La crítica política y social se consiguió transmitir desde la crítica cultural, en una alianza estética de raigambre nietzscheana en la que la música era un elemento de transformación radical. Este nuevo paradigma no había sido aprovechado por la izquierda tradicional, que dejó pasar el impulso que esta revolución cultural había traído.
La obra de Mark Fisher ilumina de manera magistral la relación entre la cultura popular y la política en el comienzo del siglo XXI, mediante un examen de la cultura contemporánea. Fisher caracteriza el comienzo del presente siglo como una época de decadencia en la cultura y en la música, especialmente este análisis de Fisher tiene una especial importancia en algo que él vivió muy de cerca y que ha sido parte fundamental de la cultura reciente de Inglaterra: la música pop, entendida como un campo de batalla cultural potenciado y globalizado por el poder de la industria musical y de los intereses culturales del público masivo de la juventud de los años 60.
La evolución de la música pop desde los años 60 hasta los primeros compases del siglo XXI es desalentadora según Fisher, pero en el siguiente artículo vamos a intentar mostrar como la tranformación de la cultura pop que en su día representó el espejo en el que se condensaban los anhelos de cambio político y social de la generación baby boomer, hoy en día se ha roto en mil pedazos, dejando por un lado un rastro de trozos inservibles, en el que es difícil reflejar nuevos mundos, generando impotencia.
Para comenzar a analizar esta transformación del un pop modernista a una posmodernidad pop habría que prestar atención sobre a qué nos referimos cuando hablamos de pop. Fisher distingue por un lado, el popismo, un concepto que hace alusión a la música entendida como un entretenimiento para las masas sin ninguna conexión con la capacidad transformadora del arte y la política. Por otro lado, en los años 60 se generó una música pop, que aspiraba a la transformación cultural y artística y política, representada en por una multitud de movimientos que desde los años 60 cambiaron la concepción de la música y el entretenimiento. Según Fisher esta última noción fue posibilitada históricamente por una infraestructura; la educación superior gratuita, que a partir de los años 60 interconectó elementos de alta y baja cultura, experimentación vanguardista y la política, que se introducen en el seno de la industria musical.
Para entender este proceso es necesario hacer una retrospectiva. Partimos de los años 50 donde la industria musical sólo había sido capaz de popularizar bailes de moda y solistas melódicos sin ninguna pretensión cultural más allá que la del entretenimiento. Elvis estaba destinado a ser un producto más, y a principios de los años 60 el rock and roll era un género en franca decadencia. La visión optimista y hedónica y la necesidad de plantear un futuro alternativo era una característica fundamental de la música pop en los años 60 y principios de los 70. Fenómenos como la psicodelia, el krautrock, el glam, revolucionaron e influyeron a una velocidad inusitada la producción musical. Ya no se hacía música fundamentalmente para los momentos de ocio y dispersión, también se hacía para modificar la atención del oyente hacia nuevos mundos, nuevas formas de entender la realidad, las relaciones de poder, de género. El rock ya no era sólo un baile como su pariente lejano, pero sin perder su vertiente hedonista había incorporado la seriedad de la alta cultura y las aspiraciones de la vanguardia, esta vez con la conciencia de una nueva clase revolucionaria, la juventud, que irrumpía para quebrantar definitivamente el viejo mundo. La música inspiraba y reflejaba revueltas sociales y políticas, de cada momento, como la luchacontra la guerra del vietnam, contra la discriminación racial o las revueltas de trabajadores en Inglaterra.
Esta simbiosis entre la industria musical y la cultura juvenil sin precedentes a nivel global incorporaba muchos de los anhelos emancipadores de la modernidad. El acceso de los jóvenes a la universidad, al consumo y a la alta cultura prefiguraron a la juventud como un actor relevante social y culturalmente para generar otras formas de sentir, de relacionarse y de vivir, frente a la cultura burguesa de sus padres, educada en sociedades más disciplinarias, generando un nuevo paradigma contracultural que aspiraba a una transformación radical del mundo y de la vida.
