¿Qué pasa si dejamos de considerar a la propiedad como algo sagrado y “permanente”, que incluso trasciende al individuo (y su supuesto esfuerzo) hasta sus herederos, y empezamos a considerar que esta es imposible sin un complejo sistema de relaciones sociales colectivas que la sostiene desde su origen?
Mucho se ha hablado, desde su publicación en septiembre de 2019, sobre el nuevo libro de Piketty Capital e Ideología. Una de sus hipótesis fundamentales es que el reparto de la riqueza a lo largo de la historia siempre se sostiene sobre ideologías -sistemas de pensamiento- que organizan y legitiman el orden social. Aunque esto no siempre ha sido así, en la modernidad el reparto de la riqueza se ha estructurado esencialmente alrededor de la idea de “propiedad”, creando lo que Piketty denomina “sociedades propietaristas”. Esta idea de “propiedad” habría sido, por ejemplo, la idea límite contra la que habrían chocado los revolucionarios franceses en 1789 en su voluntad de redistribuir de forma radical la riqueza nacional. Como resultado de este fracaso, un siglo después, durante la Belle Epoqué (1870-1914), se llegó a unos niveles de desigualdad incluso superiores a los que había antes de la revolución. Las sociedades socialdemócratas de postguerra del siglo XX dieron un giro decisivo a la capacidad de redistribución de la riqueza desarrollando una inédita progresividad fiscal, que llevó a una disminución de la desigualdad casi constante hasta los años 80. Durante los siguientes 40 años hemos presenciado un retroceso ininterrumpido en la distribución de la riqueza en múltiples niveles. Para Piketty, una explicación de la situación en la que nos encontramos está en la incapacidad que tuvieron esas “sociedades socialdemócratas” de apropiarse intelectual e ideológicamente de la puesta en cuestión la sacralidad de la propiedad privada que permitía este tipo de fiscalidad. El clima de urgencia y desastre derivado del final de la Segunda Guerra Mundial impidió asentar y afianzar culturalmente unas políticas que tenían el potencial de conectar con algunas de las propuestas que la revolución francesa había dejado a medias. ¿Qué pasa si dejamos de considerar a la propiedad como algo sagrado y “permanente”, que incluso trasciende al individuo (y su supuesto esfuerzo) hasta sus herederos, y empezamos a considerar que esta es imposible sin un complejo sistema de relaciones sociales colectivas que la sostiene desde su origen?
Esta es la concepción fundamental que está debajo de la conocida propuesta programática de Piketty. Esta consiste, a grandes rasgos, en mezclar un impuesto anual progresivo sobre la propiedad con un impuesto progresivo sobre las sucesiones y otra impuesto progresivo sobre la renta. El impuesto srobre la renta se entiende sobre cualquier ingreso durante un año (tanto del trabajo como del capital), el de sucesiones y donaciones es el que se paga en el momento de transferir tu patrimonio, y el de la propiedad (también conocido como impuesto sobre el capital o sobre la fortuna) es un impuesto anual sobre la base del conjunto de los activos poseídos. Todos ellos con tipos marginales de hasta un 90% de cada una, valores que ya existieron entre 1930-1980 en Estados Unidos y en Gran Bretaña. En un sistema de este tipo la capacidad de acumular bienes durante la vida estaría asegurado hasta ciertos niveles extremos pero, en la práctica, mucha de esta riqueza volvería a la propiedad común en diversos momentos de la vida del individuo. Inspirándose en Thomas Paine y la propuesta que desarrolló en un panfleto llamado Justicia Agraria en 1797, inmerso en los tensos debates de esa Francia revolucionaria, estos recursos se usarían para otorgar a cada individuo un “capital básico” de en torno a 100.000 euros con los que todo el mundo comenzaría su vida adulta. Una reforma de este tipo sería muy parecida en realidad a una especia de reforma agraria permanente pero aplicada a todo el capital privado y no solo sobre las tierras. Aunque todos los números que nos muestra Piketty son simplemente ilustrativos, permiten hacernos una idea de qué tipo de circulación de la riqueza nos quedaría con un sistema de propiedad temporal.
