Los nuevos periodistas crecen sabiendo que su futuro es un campo de minas, estudian una carrera muy mal estructurada y muy exigente y, como recompensa a todo ese aguante, obtienen un puesto mal remunerado, tremendamente esclavo y, por supuesto, inestable y frágil.
Cada semana un periodista, normalmente entre los treinta y los cuarenta, lo deja. Cierra el portátil. Los futbolistas lo llaman “colgar las botas”. La precariedad estructural que asola a la profesión (una trampa perfecta para incentivar la autoexplotación y la intensificación laboral) se ceba especialmente con una hornada que fue obligada a buscarse la vida por vez primera en los años más duros de la crisis. Personas sobrecualificadas, habitualmente vocacionales, que se movieron (o se mueven, aún) de beca en beca y tiro porque me toca en un tablero que, lo sabemos, facilita atajos a los jugadores que pueden vivir de las rentas familiares y/o pagarse los másteres privados tutelados por los mass media patrios.
De esta manera, tantos y tantos periodistas que quieren ejercer se encuentran ante el dilema de “Yo voté a Kodos”. Es decir: o la mierda del paro, la búsqueda incansable, la formación infinita, la cuenta tiritando y la participación ‘voluntaria’ en todo aquello que te ofrezca contactos y visibilidad; o la mierda del curro, doce o catorce horas mal pagadas, poco reconocidas, flexibles solo en el mal sentido, sin poder desconectar y con preguntas maliciosas que su cabeza les hace a lo lejos, como un run run de fondo. «¿Valorará mi empresa y la audiencia todo mi esfuerzo? ¿Por qué este reportaje que he perseguido meses y que me ha llevado una semana se lee, escucha o ve tan poco? ¿Es mejor comprarme un micro, unos focos y unos leds e implorar likes y suscripciones? ¿Debo, en vez de leer o preparar temas, rebanarme los sesos para escribir tuits ingeniosos, afilados, oportunos?».
Y es que, evidentemente, la crisis económica del sector (podríamos discutir si, al menos en España, fue próspero alguna vez) viene aparejada de un descrédito indiscutible y de un eterno debate sobre su propio ser. No solo desconfía la audiencia: según un informe de la Asociación Periodística de Madrid, el 80% de los profesionales piensa que la sociedad tiene una mala opinión sobre su trabajo. Ésta es una de las razones por las que, de puertas para dentro, cunde el cinismo contra el que alertaba Kapuscinski.
A fin de cuentas, los nuevos periodistas crecen sabiendo que su futuro es un campo de minas, estudian una carrera muy mal estructurada (el 74%, según el mismo informe, está insatisfecho con la misma), muy exigente, y como recompensa a todo ese aguante, obtienen, como mucho, un puesto mal remunerado, cada vez peor valorado, cuestionado por propios y extraños, menos libre y más presionado de lo que debiera, tremendamente esclavo, y, por supuesto, inestable y frágil. Muchos de estos problemas, obviamente, no pueden imputarse únicamente al gremio. Sin embargo, el repaso de los mismos puede ayudar a entender por qué tantas personas huyen del que García Márquez llamó “el oficio más bonito del mundo”. Se cambian, en muchos casos, ‘de bando’. Es habitual que aterricen en los cada vez más hipertrofiados departamentos de comunicación de empresas, organismos e instituciones varias. Lo paradójico es que, incluso en la era de las redes sociales, muchos de estos departamentos viven obsesionados por lo que aparece o deja de aparecer en los medios.
Ésta (a priori) contradicción resume, en realidad, una de las inquietudes que motivan esta reflexión. Creo que muchos piensan en los medios, pero que pocos piensan los medios [1]. Dicha pereza reflexiva incentiva los topicazos, abre el espacio para bocazas y esloganeros (quizá yo sea uno de ellos) y permite entender bien poco.
Me temo que demasiada gente sigue partiendo del esquema de la comunicación que nos enseñaron en clase de lengua. A saber: un emisor activo manda un mensaje a un receptor pasivo a través de un canal (la prensa). Es más: alguno de los supuestos expertos en construcción de"discurso" y de "relato", en marcos y agenda, suelen cojear del mismo pie. Es decir: el de considerar la comunicación como un conflicto de poder simple y unidireccional, como una guerra de emisores en la que las masas borregas receptoras solo son víctimas pasivas de la “manipulación” y la infoxicación. Una concepción que, poniéndonos un poco técnicos, se asocia a modelos que asumen que los medios tienen efectos directos en sus receptores, como los planteados por las llamadas teorías de la bala mágica o de la aguja hipodérmica.
