La pregunta nos persigue como un fantasma: ¿por qué se ha puesto tan de moda Fisher justo ahora? ¿Qué puede aportarnos Fisher en este contexto?
Cuatro años después de su muerte, la figura de Mark Fisher se ve amenazada por una situación paradójica. Por un lado, gran parte de su obra inspira a combatir la nostalgia vana de la izquierda y la mistificación inoperante de sus estrategias tradicionales, y alienta al proyecto emancipador que reconectase con su espíritu utópico perdido y mantuviera su mirada fija en el futuro. Por otro, la recepción y popularidad de su obra corre el riesgo de convertirse en una elegía indefinida en el tiempo, una alabanza vacía ante esa gran figura mesiánica que nos recordó momentáneamente de lo que éramos capaces, pero que como todo profeta maldito se marchó antes de tiempo, dejándonos confusos y desamparados.
Curiosamente, Fisher siempre consideró las diatribas de Nick Land contra la izquierda académica como uno de los más acertados diagnósticos de esta condición terminal de la imaginación política. Para Land, el capitalismo es siempre la última fuerza irreductible de innovación y progreso y, por tanto, el anticapitalismo se refugia en la posición contradictoria de pedirle al tiempo que se detenga. “De aquí el silogismo Miserabilista Trascendental:”, afirma Land “el tiempo está del lado del capitalismo, el capitalismo es todo lo que me entristece, por tanto el tiempo debe ser malo” [1]. Por supuesto, Nick Land coincide plenamente con el miserabilista en la afirmación de que “el tiempo está del lado del capitalismo”, una reformulación si cabe ontológicamente más siniestra que el clásico “no hay alternativa” thatcherista. Contra este fatalismo dogmático, contra Land y contra la izquierda miserabilista, es fundamentalmente contra lo que Mark Fisher escribía.
Es por ello por lo que Fisher afirmó que “Land es la clase de antagonista que la izquierda necesita”, precisamente por lo incisivo e implacable de sus críticas contra la esclerosis de la izquierda contemporánea. Pero lejos de caer en la teleología apocalíptica de Land, que apenas se dedica a anunciar la disolución de lo humano al interior de un capitalismo maquínico inhumano y desinhibido, Fisher nos recuerda que los impulsos de deterritorialización del mercado vienen acompañados siempre de impulsos opuestos de reterritorialización, y que por tanto el capitalismo no puede perder nunca su rostro humano. “El verdadero futuro no tenía nada que ver con el Capital desprendiéndose de su máscara de látex para revelar a la muerte maquínica que había detrás; fue más bien lo contrario: Nueva Sinceridad, computadoras Apple vendidas con pop tierno y kitsch.” [2] La tarea de la izquierda quedaría precisamente en mostrar que el capitalismo no es lo suficientemente futurista, no es lo suficientemente innovador, y ha encerrado el impulso libidinal por un mundo mejor en el deseo desesperado por consumir productos marginalmente cada vez menos diferentes, ensalzados por el aura engañosa de simplicidad y sinceridad del iPhone, pero incapaces de reorientar la potencialidad de la tecnología a mejorar efectivamente nuestras condiciones de vida, no ya a impedir que las deteriore si cabe todavía más. De tal forma que, explica Fisher siguiendo a Badiou, “un anticapitalismo efectivo no debería ser una reacción al capitalismo, sino un rival suyo.” [3]
La paradoja nace cuando, al examinar los momentos más esperanzadores de Fisher, no puede evitarse observar un cierto optimismo paralelo con la diversidad de movimientos y fuerzas políticas que surgieron en la estela de la crisis económica de 2008. Incurriendo en una abstracción un tanto injusta, puede afirmarse que gran parte de este nuevo impulso político de la década pasada se emplazaba en contra del miserabilismo de la Tercera Vía socialdemócrata y del purismo extremista de la izquierda marginal, ambas afincadas en lados opuestos del mismo falso dilema entre capitalismo y terrorismo, quizás el más pernicioso esquema ideológico del proyecto neoliberal. Al fin y al cabo, el fallecimiento de Fisher coincide escalofriantemente con el inicio de la decadencia y retirada de ese momento político. Nuestro problema al leer a Fisher hoy en día es que ese mundo ya no es el nuestro. Nuestro contexto presente, cuando nos encontramos en el punto álgido de la popularización y divulgación creciente de la obra de Fisher en castellano, coincide plenamente con la decadencia y disolución de gran parte de esos movimientos políticos, de Bernie Sanders a Jeremy Corbin, pasando por Syriza y la decadencia de Podemos, con la aparente clausura de un optimismo con el que es imposible no contextualizar su obra.
