Hablamos entonces, ¿de ficción?, ¿de documental?, ¿de ensayo? O, más bien, ¿de la muerte del género y de las clasificaciones (viejunas)?
Es lunes a la hora de la siesta en Gijón, la borrasca Dana no da tregua, y, sin embargo, en la sala de proyecciones de la antigua Escuela de Comercio no hay una butaca libre. En cartelera: el pase único de Quién lo impide, la última indagación cinematográfica de Jonás Trueba (Madrid, 1981), en el Festival Internacional de Cine de Xixón que combate la clara falta de presupuesto con el cine europeo más vanguardista del momento – la excelente y despiadada Rien à foutre de Julie Lecoustre y Emmanuel Marre se hará con el premio al mejor largometraje. La expectación en la sede principal del festival es latente. Y una sabe que está ante un acontecimiento inusual, sino único, al menos en una ciudad de provincias, cuando a sus veintisiete años sube considerablemente la media de edad.
Antes de la proyección, Trueba entra en la abarrotada sala para presentar lo que él llama una “experiencia inmersiva” de 220 min de metraje con dos intermedios, y de paso pronunciar una declaración de intenciones que deja entrever por dónde irán los tiros: primero, que su película es una película para ver en la pantalla del cine de un tirón – y no en cualquier otra pantalla; segundo, que una película es un “espacio privilegiado donde dar lo mejor de nosotros mismos y compartir, como una red social, pero un poco más sosegada; una acumulación de cosas. Una oportunidad”; y tercero, y este es el punto más relevante, que los que ahí estamos presentes formamos una “pequeña comunidad”, una comunidad que se zambulle junta y a la vez en una historia que son a su vez muchas historias. Prometedor. Su cine entonces cobra más de un significado: lejos de ser un mero y burdo entretenimiento de un día de lluvia, ha de ser visto como un elemento de unión y acción política subversiva. Unas directrices, ambiciosas y necesarias en la era de Netflix, que comparte, aunque por supuesto a su manera, el todavía más joven director Enrique García-Vázquez (Valladolid, 1997), quien recientemente estrenó Buscando la película (verano 2020), su debut como “largometrajista”, en la Seminci de Valladolid. La película de García-Vázquez, una road movie filmada en las postrimerías del confinamiento, indaga en las respuestas a una gran pregunta: “¿qué asusta a nuestra generación [los millenials más cercanos a los Z y viceversa]?”. Las dos películas tienen muchos puntos en común, y, a la vez, muchas diferencias.
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La pandemia todo lo contagia, todo lo impregna, y, quizás, todo lo modifica. Las dos películas empiezan en el mismo punto de partida histórico: aquellos días de marzo en los que todo se paró. Y como no podía ser de otra manera, la primera toma de Quién lo impide transcurre en la red, en una de esas muchas llamadas que casi todos hicimos para sentirnos un poco más cerca de lo que no podíamos palpar con las manos. Jonás Trueba reúne a los ocho protagonistas – por ponerle un nombre a los actores que más salen, aunque protagonistas son todos, los cerca de 300 – para anunciarles que (por fin) ha terminado la película tras cuatro largos años de búsqueda incesante de historias, retratos, y personajes por institutos públicos de la Comunidad de Madrid – la de Trueba es un canto a la escuela pública, laica y de calidad. Atrás quedan los innumerables rodajes, las decenas de entrevistas, sinceras y respetuosas, a los alumnos, los muchos viajes iniciados y no siempre terminados, y un material final de cientos de horas de grabación condensado en apenas tres y media. Por el camino: la vida mundana y corriente de unos quinceañeros que se enfrentan a su día a día con las inquietudes, miedos y pasiones propias de su edad y a la que el espectador accede, de manera íntima, resulta, y sin tapujos, gracias en parte a la cámara en hombro de 35mm con la que Trueba grabó la mayor parte de las escenas.
