Cuando recordamos que nosotros nos esforzamos para alcanzar lo que los ricos tienen sin pestañear, aceptamos la premisa de que la vida, y los derechos, se deberían conseguir trabajando.
Arturo Pérez Reverte e Isabel Díaz Ayuso comparten, sobre todo, una gran autoestima. Ambos están muy seguros de su valía intelectual, de su currículum profesional y de su carta moral de servicios. En su condición de notables, se valen de los múltiples altavoces y tribunas que tienen a su alcance para dar lecciones, pontificar y regañar a propios y extraños. Esta semana han optado por lamentar la falta de “cultura del esfuerzo" de la juventud. Y ojalá tuvieran razón.
“Cultura del esfuerzo”, más que un concepto, es una carta Magic. El jugador que la baja obliga a su adversario ideológico a jugar un hechizo retórico defensivo que, además, intuye cuál va a ser. Ayuso y Pérez Reverte la usan porque, hasta el momento, solo les ha reportado alegrías. Por un lado, convocan la sospecha, el miedo y, sobre todo, el orgullo boomer de una generación, no lo olvidemos, dispuesta a sentir nostalgia de la EGB. Cuando los padres vestidos de Andrés Iniesta preguntan si la de trabajar te la sabes, en realidad están presumiendo de que ellos sí que se la saben. Por otro, y en clave más “política”, consiguen enrabietar y poner a la izquierda a la defensiva. Una izquierda que con la boca pequeña defiende trabajar menos horas, la renta básica, los cuidados, el ecologismo o la salud mental pero que, con la boca muy grande, responde que ha trabajado y/o estudiado mucho, que no acepta lecciones de politicuchos vagos y que de cristal serán los ceniceros para sus puros, porque los jóvenes de la generación de la gran recesión, la pandemia o la guerra no hemos pasado sino penurias y no hemos superado sino pruebas.
El problema es que la verdad, por mucho que lo sea, no tiene por qué ser útil. Y entender que Ayuso y Reverte son unos bocazas profesionales o que nuestra generación no tiene nada de vaga no ayuda a que lo dejen de decir. El meollo, me temo, viene de lejos.
El sociólogo Álvaro Briales recuerda en su interesantísima tesis doctoral [1] cómo el senado estadounidense llegó a aprobar, en 1933, la jornada de treinta horas semanales. Hacía tres años que Keynes había pronosticado que, en torno a 2030, se trabajaría incluso la mitad: quince. Sin embargo, explica el experto, el devenir histórico conllevó que tanto empresarios como trabajadores aceptaran el trabajo (puede que digno, puede que bien pagado, puede que con derechos asociados, sí, pero trabajo, a fin de cuentas) como la actividad central de la vida. Reivindicar, en ese contexto, la reducción de la jornada era una petición tan superflua y tan difícil como bajar por unas escaleras mecánicas de subida.
Briales también relata que en esa década, en España, un país referente para el yerno de Marx por no haber asumido del todo la lógica trabajo céntrica, hasta la CNT se esforzó por inocular lo que ahora Ayuso y Reverte llamarían cultura del esfuerzo. Eran los tiempos de Alekséi Stajanov, que en 1935 sería erigido como héroe soviético por extraer catorce veces más carbón que la media de sus compañeros. Casi treinta años después, en 1962, Ernesto ‘Che’ Guevara pronunciaría 56 veces la palabra trabajar en un discurso dirigido a los jóvenes comunistas. En 1969, el mismo músico que decía que su guitarra mataba fascistas, Woody Guthrie, cantaría las alabanzas de John Henry, un obrero ferroviario afroamericano que murió demostrando que podía clavar más tornillos que una máquina de vapor que amenazaba con quitarles el empleo a él y a sus compañeros. Que escoja el lector el caso que más le guste: no es nada difícil asociar cultura del esfuerzo con orgullo obrero, proletario y de clase.
“¿Desde cuándo ser duro es algo malo? (...) La izquierda siempre ha tenido una cultura de sacrificio, del esfuerzo, de la lucha, de la resistencia, del combate. Van de antisistema y de revolucionarios y son unos flojos” criticaba, hace no mucho, el líder del Frente Obrero, Roberto Vaquero. “Nunca nos han regalado nada. Más concretamente, en este barrio, nunca nos han regalado nada”, empieza un vídeo, mucho más edificante que los de Vaquero, realizado por el Centro Social Atalaya, en Vallekas.
