El tono apocalíptico se difunde hoy tanto en el ambiente que los pequeños hasta se preguntan: ¿cuántos años le quedarán a la tierra? ¿tendremos nietos? ¿seremos como los dinosaurios?
Me han rondando por estos días los inventarios de Margo Glantz, y he pensado en ir haciendo a mi manera un inventario afectivo de lo que voy viviendo en la pandemia, intentado seguir algunas irradiaciones de lo que percibo en el ambiente, entre los cuerpos cercanos, en la virtualidad de los contactos a distancia, en mi relación cambiante con las cosas. Quizá sea una forma de adaptarme a la dislocación de la vida que atraviesa estos días. Porque de pronto el mundo se ha tornado en una red global de ansiedades y ya nada es lo que era. Ya nada es porque parece tambalearse en cualquier momento hacia una catástrofe más consumada, porque todo parece existir en el modo de la incertidumbre, de la interrupción que se desliza hacia el deshacimiento.
El tono apocalíptico se difunde hoy tanto en el ambiente que los pequeños hasta se preguntan: ¿cuántos años le quedarán a la tierra? ¿tendremos nietos? ¿seremos como los dinosaurios? También en ese tono se siente, a veces, un goce en la inacción, en el dejar así, en la quietud de acoger lo que ya sea. Porque quizá en toda declinación del tiempo, y avidez de lo acabado, una catástrofe mira impávida e imbatible la temblorosa indefensión del viviente, y ya no tengamos que temer más por el contagio. Pero por lo pronto, tememos, tememos en la mayor parálisis. Porque muchos sentimos que no hay mucho que hacer, sólo esperar, aprender a vivir en la modalidad de un cierto deshacimiento.
Quizá ir haciendo este inventario fragmentario sea una manera de atender simplemente a esta dislocación, sin intentar dar cuenta de ella en ciertas categorías conceptuales, en expectativas de sentido que la cierren, y le roban su poder de alteración. Una manera de escapar de las lecturas filosóficas sobre lo que está pasando, que se multiplican por estos días, y que sólo tendencialmente me han reconfirmado lo que ya había encontrado en el autor. Quiero evitar la voz explicativa, la voz que da respuestas y ofrece diagnósticos y salidas. Quiero atender al momento, a lo que divide el presente en lo menos esperado, y en la suspensión de la espera.
Porque sin duda vivimos un tiempo de suspensión. Paramos las actividades usuales, muchos vivimos hace ya varios días en el encierro, detenemos movimientos, viajes y algunos planes. Y la economía se detiene y se trastoca, amenza con irse a pique en la detención de todo que estamos viviendo. Pero es también un tiempo maníaco, de una enorme intensidad contenida y desplegada en el mismo lugar:
Seguimos las noticias de los países que están más infectados, así como el conteo de los contagios en Colombia, tememos por amigos y familiares, vamos sintiendo cómo el virus se esparce incontrolado, sin que haya los sostenes políticos y sociales para contenerlo, para protegernos, para activar diferentes formas de cuidado.
Aquí en Colombia tememos al virus mucho más porque desconfiamos, desconfiamos de todo: de las instituciones de este país siempre consignadas a defender intereses de unos pocos, del sistema de salud que es aquí muy precario; de la responsabilidad en el cuidado de cada quien, de la atención que se prestará a los otros, porque aquí se ha incorporado mucho, quizá como herencia colonial, esa mentalidad de “sálvese quien pueda”; de la escasez de recursos que empuja a las personas a seguir trabajando y circulando; del acaparamiento de los más ávidos y desconsiderados. Algunos tememos por quienes morirán en el más solitario abandono.
Y se activan también los fascismos moleculares: cada cual atento a proteger su más pequeña parcela. Se producen algunos intentos de desabastecimiento. Las personas vigilan los movimientos de otros, los contactos y cercanías. Tememos la vecindad que en todo caso no podemos evitar. El vecino puede tornarse fácilmente en enemigo: en Neiva, los vecinos apedrearon la casa de unas señoras de 70 años, que resultaron infectadas por el virus. Se multiplican las culpas y las inculpaciones. “Maduro -dicen algunos- no le presta atención a la epidemia, Duque no cuida la frontera, seguirán llegando múltiples venezolanos enfermos”. La invasión del virus asedia, y la xenofobia también.
