'Los olvidados. Ficción de un proletariado reaccionario' no es un libro más, descubre el hilo común del pensamiento reaccionario contemporáneo y, a la vez, hace un ejercicio de arqueología brillante para responder a las entelequias de un obrerismo que pretende invocar a una clase obrera que jamás existió.
Antonio Gómez Villar es filósofo, militante y profesor de Filosofía en la Universitat de Barcelona (UB). Sus líneas de investigación e inquietudes intelectuales principales se centran en las transformaciones del mundo del trabajo, el papel que desempeña la política y la cultura en la formación de subjetividades, y el análisis de los movimientos sociales y sus repertorios de acción colectiva. Ha sido editor de libros como Maradona. Un mito plebeyo (Ned, 2021), Working Dead. Escenarios del postrabajo (La Virreina, 2019), junto a María Ruido y Marta Echaves, y Vidas dañadas. Austeridad y vulnerabilidad en la era de la austeridad (Artefakte, 2014), junto a Sonia Arribas. Además, en solitario ha publicado E. Laclau y Ch. Mouffe: hegemonía y populismo (Gedisa, 2021) y el trabajo que nos ocupa: Los olvidados. Ficción de un proletariado reaccionario (Bellaterra, 2022).
En los últimos años hemos visto cómo el pensamiento y los proyectos reaccionarios crecían bajo nuestros pies, como la mala hierba, y se multiplicaban a lo largo del globo y el espectro político. De los Estados Unidos de Donald Trump a las bravuconadas de Vox y su reciente incorporación al gobierno autonómico de Castilla y León. De Alexander Dugin o la Nueva Derecha francesa a Diego Fusaro y su desprecio a la izquierda fucsia. La Internacional Reaccionaria (IR) no es un movimiento unitario y homogéneo, es un monstruo contradictorio y con intereses cruzados que ha nacido en el interregno entre la decadencia del realismo capitalista y la potencialidad de lo nuevo. Sin embargo, a pesar de su pluralidad, sí que es posible encontrar elementos comunes: el racismo, el antifeminismo, o el rechazo a lo que ha sido definido como lo “progre”. Según su lectura particular de la coyuntura y las transformaciones sociales y políticas de las últimas décadas, la explosión de los anhelos que tuvieron lugar en el 68 junto a la irrupción de una multiplicidad de nuevas demandas y sus proyectos asociados han desestabilizado y desdeñado al sujeto protagonista de la transformación social, dando lugar a la creación de una nueva categoría sociológica y política: los olvidados. Asimismo, todo este entramado ha encontrado la coartada perfecta para nombrar, señalar y culpabilizar a eso que pone en peligro sus fantasías: la diversidad. La proliferación de las luchas y sus puntos de antagonismo han sido interpretadas como una irrupción epifenoménica y servil al neoliberalismo que ha ayudado a fagocitar la verdadera lucha de clases.
Gómez Villar se ha tomado en serio sus premisas y en Los olvidados. Ficción de un proletariado reaccionario se encarga de desmontar los pilares teóricos del pensamiento reaccionario de izquierdas, así como la mitología obrerista y el aura revolucionaria con la que pretenden arroparse. Lo hace en cuatro capítulos diferentes: I. El regreso de lo material; II. Un cuestionamiento de los comienzos de la identidad obrera; III. El neoliberalismo progresista como coartada; IV. Los olvidados. Ficción de un proletariado reaccionario. De todo esto, y más, vamos a hablar a continuación.
Antonio Gómez Villar: Considero que nuestra coyuntura política está marcada por la frustración de las aspiraciones de cambio político luego del ciclo arrancado en 2011 con las múltiples ocupaciones de plazas a lo largo de todo el planeta; y por las diferentes experiencias de cambio, también frustradas, que irrumpieron en la arena electoral y en los espacios de representación política. En este marco, algunos sectores de la izquierda calman hoy sus ansiedades desde una pulsión conservadora: han acabado mimetizándose con las prácticas discursivas de los sectores reaccionarios. Posiciones obreristas que se reflejan en el espejo conservador de la Internacional reaccionaria (IR), engendrando aquello que temen encontrarse o, lo que es lo mismo, una izquierda reaccionaria: responder al racismo, al machismo y al nativismo de la IR desde su propio marco de sentido. Si bien estas ideas han acabado articulando potentes proyectos políticos en el universo político de las derechas, en la izquierda aún no constituye algo así como un nuevo «-ismo», pero sí da cuenta de una sensibilidad de época que empieza a prender y a ganar terreno en el sentido común. Entre los muchos mensajes que he ido recibiendo estos días tras la publicación del libro, la gran mayoría de ellos incluían la frase “es un libro necesario”. Me parece que aquí hay una batalla político-cultural que librar. Y este libro pretende ser una humilde aportación a la discusión.
son varios los autores y autoras que han construido un nicho ideológico propio, una suerte de idealismo travestido de burdo materialismo, con el objetivo de intervenir en los debates culturales desde una pulsión conservadora.