La juventud se comenzó a politizar mediante la cultura y la música y no mediante los sindicatos o partidos políticos, a los que se acusó de representar el establishment, las estructuras jerarquizadas y la burocratización estatal. La crítica política y social se consiguió transmitir desde la crítica cultural, en una alianza estética de raigambre nietzscheana en la que la música era un elemento de transformación radical. Este nuevo paradigma no había sido aprovechado por la izquierda tradicional, que dejó pasar el impulso que esta revolución cultural había traído.
"Desde que Hall cayó bajo el hechizo de Miles Davis en la década de 1950, soñó con hacer coincidir de algún modo la modernidad libidinal que encontraba en la música popular con el proyecto político progresista de la izquierda organizada. Sin embargo, la izquierda autoritaria fue incapaz de sintonizar con esa meta, permitiendo que la superara una nueva derecha que pronto reivindicó la modernización como propia y la relegó al pasado (Fisher: 2019: 134)".
Esta perspectiva estética y cultural de la revolución tiene que ver con los cambios sociales generados en torno a mayo del 68, y es una de las causas que escindieron la posibilidad de una lucha conjunta de la crítica cultural y la crítica social que durante los años posteriores, los estudios culturales asociados a la nueva izquierda intentaron unificar en un discurso crítico. Sin embargo, la ofensiva neoliberal pudo apropiarse del esteticismo, de la visión rupturista de la creatividad, del arte no domado, desde una transformación económica, que principalmente era una transformación cultural y psicológica, cuyo objetivo era modificar la economía por medio de una nueva concepción del individuo y la subjetividad.
"La crítica artista y la crítica social se vieron escindidas en virtud del deliberado contraataque del mundo de la empresa y el management. Lo relevante de la ofensiva neoliberal de la década de 1960 fue su modo de absorber ambas críticas. La crítica social de la rutina laboral, de las formas de disciplina, de la jerarquía y de las exigencias de la productividad se vio transformada en una serie de soluciones económicas de compromiso. El objetivo más importante de las élites tras las revueltas y la incertidumbre de la época (recuperar el control de la empresa), no se consiguió ya coercitivamente mediante la expansión disciplinaria de los elementos clásicos de autoridad, sino intensificando en términos inmanentes las exigencias de autonomía y responsabilización en forma de autocontrol laboral (Cano: 2020:305)".
Foucault y Deleuze analizaron de una manera muy certera esta transformación, mediante el concepto de sociedades de control, un tipo de poder político y económico, que ya no se basaba principalmente en la disciplina y el encierro, sino en la libertad individual regulada por el autocontrol, el modelo del empresario libre y soberano pero atado a los límites del propio mercado, un modelo ético y psicológico que tenía implicaciones ontológicas, ya que llegará a marcar incluso los límites de la propia realidad. Esta revolución neoliberal se jugó muy especialmente en Inglaterra, en la reacción postpunk, que auguraba una era depresiva pero que aún era capaz de politizar el malestar, de una época en la que los límites de lo imaginable se convierten en los límites del capitalismo.
El realismo capitalista se refleja a nivel musical, no solo en la decadencia del rock para generar alternativas, sino en las nuevas músicas que desde mediados de los 80 se van imponiendo entre la juventud. "En buena parte del hip hop, cualquier esperanza “ingenua” en que la cultura joven pueda cambiar algo fue sustituida hace tiempo por una aceptación dura de la versión más brutalmente reduccionista de la realidad (Fisher: 2016: 32)". La cultura rave y las diferentes evoluciones de la música electrónica durante los años 90 fueron una de las mayores esperanzas frente a ese realismo capitalista. Sin embargo, a partir de los años 2000, la música electrónica comienza a estancarse y la mayor parte de la música pop entra en una fase de repetición y culto al pasado, clausurando la posibilidad de concebir una alternativa al presente. La crítica cultural de Frederic Jameson inspira a Fisher a analizar el paso del modernismo al posmodernismo, donde encuentran las claves para entender la pérdida de la autonomía de la cultura en el capitalismo tardío. Este proceso coloniza la esfera cultural, y traslada a la música esa falta de un horizonte de futuro capaz de inspirar transformaciones sociales y políticas. En el presente es difícil distinguir entre música con pretensiones contraculturales del popismo, es decir, de cualquier otra música entendida como mero entretenimiento.