Hace semanas extremamos los controles. Una vigilancia atenta a los tratos y contactos, al autocuidado; la higiene constante se impone: Cada tres horas lavar las manos, evitar cercanía a menos de 1 metro, se decía ya hace días, rehuir aglomeraciones, abstenerse de muchas circulaciones. Ser control freak ahora tiene que ser difícil. Porque podemos seguir todas las recomendaciones, pero no podemos aislarnos por completo, el contacto persiste aún en el distanciamiento, y seguimos estando en riesgo, incluso si podemos encerrarnos. Hay que hacer mercado, o al menos pedirlo, y el virus puede llegar en cualquier superficie que venga de fuera, en cualquier superficie que toquemos. Es un fanstasma que asedia y que en cualquier momento se puede encarnar.
Así nuestros cuerpos se sienten quizá hoy más que nunca como porosas superficies. Superficies porosas de la piel que vigilan el contacto con todo, que ensayan otras formas de relación con lo que requiere del tacto, que descubren otras posibilidades para el cuerpo en el tacto evitado: apretar el botón del ascensor con el codo, esquivar la presencia de otros en la calle cuando hay que mercar, intentar una carrera de obstáculos en modo lento, en los sitios de compra; contener las ganas de tocarse la cara cuando hay rasquiña; cuidar las manos de los pequeños, atender a sus movimientos y contactos.
La amenaza del virus recuerda todo el tiempo que no podemos evitar la relación. Estamos consignadas a los otros, y en esta dependencia pasa la vida y se entrega la muerte. Por esto no tiene sentido llamar enemigo a un virus que solamente emerge de esa dependencia radical de la vida.
A veces nos sentimos también al borde de un precipicio incontenible, a veces simplemente el vecino pone música de fiesta a todo volumen, un lunes en la noche, porque ya todo importa menos, y cada minuto importa más.
El aislamiento nos protege, lo necesitamos, pero también nos contrae y expande de otros modos; dejamos de ver a los amigos, evitamos los lugares públicos, nos replegamos al espacio íntimo, y no podemos dejar de preguntamos todo el tiempo por redes, cómo nos sentimos, cómo estamos. Cada mañana y cada noche tomo la temperatura de mis hijos con la mano, escruto a cada momento mi cuerpo. Siento una leve gripa por estos días, activo los controles en mí para verificar lo que me indica con sus síntomas, no quiero infectar a quienes viven conmigo. Muchos tememos por el mundo común, por lo que queda de éste, sentimos su necesidad en su ausencia. La promesa de lo común se activa en el deseo.
La normalidad de los días se siente así detenida y avivada entre el asedio y la promesa de otro mundo distinto que pueda venir. Y en este intervalo afectivo se detiene también el goce en el consumo de lo suntuoso; se dispara una ciera reflexión sobre lo necesario en medio de tantos llamados a repensarnos en la experiencia de la exposición y de la precariedad que asalta a unos más que otros. ¿Qué necesitamos realmente para aguantar los días de cuarentena? ¿Qué necesitamos? ¿Cómo rearticular deseo y necesidad en los tiempos que vienen? ¿Qué tiempos se vienen?
Entre tanto comercio de virus y temores, en el encierro y la suspensión global de tantos, en la distribución desigual de la precariedad, el comercio de bienes tambalea, es obvio. Y muchos temen también por esto. Muchas marcas llena las cuentas del correo con mensajes de descuento y de alivio por previsiones que habrían tomado contra el virus. El peligro hace temblar los flujos del capital. Unos flujos parecen mezclarse con otros, ambos invisibles, e implacables.
La anticipación de una emergencia está latente todo el tiempo. Parece que algo grave va a pasar, ojalá no como en el cuento de García Márquez.
Las calles están solas, y cuando hay que salir la atmósfera se siente pesada. La actividad continúa a medias, ya iba ralentizándose mientras algunos intentábamos una cuarentena voluntaria, que desde hace algunos días se volvió obligatoria.
Y la vida se transforma en el encierro. Quienes podemos nos replegamos como hace 100, como hace 200, como hace 1000. Recuerdo el comienzo del Decameron, diez jóvenes reunidos en el campo para contarse historias de amor, de cuerpos uniéndose unos a otros, también en la frustración de la separación, entre el ingenio y el azar, mientras huyen de la peste bubónica. Me pregunto, con algunos en la red, si podremos hacer hoy lo mismo. Ya hay un grupo en Twitter que va leyendo jornada tras jornada de este libro, en sus casas.