“Una persona que recibe a lo largo de su vida el equivalente a 0,5 veces el patrimonio medio (100.000 euros) pagaría un impuesto de sucesiones del 5 por ciento (5.000 euros), lo que supone un herencia total de 215.000 euros (sumando la dotación de capital de 120.000 euros). Una persona que recibe 2 veces el patrimonio medio (400.000 euros) pagaría un impuesto del 20 por ciento (80.000 euros), para una herencia total de 440.000 euros teniendo en cuenta la dotación. Una persona que reciba cinco veces el patrimonio medio (1 millón de euros) pagaría un impuesto del 50 por ciento (500.000 euros), lo que supondría una herencia de 620.000 euros teniendo en cuenta la dotación.”
En realidad, con los históricos parámetros de desigualdad de la riqueza que nos encontramos, se trata de una propuesta en la que la gran mayoría seguiría ganando. Seguiría habiendo una dimensión de desigualdad más que perceptible y si se aplicara con estos números llevaría en realidad a una reducción fiscal sustancial para el 80-90% de la población con menor patrimonio. La propiedad privada seguiría existiendo pero dejaría de estar sacralizada y pasaría a entenderse de forma puramente instrumental y coyuntural. De reconocer los problemas que implican la gran concentración de la propiedad y el poder que se desprende de ella, simplemente se deriva que ésta debe de ser regulada y controlada según los más básicos principios democráticos. Para hacernos una idea, aquí abajo esta la tabla con la que se puede observar la propuesta en los diferentes tipos de impuestos.
Además cabe recalcar que en este esquema impositivo de Piketty tendría también lugar un sistema de renta básica que asegurara unos ingresos del 60% del ingreso medio en torno a un 30% de la población (con un gasto de entorno al 5% del ingreso nacional), un desarrollo mayor de los principales pilares del Estado de Bienestar, la proyección de una economía verde y una democratización del poder dentro de las empresas. Todos ellos elementos que en ningún caso están en cuestión y que siempre forman parte del esquema principal de su propuesta.
Pero más allá de los puntos puramente técnicos, fundamentales en todo caso para entender las dimensiones de lo que se propone, hay en si mismo un debate ideológico profundo que la izquierda del siglo XXI debería pensar si es capaz de sostener. La idea de que existe una propiedad exclusivamente privada que se deriva de unos derechos naturales inviolables de ciertos individuos sobre ciertos bienes es absolutamente insostenible desde el punto de vista histórico. Acumular riqueza siempre es el resultado de complejos procesos sociales y es absolutamente dependiente de la existencia de estructuras colectivas como infraestructuras, sistemas legales, impositivos y educativos, así como de condiciones de salud pública, de cantidades ingentes de conocimiento acumulado desde hace milenios y de la existencia de sistemas de cooperación y dominación social como el colonialismo o la división social y sexual del trabajo. Si se asume esta realidad, es perfectamente lógico entender que las personas que acumulan riquezas extremas dependientes de todo este sistema de relaciones sociales devuelvan una fracción cada año y una parte sustancial al final de sus vidas. Esto haría que la propiedad dejara de ser estrictamente “permanente” y se volviera por lo tanto en todos los sentidos un concepto “temporal” e instrumental. Con este sistema caería necesariamente también el mito de la meritocracia absoluta y sus profundas raíces históricas. En un mundo donde las desigualdades y la estratificación social -especialmente educativa- es cada vez mayor y los ingresos de tus padres puede predecir la mayor parte de los ingresos que vas a tener, la “meritocracia” ya no puede funcionar como idea exclusiva que justifique la repartición de recursos.