A.G.M.: En el curso de la investigación y lecturas para escribir el libro, me di cuenta de algo bastante paradójico: muchos de los autores y autoras que clamaban por el retorno de lo material abandonado por la “izquierda cultural”, no es tanto que reivindiquen un materialismo vulgar, sino más bien un idealismo carente de análisis material alguno. Daré tres ejemplos. Si atendemos a la obra de Slavoj Žižek, en ella se nos invita a «repetir Lenin» y recuperar la lucha de clases, pero sus análisis carecen de referentes empíricos. No presenta argumentos históricos, solo trascendentes. Es más, la lucha de clases no tiene relación con proyecto económico alguno, la inscribe en una dimensión ontológica. Otra teórica, la politóloga estadounidense Jodi Dean, propone recuperar la noción de «comunismo», porque es la única que dice «no» al capitalismo y es contraria a la propiedad privada de los medios de producción. Pero presenta el comunismo como un mero voluntarismo tautológico: decidimos establecer el comunismo porque deseamos el comunismo. Tampoco existe en su análisis descripción de las transformaciones económicas ni se señala dónde se encuentra ese movimiento comunista activo como agencia efectiva. Y la obra de Daniel Bernabé, La trampa de la diversidad, es una concatenación de referencias a la cultura ficcional americana como vehículo explicativo. Aborda la transformación de la clase trabajadora desde referentes ficcionales y formas culturales, porque a lo que apunta es a la existencia de un triunfo cultural. Es un análisis que se ocupa de las construcciones culturales, pero carece de cualquier análisis material mínimo. Diría que son varios los autores y autoras que han construido un nicho ideológico propio, una suerte de idealismo travestido de burdo materialismo, con el objetivo de intervenir en los debates culturales desde una pulsión conservadora.
Contrarios a estos planteamientos, propongo pensar la tensión material/cultural desde otras mediaciones diferentes a su reducción a una lógica dicotómica, a un dualismo categórico, una distorsión que reduce la complejidad de los procesos políticos. Lo material y lo cultural no son dos categorías herméticas, sino dos dimensiones imbricadas, entrelazadas y entretejidas. No son compartimentos estancos, plenamente constituidos, coherentes, sin contradicciones, que solo interactúan a posteriori, una vez están dados. Lo material no es esa cosa ya dada, un ente quieto, una realidad empírica, una base real y práctica frente a lo cultural como una realidad ideal, ilusoria, imaginaria y construida. No existen hechos materiales sin su inscripción en una arquitectura vital, en un sostén cultural. Lo material, en bruto, carece de vida, pues habita siempre en sus inscripciones simbólicas, instalado en un paisaje. Pareciera que ir directamente a lo material es más real y verdadero que atender a sus formas. Esta concepción es la propia de un paradigma que privilegia y ansía la transparencia, la fantasía autárquica de lo material: podemos correr el velo ideológico de las formas para liberar lo material olvidado.
A.G.M.: Totalmente de acuerdo. Contrario a lo que sostienen las posiciones obreristas, creo que la izquierda no ha sido derrotada por haber desatendido a lo material, sino por su incapacidad a la hora de construir imaginarios. Un dolor social, una falta material, siempre genera desorientaciones afectivas que han de ser trabajadas políticamente. Lo político es el lugar donde dar sentido y orientación a lo material, donde elaborar los conflictos y dolores que nos atraviesan. Las ideologías son una fuerza material, tocan las experiencias, trazan el mapa de la realidad social. Si la potencia de una política emancipatoria dependiese de su capacidad para reflejar las condiciones materiales, entonces no habría lugar para la contingencia y, por ello mismo, no habría política. De una mayor evidencia empírica de las condiciones de vida de los desfavorecidos no se sigue un mayor potencial transformador. Las ideas tienen fuerza, como bien sabía Spinoza, cuando se encuentran con los afectos. Y los afectos han de conectar con los deseos y los anhelos. No se trata de reivindicar un relativismo ingenuo e idealista, ni de negar la objetividad. Antes bien, es preciso indagar, al modo nietzscheano, en sus condiciones de posibilidad.
no hay lucha económica que no esté atravesada también por la disputa del sentido. Las ideas, las formas de pensar y sentir, se declinan siempre como forma material e ideológica en nuestras vidas.
Cuando se quiere menospreciar a las llamadas «luchas culturales», siempre se las presenta precedida de los adverbios modales «solamente» o «meramente» para indicar que son poco materiales. Pero si queremos salir de la esterilidad política a la que nos arroja la dicotomía cultural/material, hemos de asumir que las luchas culturales no son aquellas que están situadas en un plano inferior o secundario, «meramente individuales» o «solamente particulares», sino que son la raíz misma de la lucha política en la medida que posibilitan reconfigurar los marcos de sentido en los que se inscriben los dolores materiales. Por eso no hay lucha económica que no esté atravesada también por la disputa del sentido. Las ideas, las formas de pensar y sentir, se declinan siempre como forma material e ideológica en nuestras vidas. Las ideas y la realidad material son a la vez, e intervienen en los modos en que se configuran lo político y se constituyen las identidades.