También releo partes de El amor en los tiempos del cólera. Muchos pensamos cómo habrá que reinventarse el amor en estos días de distanciamiento e impuesta virtualidad.
Intento trabajar, lo que se pueda. No podemos dejar de trabajar. Empiezan las clases y reuniones virtuales. Desespero al comienzo por no poder sentir la presencia de los otros, que me miran corporalmente, que dejan sentir los sutiles ruidos de sus cuerpos, sus silencios, cuchilleos, atenciones, distracciones. Poco a poco empiezo a hacerme a la idea, a adaptarme; parece que no podemos hacer algo más, que reinventarnos en la virtualidad, que parece a veces poco virtual, poco excesiva, poco abierta a lo imprevisible.
Desespero a veces con los ritmos del encierro. No por el aislamiento, estoy acostumbrada a él, busco la soledad para mi trabajo. La necesito. Desespero por falta de soledad y por la multiplicación de las labores domésticas. Hay que ocuparse de todo en la casa, cuidar a los niños, cuando los tengo a cargo, hacer home schooling, revisar el correo, preparar la clase virtual, intentar proseguir con la escritura de un libro que había empezado, y que ahora ha quedado atravesado también por la reflexión sobre la pandemia. De pronto siento de otro modo mi cuerpo, y el esfuerzo físico de limpiar y barrer. Me acuno con el sonido de las teclas del computador, cuando finalmente tengo tiempo para mí. Añoro un trago de cerveza y un rato de Netflix que me deconecte del trajín, en la noche. Intento no pensar en cuánto tiempo se postergará este ritmo frenético en el mismo lugar. Evito ver redes cuánto se pueda. Pienso en las muchas personas que necesitan moverse; transitar en buses, que siguen atestados, donde se ponen en riesgo, porque no pueden dejar de hacerlo; como decía alguien en una pancarta que escribió para una manifestación organizada por algunas de las personas más precarizadas de la ciudad: “preferimos morir de gripa que de hambre hacinados en una pieza”. Y ni queremos recordarlo. Pero no podemos dejar de entreverlo, a veces tímidamente, a veces más enfáticamente.
De muchas maneras, la pandemia nos muestra la verdad innegable de cuán dependientes somos los unos de los otros, y cuánto tememos esa dependencia y sus posibilidades de contagio. Nos protegemos del contagio, ahora intensamente, pero la vida misma lo supone también de múltiples maneras. Quizá por eso, al entreverlo, en medio de la ansiedad y el distanciamiento, a veces se deja ver cierta delicadeza y cuidado en el trato, entre conocidos y extraños. El modo pasivo del sobrecogimiento parece que puede traer, en medio de los cierres de la protección, aperturas que no impliquen cercanía corporal. No podemos estar unos-contra-otros en esto para sobrevivir. Aunque no todos lo reconozcan, por ahora.
De un momento para otro, estamos simplemente entregados a sobrevivir. De un momento para otro no somos más que vivientes consignados a la apertura extrema de su fragilidad. Unos sobreviviendo, unos sobreponiéndose, otros muriendo, sobre todo por falta de cuidados, porque no hay cuidados para todos, porque el cuidado también se distribuye con las formas de precariedad.
Y así el virus, con la implacable amenaza de la muerte, nos entrega una verdad de la vida y de su insuprimible relacionalidad. Una verdad que en estos tiempos que corren, de pretendida soberanía y empoderamiento, cancelamos a cada momento: cuán vulnerables y precarios somos, también por la economía de la riqueza y del consumo, que hemos alimentado con nuestras fuerzas, y cuán expuestos estamos a perecer unos juntos a otros, pese al aislamiento protectivo, así simplemente, por un contacto imprevisto o por un tacto inadecuado, en la más radical contingencia.
La coyuntura tiene la singularidad de ser aquel momento sin el cual no se podrían visualizar ni reflexionar sobre determinados problemas políticos. Pensar la coyuntura implica, decía el epistemólogo crítico Hugo Zemelman, comprender el presente-potencial.
«Es necesario un nuevo movimiento internacionalista y pacifista que en los diferentes países movilice los intereses de las grandes mayorías, que exija la toma de acciones para prevenir conflictos, y en particular que se pongan fuertes límites a las armas nucleares.»
