Cineuropa35, Santiago de Compostela, 8-24 de noviembre de 2021
En noviembre de 2020 el mapa político gallego se organizó desde los efectos del “límite perimetral”. No hay novedad aquí, en este sistema tan enraizado en la gramática de la crisis de la covid-19. Sin embargo, esta figura territorial, legislativa y política levantó un muro sobre el lugar de Santiago de Compostela, uno de los centros de la vida cultural del territorio gallego. Al hablar de tal vida se enuncian NUMAX (cooperativa, cine y librería), el Centro Galego de Arte Contemporánea (CGAC), el festival de música electrónica Work on Sunday (WOS), o el festival de cine Cineuropa, que se celebra en la capital gallega desde 1987 y que no es reseñable sólo por su antigüedad, su programación o sus actividades, sino también por su papel como retaguardia del cine en Galicia.
El tiempo sin cine en Santiago reabre una vieja herida, pues las infraestructuras y las redes cinematográficas en las que se incluye –y señalamos, por ejemplo, la presencia del Centro Galego das Artes da Imaxe (CGAI, A Coruña) que hoy, por si fuese poco, se encuentra en pleno proceso de desmantelamiento– dificultan y han dificultado el acceso a los últimos estrenos cinematográficos durante largo tiempo. De hecho, el centro histórico de Santiago vivió, desde los noventa, un proceso continuado de cierre de las salas de cine, salas canibalizadas por el fenómeno de los multicines, afincado en los centros comerciales de la ciudad. Santiago se vio, durante años, huérfana de cine. No fue hasta la inauguración de la cooperativa NUMAX, en el año 2015, que al centro santiagués retornaron las proyecciones de cine independiente y de los otros cines; y no fue sino gracias a la continuidad de Cineuropa –y, por supuesto, a la labor de los cineclubs, como el Cineclube Compostela– que durante esos años de desierto sobrevivió el cine en Santiago.
Huelga decir, por tanto, que el tejido cultural del noroeste peninsular –en el sentido dado por las infraestructuras y no tanto por sus productores o sus actores– es especialmente sensible a los monstruos, pues, además de reabrir estas viejas heridas, se define por su condición periférica con respecto al aparato cultural del Estado, a su particular distribución territorial –organizada alrededor del eje atlántico– y a los hábitos culturales de unos habitantes que tienden a diseminarse y deslocalizarse de los centros. Ya no es que ciudades como Madrid o Barcelona acaparen gran parte de las ofertas culturales del Estado, sino que esos paradójicos centros-periferia (aquí Santiago, A Coruña, o Vigo) ocupan, también, un lugar hegemónico en el mapa cultural de sus respectivas comunidades, concentrando los centros de comunicación y socialización cultural que puedan tener algo que ver con la efervescencia de los centros culturales estatales.
Confinar Santiago de Compostela el pasado noviembre era, en definitiva, confinar las librerías, los museos, los centros de arte o las salas de cine a las que gran parte de la población dispersada accede cotidianamente. Confinar Santiago de Compostela era confinar Cineuropa, pues nuestro amor por el cine no justificaba un traslado a la capital gallega, e incluso si residiésemos dentro de los márgenes que dictaminaba el límite perimetral, la reducción de 400 asientos a 30 butacas de cine en su anterior edición no semejaba muy en sintonía con la experiencia cinematográfica pública que es Cineuropa. Confinar Santiago de Compostela fue, sobre todas las cosas, impedir un nuevo retorno de noviembre a las calles; impedir habitar el pliegue que conforman la conjunción de la ciudad barroca y la imagen en movimiento, que durante tantos años ha constituido parte e iconografía fundamental de la mitología urbana de sus calles.