Y la película termina donde empezó: en “un pasado futuro” de una conversación online con Candela, una de las protagonistas, sobre la grabación de la grabación de un concierto en la Tabacalera de Madrid, y con los rostros, curiosos y anhelantes, de decenas de chavales de instituto con todo por delante en una proyección de la película (a Trueba le gusta decir que el final de sus películas es solo el comienzo de otra, y Quién lo impide bebe de la toma final de La Reconquista (2016) en la que sonaba la arrolladora canción de Rafael Berrio con título homónimo). Un final que, previsiblemente, será también un comienzo: el futuro prometedor y aún por escribir, pese a todo, porque, ¿quién lo impide? Una pregunta que esconde un horizonte no solo fílmico sino también vital.
En Buscando la película, por el contrario, la pandemia es el punto de arranque; es marzo y no hay nada dicho todavía. “Nuestra historia”, comienza García-Vázquez en off, “empieza justo en mitad del puto confinamiento. Yo estaba rallado por si no podía seguir haciendo cine y se avecinaba una posguerra cojonuda”. No era ese tiempo de hacer cine – para el recuerdo, y como excepción, la serie Diarios de una pandemia emitida en La 1 – ni de hacer casi nada. Lo dice muy bien García-Vázquez en los momentos que siguen, “cuando saliésemos de nuestras casas, iríamos a buscar la película”, un futuro hipotético que habría de llegar tarde o temprano en esos días de mayo y junio que nunca fueron tan largos y libres.
El filme de García-Vázquez se desarrolla, como su subtítulo bien indica, en el primer verano pandémico “con todas las medidas sanitarias” y en el exterior, ese espacio inmenso y tan necesario que nos fue negado durante aquella nefasta primavera. En el camino, el retrato de una generación tocada pero no hundida; en el objetivo, la idea de “crear a fin de cuentas” y de “almacenar mensajes”, como dice Karu Borge en la toma final, en clara sintonía con la “acumulación de cosas” con la que Trueba define su película. Eso, o no querer decir que las dos películas conforman un sello generacional, un archivo millenial en territorio español.
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Hay una estrofa clave en “Quién lo impide”, la canción de Rafael Berrio que inspira la película de Trueba, que incita a “cambiar tu nombre/ por otro que suene mejor/ acabar con tu linaje de una vez por todas”. Decidir la identidad de uno mismo, trazar un camino propio, dibujar el concepto de (auto)independencia, son algunas de las señales de rebeldía inherentes a los quince años – y que algunos, afortunados, siguen practicando hasta el ocaso (pensemos en el dueño del cine libertario del final de Buscando la película ya canoso pero siempre revolucionario). Un trabajo, el de (re)construcción de los personajes que es también una forma audaz de búsqueda personal, de ensayo y error, o ensayo y acierto, que las dos películas exploran.
En los momentos que siguen a la introducción de Buscando la película vemos al director, Enrique García-Vázquez, sentado frente a un espejo junto al equipo de rodaje: se dispone a dejarse rapar el pelo por su ayudante de sonido para “convertirse en un personaje”, una suerte de ritual que precede al comienzo del viaje; o una forma de volverse un otro, deseado, quizás reprimido personaje, que habita, también, silenciosamente, nuestra piel. Quién es entonces el hombre rapado que aparece insistentemente en las siguientes escenas, ¿es Enrique García-Vázquez?, ¿el director?, ¿o un personaje? La respuesta está, también, en la canción de Rafael Berrio cuando éste dice: “apuntarías en un cuaderno / un nuevo código de honor / pero siempre en verso, nunca en prosa”.
Un juego similar ocurre a continuación de la llamada inicial por Zoom de Trueba a sus protagonistas; la narración viaja al pasado prepandémico de un día de primavera en un parque. Hay un cámara, interpretado por el propio Jonás, que graba a unos adolescentes – los mismos que luego veremos crecer, enamorarse, sufrir y soñar – planeando el desarrollo de una historia, como si de un juego teatral se tratara. “La película no es una película realista, es algo más: es idealista”, sentenciará luego Trueba en el coloquio que sigue a la proyección de la película en el FICX de Gijón. Ese idealismo se refleja, entre otros muchos aspectos, en el hecho de que la historia la construyen y negocian todos los ahí presentes, a través del diálogo, en mutuo acuerdo. Quién lo impide no es la voz de uno, sino de muchos, un detalle sobre el que Trueba hace a menudo hincapié: la idea de que una película es un trabajo en equipo, una experiencia colectiva, como bien vemos también en Buscando la película donde el director es secundado, insistentemente y en jerarquía vertical, por Karu Borge, Sofía Corral y Lucía Lobato.