A.G.M.: Esto que planteas es crucial. Las actuales posiciones obreristas se inscriben en un despliegue identitario de las esencias de la transformación verdadera en torno a la clase obrera como un tipo de identidad a-histórica. Para estos planteamientos lo importante es mantenerse fiel a ciertos signos abstractos antes que asumir un compromiso con la materialidad de la realidad presente. El gesto impolítico de las posiciones obreristas actuales consiste en eliminar el contenido histórico del siglo obrero y trasladar a nuestro presente, sin más, al «sujeto histórico». Me parece que es fundamental asumir que «clase obrera» es una forma de identidad, no una realidad natural ni una verdad prepolítica. «Clase obrera» fue la figura privilegiada de lo plebeyo en la sociedad industrial. Detentó un rol estructurante fundamental. Movilizó el elemento plebeyo a partir de los intermediarios léxicos y simbólicos de la identidad obrera; una particularidad que dio luz e iluminó lo común. Y, según mi lectura de Marx, el proletariado, en la lucha por la emancipación, es una mediación concreta por la emancipación universal de la humanidad; es un operador que estructura el conflicto social, la potencia radical de impugnación del orden establecido. La pregunta plebeya, entonces, tiene que ver con qué particularidades tienen más fuerza para expresar el horizonte emancipatorio, para generar identificaciones con otros vínculos. Lo necesario es acompañar y trabajar políticamente en torno a esas parcialidades que tiene la capacidad de impugnar el orden establecido; lo contingente es la forma que adquiere. Y, en esta tarea, como bien dices, es fundamental asumir una noción compleja del sujeto de la transformación, sin ataduras metafísicas ni fetiches ideológicos.
A.G.M.: Todo el capítulo segundo, y en concreto el apartado que señalas, responde a un objetivo concreto: es ya un lugar común imputar a las ideologías reaccionarias, tanto de izquierdas como de derechas, la mirada nostálgica, el anhelo por querer volver a un pasado idealizado como síntoma de su propia incapacidad y bloqueo de la imaginación política. Si bien esto es cierto, me parecía que era preciso ir más allá y trazar una genealogía con la que poder disputar los sentidos otorgados a esos pasados hipostasiados. El periodo 1945-1973, el que va desde el final de la II Guerra Mundial hasta la crisis el petróleo, es presentado por los teóricos obreristas como una imagen evocadora, idealizan el mundo antes de la llegada del neoliberalismo. Está muy presente en Ken Loach, Owen Jones o Daniel Bernabé. El pasado no es tanto un tiempo histórico sino una foto perfecta, un tiempo de seguridad y confianza en torno al Estado del bienestar post-45.
los teóricos y las teóricas del «regreso de lo material» insisten una y otra vez sobre la connivencia entre las luchas culturales y el neoliberalismo; y nunca dicen nada acerca de la captura de la clase obrera a partir de 1945, momento en el que las aspiraciones revolucionarias del movimiento obrero fueron desactivadas.
Pero lo que el consenso de posguerra nos demuestra es que situar el trabajo asalariado, «lo material», como eje articulador de un proyecto político, no constituye en sí mismo un desafío para el orden capitalista. De hecho, lo que mostró aquel consenso es que trabajo y capitalismo pudieron convivir y aunar intereses. El Estado proveía bienestar social y empleo regulando o interviniendo directamente en la economía. La ideología de «lo social» («Estado social», «política social», «demandas sociales», «capital social») aportó la categoría en torno a la cual se recuperó, subordinó y absorbió la ideología socialista. Es así como tuvo lugar el consentimiento de la clase trabajadora al orden capitalista post-45. El pacto consistió en que el movimiento obrero aceptaba las relaciones de producción capitalista renunciando al control sobre la producción.
Sin embargo, los teóricos y las teóricas del «regreso de lo material» insisten una y otra vez sobre la connivencia entre las luchas culturales y el neoliberalismo; y nunca dicen nada acerca de la captura de la clase obrera a partir de 1945, momento en el que las aspiraciones revolucionarias del movimiento obrero fueron desactivadas. Si de atender a las formas de captura capitalistas se trata, entonces podemos decir que el obrerismo pone entre paréntesis los argumentos legitimadores propiamente neoliberales que pretenden justificar las políticas de austeridad desde finales de los años 70: el auge de las condiciones materiales luego de la II Guerra Mundial superaron con creces las expectativas, por lo que fue necesario controlar el gasto público y el poder de los sindicatos. Responsabilizar y culpabilizar al movimiento obrero de posguerra de las maneras en que operó la racionalidad neoliberal sería un gesto reaccionario, simétrico a las perspectivas actuales que señalan al mayo del 68 como chivo expiatorio. Me parece decisivo disputar esa imagen evocadora y mostrar que el capitalismo de posguerra sobrevivió en Europa gracias a la integración de la clase obrera en el modelo redistributivo de la sociedad de consumo. Y hacerlo, además, sin reproducir el gesto reactivo del obrerismo.