Como vemos, uno de los pilares de buena parte del movimiento obrero ha sido y continúa siendo que los de abajo lo hemos de pelear todo porque nada nos viene regalado. En lugar de sentirnos desdichados por haber sido expulsados del paraíso, seguimos sacando pecho por ganarnos el pan mundano con el sudor de la frente.
Y, con todo el respeto a los valores y al repertorio de luchas que estos informan, considero, humildemente, que podemos estar perdiendo una oportunidad. A día de hoy, el trabajo no va sobrado de reputación. Se buscan camareros, albañiles y camioneros por falta de candidatos. En Estados Unidos se ha renunciado voluntariamente a casi cincuenta millones de empleos. Y en lugar de aprovechar estas críticas para avanzar políticamente (el virgin que llora por que los jóvenes no queremos trabajar, el chad que le da la razón con un sí orgulloso) seguimos atrapados en sus cepos. Lo dice mejor Jorge Moruno:
“Necesitamos recuperar el tiempo libre como base civilizatoria y la liberación del trabajo como fundamento de la libertad (...)El enfoque no es el de reivindicar que los ociosos trabajen como los obreros, sino lo contrario, que los obreros puedan disfrutar como los ociosos”. [2]
La meritocracia, afirma Michael J. Sandel, no solo no existe, sino que ni siquiera es deseable. Dejemos, pues, de lamentar su ausencia. Es una idea de patas muy cortas. Cuando recordamos que nosotros nos esforzamos, y mucho, para alcanzar lo que los ricos tienen sin pestañear, aceptamos la premisa de que la vida, y los derechos, se deberían conseguir trabajando. Y ese no es el único fallo de la carta. Damos por sentado, como reverso proletario del discurso emprendedor, que los ricos son unos vagos. Y no es así, o no siempre. Por supuesto que tienen muchas más oportunidades y muchos menos problemas. Pero una parte nada desdeñable de su prole (en parte para autoconvencerse de que su situación responde a la justicia y no a la herencia) ha abrazado el credo workahólico. Elon Musk, el flamante dueño de Twitter, es otro bocachancla, pero seguramente su jornada se acerque a esas 80 horas de las que se vanagloria.
Toca impugnar el partido y llevarse el balón a casa. Si algo nos sobra es esfuerzo. Ya no vale con reclamar el derecho a la pereza, porque, en nuestras vidas-trabajo extasiadas, esforzarse y exigirse menos no es un derecho, es casi un precepto médico, una urgencia.
Víctor Ludens, en el prefacio del reciente ensayo Metafísica de la pereza, lo resume de forma muy bella: “ningún horizonte sin horizontalidad". Ni el decrecimiento, ni el derecho a la existencia, ni la jornada de 30, 20 o 15 horas van a ser escenarios realistas si no nos esforzamos en sostener y apoyar la cultura del desesfuerzo. Somos caballos desbocados. No podemos, no llegamos. La mejor de las noticias sería, sin duda, que Ayuso y Reverte tuvieran algo de razón.
[1] Briales, Alvaro. El tiempo superfluo. Una sociología crítica del desempleo. El caso de España (2007-2013) 2016 (UCM)
[2] Lo cita Sergop C. Fnajul en : https://retinatendencias.com/civilizacion-perdida/lo-sentimos-si-usted-tiene-exito-no-es-todo-merito-suyo/
¿En qué se debe basar, entonces, nuestro hacer político y sus distintos modos? He aquí la pregunta fundamental. La respuesta por la que aquí apostamos es la autonomía, la capacidad del grupo para dotarse de sus propias reglas independientemente de factores externos.
El pensamiento de Davis, como buen materialista y marxista, operaba en continuo diálogo con el ruido del presente, con sus obstáculos, sus rugosidades y pliegues, sus pervivencias, sus proyecciones y posibilidades.
«Muchas personas dicen que la experiencia de haber participado en un laboratorio ciudadano les cambió la vida»
La idea de la compulsión a la repetición es muy poderosa y ha calado profundamente en nuestra cultura. Me gustaría argumentar que, históricamente, el marxismo ha experimentado cuatro neurosis importantes: la neurosis económica, la neurosis filosófica, la neurosis histórica y la neurosis cultural.