Los adolescentes de Trueba simulan a continuación la historia que han construido previamente juntos y la cámara les graba. Pero la historia no muere ahí, en el parque, sino que se adentra en la intimidad de esos adolescentes – una intimidad casi siempre recreada en espacios públicos, donde son más ellos, lejos de la mirada paternal – y viaja a una mañana cualquiera de un instituto en el que ya no están solos sino rodeados de compañeros. En los institutos, dentro de la institución pero fuera de sus cánones normativos, es donde la película adquiere el carácter de documental y también de archivo – los alumnos son entrevistados, de dos en dos, por un Trueba del que ya solo escuchamos la voz. Lo mismo ocurre en el viaje de Buscando la película; las escenas en el coche y las acampadas silvestres dan paso a testimonios de miedo y esperanza postconfinamiento protagonizados por jóvenes de distintas edades.
Hablamos entonces, ¿de ficción?, ¿de documental?, ¿de ensayo? O, más bien, ¿de la muerte del género y de las clasificaciones (viejunas)?
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La primera vez que Jonás Trueba asistió como invitado a la Seminci de Valladolid fue para presentar Todas las canciones hablan de mí (2010), su debut como largometrajista que le valió una nominación al Goya como mejor director novel. El filme, un prometedor comienzo que auguraba grandes viajes, fue sin embargo rápidamente ensombrecido por Los ilusos (2012), un canto al Madrid más parisino a través de un grupo de amigos veinteañeros sin trabajo que simplemente estaban – porque en el cine de Trueba los personajes saben estar.
En su segunda visita a Valladolid, Trueba llegó con la película bajo el brazo, la puso en los cines Broadway, encandiló a crítica y público, recibió una gran ovación, y se marchó de vuelta a Madrid con la famosa copia. La copia – analógica como debe ser –era la única copia que existía de la película, y durante meses Trueba recorrió la geografía española llevándola allí donde le llamaran, una costumbre que tanto él como sus actores todavía conservan, reflejo de ese interés, cada vez más subversivo e insurrecto, por crear una “pequeña comunidad” en una sala de cine. El cine, una vez más, como vehículo de cohesión social y no como instrumento comercial.
Los ilusos sentó un patrón, a diez años vista ahora, de trabajo en equipo entre amigos por el simple placer de hacer cine; de dejar que cámara y personajes estén aunque no sean del todo; de emprender caminos cuyo destino se desconoce; de buscar una mirada propia y por ende siempre joven. Un código de honor, “en verso y nunca en prosa”, que Trueba ya no abandonaría – y ojalá no lo haga nunca. A aquella retrospectiva madrileña le siguieron algunas otras: el viaje inolvidable en cutrecaravana al ritmo del grupo Tulsa de Los exiliados románticos (2015); la oda al amor en dos tiempos y dos edades de La reconquista (2016); el tiempo de asueto, improductivo y errante, de un Madrid de verano en La virgen de agosto (2019); y hasta hoy.
Los filmes de Trueba y García-Vázquez hablan sobre todo de los principios, de los primeros titubeos algo a ciegas, del camino por delante; o, como bien dicen en Buscando la película, de “una introducción constante”. En su introducción en el mundo del cine, en casa, en la Seminci del 2021, García-Vázquez llenó la sala, y pese a todo. Quedan por ver sus próximas búsquedas: el futuro.
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Una de las características de la narración de viajes en el componente de imprevisibilidad: se sabe con certeza dónde empieza (en la chimenea de la sala de estar de García-Vázquez en la que quema el guion de una película fallida, o en el autocar de “vamos 28 y volvemos 28” del viaje de fin de curso al sur de Trueba), pero es difícil pronosticar el final; el desarrollo es incierto porque los itinerarios son ilimitados. Curiosamente, ninguna de las dos películas tenía un guion previo – “caminante, no hay camino, se hace camino al andar”, dice el poeta. Y en ambas películas el camino son los espacios por los que transcurre la narración; espacios que se dividen entre el rodaje y el montaje.