A.: Los análisis de Žižek, Boltanski y Chiapello suelen otorgar demasiado poder al neoliberalismo en tanto racionalidad fragmentadora, pero prestan poca atención al papel que en ello jugó la lucha de clases. La crisis de la izquierda de aquellas décadas no fue solo la provocada por el neoliberalismo, ni tampoco fue el resultado de un gesto de renuncia y claudicación. Antes bien, la crisis de la izquierda en aquellas décadas tuvo que ver con la forma que adoptó la lucha de clases en ese momento. Pero la izquierda no supo ver que era la misma forma de la lucha de clases la que estaba transformándose, reconfigurándose a través de una nueva composición de clase que desplazaba toda una visión histórica hegemónica. Los sujetos, los deseos, los anhelos, las aspiraciones, los horizontes de sentido habían mutado. La batalla sesentayochista no es la de las luchas culturales contra la clase. Es la batalla de la clase trabajadora yendo más allá de sí misma, abriendo nuevas posibilidades de vida. Un mundo entero estaba derrumbándose. Pero la única relación que ha logrado establecer la izquierda obrerista con mayo del 68 es la de un trauma histórico.
En relación a la segunda cuestión que planteas, creo que ha sido Mark Fisher una de las figuras que mejor ha sabido traer al presente la promesa incumplida de los años 60 desde una perspectiva benjaminiana. Introduce el concepto de «hauntología», referido a los futuros perdidos, a aquello que nunca ocurrió pero que podría haberse realizado. La «hauntología» es una ontología de lo fantasmal, está y no está: Fisher propone repetir el 68, reclamar sus espectros, convocarnos como coetáneos y contemporáneos de su posible repetición, de efectuación desde el presente. El mejor modo de trabajar para evitar la nostalgia pasa por elaborar los duelos de la pérdida y recuperar las posibilidades perdidas de esos pasados, la apertura y exploración de los horizontes que no se pudieron transitar, una perspectiva con evidentes ecos benjaminianos. Fisher no propone una mirada nostálgica, al modo obrerista, el anhelo de un mundo pasado; sino la reclamación del «todavía no», de aquello que no se materializó. Apela a la melancolía como rechazo a acomodarse a los horizontes cerrados de lo que él denominó «realismo capitalista».
No creo que se pueda profesar mayor respeto intelectual a alguien que tomarte en serio sus escritos.
A.: Creo que Daniel Bernabé tiene razón cuando en numerosas ocasiones se ha quejado de que han sido muchos los que han tratado de impugnar sus planteamientos sin haber leído el libro. Me parecía que era preciso sentar las bases para trasladar el debate forjado en torno a la acumulación de likes, retuits, impugnaciones fáciles y perezosas, a un espacio más pausado, atendiendo a las ideas y los argumentos. De ahí el respeto teórico que he tratado de mostrar por los textos y autores/as con los que polemizo. No creo que se pueda profesar mayor respeto intelectual a alguien que tomarte en serio sus escritos.
De Maquiavelo aprendí aquello de que la verdad es siempre la verdad efectiva, esto es, una verdad definida por sus efectos. Y si La trampa de la diversidad está en torno a los 20.000 ejemplares vendidos, es porque ha sabido conectar con esa sensibilidad de época a la que me refería al principio de la entrevista. Creo que en las últimas décadas, luego de cada momento de frustración política emancipatoria, siempre ha proliferado un ethos obrerista ortodoxo como síntoma de desorientación histórica, de repliegue ideológico y de bloqueo político en las izquierdas. Los desarrollos cíclicos de la política emancipatoria también tienen sus momentos de debates virulentos y de ajustes de cuentas. En nuestra particular coyuntura, la apelación a las llamadas luchas culturales y luchas económicas como antítesis irreconciliable constituye el síntoma de que vivimos un momento de degradación de la sociabilidad política de izquierdas. Y creo que el éxito de la obra de Bernabé responde a que está impregnado de esa atmósfera política y social. Y a que acierta en la elección de la palabra clave: diversidad.
A.: Creo que el hilo común reside en haber articulado una estrategia política que inscribe diferentes problemas de redistribución en una política del reconocimiento pero en clave reaccionaria, a través de medidas racistas, xenófobas, machistas y militaristas. Lo más propio de su proyecto político consiste en politizar resentimientos ofreciéndoles un estatuto simbólico superior desde el punto de vista nacional, racial y sexual. Y el problema que analizo en el libro es la lectura obrerista que de este proyecto político se realiza. Es cierto que los mayores costes que supuso el tránsito del fordismo al posfordismo han recaído sobre aquellos sectores de la sociedad más vulnerables al cambio productivo. Pero de ahí no se sigue que la politización de las heridas invisibles del reconocimiento se presente desde una dicotomía entre los sectores sociales en cuyas vidas predominan el capital económico y aquellas en las que predomina el cultural, como si de una nueva modalidad de lucha de clases se tratase. No existe ninguna conexión lógica entre las formas culturales reaccionarias y los padecimientos económicos y reaccionarios. Detrás de la defensa esencialista de la bandera, el odio hacia el inmigrante y una mirada miope sobre la familia heteropatriarcal no se esconde ningún acto de buena fe proletaria.
A.: Creo que lo dices de manera muy acertada. Las tesis de Fraser en torno al neoliberalismo progresista introducen una crítica legítima. En efecto, cierto culturalismo particularista comporta una alianza de clase específica. Qué duda cabe que durante las últimas décadas la socialdemocracia europea y el Partido Demócrata estadounidense han defendido una diversidad afectivo-cultural a través del reconocimiento de derechos políticos y civiles, al tiempo que han precarizado el empleo, las pensiones o privatizado diferentes servicios públicos. Tal es el sentido más originario de «lo progre», el olvido de la lucha por la igualdad, la pérdida de la igualdad social como aspiración política.