Para comenzar a cambiar la situación, propondría promover que los currículos escolares incorporen síntesis similares a la del profesor Gonzalo Abril:
«Las actividades emisiva y receptiva son interdependientes, se condicionan entre sí: el sujeto que produce un texto normalmente ha de anticipar estratégicamente la interpretación-respuesta de su destinatario; al interpretarlo, éste propone ciertas hipótesis sobre los propósitos del sujeto productor,sobre la forma textual y el contexto, etc».
Y es que, sinceramente, trazar la genealogía de esta idea, entender porque el abordaje de un asunto tan central e importante se realiza tan a menudo en base a premisas tan gruesas, daría para demasiadas páginas (y yo no soy lo suficientemente listo para escribirlas). Como resumen de batalla me vale este provocador fragmento de Enmanuel Lizcano:
«Por paradójico que pueda parecer a primera vista, en esto vienen a coincidir el imaginario marxiano y el del positivismo más reaccionario. Ambos comparten lo que los estudios sociales de la ciencia han llamado ‘ideología de la representación’ o lo que Richard Rorty ha definido como ‘filosofía del espejo’. La imagen central para este imaginario es ésa, la del espejo. Por un lado estaría la realidad, una realidad exterior independiente de cualquier forma de representarla, el mundo de los hechos, los hechos puros y duros. Por otro, el espejo en el que la realidad se representa: es el universo de las representaciones, lo simbólico, lo imaginario. En el mejor de los casos, ese espejo refleja fielmente la realidad, la duplica; es el caso de la representación científica de la realidad, único lenguaje verdadero para positivistas y para marxistas, y ante el que comparten la misma beata fascinación. En los demás casos, el espejo deforma los hechos, bien sea para ocultar o distorsionar la realidad del dominio de unos sobre otros, invirtiéndola cómo se invierte la imagen en la ‘cámara oscura’, bien sea por incapacidad de los seres humanos para obtener una representación adecuada: los ídolos de la tribu, de la caverna, del mercado y del teatro interponen entre el hombre y la realidad un ‘espejo encantado» [2].
Lizcano, por tanto, se pregunta:
«¿Cómo incorporar la indudable dimensión agónica, de lucha, de juegos de poder, que en buena medida se juega en el campo de lo imaginario, sin condenar a ese imaginario a ser mera representación más o menos defectuosa de una realidad que se supone exterior a él?».
O, dicho de otra manera. ¿Cómo hacemos para evitar las simplificaciones teóricas y prácticas en torno a los medios? ¿Cómo pensar lo mediático sin pecar de ingenuos o conformistas? [3] ¿Cómo, decimos con Fisher, evitamos que el purismo se convierta en fatalismo?[4].
Existen respuestas. Respuestas teóricas y respuestas prácticas, aplicadas, convertidas en medios y proyectos. Todas comparten, en mayor o menor medida, que el compromiso editorial no tiene por qué pisarse con el rigor. Es decir: que el periodismo, con mayúsculas, no es enemigo (sino aliado) del progreso, la emancipación, la revolución o el ideal que se acomode a cada cual. Cómo señala el catedrático Víctor Sampedro: normalizar la autodeterminación individual y colectiva – el primer principio democrático – es la misión periodística por excelencia.
Abundan los ejemplos. Escojo uno modesto: la dimisión de Cristina Cifuentes. Cremas aparte, fue propiciada, sin duda, por la investigación de eldiario.es del caso ‘Máster’. ¿Habría tenido eco, habría sido escuchada, tomada en cuenta, si el trabajo periodístico no hubiera sido impoluto? No. Seguramente habría sido ignorada, silenciada, repelida sin demasiados rasguños. Solo la fuerza de su incuestionable credibilidad permitió que la noticia impactara, que se impusiera por su propio peso y que acabara por dimitir, a posteriori, una de las esperanzas más firmes del Partido Popular.