Quién lo impide busca deliberadamente el exterior, que, cuando se tiene quince años, es todo menos la casa familiar: el instituto, los parques del botellón, las salidas nocturnas, la casa del amigo que se ha quedado solo, los alrededores del pueblo. Lejos del espacio doméstico, los adolescentes de Trueba se sinceran frente a la cámara. Llama la atención la ausencia de teléfonos, como si la intención fuera retratar al verdadero “yo” y borrar esa ficción que proyectan las redes (Trueba precisará más tarde que “no me interesa el móvil; creo que es algo a lo que ya se le presta demasiada atención”, otra declaración suya más a apuntar; y (nos) reta: “¿por qué tiene que aparecer siempre el teléfono?”).
Algo similar ocurre en Buscando la película donde el equipo de rodaje se cita con los entrevistados, en grupo y sin pantallas de por medio, en los escenarios icónicos de cualquier verano en España: la piscina de Novaliches, Castellón, un parque de skate en Coria, Cáceres, el Cinema Palleiriso en Garabelos, Ourense, o el reducto libre de Matavenero, León, en donde solo los más experimentados resistirán a la llegada del otoño. Pero si hay un espacio que quizás mejor define el antes y el después es el del otrora sede del Viñarock transformada ahora en explanada fantasma habitada en la película solo por la narrativa postconfinamiento de un grupo de chicas que (se) cuentan aquellos días raros.
Con todo, los espacios, personajes y retratos que vemos en las dos películas son solo algunos, pocos, de los muchos que se filmaron. Ahí el montaje fue decisivo; “lo que queda en la película es una selección de la selección de la selección. Han quedado fuera testimonios muy valiosos (…) he asumido una responsabilidad muy delicada y de la que a veces sigo teniendo dudas”, señala Trueba en el coloquio. Una selección, y un rodaje, que implicaron innumerables horas de pasión y trabajo. ¿La receta? Trueba la desvela como un secreto de laboratorio poético: “tiempo y ganas”. Tiempo y ganas: otro horizonte fílmico y vital.
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Cuenta Jonás Trueba que “las películas a veces se hacen esclavas de la realidad” y que lo que le interesa del cine es la posibilidad que nos brinda de cambiar esa realidad, el curso de los acontecimientos, proyectar ante nuestros ojos ese sueño que nunca pudo llegar a ser y sin embargo existe. Tener la posibilidad de. Es lunes, a la hora de la siesta, llueve a mares junto a la Playa de San Lorenzo en Gijón pero la sala de cine está llena, en parte de adolescentes a los que seguro el espacio – una sala en silencio donde el móvil está prohibido – les remite a tiempos otros, arcaicos. Las luces se apagan, el proyector se enciende, y los espectadores iniciamos el viaje juntos. “¿Quién lo impide? / Nadie lo impide”.
Este texto es un informe presentado el 20 de enero de 2017 en el marco de la sesión ¿Quiénes son los comunistas? de la Conferencia de Roma sobre el Comunismo. Fue publicado originalmente en italiano con el título Chi sono i comunisti en la página web del colectivo Euronomade, y traducido ahora al castellano por Manuel Romero.
Los nuevos periodistas crecen sabiendo que su futuro es un campo de minas, estudian una carrera muy mal estructurada y muy exigente y, como recompensa a todo ese aguante, obtienen un puesto mal remunerado, tremendamente esclavo y, por supuesto, inestable y frágil.
Aquí las respuestas que nos ha dado Santiago Alba Rico, escritor, ensayista y filósofo, autor, entre otros, de Las reglas del caos. Apuntes para una antropología del mercado (Anagrama, 1995), Leer con niños (Caballo de Troya, 2007), Islamofobia: nosotros, los otros, el miedo (Icaria, 2015) y Ser o no ser (un cuerpo) (Seix Barral, 2017).
En definitiva, en el Manifiesto la ciencia le habla a la política como un cliente exigente que demanda aquellos servicios por los que paga. Esta posición no es nueva. Viene construyéndose desde hace décadas, en especial desde el mercado hacia el Estado.