La particular lectura reaccionaria de las tesis en torno al neoliberalismo progresista consiste en asociar diversidad y neoliberalismo.
Al tiempo, es un concepto que, en efecto, está siendo usado como muñeco de paja –no por Fraser, claramente, pero sí por quienes han hecho suyo el concepto–, como coartada reaccionaria frente a las nuevas expresiones de la lucha de clases que introducen el feminismo o el antirracismo. La particular lectura reaccionaria de las tesis en torno al neoliberalismo progresista consiste en asociar diversidad y neoliberalismo. Se apunta a un sujeto dado, a una sociología concreta –las históricas clases trabajadoras olvidadas–, y se señala a un enemigo externo como amenaza casi existencial, la diversidad.
A.: Según las lecturas obreristas, el privilegio que supuestamente tienen hoy las luchas culturales sobre las luchas materiales responde al modo en que se ha configurado el proyecto neoliberal: las elites progresistas han sintonizado culturalmente con la evolución económica del proceso de globalización. Las clases trabajadoras, en cambio, no estarían a la altura del ritmo progresista que se le quiere imprimir a la globalización neoliberal, razón por la cual quedan relegadas y abandonadas. Los que no lograron seguir este ritmo han acabado sintiéndose exiliados en su propia tierra. Y en esa escisión algunos creen ver el nacimiento de una sociología muy específica, los olvidados.
Los olvidados son una construcción ideológica, una relación imaginaria carente de sedimentación existencial de clase. «Nosotros olvidados» es una falsa locución cuando se utiliza contra las mal llamadas luchas culturales. Es una abstracción estática y ficticia. Es un «nosotros» defensivo y protector contra un mundo confuso y dislocado. El error obrerista consiste en otorgar una subjetividad y una agencia política emancipadora a una figura, los olvidados, que solo cumple la fantasía de un pasado que vuelve fantasmáticamente. Antes que constituir el nuevo proletariado, señala una relación con lo que ya no es más. Es una pura virtualidad.
Y, por último, hoy reciben el nombre de olvidados aquellos que han quedado fuera del paraguas simbólico y material de la clase media. El planteamiento es del todo paradójico: los obreristas ven posible el retorno de la clase obrera a través de los olvidados. Pero los olvidados son la antigua clase media, aquella clase que es una no-clase, atravesada por un deseo de desproletarización, solo definida por oposición a los extremos del espacio social y su adhesión subjetiva al orden existente. El obrerismo lamenta que la lucha de clases esté hoy desdibujada y pretenden resucitarla desde una clase social, la clase media, que nunca tuvo unos contornos más o menos definidos y precisos. La clase media no nació para desaparecer, como el proletariado, sino con la voluntad de reproducirse indefinidamente como clase. Los olvidados no afirman posibilidades para todos y todas, sino para una parte, el reclamo a ostentar unos privilegios cuasi naturales perdidos. Se abandona la perspectiva de la emancipación universal del proletariado y se reclama la aspiración universal por el estatus de la clase media. Volver a consolidar una clase media constituye la imagen de un futuro alternativo: el sueño de un consumo ilimitado. El objetivo último es que vuelva a regir el principio de movilidad social ascendente, pero solo para unos pocos.
En medio de una pandemia mundial -donde el proceso productivo neoliberal en el que ya vivíamos condiciona nuestra manera de sentir, relacionarnos y también curarnos-lo último que se permite es adolecer. Nuestras pérdidas son rápidas, ocultadas, secretas, dejan un duelo mudo, pero igual de profundo, es un duelo arrebatado.
Hemos lanzado una batería de preguntas a distintos pensadores y pensadoras con el fin de acercarnos a un análisis no tanto de la crisis del coronavirus en sí, como de los distintos escenarios de futuro a que nos puede conducir su salida. Aquí las respuestas que nos ha dado Luciana Cadahia, filósofa argentina, autora de Mediaciones de lo sensible. Hacia una nueva economía crítica de los dispositivos (FCE, 2017) y El círculo mágico del Estado (Lengua de Trapo, 2019).
La transformación digital sigue hoy una dirección marcada por las políticas del momento, que favorecen la concentración empresarial, la extracción masiva y la acumulación de poder. Pero, como sucedió a principios del siglo pasado, estos criterios políticos pueden cambiarse.
El pensamiento de Davis, como buen materialista y marxista, operaba en continuo diálogo con el ruido del presente, con sus obstáculos, sus rugosidades y pliegues, sus pervivencias, sus proyecciones y posibilidades.
La crítica política y social se consiguió transmitir desde la crítica cultural, en una alianza estética de raigambre nietzscheana en la que la música era un elemento de transformación radical. Este nuevo paradigma no había sido aprovechado por la izquierda tradicional, que dejó pasar el impulso que esta revolución cultural había traído.
La idea de la compulsión a la repetición es muy poderosa y ha calado profundamente en nuestra cultura. Me gustaría argumentar que, históricamente, el marxismo ha experimentado cuatro neurosis importantes: la neurosis económica, la neurosis filosófica, la neurosis histórica y la neurosis cultural.