Otro ejemplo modesto pero de gran importancia, ha sido la alianza de numerosos medios para la realización de una encuesta sobre la monarquía. Para Sampedro, se trata de un gran ejemplo de periodismo independiente. Pero éste…¿cómo es o debe ser? Responde el experto:
«El periodismo independiente no es proselitista ni adoctrinador. Guarda distancia crítica respecto a programas políticos concretos y los desborda. Un medio informativo no es un púlpito para impartir dogmas. Ni una plataforma de relaciones y campañas públicas. Menos aún, una trinchera de combate ideológico o cultural. Un medio independiente lo es porque atiende a la agenda de su público. Le pregunta por sus preferencias (...) y abre debates sin prefigurar el resultado».
Este tipo de prácticas ayuda a generar credibilidad, una cualidad difícil de adquirir y de conservar. Nadie la posee para siempre: conseguirla y mantenerla implica una compleja alianza de suerte, acierto y apuntalamientos internos y externos. Los medios son uno de los múltiples entes sociales que se alimentan de ella. Ser consciente de este proceso ayuda, también, a defenderse de las malas praxis periodísticas y a revolverse contra sus incoherencias. Propongo otro ejemplo. Cabría pensar que los medios, por no exponer sus propias vergüenzas, silenciarían completamente el aprovechamiento indigno que muchas empresas hacen de la figura del becario. Sin embargo, no lo hacen. ¿Por qué? 1) Porque cada medio es una entidad compleja. La censura, la autocensura, las presiones y los intereses editoriales empresariales funcionan, pero eso no implica que no haya espacio para contradicciones, grietas y brechas. 2) Porque los medios viven de la credibilidad, o, al menos, la venden. Si silenciaran el asunto de manera burda, se arriesgarían a perder el interés y el favor de parte de su audiencia.
En una clase sobre Spinoza, la filósofa Montserrat Galcerán defiende el pensamiento estratégico contra el esencialista, representativo o moralista. Es útil, sostiene, porque busca la potencia dentro del mundo real y es capaz de operar con los materiales de los que dispone en ese momento. A mi entender, éste debería ser el camino. En lugar de seguir pensando los medios como amigos o enemigos, deberíamos, creo, entenderlos como espacios con límites y potencias que queremos que funcionen lo mejor posible. Es decir: de manera independiente, comprometidos con los derechos humanos, tratando dignamente a sus trabajadores y alcanzando, en la práctica, la función social que recae teóricamente sobre sus hombros. De esta manera, no sólo ofrecerían un mejor servicio, sino que podríamos abordar sus (múltiples) problemas sin aspirar a tirar el bebé con el agua sucia. Caben dos conclusiones a esta reflexión. La primera, más pesimista, es la de aceptar y asumir que solo se puede ir a la guerra con el ejército que se tiene. La segunda, más positiva, es no olvidar que, con todo, el periodismo sigue siendo una herramienta tan potente como bella. No está escrito en ninguna constelación estelar que deba ser o una plataforma de manipulación masiva o un gueto de discusión elitista. Ni ingenuos ni aguafiestas. No hay que destruir el periodismo. Hay que luchar para que se parezca, lo más posible, al mejor oficio del mundo.
[1] La profesora Eva Aladro sostiene (a mi entender, con razón) que esto le ocurre también a los propios periodistas. De esta manera, aunque las teorías de la información y la comunicación se han sofisticado, los profesionales no habrían tenido interés en reflexionar sobre las mismas y actuar en base a ellas. Enlace: https://revistas.ucm.es/index.php/CIYC/article/view/41716/39754
[2] Lizcano, E. (2006). Metáforas que nos piensan. Madrid: Traficantes de Sueños.
[3] Víctor Sampedro realiza un resumen muy meritorio en este paper: https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/2901249.pdf
[4] Mark Fisher. “Salir del castillo del vampiro”. Disponible en: https://www.sinpermiso.info/textos/salir-del-castillo-del-vampiro
¿Qué pasa si dejamos de considerar a la propiedad como algo sagrado y “permanente”, que incluso trasciende al individuo (y su supuesto esfuerzo) hasta sus herederos, y empezamos a considerar que esta es imposible sin un complejo sistema de relaciones sociales colectivas que la sostiene desde su origen?