Siguiendo este hilo, es pertinente preguntarse por qué Mark Fisher ha contado con tanto predicamento en el mundo hispanohablante en los últimos años, precisamente justo después de su muerte. La mayor parte de las traducciones y publicaciones de su obra en nuestro idioma han visto la luz estos tres o cuatro últimos años. Y la pregunta se hace más conveniente todavía si se tiene en cuenta que ha sido precisamente en ese período de tiempo donde hemos sido testigos del desmoronamiento y derrota de buena parte de los impulsos políticos en los que Fisher había concretado sus esperanzas las pocas veces que se había permitido hacerlo. Aún es pronto para dictaminar qué posibilidades han quedado abierta tras la década que se acaba, pero no cabe duda que estamos, o al menos así lo percibimos, en un momento de clausura de oportunidad y fatiga de la acción y la imaginación política. Y que resulta más aterrador todavía: la crisis de legitimidad de las democracias liberales y el modelo global neoliberal podrían haber alimentado los impulsos opuestos de la extrema derecha y el atavismo etno-nacionalista, disparados precisamente hace hoy cuatro años tras el Brexit y la elección de Donald Trump. La pregunta nos persigue como un fantasma: ¿por qué se ha puesto tan de moda Fisher justo ahora? ¿Qué puede aportarnos Fisher en este contexto?
Una primera respuesta posible es un tanto malintencionada, y tiene que ver con el regreso de la lógica del fracaso, donde el deterioro de esta oportunidad viene acompañado de una mirada nostálgica sobre la apertura que tan dramáticamente desaprovechamos. Sin necesidad de ser agoreros, el riesgo de convertir a Fisher en el narrador melancólico de nuestras esperanzas recientemente frustradas no haría más que reconducir su lectura a una lógica del fracaso y un fetichismo de la derrota que él tan vehementemente rechazaba. Fisher como heraldo de la década pasada, la década perdida, eterno fantasma que nos recuerda lo que pudimos alcanzar y qué tan estrepitosamente fallamos, o peor: le fallamos.
Pero una segunda respuesta, y seguramente la adecuada, consiste en que da bastante igual cuándo ni por qué un autor se popularice, en la medida en la que seamos capaces de sacudir la anquilosada tendencia de reducirlo a su contexto. Fisher seguirá siendo de actualidad mientras seamos capaces de reesamblar y ajustar sus enseñanzas a nuestra coyuntura política e histórica concreta con independencia, esto es de suma importancia, de sea esta la nuestra o la de dentro de unos años. En esto consistiría animar una cierta conciencia intempestiva de la necesidad de pasar por encima del tiempo, y del aparente campo de posibilidades de lo real, de recobrar el impulso utópico del futurismo y la innovación para la izquierda, una tarea especialmente compleja cuando estos términos están tan fuertemente asociados con el tecnoutopismo delirante y la disparatada aceleración de la circulación de cachibaches inservibles. Me atrevería a decir que en esto consiste una de sus enseñanzas más importantes.
La última traición contra Fisher sería pensar que el tiempo le ha asesinado, que sus esperanzas se demostraron infundadas por que el capitalismo, como se sabe, siempre gana. Sería convertirle a sí mismo en un fantasma de su hauntología, donde no echemos de menos necesariamente un momento histórico específico, sino caigamos cómplices del ambiente generalizado de pérdida y nostalgia, donde todo lo que cabe imaginar en el futuro aparece bajo el disfraz del pasado, como Fisher recordaba con sus críticas mordaces sobre La guerra de las galaxias (George Lucas, 1977). Todo lo que se oriente hacia un mundo mejor es ingenuo, como quizás fue ingenuo Fisher. Pero la verdad última, nos recuerda este espíritu miserabilista que nos persigue, es la misma que la muerte de Fisher: la derrota frente al tiempo, la hora del lamento y el rencor.