Cada noviembre el festival retorna para transformar los flujos urbanos, el movimiento cotidiano en las calles, donde las espectadoras corren de una sala a otra con la esperanza de cuadrar los horarios entre las distintas salas de proyección, para transformar los lugares, las salas, los teatros y los mismos soportales. Y es que, durante este mes y ya cuando el festival de cortometrajes Curtocircuíto ha preparado el terreno para las experiencias cinematográficos del otoño, todas las infraestructuras susceptibles de convertirse en sala de cine se metamorfosean para que el centro histórico y sus inmediaciones se vuelvan el festival: el Teatro Principal, el Salón Teatro, NUMAX, el Museo das Peregrinacións o el Auditorio de Galicia. A la luz de los soportales y en los desplazamientos entre salas, cinefilia y transeúntes –casi enemigos históricos, si admitimos la oposición entre el arte y la vida– aprovechan para charlar a tenor del encuentro. He ahí rezos y ánimos comunes: “¡qué frío!” o “¡qué incómodo!”, escuchamos a la salida del teatro, pues el frío del Teatro Principal y sus butacas decimonónicas son de todo menos ergonómicas y, como cada año, el comentario de estas últimas forma parte indispensable de la crítica experiencial del festival por parte de quienes no suelen perdérselo.
En noviembre, Santiago no es de forma tan evidente una ciudad-para-el-turismo, sino, otra vez, un lugar que se mueve en simbiosis con la Universidad –clave de la vida cultural en Santiago–, un lugar de paseantes con paraguas que, como flâneurs, salen a observar la vuelta de Cineuropa. Este noviembre de 2021 celebramos la trigésimo quinta edición del Festival (#Cineuropa35), una edición emocionante no sólo por la calidad contingente de su programación –nombres, reposiciones de especial interés, piezas contemporáneas premiadas en Berlín, en Venecia, en Cannes, en San Sebastián o Sitges–, sino por su retorno como espacio social y de afección, como movimiento. Pues lo que particulariza a Cineuropa no es la profesionalización de su público en materia cinematográfica; tampoco su influencia inmediata en las redes culturales del Estado o la óptima calidad de las salas de proyección que se diseminan por la ciudad, sino una conjunción muy particular entre el cine y la vida que es capaz de alterar el paisaje.
*
Si bien Cineuropa es un festival que anualmente concentra lo más interesante del panorama cinematográfico europeo e internacional –con estrenos que tardarán meses en verse en las salas gallegas y estatales–, también programa una serie de actividades periféricas alrededor del hecho cinematográfico, como mesas de debate, talleres, danza, música o presentaciones de libros. De hecho, en esta edición pudimos disfrutar del espectáculo It’s a wrap (Kubrick is dead), de La Intrusa, dirigida por Virginia García y Damián Muñoz, que presentó un diálogo prolífico entre la danza y el cine. La pieza pensó sobre el encierro de sus personajes y exaltó su gestualidad libérrima tras la muerte de su autor, Kubrick, inspirándose parcialmente en Seis personajes en busca de autor, pieza teatral de Pirandello.
Por otra parte, Inma Merino presentó el primer ensayo monográfico publicado en España sobre la obra de Agnès Varda (Agnès Varda. Espigadora de realidades y ensueños, Donostia Kultura). En esta misma línea, Ángel Quintana presentó la nueva edición, con estudio crítico, del único guión cinematográfico asociado a Federico García Lorca (Viaje a la luna, Patronato Cultural Federico García Lorca). No faltó el debate, por otra parte, sobre las implicaciones políticas del cine de Berlanga, quien construyó su obra durante el franquismo, o sobre su posición, ya adelantamos, subversiva, con respecto a la censura, en A triloxía nacional: a transición política aos ollos de Luis G. Berlanga. A esto se sumó la presentación de Furia española. Vida, obra, opiniones y milagros de Luis García Berlanga (1921-2010), Generalitat Valenciana, un monográfico sobre la obra del cineasta coordinado por José Luis Castro de Paz y Santos Zunzunegui. Por último, la mesa de debate que cobijó Cinema e totalitarismo versó sobre la relación compleja entre cine y totalitarismo, en términos históricos, estéticos y políticos. Debate sobre la aprehensión totalitaria del cinematógrafo que estuvo acompañada, además, de la proyección de Moloch (1999), del ruso Aleksandr Sokurov, una puesta en escena atípica del nazismo y sus agentes en vísperas de la derrota en el frente soviético.
Alberte Pagán impartió una clase magistral sobre los modos de hacer del cine experimental, junto a otros talleres sobre guion (Gabriela Guillermo), sobre el papel como material en el cine (Belén Veleiro) o sobre “cine expandido” [expanded cinema] (Cris Lores). Decía Godard, en Histoire(s) du cinéma, que la historia del cine es la gran historia, y si lo es, es porque se proyecta. Todo en Cineuropa se organiza alrededor del cine, aunque vaya más allá de la proyección: la gran historia también lo es porque se puede conversar y debatir colectivamente sobre sus imágenes y sus sonidos.