Al igual que los Shelby, podemos contemplar nuestras sociedades y afirmar que las élites son despiadadas, crueles e insolidarias. Sin embargo, conviene separarse de ellos a la hora de configurar el futuro a perseguir, uno en el que no quepan egoísmos narcisistas ni tradiciones opresoras.
¿Y si las plataformas y su modelo de explotación basado en la extracción de datos hubieran sido solo un impasse en el proceso de construcción del Internet que finalmente se estabilizará en el futuro?
'Los olvidados. Ficción de un proletariado reaccionario' no es un libro más, descubre el hilo común del pensamiento reaccionario contemporáneo y, a la vez, hace un ejercicio de arqueología brillante para responder a las entelequias de un obrerismo que pretende invocar a una clase obrera que jamás existió.
Este texto es un informe presentado el 20 de enero de 2017 en el marco de la sesión ¿Quiénes son los comunistas? de la Conferencia de Roma sobre el Comunismo. Fue publicado originalmente en italiano con el título Chi sono i comunisti en la página web del colectivo Euronomade, y traducido ahora al castellano por Manuel Romero.
Habitualmente se entiende que la ciencia ficción, precisamente por su carácter especulativo, es un género con una relación particular con el progresismo y la izquierda. Sin que esto sea necesariamente falso, la realidad es que la historia del género está llena de grandes figuras y obras notables con relación directa con posturas reaccionarias e incluso con el fanatismo religioso.
Actualmente el debate se ha simplificado a partir de la categoría de "lo posmo", de manera que si te preocupa lo estético para construirte como sujeto, parece que estás abandonando la lucha de clases.
Si el ecologismo desea tener una incidencia real en las disputas políticas del futuro inmediato (y es imprescindible que la tenga) no puede pasar por alto las peculiaridades y temporalidades de las diversas esferas de lo humano.
El miedo de no saber qué demonios va a pasar con nuestra vida y con la de aquellos que queremos. El miedo de mirar al futuro y no saber qué esperar. El miedo de no ver un horizonte de posibilidad, sino un muro tras el cual no sabemos qué se esconde.
Gorriti es Filósofa, becaria doctoral CONICET y docente de la UNC. Autora de Nicos Poulantzas: una teoría materialista del Estado (Doble ciencia). Farrán es Filósofo, Investigador CONICET y docente de posgrado (Universidad Nacional de Córdoba). Autor de Badiou y Lacan: el anudamiento del sujeto (Prometeo), Nodal. Método, estado, sujeto (La cebra) y Nodaléctica (La Cebra).
De un tiempo a esta parte me interesan las figuraciones de clase. Historias que reivindican las formas de vida obreras, ficciones que no esencializan ni se edifican en el antagonismo social y que de algún modo liberan a la literatura obrera de sus tareas históricas.
El verano y las vacaciones se agotan, y también el tiempo libre para dedicar a la lectura, al cine o simplemente a no hacer nada. En el IECCS hemos recopilado algunos títulos de ensayos, novelas, películas y documentales para que puedas disfrutarlas durante el mes de agosto.
La serie es un éxito puesto que (re)construye cómo una ideología como la Alt-Right puede llegar a ser hegemónica y lo hace en una dialéctica constante con la realidad que vive la sociedad estadounidense y sus pilares racistas.
Realismo capitalista es –haciendo de lo complejo sencillez y de las respuestas fáciles preguntas difíciles– una de las grandes obras políticas de nuestro siglo, la que emite algunas lecciones fácilmente numerables para las políticas del “deseo poscapitalista” en el siglo XXI.
Este artículo fue publicado originalmente por Stuart Hall en la revista Universities & Left Review, en el otoño de 1958, un momento en el que las transformaciones del capitalismo y de la izquierda después de la Segunda Guerra Mundial estaban cambiando Gran Bretaña y el mundo para siempre. La traducción al español es de Manuel Romero.
Si necesitamos pensar lo que nos está ocurriendo, ¿no sería importante que reflexionáramos sobre si lo que está sucediendo solo corrobora nuestras categorías y plantillas previas o si marca una diferencia aún por establecer?