En el sistema semiológico de Barthes el mito se presenta como una potencia naturalizadora, una herramienta de normalización. Por eso, en su descripción de las lógicas de funcionamiento del mito hay todo un intento de impugnar la normalidad de los quehaceres cotidianos
Hemos lanzado una batería de preguntas a distintos pensadores y pensadoras con el fin de acercarnos a un análisis no tanto de la crisis del coronavirus en sí, como de los distintos escenarios de futuro a que nos puede conducir su salida. Aquí las respuestas que nos ha dado Luciana Cadahia, filósofa argentina, autora de Mediaciones de lo sensible. Hacia una nueva economía crítica de los dispositivos (FCE, 2017) y El círculo mágico del Estado (Lengua de Trapo, 2019).
Las comunidades no se pueden descontextualizar de los modos de producción en las que están insertas, de las transformaciones que se producen y en las que son producidas por seres humanos en el paso de sus vidas.
La crítica política y social se consiguió transmitir desde la crítica cultural, en una alianza estética de raigambre nietzscheana en la que la música era un elemento de transformación radical. Este nuevo paradigma no había sido aprovechado por la izquierda tradicional, que dejó pasar el impulso que esta revolución cultural había traído.
«La literatura, para mí, está presente en cada momento, en cada detalle de lo cotidiano, está sucediendo todo el tiempo. Pero, al mismo tiempo, qué difícil es lograr una buena traducción de la vida a las palabras, de la mente a las palabras.»
Hoy más que nunca necesitamos disponer de horizontes de futuro confiables, asegurar nuestras vidas -y no para cualquier forma de vida, sino para una que valga la pena ser vivida- como condición de posibilidad de cualquier forma de libertad política (pues sabemos que sin seguridad y confianza en el porvenir no hay libertad sino miedo y servidumbre).
'Los olvidados. Ficción de un proletariado reaccionario' no es un libro más, descubre el hilo común del pensamiento reaccionario contemporáneo y, a la vez, hace un ejercicio de arqueología brillante para responder a las entelequias de un obrerismo que pretende invocar a una clase obrera que jamás existió.
La pregunta que tenemos que hacernos es si preferimos vivir peor para mantener ciertos negocios o apostamos por mejorar la vida y forzar un desplazamiento productivo hacia otros sectores. Claramente lo que tiene que primar es la calidad de vida y lo que tiene que adaptarse es el modelo productivo, no al revés.
Somos mucho más rentables como espectadores-consumidores de contenido en plataformas ya que, si la televisión entraba en nuestra casa para ofrecernos entretenimiento a cambio de un porcentaje de tiempo invertido en publicidad, esta nueva forma de extracción de beneficios entra directamente en nuestro cuerpo, para buscar beneficios en los datos derivados de nuestro comportamiento.
¿tan importante es la relación que se da entre el mundo de lo lleno y de lo vaciado? Parece probable que sí, que sea necesario todo este despliegue orientado a disimular la naturaleza conflictiva de las relaciones sociales de lo vaciado, hacia dentro y hacia fuera, sobre todo porque todos los sujetos implicados arriesgan mucho en este juego.
Aquí las respuestas que nos ha dado Santiago Alba Rico, escritor, ensayista y filósofo, autor, entre otros, de Las reglas del caos. Apuntes para una antropología del mercado (Anagrama, 1995), Leer con niños (Caballo de Troya, 2007), Islamofobia: nosotros, los otros, el miedo (Icaria, 2015) y Ser o no ser (un cuerpo) (Seix Barral, 2017).
En medio de una pandemia mundial -donde el proceso productivo neoliberal en el que ya vivíamos condiciona nuestra manera de sentir, relacionarnos y también curarnos-lo último que se permite es adolecer. Nuestras pérdidas son rápidas, ocultadas, secretas, dejan un duelo mudo, pero igual de profundo, es un duelo arrebatado.
Pese a que son siglos lo que nos separa de los escritos de Burke, su definición de lo sublime parece ajustarse al milímetro a la situación actual, y nos da las claves para entender por qué podemos experimentar placer estético en las consecuencias de una pandemia.
Actualmente el debate se ha simplificado a partir de la categoría de "lo posmo", de manera que si te preocupa lo estético para construirte como sujeto, parece que estás abandonando la lucha de clases.
Si el ecologismo desea tener una incidencia real en las disputas políticas del futuro inmediato (y es imprescindible que la tenga) no puede pasar por alto las peculiaridades y temporalidades de las diversas esferas de lo humano.