Una de las consecuencias más graves de esta deriva, es que la idea de transgresión del rock, del punk, del postpunk o de la electrónica, se convierten sin querer en una ruptura formal, en la que lo que se vende como vanguardia solo aspira a llamar la atención en un mercado necesitado de nuevas experiencias. La industria musical se convierte en un pastiche en el cual lo nuevo y lo viejo no existen como tal, lo contracultural, lo arcaico, lo tradicional, o directamente lo reaccionario se mezclan en un el mismo plano en lo que Jameson denominó “pastiche”.
"Solo hay que observar el establecimiento de zonas culturales “alternativas” o “independientes” que repiten interminablemente los mas viejos gestos de rebelión y confrontación con el entusiasmo de una primera vez. “Alternativo”, “Independiente” y otros conceptos similares no designan nada externo a la cultura mainstream; más bien, se trata de estilos, y de hecho de estilos dominantes, al interior del mainstream (Fisher: 2016: 31)".
Las innovaciones de la música electrónica u otras rupturas formales y estéticas en el presente pierden su capacidad de estar unidas a un cambio social y político, solo siendo capaces de evocar esa nostalgia de un futuro que nunca llegó a tener lugar. El cinismo posmoderno es el denominador común de toda producción artística contemporánea, y paradójicamente frente a la idea de que “todo vale” el pasado resurge como un poso de fundamento y esencia verdadera, frente a la desconfianza frente a un futuro incierto y apocalíptico. Se podría decir, que la música durante la primera etapa del siglo XXI, abandona su pretensión modernista, y en la música se impone una hedonía depresiva “Una tristeza secreta acecha detrás de la sonrisa forzada del siglo XXI” (Fisher: 2019:168).
En conclusión, el presente de la música pop se mueve encerrado en la estrechez de miras del realismo capitalista, la hedonía depresiva, el popismo y el pastiche, pero aun así es capaz de reflejar los deseos, los sueños y las esperanzas, aunque sea espectralmente, de esos futuros perdidos. Sin embargo, durante la crisis económica de 2008, y posteriormente a los acontecimientos sociales como el 15M y Occuppy Wall Street, las llamadas nuevas políticas han demostrado ser incapaces de imaginarse alternativas, más allá de las socialdemocracias del pasado, limitando sus aspiraciones de cambio a lo fáctico frente a lo utópico. La nueva izquierda se ha ido difuminado al no saber entender la importancia de los procesos culturales en la transformación social, al no saber politizar la ira, lo que ha impedido que el deseo de un futuro alternativo impregnase las reivindicaciones de justicia social, dejando al neoliberalismo vía libre para canalizar el deseo incesante en su propio nihilismo, reflejado en los videoclips del momento, donde la exhibición de riqueza y demás valores del capital, acaparan toda la producción estética musical contemporánea. Una postmodernidad pop que parafraseando a Nietzsche prefiere querer la nada a no querer.
·Cano Cuenca, G. (2020). Transición Nietzsche. Valencia. Pre-Textos.
·Fisher, M. (2016). Realismo Capitalista. Buenos Aires. Caja Negra.
·Fisher, M. (2019). Los fantasmas de mi vida. Buenos Aires. Caja Negra.
Series como 'Succession' sirven para detectar la corrosión del poder, la política y el dinero mientras nos deleitamos con las disfunciones psicológicas de sus protagonistas. Si la serie sirve para cartografiar el capitalismo multinacional es gracias a su efecto de “totalidad”.
La pregunta que tenemos que hacernos es si preferimos vivir peor para mantener ciertos negocios o apostamos por mejorar la vida y forzar un desplazamiento productivo hacia otros sectores. Claramente lo que tiene que primar es la calidad de vida y lo que tiene que adaptarse es el modelo productivo, no al revés.
Si ya no vemos igual, ni desde los mismos dispositivos, si cada vez hay más oferta de productos audiovisuales y el fútbol no mueve ficha, corre el riesgo de quedarse fuera de los nuevos mercados del consumo audiovisual.