De un tiempo a esta parte me interesan las figuraciones de clase. Historias que reivindican las formas de vida obreras, ficciones que no esencializan ni se edifican en el antagonismo social y que de algún modo liberan a la literatura obrera de sus tareas históricas.
Como defendió Matt Colquhoun recientemente en su blog, la serie no es el capitalismo avanzando a través de la apropiación del sentimiento anticapitalista sino el sentimiento anticapitalista avanzando a través de la apropiación del capitalismo.
Pese a que son siglos lo que nos separa de los escritos de Burke, su definición de lo sublime parece ajustarse al milímetro a la situación actual, y nos da las claves para entender por qué podemos experimentar placer estético en las consecuencias de una pandemia.
Actualmente el debate se ha simplificado a partir de la categoría de "lo posmo", de manera que si te preocupa lo estético para construirte como sujeto, parece que estás abandonando la lucha de clases.
No es nuevo decir que, tras décadas de neoliberalismo, la responsabilidad sobre el empleo descansa cada vez más sobre los propios individuos. Cada vez son más los programas educativos que añaden en sus currículos una nueva y apetecible competencia: la empleabilidad.
Al igual que los Shelby, podemos contemplar nuestras sociedades y afirmar que las élites son despiadadas, crueles e insolidarias. Sin embargo, conviene separarse de ellos a la hora de configurar el futuro a perseguir, uno en el que no quepan egoísmos narcisistas ni tradiciones opresoras.
La serie es un éxito puesto que (re)construye cómo una ideología como la Alt-Right puede llegar a ser hegemónica y lo hace en una dialéctica constante con la realidad que vive la sociedad estadounidense y sus pilares racistas.
¿Y si las plataformas y su modelo de explotación basado en la extracción de datos hubieran sido solo un impasse en el proceso de construcción del Internet que finalmente se estabilizará en el futuro?
La afirmación de Wittgenstein de que no existe “aplicación” de una regla porque la instancia de aplicación es interna a la propia regla y, como consecuencia, la transforma, es totalmente válida como principio rector para escribir una tesis.
Como dice Eva Illouz en el prólogo del libro de Horvat, parece que el capitalismo nos ha arrebatado la capacidad de amar de manera radical. Nos encontramos ante la imposibilidad de replantear un concepto que parece haber quedado diluido entre las crisis del neoliberalismo.
Los nuevos periodistas crecen sabiendo que su futuro es un campo de minas, estudian una carrera muy mal estructurada y muy exigente y, como recompensa a todo ese aguante, obtienen un puesto mal remunerado, tremendamente esclavo y, por supuesto, inestable y frágil.
A pesar de la omnipresencia de este debate, es necesario cubrir una carencia fundamental de la mayoría de estos discursos: rebatir el desdén generalizado ––en gran parte de las ocasiones automático; en otras sencillamente visceral–– hacia la nostalgia y, en consecuencia, hacia su poso melancólico.
Disney no podría habernos ofrecido un simbolismo más explícito de su empresa ideológica: Una casa (propiedad privada) que requiere de nuevas, reformadas y más progresistas, formas dentro de la misma institución (familia) para poder recuperar la magia (herencia).
Las comunidades no se pueden descontextualizar de los modos de producción en las que están insertas, de las transformaciones que se producen y en las que son producidas por seres humanos en el paso de sus vidas.
«Muchas personas dicen que la experiencia de haber participado en un laboratorio ciudadano les cambió la vida»
La coyuntura tiene la singularidad de ser aquel momento sin el cual no se podrían visualizar ni reflexionar sobre determinados problemas políticos. Pensar la coyuntura implica, decía el epistemólogo crítico Hugo Zemelman, comprender el presente-potencial.
Más que luchar por una u otra interpretación, una misión muy loable pero que para mí aún es dudosa en el ejercicio de la crítica cultural, la indefinición de lo afectivo nos debe conducir a identificar a qué anhelos desarticulados apela la cultura popular.
«Leí tu libro la semana pasada y me sentí como si saliera a tomar aire después de pasar mucho tiempo bajo el agua. Me gustaría agradecerle de todo corazón que haya expresado de forma tan elocuente casi todo lo que había que decir, y que haya proporcionado una razón para la esperanza, cuando yo estaba a punto de desesperar.»
Si necesitamos pensar lo que nos está ocurriendo, ¿no sería importante que reflexionáramos sobre si lo que está sucediendo solo corrobora nuestras categorías y plantillas previas o si marca una diferencia aún por establecer?
La camaradería es el resultado de la solidaridad, del compromiso y de la disciplina. Es una práctica compleja, en la que se fracasa una vez para levantarse y fracasar mejor. A veces puede ser asfixiante, pero la mayor parte de las veces es liberadora. Somos nosotres en un sentido colectivo.
Habitualmente se entiende que la ciencia ficción, precisamente por su carácter especulativo, es un género con una relación particular con el progresismo y la izquierda. Sin que esto sea necesariamente falso, la realidad es que la historia del género está llena de grandes figuras y obras notables con relación directa con posturas reaccionarias e incluso con el fanatismo religioso.