La guerra en Ucrania sitúa en un primer plano la importante dependencia energética exterior de la UE y aboga por una aceleración en el proceso de transición verde acometida en toda su extensión.
El video presidencial en inglés siguen revelando datos importantes del relato que el gobierno está cocinando, en él se resignifican dos de las imágenes con las que se ha caracterizado al régimen uribista de Duque: la del títere y la del hombre desconectado de la realidad.
Cabe cuestionarse si a estos "liberales" alguna vez les importó algo más que su persona, si aquella condescendencia de clase no supone en realidad un brillante ejemplo de conciencia de clase –de clase privilegiada, por supuesto– a la que le duró demasiado el disfraz democrático y popular.
El contexto Covid-19 nos trae un 'horror vacui' diferente, algo más angustiante que la patología psicológica conocida como 'fear of missing out' (FOMO), la posibilidad de que no nos estemos perdiendo nada porque nada está pasando y nada puede pasar.
El duelo, mientras haya recuerdo, afecto, es inevitable. La cuestión consiste en hacer un duelo sano, que sea llevable, en una existencia y una pérdida de la que el sujeto sea capaz de hacerse cargo.
Disney no podría habernos ofrecido un simbolismo más explícito de su empresa ideológica: Una casa (propiedad privada) que requiere de nuevas, reformadas y más progresistas, formas dentro de la misma institución (familia) para poder recuperar la magia (herencia).
Más que luchar por una u otra interpretación, una misión muy loable pero que para mí aún es dudosa en el ejercicio de la crítica cultural, la indefinición de lo afectivo nos debe conducir a identificar a qué anhelos desarticulados apela la cultura popular.
A pesar de la omnipresencia de este debate, es necesario cubrir una carencia fundamental de la mayoría de estos discursos: rebatir el desdén generalizado ––en gran parte de las ocasiones automático; en otras sencillamente visceral–– hacia la nostalgia y, en consecuencia, hacia su poso melancólico.
¿Y si las plataformas y su modelo de explotación basado en la extracción de datos hubieran sido solo un impasse en el proceso de construcción del Internet que finalmente se estabilizará en el futuro?
Realismo capitalista es –haciendo de lo complejo sencillez y de las respuestas fáciles preguntas difíciles– una de las grandes obras políticas de nuestro siglo, la que emite algunas lecciones fácilmente numerables para las políticas del “deseo poscapitalista” en el siglo XXI.
La digitalización, que sigue un progreso exponencial según la ley de Moore, permite concebir, incluso a corto plazo, una sociedad en la que las máquinas realicen la mayor parte de las tareas, dejando a los humanos mucho tiempo para el autodesarrollo.
«Es necesario un nuevo movimiento internacionalista y pacifista que en los diferentes países movilice los intereses de las grandes mayorías, que exija la toma de acciones para prevenir conflictos, y en particular que se pongan fuertes límites a las armas nucleares.»
«Muchas personas dicen que la experiencia de haber participado en un laboratorio ciudadano les cambió la vida»
Como defendió Matt Colquhoun recientemente en su blog, la serie no es el capitalismo avanzando a través de la apropiación del sentimiento anticapitalista sino el sentimiento anticapitalista avanzando a través de la apropiación del capitalismo.
El valor de los libros de Peter Frase, Olin Wright y Aaron Bastani reside en su capacidad para darle la vuelta al famoso dictum de Jameson e imaginar que el neoliberalismo no existe. Hay una potencia afirmativa en esa negación que no es una cuestión menor.
El necro-liberalismo asume de forma explícita y obscena la imposibilidad de conjugar el mantenimiento de la vida con el mantenimiento del orden político y económico, de ahí que se caracterice por hacer gala y enarbolar sin complejo alguno la bandera del desprecio a la vida.
La coyuntura tiene la singularidad de ser aquel momento sin el cual no se podrían visualizar ni reflexionar sobre determinados problemas políticos. Pensar la coyuntura implica, decía el epistemólogo crítico Hugo Zemelman, comprender el presente-potencial.
Si ya no vemos igual, ni desde los mismos dispositivos, si cada vez hay más oferta de productos audiovisuales y el fútbol no mueve ficha, corre el riesgo de quedarse fuera de los nuevos mercados del consumo audiovisual.