Hemos lanzado una batería de preguntas a distintos pensadores y pensadoras con el fin de acercarnos a un análisis no tanto de la crisis del coronavirus en sí, como de los distintos escenarios de futuro a que nos puede conducir su salida. Aquí las respuestas que nos ha dado Luciana Cadahia, filósofa argentina, autora de Mediaciones de lo sensible. Hacia una nueva economía crítica de los dispositivos (FCE, 2017) y El círculo mágico del Estado (Lengua de Trapo, 2019).
Disney no podría habernos ofrecido un simbolismo más explícito de su empresa ideológica: Una casa (propiedad privada) que requiere de nuevas, reformadas y más progresistas, formas dentro de la misma institución (familia) para poder recuperar la magia (herencia).
De un tiempo a esta parte me interesan las figuraciones de clase. Historias que reivindican las formas de vida obreras, ficciones que no esencializan ni se edifican en el antagonismo social y que de algún modo liberan a la literatura obrera de sus tareas históricas.
En suma, Mercado y Estado no son términos antitéticos, sino necesariamente complementarios. Pero decimos más: no se trata sólo de considerar que ambas realidades son dependientes históricamente, sino de enfatizar que sus componentes estructurales están tan sumamente involucrados que sus contornos llegan a hacerse borrosos, hasta el punto de confundirse.
La serie es un éxito puesto que (re)construye cómo una ideología como la Alt-Right puede llegar a ser hegemónica y lo hace en una dialéctica constante con la realidad que vive la sociedad estadounidense y sus pilares racistas.
En medio de una pandemia mundial -donde el proceso productivo neoliberal en el que ya vivíamos condiciona nuestra manera de sentir, relacionarnos y también curarnos-lo último que se permite es adolecer. Nuestras pérdidas son rápidas, ocultadas, secretas, dejan un duelo mudo, pero igual de profundo, es un duelo arrebatado.
Al igual que los Shelby, podemos contemplar nuestras sociedades y afirmar que las élites son despiadadas, crueles e insolidarias. Sin embargo, conviene separarse de ellos a la hora de configurar el futuro a perseguir, uno en el que no quepan egoísmos narcisistas ni tradiciones opresoras.
El pensamiento de Davis, como buen materialista y marxista, operaba en continuo diálogo con el ruido del presente, con sus obstáculos, sus rugosidades y pliegues, sus pervivencias, sus proyecciones y posibilidades.
¿Qué pasa si dejamos de considerar a la propiedad como algo sagrado y “permanente”, que incluso trasciende al individuo (y su supuesto esfuerzo) hasta sus herederos, y empezamos a considerar que esta es imposible sin un complejo sistema de relaciones sociales colectivas que la sostiene desde su origen?
Pese a que son siglos lo que nos separa de los escritos de Burke, su definición de lo sublime parece ajustarse al milímetro a la situación actual, y nos da las claves para entender por qué podemos experimentar placer estético en las consecuencias de una pandemia.
La guerra en Ucrania sitúa en un primer plano la importante dependencia energética exterior de la UE y aboga por una aceleración en el proceso de transición verde acometida en toda su extensión.
Con el verano liberamos algo de tiempo libre para dedicar a la lectura, al cine o simplemente a no hacer nada. En el IECCS hemos recopilado algunos títulos de ensayos y novelas para que podáis disfrutarlas durante el mes de agosto, y hacer así algo más ameno este calor insufrible.
¿tan importante es la relación que se da entre el mundo de lo lleno y de lo vaciado? Parece probable que sí, que sea necesario todo este despliegue orientado a disimular la naturaleza conflictiva de las relaciones sociales de lo vaciado, hacia dentro y hacia fuera, sobre todo porque todos los sujetos implicados arriesgan mucho en este juego.
La camaradería es el resultado de la solidaridad, del compromiso y de la disciplina. Es una práctica compleja, en la que se fracasa una vez para levantarse y fracasar mejor. A veces puede ser asfixiante, pero la mayor parte de las veces es liberadora. Somos nosotres en un sentido colectivo.
