Si ya no vemos igual, ni desde los mismos dispositivos, si cada vez hay más oferta de productos audiovisuales y el fútbol no mueve ficha, corre el riesgo de quedarse fuera de los nuevos mercados del consumo audiovisual.
Esta semana ha salido a la luz, tras tres años cociéndose a fuego lento, el proyecto de una Superliga europea de fútbol que enfrentará a una veintena de equipos en un futuro inminente. El tema, que ha irrumpido con fuerza en todo tipo de tertulias, muestra a las claras que el proyecto se configura como un cambio de primer orden dentro de la cultura popular europea (y quizás, aun a riesgo de pecar de eurocentrista, mundial). Muchos son los enfoques porque la complejidad del asunto así lo requiere. Análisis y posicionamientos políticos -que por ahora son unánimemente contrarios, como los realizados por el Presidente de la República Francesa Francois Macron, comisarios europeos como Margaritis Schinas o el propio Primer Ministro inglés Boris Johnson-, análisis sociológicos -en relación al arraigo de este deporte de manera transversal a la clase social de las aficiones-, deportivos -sobre cómo afectará a los equipos medianos y pequeños excluidos de la autoproclamada elite futbolística europea-, económicos -¿Qué va a pasar con la solvencia de las ligas locales del viejo continente?- y, cómo no, televisivos, siendo este sobre el que me interesa profundizar, pero desde una perspectiva un tanto diferente a lo que he podido leer estos días, más centrado en el hecho de qué pasará con los derechos televisivos (el cual es un debate totalmente legítimo e interesante).
Es innegable que, con la entrada del nuevo Siglo, pero especialmente en esta década, el fenómeno del Capitalismo de plataformas (o Capitalismo de la vigilancia) ha inundado nuestra vida, en el que pareciera que el uso de estas herramientas fueran una suerte peaje por el cual pasar si uno quiere estar en el mundo. La “revolución” de las plataformas, que afecta a muchos planos de la vida, ha alterado la industria del entretenimiento audiovisual en profundidad y más con la perspectiva que vamos tomando con el paso del tiempo pandémico. La irrupción de nuevos operadores audiovisuales en el cada vez más popular formato del Vídeo Bajo Demanda (VOD por sus siglas en inglés), que no guardaban ningún tipo de relación con el modelo de mercado previo como Netflix, Apple TV, Hulu o Amazon Prime Video, así como la metamorfosis y posicionamiento en el ecosistema VOD que están realizando las grandes estudios cinematográficos o canales televisivos como NBCUniversal detrás de la plataforma de Streaming Peacock, WarnerMedia mutando en HBO Max, el conglomerado Disney irrumpiendo con fuerza gracias al amplio catálogo de Disney+ o los canales de la TV por cable con cierto arraigo como SKY, el cual se ha visto obligada a posicionarse en este mercado.
Esta mutación del capitalismo ha hecho que espectadores y espectadoras del mundo estemos cambiando nuestros hábitos y costumbres, nuestros modos de ver. El avance tecnológico de dispositivos móviles, redes de conectividad cada vez más rápidos, fiables y múltiples, han hecho que los contenidos se hayan multiplicado exponencialmente, desbordando los tradicionales marcos de consumo. De la pantalla de cine y la televisión analógica a la del móvil, a la de la tablet, a la del ordenador de sobremesa o portátil y, cómo no, a los nuevos modelos de televisores inteligentes. Los fenómenos transmediáticos y multiformatos parecen haber llegado para quedarse, dejando en fuera de juego los modelos tradicionales, como ya avanzamos en el párrafo anterior o, como poco, obligándoles a evolucionar con el paso cambiado.
Si ya no vemos igual, ni desde los mismos dispositivos, si cada vez hay más oferta de productos audiovisuales y el fútbol no mueve ficha, corre el riesgo de quedarse fuera de los nuevos mercados del consumo audiovisual.
La proliferación de este tipo de plataformas, a las que habría que añadir RRSS que le otorgan mayor o menor peso al audiovisual como YouTube, Spotify, Twitter, TikTok, Facebook, Instagram o Twich, ha desatado una guerra por captar nuestra atención (la “economía de la atención” según la crítica tecnológica Marta Peirano). El movimiento de los oligarcas del fútbol mundial tiene muchísimo que ver con las mutaciones sobre los modos de ver alumbrados en la última década; sería imposible pensar la cristalización de la idea de la Superliga sin estos cambios de paradigma que se han ido asentando en la industrias culturales, deportivas y del entretenimiento. El viaje conceptual puede parecer largo, pero entiendo la Superliga europea de fútbol, como la respuesta a estos nuevos modelos capitaneados por Netflix, Apple TV y Prime Vídeo.