Este artículo fue publicado originalmente por Stuart Hall en la revista Universities & Left Review, en el otoño de 1958, un momento en el que las transformaciones del capitalismo y de la izquierda después de la Segunda Guerra Mundial estaban cambiando Gran Bretaña y el mundo para siempre. La traducción al español es de Manuel Romero.
En definitiva, en el Manifiesto la ciencia le habla a la política como un cliente exigente que demanda aquellos servicios por los que paga. Esta posición no es nueva. Viene construyéndose desde hace décadas, en especial desde el mercado hacia el Estado.
En este marco el ámbito de la cultura cobra especial importancia en la consecución de la hegemonía, proceso a través del cual se universalizan intereses y afectos, en palabras de Gramsci, “la conquista del poder cultural es previa a la del poder político”.
El verano y las vacaciones se agotan, y también el tiempo libre para dedicar a la lectura, al cine o simplemente a no hacer nada. En el IECCS hemos recopilado algunos títulos de ensayos, novelas, películas y documentales para que puedas disfrutarlas durante el mes de agosto.
La afirmación de Wittgenstein de que no existe “aplicación” de una regla porque la instancia de aplicación es interna a la propia regla y, como consecuencia, la transforma, es totalmente válida como principio rector para escribir una tesis.
El pensamiento de Davis, como buen materialista y marxista, operaba en continuo diálogo con el ruido del presente, con sus obstáculos, sus rugosidades y pliegues, sus pervivencias, sus proyecciones y posibilidades.
Creo que hay pocas definiciones más hermosas de democracia que aquella que reconoce no ser más que el esfuerzo que realizamos conjuntamente para definir a oscuras, acompañado por otros tan ciegos como nosotros mismos, qué es bueno y qué es malo.
Este texto es un informe presentado el 20 de enero de 2017 en el marco de la sesión ¿Quiénes son los comunistas? de la Conferencia de Roma sobre el Comunismo. Fue publicado originalmente en italiano con el título Chi sono i comunisti en la página web del colectivo Euronomade, y traducido ahora al castellano por Manuel Romero.
Habitualmente se entiende que la ciencia ficción, precisamente por su carácter especulativo, es un género con una relación particular con el progresismo y la izquierda. Sin que esto sea necesariamente falso, la realidad es que la historia del género está llena de grandes figuras y obras notables con relación directa con posturas reaccionarias e incluso con el fanatismo religioso.
De un tiempo a esta parte me interesan las figuraciones de clase. Historias que reivindican las formas de vida obreras, ficciones que no esencializan ni se edifican en el antagonismo social y que de algún modo liberan a la literatura obrera de sus tareas históricas.
Las tesis que reproducimos a continuación fueron escritas por Bertolt Brecht en los años treinta, en el marco del debate con Gyorg Lukács sobre la definición de «realismo» en la literatura y el arte, así como el empleo del mismo por los artistas antifascistas.
El miedo de no saber qué demonios va a pasar con nuestra vida y con la de aquellos que queremos. El miedo de mirar al futuro y no saber qué esperar. El miedo de no ver un horizonte de posibilidad, sino un muro tras el cual no sabemos qué se esconde.
¿No hay algo profundamente sospechoso en reflejar del lado de lo plebeyo la responsabilidad última del fascismo? ¿Por qué no encontramos, del lado de las élites, una imagen que pudiera tener el mismo peso simbólico? No es casual que el pueblo aparezca como el lugar de una sospecha y las élites queden, astutamente, sustraídas de la escena.
La transformación digital sigue hoy una dirección marcada por las políticas del momento, que favorecen la concentración empresarial, la extracción masiva y la acumulación de poder. Pero, como sucedió a principios del siglo pasado, estos criterios políticos pueden cambiarse.
"La pandemia ha enfatizado enormemente una tendencia que ya se estaba dibujando: una condición de miedo a la corporeidad, me atrevería a decir, incluso, una sensibilización fóbica hacia el cuerpo del otro."
Si necesitamos pensar lo que nos está ocurriendo, ¿no sería importante que reflexionáramos sobre si lo que está sucediendo solo corrobora nuestras categorías y plantillas previas o si marca una diferencia aún por establecer?
Este texto se publica en el marco del debate que tuvo lugar en el seminario "Marx y El Capital en el mundo contemporáneo" entre Jesús Rodríguez y Manuel Romero a propósito del lugar de lo político en la teoría marxista.