¿tan importante es la relación que se da entre el mundo de lo lleno y de lo vaciado? Parece probable que sí, que sea necesario todo este despliegue orientado a disimular la naturaleza conflictiva de las relaciones sociales de lo vaciado, hacia dentro y hacia fuera, sobre todo porque todos los sujetos implicados arriesgan mucho en este juego.
Si necesitamos pensar lo que nos está ocurriendo, ¿no sería importante que reflexionáramos sobre si lo que está sucediendo solo corrobora nuestras categorías y plantillas previas o si marca una diferencia aún por establecer?
Disney no podría habernos ofrecido un simbolismo más explícito de su empresa ideológica: Una casa (propiedad privada) que requiere de nuevas, reformadas y más progresistas, formas dentro de la misma institución (familia) para poder recuperar la magia (herencia).
El pensamiento de Davis, como buen materialista y marxista, operaba en continuo diálogo con el ruido del presente, con sus obstáculos, sus rugosidades y pliegues, sus pervivencias, sus proyecciones y posibilidades.
Somos mucho más rentables como espectadores-consumidores de contenido en plataformas ya que, si la televisión entraba en nuestra casa para ofrecernos entretenimiento a cambio de un porcentaje de tiempo invertido en publicidad, esta nueva forma de extracción de beneficios entra directamente en nuestro cuerpo, para buscar beneficios en los datos derivados de nuestro comportamiento.
Series como 'Succession' sirven para detectar la corrosión del poder, la política y el dinero mientras nos deleitamos con las disfunciones psicológicas de sus protagonistas. Si la serie sirve para cartografiar el capitalismo multinacional es gracias a su efecto de “totalidad”.
El verano y las vacaciones se agotan, y también el tiempo libre para dedicar a la lectura, al cine o simplemente a no hacer nada. En el IECCS hemos recopilado algunos títulos de ensayos, novelas, películas y documentales para que puedas disfrutarlas durante el mes de agosto.
¿Qué pasa si dejamos de considerar a la propiedad como algo sagrado y “permanente”, que incluso trasciende al individuo (y su supuesto esfuerzo) hasta sus herederos, y empezamos a considerar que esta es imposible sin un complejo sistema de relaciones sociales colectivas que la sostiene desde su origen?
Los nuevos periodistas crecen sabiendo que su futuro es un campo de minas, estudian una carrera muy mal estructurada y muy exigente y, como recompensa a todo ese aguante, obtienen un puesto mal remunerado, tremendamente esclavo y, por supuesto, inestable y frágil.
"La pandemia ha enfatizado enormemente una tendencia que ya se estaba dibujando: una condición de miedo a la corporeidad, me atrevería a decir, incluso, una sensibilización fóbica hacia el cuerpo del otro."
La digitalización, que sigue un progreso exponencial según la ley de Moore, permite concebir, incluso a corto plazo, una sociedad en la que las máquinas realicen la mayor parte de las tareas, dejando a los humanos mucho tiempo para el autodesarrollo.
«La literatura, para mí, está presente en cada momento, en cada detalle de lo cotidiano, está sucediendo todo el tiempo. Pero, al mismo tiempo, qué difícil es lograr una buena traducción de la vida a las palabras, de la mente a las palabras.»
El miedo de no saber qué demonios va a pasar con nuestra vida y con la de aquellos que queremos. El miedo de mirar al futuro y no saber qué esperar. El miedo de no ver un horizonte de posibilidad, sino un muro tras el cual no sabemos qué se esconde.
A pesar de la omnipresencia de este debate, es necesario cubrir una carencia fundamental de la mayoría de estos discursos: rebatir el desdén generalizado ––en gran parte de las ocasiones automático; en otras sencillamente visceral–– hacia la nostalgia y, en consecuencia, hacia su poso melancólico.
Con el verano liberamos algo de tiempo libre para dedicar a la lectura, al cine o simplemente a no hacer nada. En el IECCS hemos recopilado algunos títulos de ensayos y novelas para que podáis disfrutarlas durante el mes de agosto, y hacer así algo más ameno este calor insufrible.
El necro-liberalismo asume de forma explícita y obscena la imposibilidad de conjugar el mantenimiento de la vida con el mantenimiento del orden político y económico, de ahí que se caracterice por hacer gala y enarbolar sin complejo alguno la bandera del desprecio a la vida.