Creo que hay pocas definiciones más hermosas de democracia que aquella que reconoce no ser más que el esfuerzo que realizamos conjuntamente para definir a oscuras, acompañado por otros tan ciegos como nosotros mismos, qué es bueno y qué es malo.
Este texto es un informe presentado el 20 de enero de 2017 en el marco de la sesión ¿Quiénes son los comunistas? de la Conferencia de Roma sobre el Comunismo. Fue publicado originalmente en italiano con el título Chi sono i comunisti en la página web del colectivo Euronomade, y traducido ahora al castellano por Manuel Romero.
La guerra en Ucrania sitúa en un primer plano la importante dependencia energética exterior de la UE y aboga por una aceleración en el proceso de transición verde acometida en toda su extensión.
Aquí las respuestas que nos ha dado Santiago Alba Rico, escritor, ensayista y filósofo, autor, entre otros, de Las reglas del caos. Apuntes para una antropología del mercado (Anagrama, 1995), Leer con niños (Caballo de Troya, 2007), Islamofobia: nosotros, los otros, el miedo (Icaria, 2015) y Ser o no ser (un cuerpo) (Seix Barral, 2017).
Hoy más que nunca necesitamos disponer de horizontes de futuro confiables, asegurar nuestras vidas -y no para cualquier forma de vida, sino para una que valga la pena ser vivida- como condición de posibilidad de cualquier forma de libertad política (pues sabemos que sin seguridad y confianza en el porvenir no hay libertad sino miedo y servidumbre).
Con el verano liberamos algo de tiempo libre para dedicar a la lectura, al cine o simplemente a no hacer nada. En el IECCS hemos recopilado algunos títulos de ensayos y novelas para que podáis disfrutarlas durante el mes de agosto, y hacer así algo más ameno este calor insufrible.
En suma, Mercado y Estado no son términos antitéticos, sino necesariamente complementarios. Pero decimos más: no se trata sólo de considerar que ambas realidades son dependientes históricamente, sino de enfatizar que sus componentes estructurales están tan sumamente involucrados que sus contornos llegan a hacerse borrosos, hasta el punto de confundirse.
El verano y las vacaciones se agotan, y también el tiempo libre para dedicar a la lectura, al cine o simplemente a no hacer nada. En el IECCS hemos recopilado algunos títulos de ensayos, novelas, películas y documentales para que puedas disfrutarlas durante el mes de agosto.
Las tesis que reproducimos a continuación fueron escritas por Bertolt Brecht en los años treinta, en el marco del debate con Gyorg Lukács sobre la definición de «realismo» en la literatura y el arte, así como el empleo del mismo por los artistas antifascistas.
¿En qué se debe basar, entonces, nuestro hacer político y sus distintos modos? He aquí la pregunta fundamental. La respuesta por la que aquí apostamos es la autonomía, la capacidad del grupo para dotarse de sus propias reglas independientemente de factores externos.
Este artículo fue publicado originalmente por Stuart Hall en la revista Universities & Left Review, en el otoño de 1958, un momento en el que las transformaciones del capitalismo y de la izquierda después de la Segunda Guerra Mundial estaban cambiando Gran Bretaña y el mundo para siempre. La traducción al español es de Manuel Romero.
En este marco el ámbito de la cultura cobra especial importancia en la consecución de la hegemonía, proceso a través del cual se universalizan intereses y afectos, en palabras de Gramsci, “la conquista del poder cultural es previa a la del poder político”.
El video presidencial en inglés siguen revelando datos importantes del relato que el gobierno está cocinando, en él se resignifican dos de las imágenes con las que se ha caracterizado al régimen uribista de Duque: la del títere y la del hombre desconectado de la realidad.
El necro-liberalismo asume de forma explícita y obscena la imposibilidad de conjugar el mantenimiento de la vida con el mantenimiento del orden político y económico, de ahí que se caracterice por hacer gala y enarbolar sin complejo alguno la bandera del desprecio a la vida.
Cabe cuestionarse si a estos "liberales" alguna vez les importó algo más que su persona, si aquella condescendencia de clase no supone en realidad un brillante ejemplo de conciencia de clase –de clase privilegiada, por supuesto– a la que le duró demasiado el disfraz democrático y popular.
Gorriti es Filósofa, becaria doctoral CONICET y docente de la UNC. Autora de Nicos Poulantzas: una teoría materialista del Estado (Doble ciencia). Farrán es Filósofo, Investigador CONICET y docente de posgrado (Universidad Nacional de Córdoba). Autor de Badiou y Lacan: el anudamiento del sujeto (Prometeo), Nodal. Método, estado, sujeto (La cebra) y Nodaléctica (La Cebra).
Somos mucho más rentables como espectadores-consumidores de contenido en plataformas ya que, si la televisión entraba en nuestra casa para ofrecernos entretenimiento a cambio de un porcentaje de tiempo invertido en publicidad, esta nueva forma de extracción de beneficios entra directamente en nuestro cuerpo, para buscar beneficios en los datos derivados de nuestro comportamiento.
La digitalización, que sigue un progreso exponencial según la ley de Moore, permite concebir, incluso a corto plazo, una sociedad en la que las máquinas realicen la mayor parte de las tareas, dejando a los humanos mucho tiempo para el autodesarrollo.