La idea de la compulsión a la repetición es muy poderosa y ha calado profundamente en nuestra cultura. Me gustaría argumentar que, históricamente, el marxismo ha experimentado cuatro neurosis importantes: la neurosis económica, la neurosis filosófica, la neurosis histórica y la neurosis cultural.
La serie es un éxito puesto que (re)construye cómo una ideología como la Alt-Right puede llegar a ser hegemónica y lo hace en una dialéctica constante con la realidad que vive la sociedad estadounidense y sus pilares racistas.
Gorriti es Filósofa, becaria doctoral CONICET y docente de la UNC. Autora de Nicos Poulantzas: una teoría materialista del Estado (Doble ciencia). Farrán es Filósofo, Investigador CONICET y docente de posgrado (Universidad Nacional de Córdoba). Autor de Badiou y Lacan: el anudamiento del sujeto (Prometeo), Nodal. Método, estado, sujeto (La cebra) y Nodaléctica (La Cebra).
En suma, Mercado y Estado no son términos antitéticos, sino necesariamente complementarios. Pero decimos más: no se trata sólo de considerar que ambas realidades son dependientes históricamente, sino de enfatizar que sus componentes estructurales están tan sumamente involucrados que sus contornos llegan a hacerse borrosos, hasta el punto de confundirse.
En estas líneas comparto con las compañeras y compañeros de España algunas reflexiones sobre las elecciones del pasado 15 y 16 de mayo en Chile y su relación con la rebelión popular que se inició en octubre del 2019. Primeras impresiones que destilan optimismo por los resultados favorables para las fuerzas políticas transformadoras que obtuvieron la mayoría de los escaños en la Convención que redactará la nueva Constitución Política, una Convención con paridad de género y 17 representantes de los pueblos indígenas.
Series como 'Succession' sirven para detectar la corrosión del poder, la política y el dinero mientras nos deleitamos con las disfunciones psicológicas de sus protagonistas. Si la serie sirve para cartografiar el capitalismo multinacional es gracias a su efecto de “totalidad”.
La camaradería es el resultado de la solidaridad, del compromiso y de la disciplina. Es una práctica compleja, en la que se fracasa una vez para levantarse y fracasar mejor. A veces puede ser asfixiante, pero la mayor parte de las veces es liberadora. Somos nosotres en un sentido colectivo.
No es nuevo decir que, tras décadas de neoliberalismo, la responsabilidad sobre el empleo descansa cada vez más sobre los propios individuos. Cada vez son más los programas educativos que añaden en sus currículos una nueva y apetecible competencia: la empleabilidad.
Como dice Eva Illouz en el prólogo del libro de Horvat, parece que el capitalismo nos ha arrebatado la capacidad de amar de manera radical. Nos encontramos ante la imposibilidad de replantear un concepto que parece haber quedado diluido entre las crisis del neoliberalismo.
Con el verano liberamos algo de tiempo libre para dedicar a la lectura, al cine o simplemente a no hacer nada. En el IECCS hemos recopilado algunos títulos de ensayos y novelas para que podáis disfrutarlas durante el mes de agosto, y hacer así algo más ameno este calor insufrible.
Hay una creencia generalizada de que el progreso de la ciencia es imparable y de que la tecnología todo lo puede. No cabe en nuestras mentes, pero especialmente en la de nuestros gobernantes, que pueda haber límites biofísicos y energéticos a lo que somos capaces de hacer
«Leí tu libro la semana pasada y me sentí como si saliera a tomar aire después de pasar mucho tiempo bajo el agua. Me gustaría agradecerle de todo corazón que haya expresado de forma tan elocuente casi todo lo que había que decir, y que haya proporcionado una razón para la esperanza, cuando yo estaba a punto de desesperar.»
Al igual que los Shelby, podemos contemplar nuestras sociedades y afirmar que las élites son despiadadas, crueles e insolidarias. Sin embargo, conviene separarse de ellos a la hora de configurar el futuro a perseguir, uno en el que no quepan egoísmos narcisistas ni tradiciones opresoras.
¿En qué se debe basar, entonces, nuestro hacer político y sus distintos modos? He aquí la pregunta fundamental. La respuesta por la que aquí apostamos es la autonomía, la capacidad del grupo para dotarse de sus propias reglas independientemente de factores externos.