Es importante preguntarnos entonces con honestidad si estaríamos dispuestos a imaginar un sistema institucional y social con estos niveles de fiscalidad sobre la riqueza y la renta asociados a la seguridad de que nuestros hijos y descendientes fueran a tener 120.000 euros (60% del patrimonio medio en Francia) en el banco a los 25 años y una Renta Básica para toda la vida. Aunque obviamente el proceso de redistribución sería más grande en los primeros momentos, un sistema de este tipo aseguraría una circulación permanente de la riqueza colectiva sin en realidad dañar ninguno de los incentivos fundamentales del funcionamiento microeconómico, pero sí generando otros más positivos para el conjunto de la economía. Lo interesante de esta propuesta es, también, que tenemos información sobre los momentos en la historia donde este tipo de fiscalidad se ha aplicado. Hay datos que confirman, por ejemplo, que mientras se mantuvieron impuestos marginales del 80-90% a los ingresos de los directivos de las grandes empresas, estos mantuvieron unos niveles de remuneración mucho más bajos sin impedirles desarrollar su trabajo. El cambio de las reglas del juego a partir de los años 80 disparó las asignaciones astronómicas con incentivos perversos sobre el conjunto del sistema. En el clima de inseguridad creciente y necesidad de recursos para transitar hacia una economía sostenible en el que nos encontramos, es sin duda un nuevo pacto social que debería de ser positivo para una mayoría y justo en términos de moral pública. Aunque puedas tener la expectativa de encontrarte en algún momento entre los perdedores de este sistema a lo largo de tu vida, o ya calculas que lo serás, tienes ganancias aseguradas en términos de seguridad con respecto a tu futuro y al de tu descendencia, sin dejar de lado ningún incentivo para el esfuerzo personal sobradamente recompensado.
En definitiva, se trataría de pensar la herencia y la riqueza en términos colectivos en un sistema de estados nacionales necesariamente coordinados para acabar con los paraísos fiscales, lo que permite imaginar el desarrollo de una propuesta así en un nivel europeo. Tal y como demuestra toda evidencia, la acumulación de patrimonio y su traspaso de padres a hijos es una de las fuentes de desigualdad más persistentes en casi toda Europa. En realidad, ya tenemos conceptos ligados a mecanismos redistributivos que hacen referencia a este ámbito “comunitario” como es, por ejemplo, el de “solidaridad intergeneracional” para las pensiones. Este hace referencia a un sistema de solidaridad social entre personas que no se conocen pero que forman parte de la misma comunidad más allá del individuo y de la familia. Este es, de hecho, el razonamiento básico que sostiene buena parte de los servicios del maltrecho Estado de Bienestar. Se trataría de convertir una herencia mínima de esta riqueza colectiva en un derecho asegurado de la misma forma que aseguramos tener una pensión a nuestros mayores o un sistema de salud universal. Igual que no podemos asumir que personas de nuestra comunidad sigan obligadas a trabajar cuando ya han pasado una cierta edad, no podemos asumir que la lotería del nacimiento determine casi en la totalidad los márgenes de bienestar donde se va a desarrollar una persona.
La crisis ecológica está poniendo un coto cada vez más restrictivo a nuestra imaginación de trascender como especie mucho más tiempo. Los recursos redistribuidos en un sistema de propiedad temporal podrían además permitirnos la suficiente flexibilidad social para asumir el lento proceso de transición productiva hacia una economía realmente ecológica y sostenible. La magnitud y la rapidez de los cambios que hay que afrontar, atendiendo a una justa repartición de las pérdidas en el corto y medio plazo, es tan complejo de predecir que es necesario pensar en un nuevo sistema de bienestar lo suficientemente amplio que pueda sostenerlo. Una redistribución radical de la riqueza acumulada en forma de patrimonio y de renta básica podría ser, en estas circunstancias, no solo una solución de emergencia sino también aceptable para una mayoría, para afrontar el reto y la enorme incertidumbre que tenemos por delante. En el libro de Piketty esta es solo una propuesta más en un amplio programa de reformas en diferentes direcciones, y los datos que aquí he rescatado solo una manera de abrir la mente sobre aquello que es imaginable. La genialidad del economista francés está probablemente en esta capacidad de abrir las posibilidades del presente a través de la solidez y profundidad del conocimiento del pasado. Más allá de las cuestiones técnicas sobre cómo podría ponerse en marcha un sistema de este tipo, hay una pregunta anterior: ¿somos capaces de pensar hoy un sistema de propiedad temporal?
Gorriti es Filósofa, becaria doctoral CONICET y docente de la UNC. Autora de Nicos Poulantzas: una teoría materialista del Estado (Doble ciencia). Farrán es Filósofo, Investigador CONICET y docente de posgrado (Universidad Nacional de Córdoba). Autor de Badiou y Lacan: el anudamiento del sujeto (Prometeo), Nodal. Método, estado, sujeto (La cebra) y Nodaléctica (La Cebra).