Hay un pasaje de Fisher que es imposible leer sin entender como una premonición siniestra sobre su propia muerte, como si nos hablara del más allá sobre nuestra relación con su vida y su obra: “La hauntología puede ser construida entonces como un duelo fallido. Se trata de negarse a dejar ir al fantasma —lo que a veces es lo mismo—de la negación del fantasma a abandonarnos. El espectro no nos permitirá acomodarnos en las mediocres satisfacciones que podemos cosechar en un mundo gobernado por el realismo capitalista.” [4] Aprender de Mark Fisher consiste dejar ir su fantasma, en el sentido específico del vocablo en inglés [“to give up”] que implica la abdicación de una tarea imposible o de una apropiación indebida de algo que en última instancia no nos pertenece, pero de lo que no somos capaces de desprendernos. Pero en la hautología “no está en juego la desaparición de un objeto particular. Lo que se ha desvanecido es una tendencia, una trayectoria virtual.”[5] Dejar ir a Mark Fisher no es olvidar a Mark Fisher, la necesidad de tomar independencia de una lectura hauntológica de su obra no es, ni por asomo, abandonar cualquier lectura. Es, por el contrario, dejar la interpretación vacua e inoperante que le emplaza como el profeta terminal de nuestro tiempo, el último hombre de un mundo ya perdido y ruinoso cuya muerte no es más que el emblema de la autodestrucción del último movimiento político que había despertado nuestra ilusión o incluso de nuestro propio suicidio como especie. Teniendo en cuenta el panorama de desolación y retracción política actual, parecería que nos sobran razones para entenderlo así, pero para negarnos a esa aceptación pesimista sería suficiente comprender que nada bueno puede salir de ello.
Por el contrario, hoy Mark Fisher es más que necesario como un primer paso, como una plataforma de despegue, como los tramos de una escalera que auguran mejores posibilidades, mejores mundos que los que nunca pueda ofrecernos el capitalismo. Podría decirse que la tarea que siempre guió a Fisher fue la necesidad de reconectar un panorama cultural desangelado con una nueva estrategia libidinal más allá del pobre sistema de mercado capitalista. “Si los intentos del modernismo popular por resolver la paradoja del compromiso político y el placer por el consumo hoy parecen irremediablemente ingenuos,” explicaba, “este es más un testamento de las condiciones depresivas de nuestro momento actual que una valoración objetiva de nuestras posibilidades” [6]. Sólo una inútil tendencia depresiva podría llevarnos a concluir que Mark Fisher fue un ingenuo. El indispensable ejercicio de dejar ir su fantasma consiste, más que nada, en recordarnos que lo ingenuo consiste en pensar que su tarea estaba acabada. Pero esta apenas estaba por empezar.
[1] Nick Land, “Crítica al miserabilismo trascendental,” en Aceleracionismo: Estrategias para una transición haca el postcapitalismo, ed. Armen Avanessian y Mauro Reiss(Buenos Aires: Caja Negra, 2017), 67.
[2] Mark Fisher, “Terminator vs. Avatar,” en Cíborgs, zombis y quimeras: La cibercultura y las cibervanguardias, ed. Federico Fernández Giordano (Barcelona: Holobionte, 2020), 72.
[3] Mark Fisher, Realismo capitalista: ¿No hay alternativa?, (Buenos Aires: Caja Negra, 2016), 118.
[4] Mark Fisher, Los fantasmas de mi vida: Escritos sobre depresión, hauntología y futuros perdidos (Buenos Aires: Caja Negra, 2018), 49.
[5] Ibid.
[6] Ibid., 112.
· Fisher, Mark. Los fantasmas de mi vida: Escritos sobre depresión, hauntología y futuros perdidos. Buenos Aires: Caja Negra, 2018.
· Fisher, Mark. Realismo capitalista: ¿No hay alternativa? Buenos Aires: Caja Negra, 2016.
· Fisher, Mark. “Terminator vs. Avatar.” En Cíborgs, zombis y quimeras: La cibercultura y las cibervanguardias, editado por Federico Fernández Giordano, 67-74. Barcelona: Holobionte, 2020.
· Land, Nick. “Crítica al miserabilismo trascendental.” en Aceleracionismo: Estrategias para una transición haca el postcapitalismo, editado por Armen Avanessian y Mauro Reiss, 65-68. Buenos Aires: Caja Negra, 2017.
Como defendió Matt Colquhoun recientemente en su blog, la serie no es el capitalismo avanzando a través de la apropiación del sentimiento anticapitalista sino el sentimiento anticapitalista avanzando a través de la apropiación del capitalismo.