*
Cada edición de Cineuropa presenta una temática, de modo que a las películas contemporáneas acompañan distintas reposiciones más o menos difíciles de (re)visionar en la gran pantalla. Si Cineuropa31, a tenor de la efeméride, dedicó la edición a la Revolución rusa, a revisitar grandes filmes soviéticos y películas políticamente comprometidas, este año el festival se organizó en torno al “totalitarismo”. En la sección de Cinema e totalitarismo nos acompañaron clásicos modernos como Novecento (Bernardo Bertolucci, 1976), una película de cinco horas de metraje que explora gran parte del siglo XX italiano, pasando, como es evidente, por el fascismo. También se programaron clásicos contemporáneos como The Act of Killing (Joshua Oppenheimer, 2012), que reflexiona sobre la violencia y la muerte tomando como premisa el golpe de estado militar de 1965 en Indonesia, (re)presentando el pasado desde el presente a través de una forma radicalmente inédita en la historia del cine. A tenor del totalitarismo, aunque en otra sección, coinciden temáticamente piezas como Responsabilidad empresarial (Jonathan Perel, 2020), sobre el papel de las empresas y el capital argentino durante la dictadura militar, en la órbita de documentales clásicos como El fascismo ordinario (Mikhail Romm, 1965), donde el soviético analizaba la relación directa entre la crisis capitalista de finales de los veinte y el auge del nazismo en Alemania. En Retour à Reims (Jean Gabriel-Périot, 2021), adaptación de la obra homónima del pensador e historiador francés Didier Eribon, asistimos a una narración a través de archivos de la(s) historia(s) de la clase obrera francesa, desde la década de los cincuenta hasta la actualidad.
*
Los tres Premios Cineuropa, que intentan reseñar las trayectorias artísticas señaladas, fueron a parar a las manos del escritor y cineasta israelí Nadav Lapid, el cineasta experimental gallego Alberte Pagán y la actriz madrileña Verónica Forqué. Cada entrega fue acompañada de la proyección de una pieza clave que sirviese como ilustración de las aportaciones premiadas. Así, de Nadav Lapid eligió proyectarse O xeonllo de Ahed (Ha’berech), película de este mismo año y que aún no cuenta con una fecha de estreno definida en salas. El filme, que aborda el doble duelo de la madre y la libertad perdida, fue, además, Premio del Jurado en Cannes. Por otra parte, Alberte Pagán fue laureado en el evento por su trayectoria al margen de los circuitos del cine industrial y por sus actuaciones clave en la realización y creación de cine experimental en el conjunto gallego. De hecho, el cineasta reivindicó los modos de hacer del cine experimental como “anticapitalistas y antipatriarcales”, antes de la proyección de su Bs. As. (2006), un documental que dirige una mirada bidireccional hacia Buenos Aires y Galicia, entretejiéndose a través de la emigración.
Por último, Verónica Forqué recibió un premio por su trayectoria diseminada entre el teatro, la televisión y el cine, acompañándose la entrega con la proyección de uno de los filmes más polémicos de la historia del cine español, reseñado, sin embargo, por su actualidad: Kika (1993), de Pedro Almodóvar. Nada más lejos de la realidad, pues si bien la temática es, por desgracia, absolutamente actual, no sucede lo mismo con su puesta en escena o las decisiones que dan forma a su representación. El filme aborda transversalmente muchos temas, entre ellos, la violencia machista, la violación o el devenir reality show del mundo. Más allá de lo que nosotras creamos o no –que desde luego se aleja bastante de las posiciones que pretenden subordinar las formas estéticas a la ética o la política–, es evidente que su representación se confronta con las urgencias y demandas sociales actuales debido a las formas a través de las cuales expone su temática. El sketch humorístico que da forma a la violación de Kika en la película no sólo es inmoral, sino que es poco interesante en lo que respecta a los hechos mismos, su interpretación o su proyección contemporánea. Más que reivindicar en abstracto la vigencia o la actualidad de la cinta, de 1993, nos hubiera gustado poder debatir y pensar sobre sus formas, sobre qué supone proyectar, en 2021, una determinada confrontación artística ante una violación filmada hace tres décadas. Nos hubiera gustado debatir, en definitiva, sobre qué supone o qué potencias encontramos en volver a confrontar al espectador –¡a las espectadoras!– ante las formas de Kika, sobre cómo volver a proyectar públicamente esa gran historia, que es la del cine, lejos de entender su definición como un escaparate estanco y lleno de imágenes.