Pese a que son siglos lo que nos separa de los escritos de Burke, su definición de lo sublime parece ajustarse al milímetro a la situación actual, y nos da las claves para entender por qué podemos experimentar placer estético en las consecuencias de una pandemia.
En estas líneas comparto con las compañeras y compañeros de España algunas reflexiones sobre las elecciones del pasado 15 y 16 de mayo en Chile y su relación con la rebelión popular que se inició en octubre del 2019. Primeras impresiones que destilan optimismo por los resultados favorables para las fuerzas políticas transformadoras que obtuvieron la mayoría de los escaños en la Convención que redactará la nueva Constitución Política, una Convención con paridad de género y 17 representantes de los pueblos indígenas.
¿Y si las plataformas y su modelo de explotación basado en la extracción de datos hubieran sido solo un impasse en el proceso de construcción del Internet que finalmente se estabilizará en el futuro?
Con el verano liberamos algo de tiempo libre para dedicar a la lectura, al cine o simplemente a no hacer nada. En el IECCS hemos recopilado algunos títulos de ensayos y novelas para que podáis disfrutarlas durante el mes de agosto, y hacer así algo más ameno este calor insufrible.
La camaradería es el resultado de la solidaridad, del compromiso y de la disciplina. Es una práctica compleja, en la que se fracasa una vez para levantarse y fracasar mejor. A veces puede ser asfixiante, pero la mayor parte de las veces es liberadora. Somos nosotres en un sentido colectivo.
La digitalización, que sigue un progreso exponencial según la ley de Moore, permite concebir, incluso a corto plazo, una sociedad en la que las máquinas realicen la mayor parte de las tareas, dejando a los humanos mucho tiempo para el autodesarrollo.
La transformación digital sigue hoy una dirección marcada por las políticas del momento, que favorecen la concentración empresarial, la extracción masiva y la acumulación de poder. Pero, como sucedió a principios del siglo pasado, estos criterios políticos pueden cambiarse.
Hemos lanzado una batería de preguntas a distintos pensadores y pensadoras con el fin de acercarnos a un análisis no tanto de la crisis del coronavirus en sí, como de los distintos escenarios de futuro a que nos puede conducir su salida. Aquí las respuestas que nos ha dado Luciana Cadahia, filósofa argentina, autora de Mediaciones de lo sensible. Hacia una nueva economía crítica de los dispositivos (FCE, 2017) y El círculo mágico del Estado (Lengua de Trapo, 2019).
Si necesitamos pensar lo que nos está ocurriendo, ¿no sería importante que reflexionáramos sobre si lo que está sucediendo solo corrobora nuestras categorías y plantillas previas o si marca una diferencia aún por establecer?
En medio de una pandemia mundial -donde el proceso productivo neoliberal en el que ya vivíamos condiciona nuestra manera de sentir, relacionarnos y también curarnos-lo último que se permite es adolecer. Nuestras pérdidas son rápidas, ocultadas, secretas, dejan un duelo mudo, pero igual de profundo, es un duelo arrebatado.
La serie es un éxito puesto que (re)construye cómo una ideología como la Alt-Right puede llegar a ser hegemónica y lo hace en una dialéctica constante con la realidad que vive la sociedad estadounidense y sus pilares racistas.
El verano y las vacaciones se agotan, y también el tiempo libre para dedicar a la lectura, al cine o simplemente a no hacer nada. En el IECCS hemos recopilado algunos títulos de ensayos, novelas, películas y documentales para que puedas disfrutarlas durante el mes de agosto.
Habitualmente se entiende que la ciencia ficción, precisamente por su carácter especulativo, es un género con una relación particular con el progresismo y la izquierda. Sin que esto sea necesariamente falso, la realidad es que la historia del género está llena de grandes figuras y obras notables con relación directa con posturas reaccionarias e incluso con el fanatismo religioso.
No es nuevo decir que, tras décadas de neoliberalismo, la responsabilidad sobre el empleo descansa cada vez más sobre los propios individuos. Cada vez son más los programas educativos que añaden en sus currículos una nueva y apetecible competencia: la empleabilidad.
'Los olvidados. Ficción de un proletariado reaccionario' no es un libro más, descubre el hilo común del pensamiento reaccionario contemporáneo y, a la vez, hace un ejercicio de arqueología brillante para responder a las entelequias de un obrerismo que pretende invocar a una clase obrera que jamás existió.