Si ya no vemos igual, ni desde los mismos dispositivos, si cada vez hay más oferta de productos audiovisuales y el fútbol no mueve ficha, corre el riesgo de quedarse fuera de los nuevos mercados del consumo audiovisual. Fruto de lo explicado anteriormente, las dinámicas de las industrias audiovisuales nos señalan que el directo se está devaluando a pasos agigantados (la televisión lineal en realidad), salvo que el directo tenga alicientes externos (los talent shows son un buen ejemplo o las narrativas rizomáticas del modelo Mediaset) en el fenómeno transmediático, donde las RRSS juegan un papel importante. Es en este contexto hiper competitivo de captación de atención donde puede ser entendida la maniobra de «los 12 grandes».
El fútbol, tal y como lo conocemos en la actualidad, está a años luz de poder ofrecer formatos de visionados modernos como el de las plataformas o los fenómenos «league pass», que es un modelo tremendamente rentable para los organizadores de cualquier evento deportivo.
Decía Red Hasting, cofundador, presidente y director ejecutivo de Netflix, que ellos no compiten contra HBO, que ellos compiten contra el sueño. Esta idea es fácilmente aplicable a cierta lógica que articula el movimiento de estos clubes y sus dirigentes. La oligarquía lanza un órdago (a instituciones carentes de transparencia, moral y escrúpulos como ha demostrado la FIFA en reiteradas ocasiones, la última con la concesión de la fase final de la Copa del Mundo a Qatar) para adaptarse a la nueva realidad de la industria del entretenimiento y participar de manera activa y sin intermediarios en ampliar mercados, llegar a nuevos nichos de espectadores, de suscripciones y, además, presumiblemente haciéndolo de la mano de estas plataformas. No es casual que, por el momento, los nombres de compañías que están sonando para la compra de derechos de emisión de los partidos de la Superliga sean Amazon Prime Video, Facebook, Disney, SKY o DAZN (que, según La Gazzetta dello Sport tendría una oferta de 3500 millones de euros preparada). Esto no haría más que reforzar la por el momento tímida apuesta de las plataformas
El fútbol, tal y como lo conocemos en la actualidad, está a años luz de poder ofrecer formatos de visionados modernos como el de las plataformas o los fenómenos «league pass», que es un modelo tremendamente rentable para los organizadores de cualquier evento deportivo. La NBA, la NFL, la Fórmula Uno, todas tienen sus «league pass» correspondientes, su plataforma de contenido único por el que pagas una tarifa anual o mensual y disfrutas de absolutamente todo lo que pasa en la competición, además de contenido exclusivo con acceso ilimitado, 24/7, limitando la dictadura del directo, eliminando los (literales) tiempos muertos que se predicen en mitad del juego, pudiendo ver un partido de 3-4 horas (que es lo que puede durar un partido de NBA-NFL) en poco más de 45 minutos de juego real. Con este modelo, las ligas o competiciones que lo ofrecen, tienen un control más exhaustivo sobre toda la cadena de producción de contenido. Desde las normas que reglan la competición hasta la producción audiovisual de todos y cada uno de los eventos de tu competición. Además, son capaces de monetizar el modelo doblemente, ya que el «league pass» no es excluyente de vender derechos a terceros, lo cual siguen necesitando hasta que el modelo VOD se imponga (si es que esto llega a pasar alguna vez, que no está nada claro.
Con un modelo deportivo de acceso restringido de la Superliga, el campo de acción se acota y facilita la entrada a estos nuevos modelos de explotación audiovisual, que han demostrado adaptarse a las necesidades de un público cada vez más precario, con tiempos de vida fragmentados, acelerados y en constante movimiento (aunque veremos tras la «vuelta a la normalidad?»), para retransmitir una competición elitista, un producto hipervitaminado que rompe con las tradicionales lógicas de acceso basadas en los resultados deportivos previos de los equipos en sus respectivas ligas de sus respectivos países. Una suerte de turbo-capitalismo internacionalista que rebasa las lógicas fronterizas para ofrecer un producto que compita, libre de las asperezas típicas de los equipos de presupuesto limitado que, según estas lógicas elitistas (que ellos mismos impusieron con, por ejemplo, la desigualdad redistribución de los ingresos por derechos televisivos en LaLiga), restan valor al producto final.