El miedo de no saber qué demonios va a pasar con nuestra vida y con la de aquellos que queremos. El miedo de mirar al futuro y no saber qué esperar. El miedo de no ver un horizonte de posibilidad, sino un muro tras el cual no sabemos qué se esconde.
Hoy más que nunca necesitamos disponer de horizontes de futuro confiables, asegurar nuestras vidas -y no para cualquier forma de vida, sino para una que valga la pena ser vivida- como condición de posibilidad de cualquier forma de libertad política (pues sabemos que sin seguridad y confianza en el porvenir no hay libertad sino miedo y servidumbre).
Las comunidades no se pueden descontextualizar de los modos de producción en las que están insertas, de las transformaciones que se producen y en las que son producidas por seres humanos en el paso de sus vidas.
Habitualmente se entiende que la ciencia ficción, precisamente por su carácter especulativo, es un género con una relación particular con el progresismo y la izquierda. Sin que esto sea necesariamente falso, la realidad es que la historia del género está llena de grandes figuras y obras notables con relación directa con posturas reaccionarias e incluso con el fanatismo religioso.
Como defendió Matt Colquhoun recientemente en su blog, la serie no es el capitalismo avanzando a través de la apropiación del sentimiento anticapitalista sino el sentimiento anticapitalista avanzando a través de la apropiación del capitalismo.
Este texto es un informe presentado el 20 de enero de 2017 en el marco de la sesión ¿Quiénes son los comunistas? de la Conferencia de Roma sobre el Comunismo. Fue publicado originalmente en italiano con el título Chi sono i comunisti en la página web del colectivo Euronomade, y traducido ahora al castellano por Manuel Romero.
La camaradería es el resultado de la solidaridad, del compromiso y de la disciplina. Es una práctica compleja, en la que se fracasa una vez para levantarse y fracasar mejor. A veces puede ser asfixiante, pero la mayor parte de las veces es liberadora. Somos nosotres en un sentido colectivo.
Al igual que los Shelby, podemos contemplar nuestras sociedades y afirmar que las élites son despiadadas, crueles e insolidarias. Sin embargo, conviene separarse de ellos a la hora de configurar el futuro a perseguir, uno en el que no quepan egoísmos narcisistas ni tradiciones opresoras.
Hay una creencia generalizada de que el progreso de la ciencia es imparable y de que la tecnología todo lo puede. No cabe en nuestras mentes, pero especialmente en la de nuestros gobernantes, que pueda haber límites biofísicos y energéticos a lo que somos capaces de hacer
Gorriti es Filósofa, becaria doctoral CONICET y docente de la UNC. Autora de Nicos Poulantzas: una teoría materialista del Estado (Doble ciencia). Farrán es Filósofo, Investigador CONICET y docente de posgrado (Universidad Nacional de Córdoba). Autor de Badiou y Lacan: el anudamiento del sujeto (Prometeo), Nodal. Método, estado, sujeto (La cebra) y Nodaléctica (La Cebra).
Las tesis que reproducimos a continuación fueron escritas por Bertolt Brecht en los años treinta, en el marco del debate con Gyorg Lukács sobre la definición de «realismo» en la literatura y el arte, así como el empleo del mismo por los artistas antifascistas.
En suma, Mercado y Estado no son términos antitéticos, sino necesariamente complementarios. Pero decimos más: no se trata sólo de considerar que ambas realidades son dependientes históricamente, sino de enfatizar que sus componentes estructurales están tan sumamente involucrados que sus contornos llegan a hacerse borrosos, hasta el punto de confundirse.
La afirmación de Wittgenstein de que no existe “aplicación” de una regla porque la instancia de aplicación es interna a la propia regla y, como consecuencia, la transforma, es totalmente válida como principio rector para escribir una tesis.
Cabe cuestionarse si a estos "liberales" alguna vez les importó algo más que su persona, si aquella condescendencia de clase no supone en realidad un brillante ejemplo de conciencia de clase –de clase privilegiada, por supuesto– a la que le duró demasiado el disfraz democrático y popular.