La idea de la compulsión a la repetición es muy poderosa y ha calado profundamente en nuestra cultura. Me gustaría argumentar que, históricamente, el marxismo ha experimentado cuatro neurosis importantes: la neurosis económica, la neurosis filosófica, la neurosis histórica y la neurosis cultural.
«Muchas personas dicen que la experiencia de haber participado en un laboratorio ciudadano les cambió la vida»
¿No hay algo profundamente sospechoso en reflejar del lado de lo plebeyo la responsabilidad última del fascismo? ¿Por qué no encontramos, del lado de las élites, una imagen que pudiera tener el mismo peso simbólico? No es casual que el pueblo aparezca como el lugar de una sospecha y las élites queden, astutamente, sustraídas de la escena.
Realismo capitalista es –haciendo de lo complejo sencillez y de las respuestas fáciles preguntas difíciles– una de las grandes obras políticas de nuestro siglo, la que emite algunas lecciones fácilmente numerables para las políticas del “deseo poscapitalista” en el siglo XXI.
«Es necesario un nuevo movimiento internacionalista y pacifista que en los diferentes países movilice los intereses de las grandes mayorías, que exija la toma de acciones para prevenir conflictos, y en particular que se pongan fuertes límites a las armas nucleares.»
Cabe cuestionarse si a estos "liberales" alguna vez les importó algo más que su persona, si aquella condescendencia de clase no supone en realidad un brillante ejemplo de conciencia de clase –de clase privilegiada, por supuesto– a la que le duró demasiado el disfraz democrático y popular.
Actualmente el debate se ha simplificado a partir de la categoría de "lo posmo", de manera que si te preocupa lo estético para construirte como sujeto, parece que estás abandonando la lucha de clases.
El pensamiento de Davis, como buen materialista y marxista, operaba en continuo diálogo con el ruido del presente, con sus obstáculos, sus rugosidades y pliegues, sus pervivencias, sus proyecciones y posibilidades.
«Leí tu libro la semana pasada y me sentí como si saliera a tomar aire después de pasar mucho tiempo bajo el agua. Me gustaría agradecerle de todo corazón que haya expresado de forma tan elocuente casi todo lo que había que decir, y que haya proporcionado una razón para la esperanza, cuando yo estaba a punto de desesperar.»
"La pandemia ha enfatizado enormemente una tendencia que ya se estaba dibujando: una condición de miedo a la corporeidad, me atrevería a decir, incluso, una sensibilización fóbica hacia el cuerpo del otro."
Este texto se publica en el marco del debate que tuvo lugar en el seminario "Marx y El Capital en el mundo contemporáneo" entre Jesús Rodríguez y Manuel Romero a propósito del lugar de lo político en la teoría marxista.
Aquí las respuestas que nos ha dado Santiago Alba Rico, escritor, ensayista y filósofo, autor, entre otros, de Las reglas del caos. Apuntes para una antropología del mercado (Anagrama, 1995), Leer con niños (Caballo de Troya, 2007), Islamofobia: nosotros, los otros, el miedo (Icaria, 2015) y Ser o no ser (un cuerpo) (Seix Barral, 2017).
A pesar de la omnipresencia de este debate, es necesario cubrir una carencia fundamental de la mayoría de estos discursos: rebatir el desdén generalizado ––en gran parte de las ocasiones automático; en otras sencillamente visceral–– hacia la nostalgia y, en consecuencia, hacia su poso melancólico.
Al igual que los Shelby, podemos contemplar nuestras sociedades y afirmar que las élites son despiadadas, crueles e insolidarias. Sin embargo, conviene separarse de ellos a la hora de configurar el futuro a perseguir, uno en el que no quepan egoísmos narcisistas ni tradiciones opresoras.
Series como 'Succession' sirven para detectar la corrosión del poder, la política y el dinero mientras nos deleitamos con las disfunciones psicológicas de sus protagonistas. Si la serie sirve para cartografiar el capitalismo multinacional es gracias a su efecto de “totalidad”.