En medio de una pandemia mundial -donde el proceso productivo neoliberal en el que ya vivíamos condiciona nuestra manera de sentir, relacionarnos y también curarnos-lo último que se permite es adolecer. Nuestras pérdidas son rápidas, ocultadas, secretas, dejan un duelo mudo, pero igual de profundo, es un duelo arrebatado.
Pese a que son siglos lo que nos separa de los escritos de Burke, su definición de lo sublime parece ajustarse al milímetro a la situación actual, y nos da las claves para entender por qué podemos experimentar placer estético en las consecuencias de una pandemia.
Cabe cuestionarse si a estos "liberales" alguna vez les importó algo más que su persona, si aquella condescendencia de clase no supone en realidad un brillante ejemplo de conciencia de clase –de clase privilegiada, por supuesto– a la que le duró demasiado el disfraz democrático y popular.
En definitiva, en el Manifiesto la ciencia le habla a la política como un cliente exigente que demanda aquellos servicios por los que paga. Esta posición no es nueva. Viene construyéndose desde hace décadas, en especial desde el mercado hacia el Estado.
El duelo, mientras haya recuerdo, afecto, es inevitable. La cuestión consiste en hacer un duelo sano, que sea llevable, en una existencia y una pérdida de la que el sujeto sea capaz de hacerse cargo.
El video presidencial en inglés siguen revelando datos importantes del relato que el gobierno está cocinando, en él se resignifican dos de las imágenes con las que se ha caracterizado al régimen uribista de Duque: la del títere y la del hombre desconectado de la realidad.
¿Y si las plataformas y su modelo de explotación basado en la extracción de datos hubieran sido solo un impasse en el proceso de construcción del Internet que finalmente se estabilizará en el futuro?
La guerra en Ucrania sitúa en un primer plano la importante dependencia energética exterior de la UE y aboga por una aceleración en el proceso de transición verde acometida en toda su extensión.
En el sistema semiológico de Barthes el mito se presenta como una potencia naturalizadora, una herramienta de normalización. Por eso, en su descripción de las lógicas de funcionamiento del mito hay todo un intento de impugnar la normalidad de los quehaceres cotidianos
La transformación digital sigue hoy una dirección marcada por las políticas del momento, que favorecen la concentración empresarial, la extracción masiva y la acumulación de poder. Pero, como sucedió a principios del siglo pasado, estos criterios políticos pueden cambiarse.
Actualmente el debate se ha simplificado a partir de la categoría de "lo posmo", de manera que si te preocupa lo estético para construirte como sujeto, parece que estás abandonando la lucha de clases.
Más que luchar por una u otra interpretación, una misión muy loable pero que para mí aún es dudosa en el ejercicio de la crítica cultural, la indefinición de lo afectivo nos debe conducir a identificar a qué anhelos desarticulados apela la cultura popular.
Las tesis que reproducimos a continuación fueron escritas por Bertolt Brecht en los años treinta, en el marco del debate con Gyorg Lukács sobre la definición de «realismo» en la literatura y el arte, así como el empleo del mismo por los artistas antifascistas.
La idea de la compulsión a la repetición es muy poderosa y ha calado profundamente en nuestra cultura. Me gustaría argumentar que, históricamente, el marxismo ha experimentado cuatro neurosis importantes: la neurosis económica, la neurosis filosófica, la neurosis histórica y la neurosis cultural.
Este artículo fue publicado originalmente por Stuart Hall en la revista Universities & Left Review, en el otoño de 1958, un momento en el que las transformaciones del capitalismo y de la izquierda después de la Segunda Guerra Mundial estaban cambiando Gran Bretaña y el mundo para siempre. La traducción al español es de Manuel Romero.
¿No hay algo profundamente sospechoso en reflejar del lado de lo plebeyo la responsabilidad última del fascismo? ¿Por qué no encontramos, del lado de las élites, una imagen que pudiera tener el mismo peso simbólico? No es casual que el pueblo aparezca como el lugar de una sospecha y las élites queden, astutamente, sustraídas de la escena.
Como dice Eva Illouz en el prólogo del libro de Horvat, parece que el capitalismo nos ha arrebatado la capacidad de amar de manera radical. Nos encontramos ante la imposibilidad de replantear un concepto que parece haber quedado diluido entre las crisis del neoliberalismo.