*
Si algo nos fascinó del noviembre que retorna junto a Cineuropa un año más, tras la crisis de la covid-19 y una trigésimo cuarta edición atípica y marcada por los confinamientos, es volver a experimentar el cine como res publica. Se suele decir que los hermanos Lumière inventaron el cine tres veces: como técnica, como arte y como espectáculo público. Más allá de las verdades que contenga esta aseveración, Cineuropa retornó para recordamos que, más allá del éxtasis de las plataformas digitales y las comunidades tuiteras en torno a fenómenos audiovisuales, el cine sigue siendo una cosa pública. Dan fe de ello las conversaciones en los soportales, los debates en las calles, la necesidad de atender y cuidar a las que se marean ante la dureza de las imágenes del aborto clandestino en los pases de El acontecimiento (Audrey Diwan, 2021) o el entierro colectivo al que asistimos las espectadoras de la demencia explicitada en Vortex (Gaspar Noé, 2021). En cada nueva proyección retorna el cine, y de cada uno de sus retornos seguimos siendo partícipes juntas.
'Los olvidados. Ficción de un proletariado reaccionario' no es un libro más, descubre el hilo común del pensamiento reaccionario contemporáneo y, a la vez, hace un ejercicio de arqueología brillante para responder a las entelequias de un obrerismo que pretende invocar a una clase obrera que jamás existió.
Realismo capitalista es –haciendo de lo complejo sencillez y de las respuestas fáciles preguntas difíciles– una de las grandes obras políticas de nuestro siglo, la que emite algunas lecciones fácilmente numerables para las políticas del “deseo poscapitalista” en el siglo XXI.
"La pandemia ha enfatizado enormemente una tendencia que ya se estaba dibujando: una condición de miedo a la corporeidad, me atrevería a decir, incluso, una sensibilización fóbica hacia el cuerpo del otro."
Creo que hay pocas definiciones más hermosas de democracia que aquella que reconoce no ser más que el esfuerzo que realizamos conjuntamente para definir a oscuras, acompañado por otros tan ciegos como nosotros mismos, qué es bueno y qué es malo.
El verano y las vacaciones se agotan, y también el tiempo libre para dedicar a la lectura, al cine o simplemente a no hacer nada. En el IECCS hemos recopilado algunos títulos de ensayos, novelas, películas y documentales para que puedas disfrutarlas durante el mes de agosto.
En estas líneas comparto con las compañeras y compañeros de España algunas reflexiones sobre las elecciones del pasado 15 y 16 de mayo en Chile y su relación con la rebelión popular que se inició en octubre del 2019. Primeras impresiones que destilan optimismo por los resultados favorables para las fuerzas políticas transformadoras que obtuvieron la mayoría de los escaños en la Convención que redactará la nueva Constitución Política, una Convención con paridad de género y 17 representantes de los pueblos indígenas.
El contexto Covid-19 nos trae un 'horror vacui' diferente, algo más angustiante que la patología psicológica conocida como 'fear of missing out' (FOMO), la posibilidad de que no nos estemos perdiendo nada porque nada está pasando y nada puede pasar.
Este texto se publica en el marco del debate que tuvo lugar en el seminario "Marx y El Capital en el mundo contemporáneo" entre Jesús Rodríguez y Manuel Romero a propósito del lugar de lo político en la teoría marxista.
Actualmente el debate se ha simplificado a partir de la categoría de "lo posmo", de manera que si te preocupa lo estético para construirte como sujeto, parece que estás abandonando la lucha de clases.
Con el verano liberamos algo de tiempo libre para dedicar a la lectura, al cine o simplemente a no hacer nada. En el IECCS hemos recopilado algunos títulos de ensayos y novelas para que podáis disfrutarlas durante el mes de agosto, y hacer así algo más ameno este calor insufrible.