En medio de una pandemia mundial -donde el proceso productivo neoliberal en el que ya vivíamos condiciona nuestra manera de sentir, relacionarnos y también curarnos-lo último que se permite es adolecer. Nuestras pérdidas son rápidas, ocultadas, secretas, dejan un duelo mudo, pero igual de profundo, es un duelo arrebatado.
Aquí las respuestas que nos ha dado Santiago Alba Rico, escritor, ensayista y filósofo, autor, entre otros, de Las reglas del caos. Apuntes para una antropología del mercado (Anagrama, 1995), Leer con niños (Caballo de Troya, 2007), Islamofobia: nosotros, los otros, el miedo (Icaria, 2015) y Ser o no ser (un cuerpo) (Seix Barral, 2017).
La transformación digital sigue hoy una dirección marcada por las políticas del momento, que favorecen la concentración empresarial, la extracción masiva y la acumulación de poder. Pero, como sucedió a principios del siglo pasado, estos criterios políticos pueden cambiarse.
Cabe cuestionarse si a estos "liberales" alguna vez les importó algo más que su persona, si aquella condescendencia de clase no supone en realidad un brillante ejemplo de conciencia de clase –de clase privilegiada, por supuesto– a la que le duró demasiado el disfraz democrático y popular.
«La literatura, para mí, está presente en cada momento, en cada detalle de lo cotidiano, está sucediendo todo el tiempo. Pero, al mismo tiempo, qué difícil es lograr una buena traducción de la vida a las palabras, de la mente a las palabras.»
Somos mucho más rentables como espectadores-consumidores de contenido en plataformas ya que, si la televisión entraba en nuestra casa para ofrecernos entretenimiento a cambio de un porcentaje de tiempo invertido en publicidad, esta nueva forma de extracción de beneficios entra directamente en nuestro cuerpo, para buscar beneficios en los datos derivados de nuestro comportamiento.
En definitiva, en el Manifiesto la ciencia le habla a la política como un cliente exigente que demanda aquellos servicios por los que paga. Esta posición no es nueva. Viene construyéndose desde hace décadas, en especial desde el mercado hacia el Estado.
«Es necesario un nuevo movimiento internacionalista y pacifista que en los diferentes países movilice los intereses de las grandes mayorías, que exija la toma de acciones para prevenir conflictos, y en particular que se pongan fuertes límites a las armas nucleares.»
En este marco el ámbito de la cultura cobra especial importancia en la consecución de la hegemonía, proceso a través del cual se universalizan intereses y afectos, en palabras de Gramsci, “la conquista del poder cultural es previa a la del poder político”.
Hemos lanzado una batería de preguntas a distintos pensadores y pensadoras con el fin de acercarnos a un análisis no tanto de la crisis del coronavirus en sí, como de los distintos escenarios de futuro a que nos puede conducir su salida. Aquí las respuestas que nos ha dado Luciana Cadahia, filósofa argentina, autora de Mediaciones de lo sensible. Hacia una nueva economía crítica de los dispositivos (FCE, 2017) y El círculo mágico del Estado (Lengua de Trapo, 2019).
En estas líneas comparto con las compañeras y compañeros de España algunas reflexiones sobre las elecciones del pasado 15 y 16 de mayo en Chile y su relación con la rebelión popular que se inició en octubre del 2019. Primeras impresiones que destilan optimismo por los resultados favorables para las fuerzas políticas transformadoras que obtuvieron la mayoría de los escaños en la Convención que redactará la nueva Constitución Política, una Convención con paridad de género y 17 representantes de los pueblos indígenas.
No es nuevo decir que, tras décadas de neoliberalismo, la responsabilidad sobre el empleo descansa cada vez más sobre los propios individuos. Cada vez son más los programas educativos que añaden en sus currículos una nueva y apetecible competencia: la empleabilidad.
El duelo, mientras haya recuerdo, afecto, es inevitable. La cuestión consiste en hacer un duelo sano, que sea llevable, en una existencia y una pérdida de la que el sujeto sea capaz de hacerse cargo.
En el sistema semiológico de Barthes el mito se presenta como una potencia naturalizadora, una herramienta de normalización. Por eso, en su descripción de las lógicas de funcionamiento del mito hay todo un intento de impugnar la normalidad de los quehaceres cotidianos
El contexto Covid-19 nos trae un 'horror vacui' diferente, algo más angustiante que la patología psicológica conocida como 'fear of missing out' (FOMO), la posibilidad de que no nos estemos perdiendo nada porque nada está pasando y nada puede pasar.