Gorriti es Filósofa, becaria doctoral CONICET y docente de la UNC. Autora de Nicos Poulantzas: una teoría materialista del Estado (Doble ciencia). Farrán es Filósofo, Investigador CONICET y docente de posgrado (Universidad Nacional de Córdoba). Autor de Badiou y Lacan: el anudamiento del sujeto (Prometeo), Nodal. Método, estado, sujeto (La cebra) y Nodaléctica (La Cebra).
'Los olvidados. Ficción de un proletariado reaccionario' no es un libro más, descubre el hilo común del pensamiento reaccionario contemporáneo y, a la vez, hace un ejercicio de arqueología brillante para responder a las entelequias de un obrerismo que pretende invocar a una clase obrera que jamás existió.
En este marco el ámbito de la cultura cobra especial importancia en la consecución de la hegemonía, proceso a través del cual se universalizan intereses y afectos, en palabras de Gramsci, “la conquista del poder cultural es previa a la del poder político”.
El valor de los libros de Peter Frase, Olin Wright y Aaron Bastani reside en su capacidad para darle la vuelta al famoso dictum de Jameson e imaginar que el neoliberalismo no existe. Hay una potencia afirmativa en esa negación que no es una cuestión menor.
Cabe cuestionarse si a estos "liberales" alguna vez les importó algo más que su persona, si aquella condescendencia de clase no supone en realidad un brillante ejemplo de conciencia de clase –de clase privilegiada, por supuesto– a la que le duró demasiado el disfraz democrático y popular.
En estas líneas comparto con las compañeras y compañeros de España algunas reflexiones sobre las elecciones del pasado 15 y 16 de mayo en Chile y su relación con la rebelión popular que se inició en octubre del 2019. Primeras impresiones que destilan optimismo por los resultados favorables para las fuerzas políticas transformadoras que obtuvieron la mayoría de los escaños en la Convención que redactará la nueva Constitución Política, una Convención con paridad de género y 17 representantes de los pueblos indígenas.
No es nuevo decir que, tras décadas de neoliberalismo, la responsabilidad sobre el empleo descansa cada vez más sobre los propios individuos. Cada vez son más los programas educativos que añaden en sus currículos una nueva y apetecible competencia: la empleabilidad.
«Es necesario un nuevo movimiento internacionalista y pacifista que en los diferentes países movilice los intereses de las grandes mayorías, que exija la toma de acciones para prevenir conflictos, y en particular que se pongan fuertes límites a las armas nucleares.»
Las tesis que reproducimos a continuación fueron escritas por Bertolt Brecht en los años treinta, en el marco del debate con Gyorg Lukács sobre la definición de «realismo» en la literatura y el arte, así como el empleo del mismo por los artistas antifascistas.
Creo que hay pocas definiciones más hermosas de democracia que aquella que reconoce no ser más que el esfuerzo que realizamos conjuntamente para definir a oscuras, acompañado por otros tan ciegos como nosotros mismos, qué es bueno y qué es malo.
¿No hay algo profundamente sospechoso en reflejar del lado de lo plebeyo la responsabilidad última del fascismo? ¿Por qué no encontramos, del lado de las élites, una imagen que pudiera tener el mismo peso simbólico? No es casual que el pueblo aparezca como el lugar de una sospecha y las élites queden, astutamente, sustraídas de la escena.
Si el ecologismo desea tener una incidencia real en las disputas políticas del futuro inmediato (y es imprescindible que la tenga) no puede pasar por alto las peculiaridades y temporalidades de las diversas esferas de lo humano.
La coyuntura tiene la singularidad de ser aquel momento sin el cual no se podrían visualizar ni reflexionar sobre determinados problemas políticos. Pensar la coyuntura implica, decía el epistemólogo crítico Hugo Zemelman, comprender el presente-potencial.
¿En qué se debe basar, entonces, nuestro hacer político y sus distintos modos? He aquí la pregunta fundamental. La respuesta por la que aquí apostamos es la autonomía, la capacidad del grupo para dotarse de sus propias reglas independientemente de factores externos.
«La literatura, para mí, está presente en cada momento, en cada detalle de lo cotidiano, está sucediendo todo el tiempo. Pero, al mismo tiempo, qué difícil es lograr una buena traducción de la vida a las palabras, de la mente a las palabras.»