Este texto es un informe presentado el 20 de enero de 2017 en el marco de la sesión ¿Quiénes son los comunistas? de la Conferencia de Roma sobre el Comunismo. Fue publicado originalmente en italiano con el título Chi sono i comunisti en la página web del colectivo Euronomade, y traducido ahora al castellano por Manuel Romero.
El miedo de no saber qué demonios va a pasar con nuestra vida y con la de aquellos que queremos. El miedo de mirar al futuro y no saber qué esperar. El miedo de no ver un horizonte de posibilidad, sino un muro tras el cual no sabemos qué se esconde.
El video presidencial en inglés siguen revelando datos importantes del relato que el gobierno está cocinando, en él se resignifican dos de las imágenes con las que se ha caracterizado al régimen uribista de Duque: la del títere y la del hombre desconectado de la realidad.
El necro-liberalismo asume de forma explícita y obscena la imposibilidad de conjugar el mantenimiento de la vida con el mantenimiento del orden político y económico, de ahí que se caracterice por hacer gala y enarbolar sin complejo alguno la bandera del desprecio a la vida.
En definitiva, en el Manifiesto la ciencia le habla a la política como un cliente exigente que demanda aquellos servicios por los que paga. Esta posición no es nueva. Viene construyéndose desde hace décadas, en especial desde el mercado hacia el Estado.
En este marco el ámbito de la cultura cobra especial importancia en la consecución de la hegemonía, proceso a través del cual se universalizan intereses y afectos, en palabras de Gramsci, “la conquista del poder cultural es previa a la del poder político”.
¿tan importante es la relación que se da entre el mundo de lo lleno y de lo vaciado? Parece probable que sí, que sea necesario todo este despliegue orientado a disimular la naturaleza conflictiva de las relaciones sociales de lo vaciado, hacia dentro y hacia fuera, sobre todo porque todos los sujetos implicados arriesgan mucho en este juego.
La coyuntura tiene la singularidad de ser aquel momento sin el cual no se podrían visualizar ni reflexionar sobre determinados problemas políticos. Pensar la coyuntura implica, decía el epistemólogo crítico Hugo Zemelman, comprender el presente-potencial.
Como dice Eva Illouz en el prólogo del libro de Horvat, parece que el capitalismo nos ha arrebatado la capacidad de amar de manera radical. Nos encontramos ante la imposibilidad de replantear un concepto que parece haber quedado diluido entre las crisis del neoliberalismo.
Hay una creencia generalizada de que el progreso de la ciencia es imparable y de que la tecnología todo lo puede. No cabe en nuestras mentes, pero especialmente en la de nuestros gobernantes, que pueda haber límites biofísicos y energéticos a lo que somos capaces de hacer
La crítica política y social se consiguió transmitir desde la crítica cultural, en una alianza estética de raigambre nietzscheana en la que la música era un elemento de transformación radical. Este nuevo paradigma no había sido aprovechado por la izquierda tradicional, que dejó pasar el impulso que esta revolución cultural había traído.
El contexto Covid-19 nos trae un 'horror vacui' diferente, algo más angustiante que la patología psicológica conocida como 'fear of missing out' (FOMO), la posibilidad de que no nos estemos perdiendo nada porque nada está pasando y nada puede pasar.
Hoy más que nunca necesitamos disponer de horizontes de futuro confiables, asegurar nuestras vidas -y no para cualquier forma de vida, sino para una que valga la pena ser vivida- como condición de posibilidad de cualquier forma de libertad política (pues sabemos que sin seguridad y confianza en el porvenir no hay libertad sino miedo y servidumbre).
Las tesis que reproducimos a continuación fueron escritas por Bertolt Brecht en los años treinta, en el marco del debate con Gyorg Lukács sobre la definición de «realismo» en la literatura y el arte, así como el empleo del mismo por los artistas antifascistas.
Este artículo fue publicado originalmente por Stuart Hall en la revista Universities & Left Review, en el otoño de 1958, un momento en el que las transformaciones del capitalismo y de la izquierda después de la Segunda Guerra Mundial estaban cambiando Gran Bretaña y el mundo para siempre. La traducción al español es de Manuel Romero.
De un tiempo a esta parte me interesan las figuraciones de clase. Historias que reivindican las formas de vida obreras, ficciones que no esencializan ni se edifican en el antagonismo social y que de algún modo liberan a la literatura obrera de sus tareas históricas.