El movimiento de estos oligarcas se entiende, pues, entre otras cosas, como un órdago por la lucha de nuestra atención, eliminando intermediarios, teniendo más capacidad de decisión sobre el producto que generan, y si para eso tienen que romper lazos afectivos, lazos comunitarios o lazos históricos (aficiones, rivalidades, reglas de juego), lo van a hacer, todo por estar bien posicionados en el momento en el que decidas qué hacer con tu tiempo cuando no estés produciendo activamente.
Hemos lanzado una batería de preguntas a distintos pensadores y pensadoras con el fin de acercarnos a un análisis no tanto de la crisis del coronavirus en sí, como de los distintos escenarios de futuro a que nos puede conducir su salida. Aquí las respuestas que nos ha dado Luciana Cadahia, filósofa argentina, autora de Mediaciones de lo sensible. Hacia una nueva economía crítica de los dispositivos (FCE, 2017) y El círculo mágico del Estado (Lengua de Trapo, 2019).
Las comunidades no se pueden descontextualizar de los modos de producción en las que están insertas, de las transformaciones que se producen y en las que son producidas por seres humanos en el paso de sus vidas.
En definitiva, en el Manifiesto la ciencia le habla a la política como un cliente exigente que demanda aquellos servicios por los que paga. Esta posición no es nueva. Viene construyéndose desde hace décadas, en especial desde el mercado hacia el Estado.
En suma, Mercado y Estado no son términos antitéticos, sino necesariamente complementarios. Pero decimos más: no se trata sólo de considerar que ambas realidades son dependientes históricamente, sino de enfatizar que sus componentes estructurales están tan sumamente involucrados que sus contornos llegan a hacerse borrosos, hasta el punto de confundirse.
La digitalización, que sigue un progreso exponencial según la ley de Moore, permite concebir, incluso a corto plazo, una sociedad en la que las máquinas realicen la mayor parte de las tareas, dejando a los humanos mucho tiempo para el autodesarrollo.
Creo que hay pocas definiciones más hermosas de democracia que aquella que reconoce no ser más que el esfuerzo que realizamos conjuntamente para definir a oscuras, acompañado por otros tan ciegos como nosotros mismos, qué es bueno y qué es malo.
El pensamiento de Davis, como buen materialista y marxista, operaba en continuo diálogo con el ruido del presente, con sus obstáculos, sus rugosidades y pliegues, sus pervivencias, sus proyecciones y posibilidades.
La pregunta que tenemos que hacernos es si preferimos vivir peor para mantener ciertos negocios o apostamos por mejorar la vida y forzar un desplazamiento productivo hacia otros sectores. Claramente lo que tiene que primar es la calidad de vida y lo que tiene que adaptarse es el modelo productivo, no al revés.
Como defendió Matt Colquhoun recientemente en su blog, la serie no es el capitalismo avanzando a través de la apropiación del sentimiento anticapitalista sino el sentimiento anticapitalista avanzando a través de la apropiación del capitalismo.
Aquí las respuestas que nos ha dado Santiago Alba Rico, escritor, ensayista y filósofo, autor, entre otros, de Las reglas del caos. Apuntes para una antropología del mercado (Anagrama, 1995), Leer con niños (Caballo de Troya, 2007), Islamofobia: nosotros, los otros, el miedo (Icaria, 2015) y Ser o no ser (un cuerpo) (Seix Barral, 2017).
Si necesitamos pensar lo que nos está ocurriendo, ¿no sería importante que reflexionáramos sobre si lo que está sucediendo solo corrobora nuestras categorías y plantillas previas o si marca una diferencia aún por establecer?
Habitualmente se entiende que la ciencia ficción, precisamente por su carácter especulativo, es un género con una relación particular con el progresismo y la izquierda. Sin que esto sea necesariamente falso, la realidad es que la historia del género está llena de grandes figuras y obras notables con relación directa con posturas reaccionarias e incluso con el fanatismo religioso.
'Los olvidados. Ficción de un proletariado reaccionario' no es un libro más, descubre el hilo común del pensamiento reaccionario contemporáneo y, a la vez, hace un ejercicio de arqueología brillante para responder a las entelequias de un obrerismo que pretende invocar a una clase obrera que jamás existió.
¿En qué se debe basar, entonces, nuestro hacer político y sus distintos modos? He aquí la pregunta fundamental. La respuesta por la que aquí apostamos es la autonomía, la capacidad del grupo para dotarse de sus propias reglas independientemente de factores externos.