Hoy más que nunca necesitamos disponer de horizontes de futuro confiables, asegurar nuestras vidas -y no para cualquier forma de vida, sino para una que valga la pena ser vivida- como condición de posibilidad de cualquier forma de libertad política (pues sabemos que sin seguridad y confianza en el porvenir no hay libertad sino miedo y servidumbre).
El video presidencial en inglés siguen revelando datos importantes del relato que el gobierno está cocinando, en él se resignifican dos de las imágenes con las que se ha caracterizado al régimen uribista de Duque: la del títere y la del hombre desconectado de la realidad.
Las tesis que reproducimos a continuación fueron escritas por Bertolt Brecht en los años treinta, en el marco del debate con Gyorg Lukács sobre la definición de «realismo» en la literatura y el arte, así como el empleo del mismo por los artistas antifascistas.
La serie es un éxito puesto que (re)construye cómo una ideología como la Alt-Right puede llegar a ser hegemónica y lo hace en una dialéctica constante con la realidad que vive la sociedad estadounidense y sus pilares racistas.
El miedo de no saber qué demonios va a pasar con nuestra vida y con la de aquellos que queremos. El miedo de mirar al futuro y no saber qué esperar. El miedo de no ver un horizonte de posibilidad, sino un muro tras el cual no sabemos qué se esconde.
En definitiva, en el Manifiesto la ciencia le habla a la política como un cliente exigente que demanda aquellos servicios por los que paga. Esta posición no es nueva. Viene construyéndose desde hace décadas, en especial desde el mercado hacia el Estado.
Si ya no vemos igual, ni desde los mismos dispositivos, si cada vez hay más oferta de productos audiovisuales y el fútbol no mueve ficha, corre el riesgo de quedarse fuera de los nuevos mercados del consumo audiovisual.
El necro-liberalismo asume de forma explícita y obscena la imposibilidad de conjugar el mantenimiento de la vida con el mantenimiento del orden político y económico, de ahí que se caracterice por hacer gala y enarbolar sin complejo alguno la bandera del desprecio a la vida.
¿tan importante es la relación que se da entre el mundo de lo lleno y de lo vaciado? Parece probable que sí, que sea necesario todo este despliegue orientado a disimular la naturaleza conflictiva de las relaciones sociales de lo vaciado, hacia dentro y hacia fuera, sobre todo porque todos los sujetos implicados arriesgan mucho en este juego.
Los nuevos periodistas crecen sabiendo que su futuro es un campo de minas, estudian una carrera muy mal estructurada y muy exigente y, como recompensa a todo ese aguante, obtienen un puesto mal remunerado, tremendamente esclavo y, por supuesto, inestable y frágil.
No es nuevo decir que, tras décadas de neoliberalismo, la responsabilidad sobre el empleo descansa cada vez más sobre los propios individuos. Cada vez son más los programas educativos que añaden en sus currículos una nueva y apetecible competencia: la empleabilidad.
Gorriti es Filósofa, becaria doctoral CONICET y docente de la UNC. Autora de Nicos Poulantzas: una teoría materialista del Estado (Doble ciencia). Farrán es Filósofo, Investigador CONICET y docente de posgrado (Universidad Nacional de Córdoba). Autor de Badiou y Lacan: el anudamiento del sujeto (Prometeo), Nodal. Método, estado, sujeto (La cebra) y Nodaléctica (La Cebra).
La afirmación de Wittgenstein de que no existe “aplicación” de una regla porque la instancia de aplicación es interna a la propia regla y, como consecuencia, la transforma, es totalmente válida como principio rector para escribir una tesis.
Al igual que los Shelby, podemos contemplar nuestras sociedades y afirmar que las élites son despiadadas, crueles e insolidarias. Sin embargo, conviene separarse de ellos a la hora de configurar el futuro a perseguir, uno en el que no quepan egoísmos narcisistas ni tradiciones opresoras.
En medio de una pandemia mundial -donde el proceso productivo neoliberal en el que ya vivíamos condiciona nuestra manera de sentir, relacionarnos y también curarnos-lo último que se permite es adolecer. Nuestras pérdidas son rápidas, ocultadas, secretas, dejan un duelo mudo, pero igual de profundo, es un duelo arrebatado.
