento del orden político y económico, de ahí que se caracterice por hacer gala y enarbolar sin complejo alguno la bandera del desprecio a la vida.
'Los olvidados. Ficción de un proletariado reaccionario' no es un libro más, descubre el hilo común del pensamiento reaccionario contemporáneo y, a la vez, hace un ejercicio de arqueología brillante para responder a las entelequias de un obrerismo que pretende invocar a una clase obrera que jamás existió.
En estas líneas comparto con las compañeras y compañeros de España algunas reflexiones sobre las elecciones del pasado 15 y 16 de mayo en Chile y su relación con la rebelión popular que se inició en octubre del 2019. Primeras impresiones que destilan optimismo por los resultados favorables para las fuerzas políticas transformadoras que obtuvieron la mayoría de los escaños en la Convención que redactará la nueva Constitución Política, una Convención con paridad de género y 17 representantes de los pueblos indígenas.
La transformación digital sigue hoy una dirección marcada por las políticas del momento, que favorecen la concentración empresarial, la extracción masiva y la acumulación de poder. Pero, como sucedió a principios del siglo pasado, estos criterios políticos pueden cambiarse.
En definitiva, en el Manifiesto la ciencia le habla a la política como un cliente exigente que demanda aquellos servicios por los que paga. Esta posición no es nueva. Viene construyéndose desde hace décadas, en especial desde el mercado hacia el Estado.
«Es necesario un nuevo movimiento internacionalista y pacifista que en los diferentes países movilice los intereses de las grandes mayorías, que exija la toma de acciones para prevenir conflictos, y en particular que se pongan fuertes límites a las armas nucleares.»
¿No hay algo profundamente sospechoso en reflejar del lado de lo plebeyo la responsabilidad última del fascismo? ¿Por qué no encontramos, del lado de las élites, una imagen que pudiera tener el mismo peso simbólico? No es casual que el pueblo aparezca como el lugar de una sospecha y las élites queden, astutamente, sustraídas de la escena.
El valor de los libros de Peter Frase, Olin Wright y Aaron Bastani reside en su capacidad para darle la vuelta al famoso dictum de Jameson e imaginar que el neoliberalismo no existe. Hay una potencia afirmativa en esa negación que no es una cuestión menor.
La guerra en Ucrania sitúa en un primer plano la importante dependencia energética exterior de la UE y aboga por una aceleración en el proceso de transición verde acometida en toda su extensión.
Aquí las respuestas que nos ha dado Santiago Alba Rico, escritor, ensayista y filósofo, autor, entre otros, de Las reglas del caos. Apuntes para una antropología del mercado (Anagrama, 1995), Leer con niños (Caballo de Troya, 2007), Islamofobia: nosotros, los otros, el miedo (Icaria, 2015) y Ser o no ser (un cuerpo) (Seix Barral, 2017).
Con el verano liberamos algo de tiempo libre para dedicar a la lectura, al cine o simplemente a no hacer nada. En el IECCS hemos recopilado algunos títulos de ensayos y novelas para que podáis disfrutarlas durante el mes de agosto, y hacer así algo más ameno este calor insufrible.
A pesar de la omnipresencia de este debate, es necesario cubrir una carencia fundamental de la mayoría de estos discursos: rebatir el desdén generalizado ––en gran parte de las ocasiones automático; en otras sencillamente visceral–– hacia la nostalgia y, en consecuencia, hacia su poso melancólico.
La digitalización, que sigue un progreso exponencial según la ley de Moore, permite concebir, incluso a corto plazo, una sociedad en la que las máquinas realicen la mayor parte de las tareas, dejando a los humanos mucho tiempo para el autodesarrollo.
La camaradería es el resultado de la solidaridad, del compromiso y de la disciplina. Es una práctica compleja, en la que se fracasa una vez para levantarse y fracasar mejor. A veces puede ser asfixiante, pero la mayor parte de las veces es liberadora. Somos nosotres en un sentido colectivo.
No es nuevo decir que, tras décadas de neoliberalismo, la responsabilidad sobre el empleo descansa cada vez más sobre los propios individuos. Cada vez son más los programas educativos que añaden en sus currículos una nueva y apetecible competencia: la empleabilidad.
Series como 'Succession' sirven para detectar la corrosión del poder, la política y el dinero mientras nos deleitamos con las disfunciones psicológicas de sus protagonistas. Si la serie sirve para cartografiar el capitalismo multinacional es gracias a su efecto de “totalidad”.
La serie es un éxito puesto que (re)construye cómo una ideología como la Alt-Right puede llegar a ser hegemónica y lo hace en una dialéctica constante con la realidad que vive la sociedad estadounidense y sus pilares racistas.
El video presidencial en inglés siguen revelando datos importantes del relato que el gobierno está cocinando, en él se resignifican dos de las imágenes con las que se ha caracterizado al régimen uribista de Duque: la del títere y la del hombre desconectado de la realidad.
Cabe cuestionarse si a estos "liberales" alguna vez les importó algo más que su persona, si aquella condescendencia de clase no supone en realidad un brillante ejemplo de conciencia de clase –de clase privilegiada, por supuesto– a la que le duró demasiado el disfraz democrático y popular.
Si el ecologismo desea tener una incidencia real en las disputas políticas del futuro inmediato (y es imprescindible que la tenga) no puede pasar por alto las peculiaridades y temporalidades de las diversas esferas de lo humano.
La crítica política y social se consiguió transmitir desde la crítica cultural, en una alianza estética de raigambre nietzscheana en la que la música era un elemento de transformación radical. Este nuevo paradigma no había sido aprovechado por la izquierda tradicional, que dejó pasar el impulso que esta revolución cultural había traído.
Habitualmente se entiende que la ciencia ficción, precisamente por su carácter especulativo, es un género con una relación particular con el progresismo y la izquierda. Sin que esto sea necesariamente falso, la realidad es que la historia del género está llena de grandes figuras y obras notables con relación directa con posturas reaccionarias e incluso con el fanatismo religioso.
En el sistema semiológico de Barthes el mito se presenta como una potencia naturalizadora, una herramienta de normalización. Por eso, en su descripción de las lógicas de funcionamiento del mito hay todo un intento de impugnar la normalidad de los quehaceres cotidianos
Las comunidades no se pueden descontextualizar de los modos de producción en las que están insertas, de las transformaciones que se producen y en las que son producidas por seres humanos en el paso de sus vidas.
Más que luchar por una u otra interpretación, una misión muy loable pero que para mí aún es dudosa en el ejercicio de la crítica cultural, la indefinición de lo afectivo nos debe conducir a identificar a qué anhelos desarticulados apela la cultura popular.
El miedo de no saber qué demonios va a pasar con nuestra vida y con la de aquellos que queremos. El miedo de mirar al futuro y no saber qué esperar. El miedo de no ver un horizonte de posibilidad, sino un muro tras el cual no sabemos qué se esconde.