«Muchas personas dicen que la experiencia de haber participado en un laboratorio ciudadano les cambió la vida»
«Es necesario un nuevo movimiento internacionalista y pacifista que en los diferentes países movilice los intereses de las grandes mayorías, que exija la toma de acciones para prevenir conflictos, y en particular que se pongan fuertes límites a las armas nucleares.»
Si el ecologismo desea tener una incidencia real en las disputas políticas del futuro inmediato (y es imprescindible que la tenga) no puede pasar por alto las peculiaridades y temporalidades de las diversas esferas de lo humano.
El verano y las vacaciones se agotan, y también el tiempo libre para dedicar a la lectura, al cine o simplemente a no hacer nada. En el IECCS hemos recopilado algunos títulos de ensayos, novelas, películas y documentales para que puedas disfrutarlas durante el mes de agosto.
Somos mucho más rentables como espectadores-consumidores de contenido en plataformas ya que, si la televisión entraba en nuestra casa para ofrecernos entretenimiento a cambio de un porcentaje de tiempo invertido en publicidad, esta nueva forma de extracción de beneficios entra directamente en nuestro cuerpo, para buscar beneficios en los datos derivados de nuestro comportamiento.
Aquí las respuestas que nos ha dado Santiago Alba Rico, escritor, ensayista y filósofo, autor, entre otros, de Las reglas del caos. Apuntes para una antropología del mercado (Anagrama, 1995), Leer con niños (Caballo de Troya, 2007), Islamofobia: nosotros, los otros, el miedo (Icaria, 2015) y Ser o no ser (un cuerpo) (Seix Barral, 2017).
Con el verano liberamos algo de tiempo libre para dedicar a la lectura, al cine o simplemente a no hacer nada. En el IECCS hemos recopilado algunos títulos de ensayos y novelas para que podáis disfrutarlas durante el mes de agosto, y hacer así algo más ameno este calor insufrible.
¿Y si las plataformas y su modelo de explotación basado en la extracción de datos hubieran sido solo un impasse en el proceso de construcción del Internet que finalmente se estabilizará en el futuro?
¿En qué se debe basar, entonces, nuestro hacer político y sus distintos modos? He aquí la pregunta fundamental. La respuesta por la que aquí apostamos es la autonomía, la capacidad del grupo para dotarse de sus propias reglas independientemente de factores externos.
El duelo, mientras haya recuerdo, afecto, es inevitable. La cuestión consiste en hacer un duelo sano, que sea llevable, en una existencia y una pérdida de la que el sujeto sea capaz de hacerse cargo.
Este artículo fue publicado originalmente por Stuart Hall en la revista Universities & Left Review, en el otoño de 1958, un momento en el que las transformaciones del capitalismo y de la izquierda después de la Segunda Guerra Mundial estaban cambiando Gran Bretaña y el mundo para siempre. La traducción al español es de Manuel Romero.
Actualmente el debate se ha simplificado a partir de la categoría de "lo posmo", de manera que si te preocupa lo estético para construirte como sujeto, parece que estás abandonando la lucha de clases.
La idea de la compulsión a la repetición es muy poderosa y ha calado profundamente en nuestra cultura. Me gustaría argumentar que, históricamente, el marxismo ha experimentado cuatro neurosis importantes: la neurosis económica, la neurosis filosófica, la neurosis histórica y la neurosis cultural.
"La pandemia ha enfatizado enormemente una tendencia que ya se estaba dibujando: una condición de miedo a la corporeidad, me atrevería a decir, incluso, una sensibilización fóbica hacia el cuerpo del otro."
En estas líneas comparto con las compañeras y compañeros de España algunas reflexiones sobre las elecciones del pasado 15 y 16 de mayo en Chile y su relación con la rebelión popular que se inició en octubre del 2019. Primeras impresiones que destilan optimismo por los resultados favorables para las fuerzas políticas transformadoras que obtuvieron la mayoría de los escaños en la Convención que redactará la nueva Constitución Política, una Convención con paridad de género y 17 representantes de los pueblos indígenas.
El contexto Covid-19 nos trae un 'horror vacui' diferente, algo más angustiante que la patología psicológica conocida como 'fear of missing out' (FOMO), la posibilidad de que no nos estemos perdiendo nada porque nada está pasando y nada puede pasar.