Pese a que son siglos lo que nos separa de los escritos de Burke, su definición de lo sublime parece ajustarse al milímetro a la situación actual, y nos da las claves para entender por qué podemos experimentar placer estético en las consecuencias de una pandemia.
La guerra en Ucrania sitúa en un primer plano la importante dependencia energética exterior de la UE y aboga por una aceleración en el proceso de transición verde acometida en toda su extensión.
Disney no podría habernos ofrecido un simbolismo más explícito de su empresa ideológica: Una casa (propiedad privada) que requiere de nuevas, reformadas y más progresistas, formas dentro de la misma institución (familia) para poder recuperar la magia (herencia).
Los nuevos periodistas crecen sabiendo que su futuro es un campo de minas, estudian una carrera muy mal estructurada y muy exigente y, como recompensa a todo ese aguante, obtienen un puesto mal remunerado, tremendamente esclavo y, por supuesto, inestable y frágil.
Realismo capitalista es –haciendo de lo complejo sencillez y de las respuestas fáciles preguntas difíciles– una de las grandes obras políticas de nuestro siglo, la que emite algunas lecciones fácilmente numerables para las políticas del “deseo poscapitalista” en el siglo XXI.
No es nuevo decir que, tras décadas de neoliberalismo, la responsabilidad sobre el empleo descansa cada vez más sobre los propios individuos. Cada vez son más los programas educativos que añaden en sus currículos una nueva y apetecible competencia: la empleabilidad.
En este marco el ámbito de la cultura cobra especial importancia en la consecución de la hegemonía, proceso a través del cual se universalizan intereses y afectos, en palabras de Gramsci, “la conquista del poder cultural es previa a la del poder político”.
«Leí tu libro la semana pasada y me sentí como si saliera a tomar aire después de pasar mucho tiempo bajo el agua. Me gustaría agradecerle de todo corazón que haya expresado de forma tan elocuente casi todo lo que había que decir, y que haya proporcionado una razón para la esperanza, cuando yo estaba a punto de desesperar.»
La idea de la compulsión a la repetición es muy poderosa y ha calado profundamente en nuestra cultura. Me gustaría argumentar que, históricamente, el marxismo ha experimentado cuatro neurosis importantes: la neurosis económica, la neurosis filosófica, la neurosis histórica y la neurosis cultural.
Este texto es un informe presentado el 20 de enero de 2017 en el marco de la sesión ¿Quiénes son los comunistas? de la Conferencia de Roma sobre el Comunismo. Fue publicado originalmente en italiano con el título Chi sono i comunisti en la página web del colectivo Euronomade, y traducido ahora al castellano por Manuel Romero.
¿No hay algo profundamente sospechoso en reflejar del lado de lo plebeyo la responsabilidad última del fascismo? ¿Por qué no encontramos, del lado de las élites, una imagen que pudiera tener el mismo peso simbólico? No es casual que el pueblo aparezca como el lugar de una sospecha y las élites queden, astutamente, sustraídas de la escena.
Este artículo fue publicado originalmente por Stuart Hall en la revista Universities & Left Review, en el otoño de 1958, un momento en el que las transformaciones del capitalismo y de la izquierda después de la Segunda Guerra Mundial estaban cambiando Gran Bretaña y el mundo para siempre. La traducción al español es de Manuel Romero.
Con el verano liberamos algo de tiempo libre para dedicar a la lectura, al cine o simplemente a no hacer nada. En el IECCS hemos recopilado algunos títulos de ensayos y novelas para que podáis disfrutarlas durante el mes de agosto, y hacer así algo más ameno este calor insufrible.
«Es necesario un nuevo movimiento internacionalista y pacifista que en los diferentes países movilice los intereses de las grandes mayorías, que exija la toma de acciones para prevenir conflictos, y en particular que se pongan fuertes límites a las armas nucleares.»
La crítica política y social se consiguió transmitir desde la crítica cultural, en una alianza estética de raigambre nietzscheana en la que la música era un elemento de transformación radical. Este nuevo paradigma no había sido aprovechado por la izquierda tradicional, que dejó pasar el impulso que esta revolución cultural había traído.
Hay una creencia generalizada de que el progreso de la ciencia es imparable y de que la tecnología todo lo puede. No cabe en nuestras mentes, pero especialmente en la de nuestros gobernantes, que pueda haber límites biofísicos y energéticos a lo que somos capaces de hacer
En medio de una pandemia mundial -donde el proceso productivo neoliberal en el que ya vivíamos condiciona nuestra manera de sentir, relacionarnos y también curarnos-lo último que se permite es adolecer. Nuestras pérdidas son rápidas, ocultadas, secretas, dejan un duelo mudo, pero igual de profundo, es un duelo arrebatado.