La afirmación de Wittgenstein de que no existe “aplicación” de una regla porque la instancia de aplicación es interna a la propia regla y, como consecuencia, la transforma, es totalmente válida como principio rector para escribir una tesis.
La camaradería es el resultado de la solidaridad, del compromiso y de la disciplina. Es una práctica compleja, en la que se fracasa una vez para levantarse y fracasar mejor. A veces puede ser asfixiante, pero la mayor parte de las veces es liberadora. Somos nosotres en un sentido colectivo.
La crítica política y social se consiguió transmitir desde la crítica cultural, en una alianza estética de raigambre nietzscheana en la que la música era un elemento de transformación radical. Este nuevo paradigma no había sido aprovechado por la izquierda tradicional, que dejó pasar el impulso que esta revolución cultural había traído.
Disney no podría habernos ofrecido un simbolismo más explícito de su empresa ideológica: Una casa (propiedad privada) que requiere de nuevas, reformadas y más progresistas, formas dentro de la misma institución (familia) para poder recuperar la magia (herencia).
No es nuevo decir que, tras décadas de neoliberalismo, la responsabilidad sobre el empleo descansa cada vez más sobre los propios individuos. Cada vez son más los programas educativos que añaden en sus currículos una nueva y apetecible competencia: la empleabilidad.
De un tiempo a esta parte me interesan las figuraciones de clase. Historias que reivindican las formas de vida obreras, ficciones que no esencializan ni se edifican en el antagonismo social y que de algún modo liberan a la literatura obrera de sus tareas históricas.
En suma, Mercado y Estado no son términos antitéticos, sino necesariamente complementarios. Pero decimos más: no se trata sólo de considerar que ambas realidades son dependientes históricamente, sino de enfatizar que sus componentes estructurales están tan sumamente involucrados que sus contornos llegan a hacerse borrosos, hasta el punto de confundirse.
Series como 'Succession' sirven para detectar la corrosión del poder, la política y el dinero mientras nos deleitamos con las disfunciones psicológicas de sus protagonistas. Si la serie sirve para cartografiar el capitalismo multinacional es gracias a su efecto de “totalidad”.
En medio de una pandemia mundial -donde el proceso productivo neoliberal en el que ya vivíamos condiciona nuestra manera de sentir, relacionarnos y también curarnos-lo último que se permite es adolecer. Nuestras pérdidas son rápidas, ocultadas, secretas, dejan un duelo mudo, pero igual de profundo, es un duelo arrebatado.
Las comunidades no se pueden descontextualizar de los modos de producción en las que están insertas, de las transformaciones que se producen y en las que son producidas por seres humanos en el paso de sus vidas.
¿No hay algo profundamente sospechoso en reflejar del lado de lo plebeyo la responsabilidad última del fascismo? ¿Por qué no encontramos, del lado de las élites, una imagen que pudiera tener el mismo peso simbólico? No es casual que el pueblo aparezca como el lugar de una sospecha y las élites queden, astutamente, sustraídas de la escena.
Si el ecologismo desea tener una incidencia real en las disputas políticas del futuro inmediato (y es imprescindible que la tenga) no puede pasar por alto las peculiaridades y temporalidades de las diversas esferas de lo humano.
¿En qué se debe basar, entonces, nuestro hacer político y sus distintos modos? He aquí la pregunta fundamental. La respuesta por la que aquí apostamos es la autonomía, la capacidad del grupo para dotarse de sus propias reglas independientemente de factores externos.
En el sistema semiológico de Barthes el mito se presenta como una potencia naturalizadora, una herramienta de normalización. Por eso, en su descripción de las lógicas de funcionamiento del mito hay todo un intento de impugnar la normalidad de los quehaceres cotidianos
En definitiva, en el Manifiesto la ciencia le habla a la política como un cliente exigente que demanda aquellos servicios por los que paga. Esta posición no es nueva. Viene construyéndose desde hace décadas, en especial desde el mercado hacia el Estado.
Aquí las respuestas que nos ha dado Santiago Alba Rico, escritor, ensayista y filósofo, autor, entre otros, de Las reglas del caos. Apuntes para una antropología del mercado (Anagrama, 1995), Leer con niños (Caballo de Troya, 2007), Islamofobia: nosotros, los otros, el miedo (Icaria, 2015) y Ser o no ser (un cuerpo) (Seix Barral, 2017).