En este marco el ámbito de la cultura cobra especial importancia en la consecución de la hegemonía, proceso a través del cual se universalizan intereses y afectos, en palabras de Gramsci, “la conquista del poder cultural es previa a la del poder político”.
En medio de una pandemia mundial -donde el proceso productivo neoliberal en el que ya vivíamos condiciona nuestra manera de sentir, relacionarnos y también curarnos-lo último que se permite es adolecer. Nuestras pérdidas son rápidas, ocultadas, secretas, dejan un duelo mudo, pero igual de profundo, es un duelo arrebatado.
A pesar de la omnipresencia de este debate, es necesario cubrir una carencia fundamental de la mayoría de estos discursos: rebatir el desdén generalizado ––en gran parte de las ocasiones automático; en otras sencillamente visceral–– hacia la nostalgia y, en consecuencia, hacia su poso melancólico.
Como dice Eva Illouz en el prólogo del libro de Horvat, parece que el capitalismo nos ha arrebatado la capacidad de amar de manera radical. Nos encontramos ante la imposibilidad de replantear un concepto que parece haber quedado diluido entre las crisis del neoliberalismo.
Los nuevos periodistas crecen sabiendo que su futuro es un campo de minas, estudian una carrera muy mal estructurada y muy exigente y, como recompensa a todo ese aguante, obtienen un puesto mal remunerado, tremendamente esclavo y, por supuesto, inestable y frágil.
Disney no podría habernos ofrecido un simbolismo más explícito de su empresa ideológica: Una casa (propiedad privada) que requiere de nuevas, reformadas y más progresistas, formas dentro de la misma institución (familia) para poder recuperar la magia (herencia).
«Leí tu libro la semana pasada y me sentí como si saliera a tomar aire después de pasar mucho tiempo bajo el agua. Me gustaría agradecerle de todo corazón que haya expresado de forma tan elocuente casi todo lo que había que decir, y que haya proporcionado una razón para la esperanza, cuando yo estaba a punto de desesperar.»
La transformación digital sigue hoy una dirección marcada por las políticas del momento, que favorecen la concentración empresarial, la extracción masiva y la acumulación de poder. Pero, como sucedió a principios del siglo pasado, estos criterios políticos pueden cambiarse.
En el sistema semiológico de Barthes el mito se presenta como una potencia naturalizadora, una herramienta de normalización. Por eso, en su descripción de las lógicas de funcionamiento del mito hay todo un intento de impugnar la normalidad de los quehaceres cotidianos
No es nuevo decir que, tras décadas de neoliberalismo, la responsabilidad sobre el empleo descansa cada vez más sobre los propios individuos. Cada vez son más los programas educativos que añaden en sus currículos una nueva y apetecible competencia: la empleabilidad.
Creo que hay pocas definiciones más hermosas de democracia que aquella que reconoce no ser más que el esfuerzo que realizamos conjuntamente para definir a oscuras, acompañado por otros tan ciegos como nosotros mismos, qué es bueno y qué es malo.
«La literatura, para mí, está presente en cada momento, en cada detalle de lo cotidiano, está sucediendo todo el tiempo. Pero, al mismo tiempo, qué difícil es lograr una buena traducción de la vida a las palabras, de la mente a las palabras.»
Hemos lanzado una batería de preguntas a distintos pensadores y pensadoras con el fin de acercarnos a un análisis no tanto de la crisis del coronavirus en sí, como de los distintos escenarios de futuro a que nos puede conducir su salida. Aquí las respuestas que nos ha dado Luciana Cadahia, filósofa argentina, autora de Mediaciones de lo sensible. Hacia una nueva economía crítica de los dispositivos (FCE, 2017) y El círculo mágico del Estado (Lengua de Trapo, 2019).
La serie es un éxito puesto que (re)construye cómo una ideología como la Alt-Right puede llegar a ser hegemónica y lo hace en una dialéctica constante con la realidad que vive la sociedad estadounidense y sus pilares racistas.
La digitalización, que sigue un progreso exponencial según la ley de Moore, permite concebir, incluso a corto plazo, una sociedad en la que las máquinas realicen la mayor parte de las tareas, dejando a los humanos mucho tiempo para el autodesarrollo.