«Muchas personas dicen que la experiencia de haber participado en un laboratorio ciudadano les cambió la vida»
En el sistema semiológico de Barthes el mito se presenta como una potencia naturalizadora, una herramienta de normalización. Por eso, en su descripción de las lógicas de funcionamiento del mito hay todo un intento de impugnar la normalidad de los quehaceres cotidianos
«La literatura, para mí, está presente en cada momento, en cada detalle de lo cotidiano, está sucediendo todo el tiempo. Pero, al mismo tiempo, qué difícil es lograr una buena traducción de la vida a las palabras, de la mente a las palabras.»
De un tiempo a esta parte me interesan las figuraciones de clase. Historias que reivindican las formas de vida obreras, ficciones que no esencializan ni se edifican en el antagonismo social y que de algún modo liberan a la literatura obrera de sus tareas históricas.
¿Y si las plataformas y su modelo de explotación basado en la extracción de datos hubieran sido solo un impasse en el proceso de construcción del Internet que finalmente se estabilizará en el futuro?
Más que luchar por una u otra interpretación, una misión muy loable pero que para mí aún es dudosa en el ejercicio de la crítica cultural, la indefinición de lo afectivo nos debe conducir a identificar a qué anhelos desarticulados apela la cultura popular.
Series como 'Succession' sirven para detectar la corrosión del poder, la política y el dinero mientras nos deleitamos con las disfunciones psicológicas de sus protagonistas. Si la serie sirve para cartografiar el capitalismo multinacional es gracias a su efecto de “totalidad”.
El contexto Covid-19 nos trae un 'horror vacui' diferente, algo más angustiante que la patología psicológica conocida como 'fear of missing out' (FOMO), la posibilidad de que no nos estemos perdiendo nada porque nada está pasando y nada puede pasar.
Las tesis que reproducimos a continuación fueron escritas por Bertolt Brecht en los años treinta, en el marco del debate con Gyorg Lukács sobre la definición de «realismo» en la literatura y el arte, así como el empleo del mismo por los artistas antifascistas.
Somos mucho más rentables como espectadores-consumidores de contenido en plataformas ya que, si la televisión entraba en nuestra casa para ofrecernos entretenimiento a cambio de un porcentaje de tiempo invertido en publicidad, esta nueva forma de extracción de beneficios entra directamente en nuestro cuerpo, para buscar beneficios en los datos derivados de nuestro comportamiento.
En estas líneas comparto con las compañeras y compañeros de España algunas reflexiones sobre las elecciones del pasado 15 y 16 de mayo en Chile y su relación con la rebelión popular que se inició en octubre del 2019. Primeras impresiones que destilan optimismo por los resultados favorables para las fuerzas políticas transformadoras que obtuvieron la mayoría de los escaños en la Convención que redactará la nueva Constitución Política, una Convención con paridad de género y 17 representantes de los pueblos indígenas.
El verano y las vacaciones se agotan, y también el tiempo libre para dedicar a la lectura, al cine o simplemente a no hacer nada. En el IECCS hemos recopilado algunos títulos de ensayos, novelas, películas y documentales para que puedas disfrutarlas durante el mes de agosto.
¿tan importante es la relación que se da entre el mundo de lo lleno y de lo vaciado? Parece probable que sí, que sea necesario todo este despliegue orientado a disimular la naturaleza conflictiva de las relaciones sociales de lo vaciado, hacia dentro y hacia fuera, sobre todo porque todos los sujetos implicados arriesgan mucho en este juego.
Actualmente el debate se ha simplificado a partir de la categoría de "lo posmo", de manera que si te preocupa lo estético para construirte como sujeto, parece que estás abandonando la lucha de clases.
La camaradería es el resultado de la solidaridad, del compromiso y de la disciplina. Es una práctica compleja, en la que se fracasa una vez para levantarse y fracasar mejor. A veces puede ser asfixiante, pero la mayor parte de las veces es liberadora. Somos nosotres en un sentido colectivo.
Si el ecologismo desea tener una incidencia real en las disputas políticas del futuro inmediato (y es imprescindible que la tenga) no puede pasar por alto las peculiaridades y temporalidades de las diversas esferas de lo humano.