¿Qué pasa si dejamos de considerar a la propiedad como algo sagrado y “permanente”, que incluso trasciende al individuo (y su supuesto esfuerzo) hasta sus herederos, y empezamos a considerar que esta es imposible sin un complejo sistema de relaciones sociales colectivas que la sostiene desde su origen?
Cabe cuestionarse si a estos "liberales" alguna vez les importó algo más que su persona, si aquella condescendencia de clase no supone en realidad un brillante ejemplo de conciencia de clase –de clase privilegiada, por supuesto– a la que le duró demasiado el disfraz democrático y popular.
La pregunta que tenemos que hacernos es si preferimos vivir peor para mantener ciertos negocios o apostamos por mejorar la vida y forzar un desplazamiento productivo hacia otros sectores. Claramente lo que tiene que primar es la calidad de vida y lo que tiene que adaptarse es el modelo productivo, no al revés.
La idea de la compulsión a la repetición es muy poderosa y ha calado profundamente en nuestra cultura. Me gustaría argumentar que, históricamente, el marxismo ha experimentado cuatro neurosis importantes: la neurosis económica, la neurosis filosófica, la neurosis histórica y la neurosis cultural.
«Leí tu libro la semana pasada y me sentí como si saliera a tomar aire después de pasar mucho tiempo bajo el agua. Me gustaría agradecerle de todo corazón que haya expresado de forma tan elocuente casi todo lo que había que decir, y que haya proporcionado una razón para la esperanza, cuando yo estaba a punto de desesperar.»
El valor de los libros de Peter Frase, Olin Wright y Aaron Bastani reside en su capacidad para darle la vuelta al famoso dictum de Jameson e imaginar que el neoliberalismo no existe. Hay una potencia afirmativa en esa negación que no es una cuestión menor.
¿Y si las plataformas y su modelo de explotación basado en la extracción de datos hubieran sido solo un impasse en el proceso de construcción del Internet que finalmente se estabilizará en el futuro?
«Es necesario un nuevo movimiento internacionalista y pacifista que en los diferentes países movilice los intereses de las grandes mayorías, que exija la toma de acciones para prevenir conflictos, y en particular que se pongan fuertes límites a las armas nucleares.»
La serie es un éxito puesto que (re)construye cómo una ideología como la Alt-Right puede llegar a ser hegemónica y lo hace en una dialéctica constante con la realidad que vive la sociedad estadounidense y sus pilares racistas.
Las tesis que reproducimos a continuación fueron escritas por Bertolt Brecht en los años treinta, en el marco del debate con Gyorg Lukács sobre la definición de «realismo» en la literatura y el arte, así como el empleo del mismo por los artistas antifascistas.
El verano y las vacaciones se agotan, y también el tiempo libre para dedicar a la lectura, al cine o simplemente a no hacer nada. En el IECCS hemos recopilado algunos títulos de ensayos, novelas, películas y documentales para que puedas disfrutarlas durante el mes de agosto.
Este texto es un informe presentado el 20 de enero de 2017 en el marco de la sesión ¿Quiénes son los comunistas? de la Conferencia de Roma sobre el Comunismo. Fue publicado originalmente en italiano con el título Chi sono i comunisti en la página web del colectivo Euronomade, y traducido ahora al castellano por Manuel Romero.
Como dice Eva Illouz en el prólogo del libro de Horvat, parece que el capitalismo nos ha arrebatado la capacidad de amar de manera radical. Nos encontramos ante la imposibilidad de replantear un concepto que parece haber quedado diluido entre las crisis del neoliberalismo.
Actualmente el debate se ha simplificado a partir de la categoría de "lo posmo", de manera que si te preocupa lo estético para construirte como sujeto, parece que estás abandonando la lucha de clases.
A pesar de la omnipresencia de este debate, es necesario cubrir una carencia fundamental de la mayoría de estos discursos: rebatir el desdén generalizado ––en gran parte de las ocasiones automático; en otras sencillamente visceral–– hacia la nostalgia y, en consecuencia, hacia su poso melancólico.
Si ya no vemos igual, ni desde los mismos dispositivos, si cada vez hay más oferta de productos audiovisuales y el fútbol no mueve ficha, corre el riesgo de quedarse fuera de los nuevos mercados del consumo audiovisual.