La pregunta que tenemos que hacernos es si preferimos vivir peor para mantener ciertos negocios o apostamos por mejorar la vida y forzar un desplazamiento productivo hacia otros sectores. Claramente lo que tiene que primar es la calidad de vida y lo que tiene que adaptarse es el modelo productivo, no al revés.
Este texto es un informe presentado el 20 de enero de 2017 en el marco de la sesión ¿Quiénes son los comunistas? de la Conferencia de Roma sobre el Comunismo. Fue publicado originalmente en italiano con el título Chi sono i comunisti en la página web del colectivo Euronomade, y traducido ahora al castellano por Manuel Romero.
Hoy más que nunca necesitamos disponer de horizontes de futuro confiables, asegurar nuestras vidas -y no para cualquier forma de vida, sino para una que valga la pena ser vivida- como condición de posibilidad de cualquier forma de libertad política (pues sabemos que sin seguridad y confianza en el porvenir no hay libertad sino miedo y servidumbre).
Este texto se publica en el marco del debate que tuvo lugar en el seminario "Marx y El Capital en el mundo contemporáneo" entre Jesús Rodríguez y Manuel Romero a propósito del lugar de lo político en la teoría marxista.
«Muchas personas dicen que la experiencia de haber participado en un laboratorio ciudadano les cambió la vida»
Si ya no vemos igual, ni desde los mismos dispositivos, si cada vez hay más oferta de productos audiovisuales y el fútbol no mueve ficha, corre el riesgo de quedarse fuera de los nuevos mercados del consumo audiovisual.
De un tiempo a esta parte me interesan las figuraciones de clase. Historias que reivindican las formas de vida obreras, ficciones que no esencializan ni se edifican en el antagonismo social y que de algún modo liberan a la literatura obrera de sus tareas históricas.
Aquí las respuestas que nos ha dado Santiago Alba Rico, escritor, ensayista y filósofo, autor, entre otros, de Las reglas del caos. Apuntes para una antropología del mercado (Anagrama, 1995), Leer con niños (Caballo de Troya, 2007), Islamofobia: nosotros, los otros, el miedo (Icaria, 2015) y Ser o no ser (un cuerpo) (Seix Barral, 2017).
«Leí tu libro la semana pasada y me sentí como si saliera a tomar aire después de pasar mucho tiempo bajo el agua. Me gustaría agradecerle de todo corazón que haya expresado de forma tan elocuente casi todo lo que había que decir, y que haya proporcionado una razón para la esperanza, cuando yo estaba a punto de desesperar.»
El contexto Covid-19 nos trae un 'horror vacui' diferente, algo más angustiante que la patología psicológica conocida como 'fear of missing out' (FOMO), la posibilidad de que no nos estemos perdiendo nada porque nada está pasando y nada puede pasar.
Gorriti es Filósofa, becaria doctoral CONICET y docente de la UNC. Autora de Nicos Poulantzas: una teoría materialista del Estado (Doble ciencia). Farrán es Filósofo, Investigador CONICET y docente de posgrado (Universidad Nacional de Córdoba). Autor de Badiou y Lacan: el anudamiento del sujeto (Prometeo), Nodal. Método, estado, sujeto (La cebra) y Nodaléctica (La Cebra).
Al igual que los Shelby, podemos contemplar nuestras sociedades y afirmar que las élites son despiadadas, crueles e insolidarias. Sin embargo, conviene separarse de ellos a la hora de configurar el futuro a perseguir, uno en el que no quepan egoísmos narcisistas ni tradiciones opresoras.
En estas líneas comparto con las compañeras y compañeros de España algunas reflexiones sobre las elecciones del pasado 15 y 16 de mayo en Chile y su relación con la rebelión popular que se inició en octubre del 2019. Primeras impresiones que destilan optimismo por los resultados favorables para las fuerzas políticas transformadoras que obtuvieron la mayoría de los escaños en la Convención que redactará la nueva Constitución Política, una Convención con paridad de género y 17 representantes de los pueblos indígenas.
No es nuevo decir que, tras décadas de neoliberalismo, la responsabilidad sobre el empleo descansa cada vez más sobre los propios individuos. Cada vez son más los programas educativos que añaden en sus currículos una nueva y apetecible competencia: la empleabilidad.
El valor de los libros de Peter Frase, Olin Wright y Aaron Bastani reside en su capacidad para darle la vuelta al famoso dictum de Jameson e imaginar que el neoliberalismo no existe. Hay una potencia afirmativa en esa negación que no es una cuestión menor.