¿Qué pasa si dejamos de considerar a la propiedad como algo sagrado y “permanente”, que incluso trasciende al individuo (y su supuesto esfuerzo) hasta sus herederos, y empezamos a considerar que esta es imposible sin un complejo sistema de relaciones sociales colectivas que la sostiene desde su origen?
El pensamiento de Davis, como buen materialista y marxista, operaba en continuo diálogo con el ruido del presente, con sus obstáculos, sus rugosidades y pliegues, sus pervivencias, sus proyecciones y posibilidades.
El video presidencial en inglés siguen revelando datos importantes del relato que el gobierno está cocinando, en él se resignifican dos de las imágenes con las que se ha caracterizado al régimen uribista de Duque: la del títere y la del hombre desconectado de la realidad.
El necro-liberalismo asume de forma explícita y obscena la imposibilidad de conjugar el mantenimiento de la vida con el mantenimiento del orden político y económico, de ahí que se caracterice por hacer gala y enarbolar sin complejo alguno la bandera del desprecio a la vida.
La coyuntura tiene la singularidad de ser aquel momento sin el cual no se podrían visualizar ni reflexionar sobre determinados problemas políticos. Pensar la coyuntura implica, decía el epistemólogo crítico Hugo Zemelman, comprender el presente-potencial.
El valor de los libros de Peter Frase, Olin Wright y Aaron Bastani reside en su capacidad para darle la vuelta al famoso dictum de Jameson e imaginar que el neoliberalismo no existe. Hay una potencia afirmativa en esa negación que no es una cuestión menor.
Más que luchar por una u otra interpretación, una misión muy loable pero que para mí aún es dudosa en el ejercicio de la crítica cultural, la indefinición de lo afectivo nos debe conducir a identificar a qué anhelos desarticulados apela la cultura popular.
De un tiempo a esta parte me interesan las figuraciones de clase. Historias que reivindican las formas de vida obreras, ficciones que no esencializan ni se edifican en el antagonismo social y que de algún modo liberan a la literatura obrera de sus tareas históricas.
La guerra en Ucrania sitúa en un primer plano la importante dependencia energética exterior de la UE y aboga por una aceleración en el proceso de transición verde acometida en toda su extensión.
Este texto se publica en el marco del debate que tuvo lugar en el seminario "Marx y El Capital en el mundo contemporáneo" entre Jesús Rodríguez y Manuel Romero a propósito del lugar de lo político en la teoría marxista.
Realismo capitalista es –haciendo de lo complejo sencillez y de las respuestas fáciles preguntas difíciles– una de las grandes obras políticas de nuestro siglo, la que emite algunas lecciones fácilmente numerables para las políticas del “deseo poscapitalista” en el siglo XXI.
¿No hay algo profundamente sospechoso en reflejar del lado de lo plebeyo la responsabilidad última del fascismo? ¿Por qué no encontramos, del lado de las élites, una imagen que pudiera tener el mismo peso simbólico? No es casual que el pueblo aparezca como el lugar de una sospecha y las élites queden, astutamente, sustraídas de la escena.
Pese a que son siglos lo que nos separa de los escritos de Burke, su definición de lo sublime parece ajustarse al milímetro a la situación actual, y nos da las claves para entender por qué podemos experimentar placer estético en las consecuencias de una pandemia.
'Los olvidados. Ficción de un proletariado reaccionario' no es un libro más, descubre el hilo común del pensamiento reaccionario contemporáneo y, a la vez, hace un ejercicio de arqueología brillante para responder a las entelequias de un obrerismo que pretende invocar a una clase obrera que jamás existió.
Si necesitamos pensar lo que nos está ocurriendo, ¿no sería importante que reflexionáramos sobre si lo que está sucediendo solo corrobora nuestras categorías y plantillas previas o si marca una diferencia aún por establecer?
En definitiva, en el Manifiesto la ciencia le habla a la política como un cliente exigente que demanda aquellos servicios por los que paga. Esta posición no es nueva. Viene construyéndose desde hace décadas, en especial desde el mercado hacia el Estado.