El miedo de no saber qué demonios va a pasar con nuestra vida y con la de aquellos que queremos. El miedo de mirar al futuro y no saber qué esperar. El miedo de no ver un horizonte de posibilidad, sino un muro tras el cual no sabemos qué se esconde.
Como dice Eva Illouz en el prólogo del libro de Horvat, parece que el capitalismo nos ha arrebatado la capacidad de amar de manera radical. Nos encontramos ante la imposibilidad de replantear un concepto que parece haber quedado diluido entre las crisis del neoliberalismo.
La afirmación de Wittgenstein de que no existe “aplicación” de una regla porque la instancia de aplicación es interna a la propia regla y, como consecuencia, la transforma, es totalmente válida como principio rector para escribir una tesis.
Al igual que los Shelby, podemos contemplar nuestras sociedades y afirmar que las élites son despiadadas, crueles e insolidarias. Sin embargo, conviene separarse de ellos a la hora de configurar el futuro a perseguir, uno en el que no quepan egoísmos narcisistas ni tradiciones opresoras.
La transformación digital sigue hoy una dirección marcada por las políticas del momento, que favorecen la concentración empresarial, la extracción masiva y la acumulación de poder. Pero, como sucedió a principios del siglo pasado, estos criterios políticos pueden cambiarse.
El duelo, mientras haya recuerdo, afecto, es inevitable. La cuestión consiste en hacer un duelo sano, que sea llevable, en una existencia y una pérdida de la que el sujeto sea capaz de hacerse cargo.
Gorriti es Filósofa, becaria doctoral CONICET y docente de la UNC. Autora de Nicos Poulantzas: una teoría materialista del Estado (Doble ciencia). Farrán es Filósofo, Investigador CONICET y docente de posgrado (Universidad Nacional de Córdoba). Autor de Badiou y Lacan: el anudamiento del sujeto (Prometeo), Nodal. Método, estado, sujeto (La cebra) y Nodaléctica (La Cebra).
El video presidencial en inglés siguen revelando datos importantes del relato que el gobierno está cocinando, en él se resignifican dos de las imágenes con las que se ha caracterizado al régimen uribista de Duque: la del títere y la del hombre desconectado de la realidad.
El necro-liberalismo asume de forma explícita y obscena la imposibilidad de conjugar el mantenimiento de la vida con el mantenimiento del orden político y económico, de ahí que se caracterice por hacer gala y enarbolar sin complejo alguno la bandera del desprecio a la vida.
"La pandemia ha enfatizado enormemente una tendencia que ya se estaba dibujando: una condición de miedo a la corporeidad, me atrevería a decir, incluso, una sensibilización fóbica hacia el cuerpo del otro."
Hoy más que nunca necesitamos disponer de horizontes de futuro confiables, asegurar nuestras vidas -y no para cualquier forma de vida, sino para una que valga la pena ser vivida- como condición de posibilidad de cualquier forma de libertad política (pues sabemos que sin seguridad y confianza en el porvenir no hay libertad sino miedo y servidumbre).
Este texto se publica en el marco del debate que tuvo lugar en el seminario "Marx y El Capital en el mundo contemporáneo" entre Jesús Rodríguez y Manuel Romero a propósito del lugar de lo político en la teoría marxista.
A pesar de la omnipresencia de este debate, es necesario cubrir una carencia fundamental de la mayoría de estos discursos: rebatir el desdén generalizado ––en gran parte de las ocasiones automático; en otras sencillamente visceral–– hacia la nostalgia y, en consecuencia, hacia su poso melancólico.
La serie es un éxito puesto que (re)construye cómo una ideología como la Alt-Right puede llegar a ser hegemónica y lo hace en una dialéctica constante con la realidad que vive la sociedad estadounidense y sus pilares racistas.
El valor de los libros de Peter Frase, Olin Wright y Aaron Bastani reside en su capacidad para darle la vuelta al famoso dictum de Jameson e imaginar que el neoliberalismo no existe. Hay una potencia afirmativa en esa negación que no es una cuestión menor.
La coyuntura tiene la singularidad de ser aquel momento sin el cual no se podrían visualizar ni reflexionar sobre determinados problemas políticos. Pensar la coyuntura implica, decía el epistemólogo crítico Hugo Zemelman, comprender el presente-potencial.
Cabe cuestionarse si a estos "liberales" alguna vez les importó algo más que su persona, si aquella condescendencia de clase no supone en realidad un brillante ejemplo de conciencia de clase –de clase privilegiada, por supuesto– a la que le duró demasiado el disfraz democrático y popular.