¿No hay algo profundamente sospechoso en reflejar del lado de lo plebeyo la responsabilidad última del fascismo? ¿Por qué no encontramos, del lado de las élites, una imagen que pudiera tener el mismo peso simbólico? No es casual que el pueblo aparezca como el lugar de una sospecha y las élites queden, astutamente, sustraídas de la escena.
Si ya no vemos igual, ni desde los mismos dispositivos, si cada vez hay más oferta de productos audiovisuales y el fútbol no mueve ficha, corre el riesgo de quedarse fuera de los nuevos mercados del consumo audiovisual.
Los nuevos periodistas crecen sabiendo que su futuro es un campo de minas, estudian una carrera muy mal estructurada y muy exigente y, como recompensa a todo ese aguante, obtienen un puesto mal remunerado, tremendamente esclavo y, por supuesto, inestable y frágil.
El necro-liberalismo asume de forma explícita y obscena la imposibilidad de conjugar el mantenimiento de la vida con el mantenimiento del orden político y económico, de ahí que se caracterice por hacer gala y enarbolar sin complejo alguno la bandera del desprecio a la vida.
Series como 'Succession' sirven para detectar la corrosión del poder, la política y el dinero mientras nos deleitamos con las disfunciones psicológicas de sus protagonistas. Si la serie sirve para cartografiar el capitalismo multinacional es gracias a su efecto de “totalidad”.
La coyuntura tiene la singularidad de ser aquel momento sin el cual no se podrían visualizar ni reflexionar sobre determinados problemas políticos. Pensar la coyuntura implica, decía el epistemólogo crítico Hugo Zemelman, comprender el presente-potencial.
Las comunidades no se pueden descontextualizar de los modos de producción en las que están insertas, de las transformaciones que se producen y en las que son producidas por seres humanos en el paso de sus vidas.
"La pandemia ha enfatizado enormemente una tendencia que ya se estaba dibujando: una condición de miedo a la corporeidad, me atrevería a decir, incluso, una sensibilización fóbica hacia el cuerpo del otro."
Creo que hay pocas definiciones más hermosas de democracia que aquella que reconoce no ser más que el esfuerzo que realizamos conjuntamente para definir a oscuras, acompañado por otros tan ciegos como nosotros mismos, qué es bueno y qué es malo.
Hay una creencia generalizada de que el progreso de la ciencia es imparable y de que la tecnología todo lo puede. No cabe en nuestras mentes, pero especialmente en la de nuestros gobernantes, que pueda haber límites biofísicos y energéticos a lo que somos capaces de hacer
La afirmación de Wittgenstein de que no existe “aplicación” de una regla porque la instancia de aplicación es interna a la propia regla y, como consecuencia, la transforma, es totalmente válida como principio rector para escribir una tesis.
En suma, Mercado y Estado no son términos antitéticos, sino necesariamente complementarios. Pero decimos más: no se trata sólo de considerar que ambas realidades son dependientes históricamente, sino de enfatizar que sus componentes estructurales están tan sumamente involucrados que sus contornos llegan a hacerse borrosos, hasta el punto de confundirse.
A pesar de la omnipresencia de este debate, es necesario cubrir una carencia fundamental de la mayoría de estos discursos: rebatir el desdén generalizado ––en gran parte de las ocasiones automático; en otras sencillamente visceral–– hacia la nostalgia y, en consecuencia, hacia su poso melancólico.
Con el verano liberamos algo de tiempo libre para dedicar a la lectura, al cine o simplemente a no hacer nada. En el IECCS hemos recopilado algunos títulos de ensayos y novelas para que podáis disfrutarlas durante el mes de agosto, y hacer así algo más ameno este calor insufrible.
La guerra en Ucrania sitúa en un primer plano la importante dependencia energética exterior de la UE y aboga por una aceleración en el proceso de transición verde acometida en toda su extensión.
Pese a que son siglos lo que nos separa de los escritos de Burke, su definición de lo sublime parece ajustarse al milímetro a la situación actual, y nos da las claves para entender por qué podemos experimentar placer estético en las consecuencias de una pandemia.