«Muchas personas dicen que la experiencia de haber participado en un laboratorio ciudadano les cambió la vida»
Habitualmente se entiende que la ciencia ficción, precisamente por su carácter especulativo, es un género con una relación particular con el progresismo y la izquierda. Sin que esto sea necesariamente falso, la realidad es que la historia del género está llena de grandes figuras y obras notables con relación directa con posturas reaccionarias e incluso con el fanatismo religioso.
Gorriti es Filósofa, becaria doctoral CONICET y docente de la UNC. Autora de Nicos Poulantzas: una teoría materialista del Estado (Doble ciencia). Farrán es Filósofo, Investigador CONICET y docente de posgrado (Universidad Nacional de Córdoba). Autor de Badiou y Lacan: el anudamiento del sujeto (Prometeo), Nodal. Método, estado, sujeto (La cebra) y Nodaléctica (La Cebra).
Más que luchar por una u otra interpretación, una misión muy loable pero que para mí aún es dudosa en el ejercicio de la crítica cultural, la indefinición de lo afectivo nos debe conducir a identificar a qué anhelos desarticulados apela la cultura popular.
Realismo capitalista es –haciendo de lo complejo sencillez y de las respuestas fáciles preguntas difíciles– una de las grandes obras políticas de nuestro siglo, la que emite algunas lecciones fácilmente numerables para las políticas del “deseo poscapitalista” en el siglo XXI.
Hay una creencia generalizada de que el progreso de la ciencia es imparable y de que la tecnología todo lo puede. No cabe en nuestras mentes, pero especialmente en la de nuestros gobernantes, que pueda haber límites biofísicos y energéticos a lo que somos capaces de hacer
El video presidencial en inglés siguen revelando datos importantes del relato que el gobierno está cocinando, en él se resignifican dos de las imágenes con las que se ha caracterizado al régimen uribista de Duque: la del títere y la del hombre desconectado de la realidad.
La guerra en Ucrania sitúa en un primer plano la importante dependencia energética exterior de la UE y aboga por una aceleración en el proceso de transición verde acometida en toda su extensión.
"La pandemia ha enfatizado enormemente una tendencia que ya se estaba dibujando: una condición de miedo a la corporeidad, me atrevería a decir, incluso, una sensibilización fóbica hacia el cuerpo del otro."
El necro-liberalismo asume de forma explícita y obscena la imposibilidad de conjugar el mantenimiento de la vida con el mantenimiento del orden político y económico, de ahí que se caracterice por hacer gala y enarbolar sin complejo alguno la bandera del desprecio a la vida.
En este marco el ámbito de la cultura cobra especial importancia en la consecución de la hegemonía, proceso a través del cual se universalizan intereses y afectos, en palabras de Gramsci, “la conquista del poder cultural es previa a la del poder político”.
La transformación digital sigue hoy una dirección marcada por las políticas del momento, que favorecen la concentración empresarial, la extracción masiva y la acumulación de poder. Pero, como sucedió a principios del siglo pasado, estos criterios políticos pueden cambiarse.
El duelo, mientras haya recuerdo, afecto, es inevitable. La cuestión consiste en hacer un duelo sano, que sea llevable, en una existencia y una pérdida de la que el sujeto sea capaz de hacerse cargo.
Este artículo fue publicado originalmente por Stuart Hall en la revista Universities & Left Review, en el otoño de 1958, un momento en el que las transformaciones del capitalismo y de la izquierda después de la Segunda Guerra Mundial estaban cambiando Gran Bretaña y el mundo para siempre. La traducción al español es de Manuel Romero.
El miedo de no saber qué demonios va a pasar con nuestra vida y con la de aquellos que queremos. El miedo de mirar al futuro y no saber qué esperar. El miedo de no ver un horizonte de posibilidad, sino un muro tras el cual no sabemos qué se esconde.
Pese a que son siglos lo que nos separa de los escritos de Burke, su definición de lo sublime parece ajustarse al milímetro a la situación actual, y nos da las claves para entender por qué podemos experimentar placer estético en las consecuencias de una pandemia.
Con el verano liberamos algo de tiempo libre para dedicar a la lectura, al cine o simplemente a no hacer nada. En el IECCS hemos recopilado algunos títulos de ensayos y novelas para que podáis disfrutarlas durante el mes de agosto, y hacer así algo más ameno este calor insufrible.