Como dice Eva Illouz en el prólogo del libro de Horvat, parece que el capitalismo nos ha arrebatado la capacidad de amar de manera radical. Nos encontramos ante la imposibilidad de replantear un concepto que parece haber quedado diluido entre las crisis del neoliberalismo.
Series como 'Succession' sirven para detectar la corrosión del poder, la política y el dinero mientras nos deleitamos con las disfunciones psicológicas de sus protagonistas. Si la serie sirve para cartografiar el capitalismo multinacional es gracias a su efecto de “totalidad”.
Habitualmente se entiende que la ciencia ficción, precisamente por su carácter especulativo, es un género con una relación particular con el progresismo y la izquierda. Sin que esto sea necesariamente falso, la realidad es que la historia del género está llena de grandes figuras y obras notables con relación directa con posturas reaccionarias e incluso con el fanatismo religioso.
Realismo capitalista es –haciendo de lo complejo sencillez y de las respuestas fáciles preguntas difíciles– una de las grandes obras políticas de nuestro siglo, la que emite algunas lecciones fácilmente numerables para las políticas del “deseo poscapitalista” en el siglo XXI.
El contexto Covid-19 nos trae un 'horror vacui' diferente, algo más angustiante que la patología psicológica conocida como 'fear of missing out' (FOMO), la posibilidad de que no nos estemos perdiendo nada porque nada está pasando y nada puede pasar.
Este texto se publica en el marco del debate que tuvo lugar en el seminario "Marx y El Capital en el mundo contemporáneo" entre Jesús Rodríguez y Manuel Romero a propósito del lugar de lo político en la teoría marxista.
El miedo de no saber qué demonios va a pasar con nuestra vida y con la de aquellos que queremos. El miedo de mirar al futuro y no saber qué esperar. El miedo de no ver un horizonte de posibilidad, sino un muro tras el cual no sabemos qué se esconde.
Hoy más que nunca necesitamos disponer de horizontes de futuro confiables, asegurar nuestras vidas -y no para cualquier forma de vida, sino para una que valga la pena ser vivida- como condición de posibilidad de cualquier forma de libertad política (pues sabemos que sin seguridad y confianza en el porvenir no hay libertad sino miedo y servidumbre).
Actualmente el debate se ha simplificado a partir de la categoría de "lo posmo", de manera que si te preocupa lo estético para construirte como sujeto, parece que estás abandonando la lucha de clases.
La crítica política y social se consiguió transmitir desde la crítica cultural, en una alianza estética de raigambre nietzscheana en la que la música era un elemento de transformación radical. Este nuevo paradigma no había sido aprovechado por la izquierda tradicional, que dejó pasar el impulso que esta revolución cultural había traído.
El verano y las vacaciones se agotan, y también el tiempo libre para dedicar a la lectura, al cine o simplemente a no hacer nada. En el IECCS hemos recopilado algunos títulos de ensayos, novelas, películas y documentales para que puedas disfrutarlas durante el mes de agosto.
¿Y si las plataformas y su modelo de explotación basado en la extracción de datos hubieran sido solo un impasse en el proceso de construcción del Internet que finalmente se estabilizará en el futuro?
«Leí tu libro la semana pasada y me sentí como si saliera a tomar aire después de pasar mucho tiempo bajo el agua. Me gustaría agradecerle de todo corazón que haya expresado de forma tan elocuente casi todo lo que había que decir, y que haya proporcionado una razón para la esperanza, cuando yo estaba a punto de desesperar.»
En el sistema semiológico de Barthes el mito se presenta como una potencia naturalizadora, una herramienta de normalización. Por eso, en su descripción de las lógicas de funcionamiento del mito hay todo un intento de impugnar la normalidad de los quehaceres cotidianos
La digitalización, que sigue un progreso exponencial según la ley de Moore, permite concebir, incluso a corto plazo, una sociedad en la que las máquinas realicen la mayor parte de las tareas, dejando a los humanos mucho tiempo para el autodesarrollo.