Si el ecologismo desea tener una incidencia real en las disputas políticas del futuro inmediato (y es imprescindible que la tenga) no puede pasar por alto las peculiaridades y temporalidades de las diversas esferas de lo humano.
'Los olvidados. Ficción de un proletariado reaccionario' no es un libro más, descubre el hilo común del pensamiento reaccionario contemporáneo y, a la vez, hace un ejercicio de arqueología brillante para responder a las entelequias de un obrerismo que pretende invocar a una clase obrera que jamás existió.
Creo que hay pocas definiciones más hermosas de democracia que aquella que reconoce no ser más que el esfuerzo que realizamos conjuntamente para definir a oscuras, acompañado por otros tan ciegos como nosotros mismos, qué es bueno y qué es malo.
Como defendió Matt Colquhoun recientemente en su blog, la serie no es el capitalismo avanzando a través de la apropiación del sentimiento anticapitalista sino el sentimiento anticapitalista avanzando a través de la apropiación del capitalismo.
La camaradería es el resultado de la solidaridad, del compromiso y de la disciplina. Es una práctica compleja, en la que se fracasa una vez para levantarse y fracasar mejor. A veces puede ser asfixiante, pero la mayor parte de las veces es liberadora. Somos nosotres en un sentido colectivo.
La serie es un éxito puesto que (re)construye cómo una ideología como la Alt-Right puede llegar a ser hegemónica y lo hace en una dialéctica constante con la realidad que vive la sociedad estadounidense y sus pilares racistas.
Las comunidades no se pueden descontextualizar de los modos de producción en las que están insertas, de las transformaciones que se producen y en las que son producidas por seres humanos en el paso de sus vidas.
Habitualmente se entiende que la ciencia ficción, precisamente por su carácter especulativo, es un género con una relación particular con el progresismo y la izquierda. Sin que esto sea necesariamente falso, la realidad es que la historia del género está llena de grandes figuras y obras notables con relación directa con posturas reaccionarias e incluso con el fanatismo religioso.
¿En qué se debe basar, entonces, nuestro hacer político y sus distintos modos? He aquí la pregunta fundamental. La respuesta por la que aquí apostamos es la autonomía, la capacidad del grupo para dotarse de sus propias reglas independientemente de factores externos.
En suma, Mercado y Estado no son términos antitéticos, sino necesariamente complementarios. Pero decimos más: no se trata sólo de considerar que ambas realidades son dependientes históricamente, sino de enfatizar que sus componentes estructurales están tan sumamente involucrados que sus contornos llegan a hacerse borrosos, hasta el punto de confundirse.
La crítica política y social se consiguió transmitir desde la crítica cultural, en una alianza estética de raigambre nietzscheana en la que la música era un elemento de transformación radical. Este nuevo paradigma no había sido aprovechado por la izquierda tradicional, que dejó pasar el impulso que esta revolución cultural había traído.
Hemos lanzado una batería de preguntas a distintos pensadores y pensadoras con el fin de acercarnos a un análisis no tanto de la crisis del coronavirus en sí, como de los distintos escenarios de futuro a que nos puede conducir su salida. Aquí las respuestas que nos ha dado Luciana Cadahia, filósofa argentina, autora de Mediaciones de lo sensible. Hacia una nueva economía crítica de los dispositivos (FCE, 2017) y El círculo mágico del Estado (Lengua de Trapo, 2019).
La afirmación de Wittgenstein de que no existe “aplicación” de una regla porque la instancia de aplicación es interna a la propia regla y, como consecuencia, la transforma, es totalmente válida como principio rector para escribir una tesis.
Realismo capitalista es –haciendo de lo complejo sencillez y de las respuestas fáciles preguntas difíciles– una de las grandes obras políticas de nuestro siglo, la que emite algunas lecciones fácilmente numerables para las políticas del “deseo poscapitalista” en el siglo XXI.
Hay una creencia generalizada de que el progreso de la ciencia es imparable y de que la tecnología todo lo puede. No cabe en nuestras mentes, pero especialmente en la de nuestros gobernantes, que pueda haber límites biofísicos y energéticos a lo que somos capaces de hacer
En este marco el ámbito de la cultura cobra especial importancia en la consecución de la hegemonía, proceso a través del cual se universalizan intereses y afectos, en palabras de Gramsci, “la conquista del poder cultural es previa a la del poder político”.