Los nuevos periodistas crecen sabiendo que su futuro es un campo de minas, estudian una carrera muy mal estructurada y muy exigente y, como recompensa a todo ese aguante, obtienen un puesto mal remunerado, tremendamente esclavo y, por supuesto, inestable y frágil.
Más que luchar por una u otra interpretación, una misión muy loable pero que para mí aún es dudosa en el ejercicio de la crítica cultural, la indefinición de lo afectivo nos debe conducir a identificar a qué anhelos desarticulados apela la cultura popular.
La pregunta que tenemos que hacernos es si preferimos vivir peor para mantener ciertos negocios o apostamos por mejorar la vida y forzar un desplazamiento productivo hacia otros sectores. Claramente lo que tiene que primar es la calidad de vida y lo que tiene que adaptarse es el modelo productivo, no al revés.
Las comunidades no se pueden descontextualizar de los modos de producción en las que están insertas, de las transformaciones que se producen y en las que son producidas por seres humanos en el paso de sus vidas.
En suma, Mercado y Estado no son términos antitéticos, sino necesariamente complementarios. Pero decimos más: no se trata sólo de considerar que ambas realidades son dependientes históricamente, sino de enfatizar que sus componentes estructurales están tan sumamente involucrados que sus contornos llegan a hacerse borrosos, hasta el punto de confundirse.
¿En qué se debe basar, entonces, nuestro hacer político y sus distintos modos? He aquí la pregunta fundamental. La respuesta por la que aquí apostamos es la autonomía, la capacidad del grupo para dotarse de sus propias reglas independientemente de factores externos.
Como defendió Matt Colquhoun recientemente en su blog, la serie no es el capitalismo avanzando a través de la apropiación del sentimiento anticapitalista sino el sentimiento anticapitalista avanzando a través de la apropiación del capitalismo.
Disney no podría habernos ofrecido un simbolismo más explícito de su empresa ideológica: Una casa (propiedad privada) que requiere de nuevas, reformadas y más progresistas, formas dentro de la misma institución (familia) para poder recuperar la magia (herencia).
El duelo, mientras haya recuerdo, afecto, es inevitable. La cuestión consiste en hacer un duelo sano, que sea llevable, en una existencia y una pérdida de la que el sujeto sea capaz de hacerse cargo.
La afirmación de Wittgenstein de que no existe “aplicación” de una regla porque la instancia de aplicación es interna a la propia regla y, como consecuencia, la transforma, es totalmente válida como principio rector para escribir una tesis.
Si ya no vemos igual, ni desde los mismos dispositivos, si cada vez hay más oferta de productos audiovisuales y el fútbol no mueve ficha, corre el riesgo de quedarse fuera de los nuevos mercados del consumo audiovisual.
Somos mucho más rentables como espectadores-consumidores de contenido en plataformas ya que, si la televisión entraba en nuestra casa para ofrecernos entretenimiento a cambio de un porcentaje de tiempo invertido en publicidad, esta nueva forma de extracción de beneficios entra directamente en nuestro cuerpo, para buscar beneficios en los datos derivados de nuestro comportamiento.
Creo que hay pocas definiciones más hermosas de democracia que aquella que reconoce no ser más que el esfuerzo que realizamos conjuntamente para definir a oscuras, acompañado por otros tan ciegos como nosotros mismos, qué es bueno y qué es malo.
«La literatura, para mí, está presente en cada momento, en cada detalle de lo cotidiano, está sucediendo todo el tiempo. Pero, al mismo tiempo, qué difícil es lograr una buena traducción de la vida a las palabras, de la mente a las palabras.»
El valor de los libros de Peter Frase, Olin Wright y Aaron Bastani reside en su capacidad para darle la vuelta al famoso dictum de Jameson e imaginar que el neoliberalismo no existe. Hay una potencia afirmativa en esa negación que no es una cuestión menor.
La guerra en Ucrania sitúa en un primer plano la importante dependencia energética exterior de la UE y aboga por una aceleración en el proceso de transición verde acometida en toda su extensión.
Si el ecologismo desea tener una incidencia real en las disputas políticas del futuro inmediato (y es imprescindible que la tenga) no puede pasar por alto las peculiaridades y temporalidades de las diversas esferas de lo humano.