Como dice Eva Illouz en el prólogo del libro de Horvat, parece que el capitalismo nos ha arrebatado la capacidad de amar de manera radical. Nos encontramos ante la imposibilidad de replantear un concepto que parece haber quedado diluido entre las crisis del neoliberalismo.
«Leí tu libro la semana pasada y me sentí como si saliera a tomar aire después de pasar mucho tiempo bajo el agua. Me gustaría agradecerle de todo corazón que haya expresado de forma tan elocuente casi todo lo que había que decir, y que haya proporcionado una razón para la esperanza, cuando yo estaba a punto de desesperar.»
La digitalización, que sigue un progreso exponencial según la ley de Moore, permite concebir, incluso a corto plazo, una sociedad en la que las máquinas realicen la mayor parte de las tareas, dejando a los humanos mucho tiempo para el autodesarrollo.
El video presidencial en inglés siguen revelando datos importantes del relato que el gobierno está cocinando, en él se resignifican dos de las imágenes con las que se ha caracterizado al régimen uribista de Duque: la del títere y la del hombre desconectado de la realidad.
Como defendió Matt Colquhoun recientemente en su blog, la serie no es el capitalismo avanzando a través de la apropiación del sentimiento anticapitalista sino el sentimiento anticapitalista avanzando a través de la apropiación del capitalismo.
¿Qué pasa si dejamos de considerar a la propiedad como algo sagrado y “permanente”, que incluso trasciende al individuo (y su supuesto esfuerzo) hasta sus herederos, y empezamos a considerar que esta es imposible sin un complejo sistema de relaciones sociales colectivas que la sostiene desde su origen?
La pregunta que tenemos que hacernos es si preferimos vivir peor para mantener ciertos negocios o apostamos por mejorar la vida y forzar un desplazamiento productivo hacia otros sectores. Claramente lo que tiene que primar es la calidad de vida y lo que tiene que adaptarse es el modelo productivo, no al revés.
Disney no podría habernos ofrecido un simbolismo más explícito de su empresa ideológica: Una casa (propiedad privada) que requiere de nuevas, reformadas y más progresistas, formas dentro de la misma institución (familia) para poder recuperar la magia (herencia).
Más que luchar por una u otra interpretación, una misión muy loable pero que para mí aún es dudosa en el ejercicio de la crítica cultural, la indefinición de lo afectivo nos debe conducir a identificar a qué anhelos desarticulados apela la cultura popular.
¿tan importante es la relación que se da entre el mundo de lo lleno y de lo vaciado? Parece probable que sí, que sea necesario todo este despliegue orientado a disimular la naturaleza conflictiva de las relaciones sociales de lo vaciado, hacia dentro y hacia fuera, sobre todo porque todos los sujetos implicados arriesgan mucho en este juego.
La camaradería es el resultado de la solidaridad, del compromiso y de la disciplina. Es una práctica compleja, en la que se fracasa una vez para levantarse y fracasar mejor. A veces puede ser asfixiante, pero la mayor parte de las veces es liberadora. Somos nosotres en un sentido colectivo.
Este texto se publica en el marco del debate que tuvo lugar en el seminario "Marx y El Capital en el mundo contemporáneo" entre Jesús Rodríguez y Manuel Romero a propósito del lugar de lo político en la teoría marxista.
El valor de los libros de Peter Frase, Olin Wright y Aaron Bastani reside en su capacidad para darle la vuelta al famoso dictum de Jameson e imaginar que el neoliberalismo no existe. Hay una potencia afirmativa en esa negación que no es una cuestión menor.
Hoy más que nunca necesitamos disponer de horizontes de futuro confiables, asegurar nuestras vidas -y no para cualquier forma de vida, sino para una que valga la pena ser vivida- como condición de posibilidad de cualquier forma de libertad política (pues sabemos que sin seguridad y confianza en el porvenir no hay libertad sino miedo y servidumbre).
Las tesis que reproducimos a continuación fueron escritas por Bertolt Brecht en los años treinta, en el marco del debate con Gyorg Lukács sobre la definición de «realismo» en la literatura y el arte, así como el empleo del mismo por los artistas antifascistas.
La crítica política y social se consiguió transmitir desde la crítica cultural, en una alianza estética de raigambre nietzscheana en la que la música era un elemento de transformación radical. Este nuevo paradigma no había sido aprovechado por la izquierda tradicional, que dejó pasar el impulso que esta revolución cultural había traído.