El necro-liberalismo asume de forma explícita y obscena la imposibilidad de conjugar el mantenimiento de la vida con el mantenimiento del orden político y económico, de ahí que se caracterice por hacer gala y enarbolar sin complejo alguno la bandera del desprecio a la vida.
La pregunta que tenemos que hacernos es si preferimos vivir peor para mantener ciertos negocios o apostamos por mejorar la vida y forzar un desplazamiento productivo hacia otros sectores. Claramente lo que tiene que primar es la calidad de vida y lo que tiene que adaptarse es el modelo productivo, no al revés.
El duelo, mientras haya recuerdo, afecto, es inevitable. La cuestión consiste en hacer un duelo sano, que sea llevable, en una existencia y una pérdida de la que el sujeto sea capaz de hacerse cargo.
El video presidencial en inglés siguen revelando datos importantes del relato que el gobierno está cocinando, en él se resignifican dos de las imágenes con las que se ha caracterizado al régimen uribista de Duque: la del títere y la del hombre desconectado de la realidad.
«Muchas personas dicen que la experiencia de haber participado en un laboratorio ciudadano les cambió la vida»
Si necesitamos pensar lo que nos está ocurriendo, ¿no sería importante que reflexionáramos sobre si lo que está sucediendo solo corrobora nuestras categorías y plantillas previas o si marca una diferencia aún por establecer?
Si ya no vemos igual, ni desde los mismos dispositivos, si cada vez hay más oferta de productos audiovisuales y el fútbol no mueve ficha, corre el riesgo de quedarse fuera de los nuevos mercados del consumo audiovisual.
Las comunidades no se pueden descontextualizar de los modos de producción en las que están insertas, de las transformaciones que se producen y en las que son producidas por seres humanos en el paso de sus vidas.
Este artículo fue publicado originalmente por Stuart Hall en la revista Universities & Left Review, en el otoño de 1958, un momento en el que las transformaciones del capitalismo y de la izquierda después de la Segunda Guerra Mundial estaban cambiando Gran Bretaña y el mundo para siempre. La traducción al español es de Manuel Romero.
"La pandemia ha enfatizado enormemente una tendencia que ya se estaba dibujando: una condición de miedo a la corporeidad, me atrevería a decir, incluso, una sensibilización fóbica hacia el cuerpo del otro."
A pesar de la omnipresencia de este debate, es necesario cubrir una carencia fundamental de la mayoría de estos discursos: rebatir el desdén generalizado ––en gran parte de las ocasiones automático; en otras sencillamente visceral–– hacia la nostalgia y, en consecuencia, hacia su poso melancólico.
Somos mucho más rentables como espectadores-consumidores de contenido en plataformas ya que, si la televisión entraba en nuestra casa para ofrecernos entretenimiento a cambio de un porcentaje de tiempo invertido en publicidad, esta nueva forma de extracción de beneficios entra directamente en nuestro cuerpo, para buscar beneficios en los datos derivados de nuestro comportamiento.
Más que luchar por una u otra interpretación, una misión muy loable pero que para mí aún es dudosa en el ejercicio de la crítica cultural, la indefinición de lo afectivo nos debe conducir a identificar a qué anhelos desarticulados apela la cultura popular.
Hay una creencia generalizada de que el progreso de la ciencia es imparable y de que la tecnología todo lo puede. No cabe en nuestras mentes, pero especialmente en la de nuestros gobernantes, que pueda haber límites biofísicos y energéticos a lo que somos capaces de hacer
Como defendió Matt Colquhoun recientemente en su blog, la serie no es el capitalismo avanzando a través de la apropiación del sentimiento anticapitalista sino el sentimiento anticapitalista avanzando a través de la apropiación del capitalismo.
La transformación digital sigue hoy una dirección marcada por las políticas del momento, que favorecen la concentración empresarial, la extracción masiva y la acumulación de poder. Pero, como sucedió a principios del siglo pasado, estos criterios políticos pueden cambiarse.
La afirmación de Wittgenstein de que no existe “aplicación” de una regla porque la instancia de aplicación es interna a la propia regla y, como consecuencia, la transforma, es totalmente válida como principio rector para escribir una tesis.