En definitiva, en el Manifiesto la ciencia le habla a la política como un cliente exigente que demanda aquellos servicios por los que paga. Esta posición no es nueva. Viene construyéndose desde hace décadas, en especial desde el mercado hacia el Estado.
La pregunta que tenemos que hacernos es si preferimos vivir peor para mantener ciertos negocios o apostamos por mejorar la vida y forzar un desplazamiento productivo hacia otros sectores. Claramente lo que tiene que primar es la calidad de vida y lo que tiene que adaptarse es el modelo productivo, no al revés.
Si ya no vemos igual, ni desde los mismos dispositivos, si cada vez hay más oferta de productos audiovisuales y el fútbol no mueve ficha, corre el riesgo de quedarse fuera de los nuevos mercados del consumo audiovisual.
Series como 'Succession' sirven para detectar la corrosión del poder, la política y el dinero mientras nos deleitamos con las disfunciones psicológicas de sus protagonistas. Si la serie sirve para cartografiar el capitalismo multinacional es gracias a su efecto de “totalidad”.
«La literatura, para mí, está presente en cada momento, en cada detalle de lo cotidiano, está sucediendo todo el tiempo. Pero, al mismo tiempo, qué difícil es lograr una buena traducción de la vida a las palabras, de la mente a las palabras.»
¿No hay algo profundamente sospechoso en reflejar del lado de lo plebeyo la responsabilidad última del fascismo? ¿Por qué no encontramos, del lado de las élites, una imagen que pudiera tener el mismo peso simbólico? No es casual que el pueblo aparezca como el lugar de una sospecha y las élites queden, astutamente, sustraídas de la escena.
Hay una creencia generalizada de que el progreso de la ciencia es imparable y de que la tecnología todo lo puede. No cabe en nuestras mentes, pero especialmente en la de nuestros gobernantes, que pueda haber límites biofísicos y energéticos a lo que somos capaces de hacer
¿Qué pasa si dejamos de considerar a la propiedad como algo sagrado y “permanente”, que incluso trasciende al individuo (y su supuesto esfuerzo) hasta sus herederos, y empezamos a considerar que esta es imposible sin un complejo sistema de relaciones sociales colectivas que la sostiene desde su origen?
«Es necesario un nuevo movimiento internacionalista y pacifista que en los diferentes países movilice los intereses de las grandes mayorías, que exija la toma de acciones para prevenir conflictos, y en particular que se pongan fuertes límites a las armas nucleares.»
"La pandemia ha enfatizado enormemente una tendencia que ya se estaba dibujando: una condición de miedo a la corporeidad, me atrevería a decir, incluso, una sensibilización fóbica hacia el cuerpo del otro."
El valor de los libros de Peter Frase, Olin Wright y Aaron Bastani reside en su capacidad para darle la vuelta al famoso dictum de Jameson e imaginar que el neoliberalismo no existe. Hay una potencia afirmativa en esa negación que no es una cuestión menor.
Realismo capitalista es –haciendo de lo complejo sencillez y de las respuestas fáciles preguntas difíciles– una de las grandes obras políticas de nuestro siglo, la que emite algunas lecciones fácilmente numerables para las políticas del “deseo poscapitalista” en el siglo XXI.
El contexto Covid-19 nos trae un 'horror vacui' diferente, algo más angustiante que la patología psicológica conocida como 'fear of missing out' (FOMO), la posibilidad de que no nos estemos perdiendo nada porque nada está pasando y nada puede pasar.
Si el ecologismo desea tener una incidencia real en las disputas políticas del futuro inmediato (y es imprescindible que la tenga) no puede pasar por alto las peculiaridades y temporalidades de las diversas esferas de lo humano.
El duelo, mientras haya recuerdo, afecto, es inevitable. La cuestión consiste en hacer un duelo sano, que sea llevable, en una existencia y una pérdida de la que el sujeto sea capaz de hacerse cargo.
En estas líneas comparto con las compañeras y compañeros de España algunas reflexiones sobre las elecciones del pasado 15 y 16 de mayo en Chile y su relación con la rebelión popular que se inició en octubre del 2019. Primeras impresiones que destilan optimismo por los resultados favorables para las fuerzas políticas transformadoras que obtuvieron la mayoría de los escaños en la Convención que redactará la nueva Constitución Política, una Convención con paridad de género y 17 representantes de los pueblos indígenas.
¿tan importante es la relación que se da entre el mundo de lo lleno y de lo vaciado? Parece probable que sí, que sea necesario todo este despliegue orientado a disimular la naturaleza conflictiva de las relaciones sociales de lo vaciado, hacia dentro y hacia fuera, sobre todo porque todos los sujetos implicados arriesgan mucho en este juego.
El miedo de no saber qué demonios va a pasar con nuestra vida y con la de aquellos que queremos. El miedo de mirar al futuro y no saber qué esperar. El miedo de no ver un horizonte de posibilidad, sino un muro tras el cual no sabemos qué se esconde.
En el sistema semiológico de Barthes el mito se presenta como una potencia naturalizadora, una herramienta de normalización. Por eso, en su descripción de las lógicas de funcionamiento del mito hay todo un intento de impugnar la normalidad de los quehaceres cotidianos