El pensamiento de Davis, como buen materialista y marxista, operaba en continuo diálogo con el ruido del presente, con sus obstáculos, sus rugosidades y pliegues, sus pervivencias, sus proyecciones y posibilidades.
Si necesitamos pensar lo que nos está ocurriendo, ¿no sería importante que reflexionáramos sobre si lo que está sucediendo solo corrobora nuestras categorías y plantillas previas o si marca una diferencia aún por establecer?
Este texto se publica en el marco del debate que tuvo lugar en el seminario "Marx y El Capital en el mundo contemporáneo" entre Jesús Rodríguez y Manuel Romero a propósito del lugar de lo político en la teoría marxista.
Hoy más que nunca necesitamos disponer de horizontes de futuro confiables, asegurar nuestras vidas -y no para cualquier forma de vida, sino para una que valga la pena ser vivida- como condición de posibilidad de cualquier forma de libertad política (pues sabemos que sin seguridad y confianza en el porvenir no hay libertad sino miedo y servidumbre).
En estas líneas comparto con las compañeras y compañeros de España algunas reflexiones sobre las elecciones del pasado 15 y 16 de mayo en Chile y su relación con la rebelión popular que se inició en octubre del 2019. Primeras impresiones que destilan optimismo por los resultados favorables para las fuerzas políticas transformadoras que obtuvieron la mayoría de los escaños en la Convención que redactará la nueva Constitución Política, una Convención con paridad de género y 17 representantes de los pueblos indígenas.
El contexto Covid-19 nos trae un 'horror vacui' diferente, algo más angustiante que la patología psicológica conocida como 'fear of missing out' (FOMO), la posibilidad de que no nos estemos perdiendo nada porque nada está pasando y nada puede pasar.
Los nuevos periodistas crecen sabiendo que su futuro es un campo de minas, estudian una carrera muy mal estructurada y muy exigente y, como recompensa a todo ese aguante, obtienen un puesto mal remunerado, tremendamente esclavo y, por supuesto, inestable y frágil.
¿tan importante es la relación que se da entre el mundo de lo lleno y de lo vaciado? Parece probable que sí, que sea necesario todo este despliegue orientado a disimular la naturaleza conflictiva de las relaciones sociales de lo vaciado, hacia dentro y hacia fuera, sobre todo porque todos los sujetos implicados arriesgan mucho en este juego.
'Los olvidados. Ficción de un proletariado reaccionario' no es un libro más, descubre el hilo común del pensamiento reaccionario contemporáneo y, a la vez, hace un ejercicio de arqueología brillante para responder a las entelequias de un obrerismo que pretende invocar a una clase obrera que jamás existió.
La coyuntura tiene la singularidad de ser aquel momento sin el cual no se podrían visualizar ni reflexionar sobre determinados problemas políticos. Pensar la coyuntura implica, decía el epistemólogo crítico Hugo Zemelman, comprender el presente-potencial.
Al igual que los Shelby, podemos contemplar nuestras sociedades y afirmar que las élites son despiadadas, crueles e insolidarias. Sin embargo, conviene separarse de ellos a la hora de configurar el futuro a perseguir, uno en el que no quepan egoísmos narcisistas ni tradiciones opresoras.
La digitalización, que sigue un progreso exponencial según la ley de Moore, permite concebir, incluso a corto plazo, una sociedad en la que las máquinas realicen la mayor parte de las tareas, dejando a los humanos mucho tiempo para el autodesarrollo.
Creo que hay pocas definiciones más hermosas de democracia que aquella que reconoce no ser más que el esfuerzo que realizamos conjuntamente para definir a oscuras, acompañado por otros tan ciegos como nosotros mismos, qué es bueno y qué es malo.
«La literatura, para mí, está presente en cada momento, en cada detalle de lo cotidiano, está sucediendo todo el tiempo. Pero, al mismo tiempo, qué difícil es lograr una buena traducción de la vida a las palabras, de la mente a las palabras.»
Hemos lanzado una batería de preguntas a distintos pensadores y pensadoras con el fin de acercarnos a un análisis no tanto de la crisis del coronavirus en sí, como de los distintos escenarios de futuro a que nos puede conducir su salida. Aquí las respuestas que nos ha dado Luciana Cadahia, filósofa argentina, autora de Mediaciones de lo sensible. Hacia una nueva economía crítica de los dispositivos (FCE, 2017) y El círculo mágico del Estado (Lengua de Trapo, 2019).