A pesar de la omnipresencia de este debate, es necesario cubrir una carencia fundamental de la mayoría de estos discursos: rebatir el desdén generalizado ––en gran parte de las ocasiones automático; en otras sencillamente visceral–– hacia la nostalgia y, en consecuencia, hacia su poso melancólico.
La pregunta que tenemos que hacernos es si preferimos vivir peor para mantener ciertos negocios o apostamos por mejorar la vida y forzar un desplazamiento productivo hacia otros sectores. Claramente lo que tiene que primar es la calidad de vida y lo que tiene que adaptarse es el modelo productivo, no al revés.
La transformación digital sigue hoy una dirección marcada por las políticas del momento, que favorecen la concentración empresarial, la extracción masiva y la acumulación de poder. Pero, como sucedió a principios del siglo pasado, estos criterios políticos pueden cambiarse.
La digitalización, que sigue un progreso exponencial según la ley de Moore, permite concebir, incluso a corto plazo, una sociedad en la que las máquinas realicen la mayor parte de las tareas, dejando a los humanos mucho tiempo para el autodesarrollo.
¿No hay algo profundamente sospechoso en reflejar del lado de lo plebeyo la responsabilidad última del fascismo? ¿Por qué no encontramos, del lado de las élites, una imagen que pudiera tener el mismo peso simbólico? No es casual que el pueblo aparezca como el lugar de una sospecha y las élites queden, astutamente, sustraídas de la escena.
Este artículo fue publicado originalmente por Stuart Hall en la revista Universities & Left Review, en el otoño de 1958, un momento en el que las transformaciones del capitalismo y de la izquierda después de la Segunda Guerra Mundial estaban cambiando Gran Bretaña y el mundo para siempre. La traducción al español es de Manuel Romero.
Aquí las respuestas que nos ha dado Santiago Alba Rico, escritor, ensayista y filósofo, autor, entre otros, de Las reglas del caos. Apuntes para una antropología del mercado (Anagrama, 1995), Leer con niños (Caballo de Troya, 2007), Islamofobia: nosotros, los otros, el miedo (Icaria, 2015) y Ser o no ser (un cuerpo) (Seix Barral, 2017).
Habitualmente se entiende que la ciencia ficción, precisamente por su carácter especulativo, es un género con una relación particular con el progresismo y la izquierda. Sin que esto sea necesariamente falso, la realidad es que la historia del género está llena de grandes figuras y obras notables con relación directa con posturas reaccionarias e incluso con el fanatismo religioso.
Como dice Eva Illouz en el prólogo del libro de Horvat, parece que el capitalismo nos ha arrebatado la capacidad de amar de manera radical. Nos encontramos ante la imposibilidad de replantear un concepto que parece haber quedado diluido entre las crisis del neoliberalismo.
Las comunidades no se pueden descontextualizar de los modos de producción en las que están insertas, de las transformaciones que se producen y en las que son producidas por seres humanos en el paso de sus vidas.
La crítica política y social se consiguió transmitir desde la crítica cultural, en una alianza estética de raigambre nietzscheana en la que la música era un elemento de transformación radical. Este nuevo paradigma no había sido aprovechado por la izquierda tradicional, que dejó pasar el impulso que esta revolución cultural había traído.
Disney no podría habernos ofrecido un simbolismo más explícito de su empresa ideológica: Una casa (propiedad privada) que requiere de nuevas, reformadas y más progresistas, formas dentro de la misma institución (familia) para poder recuperar la magia (herencia).
¿Y si las plataformas y su modelo de explotación basado en la extracción de datos hubieran sido solo un impasse en el proceso de construcción del Internet que finalmente se estabilizará en el futuro?
La guerra en Ucrania sitúa en un primer plano la importante dependencia energética exterior de la UE y aboga por una aceleración en el proceso de transición verde acometida en toda su extensión.
La camaradería es el resultado de la solidaridad, del compromiso y de la disciplina. Es una práctica compleja, en la que se fracasa una vez para levantarse y fracasar mejor. A veces puede ser asfixiante, pero la mayor parte de las veces es liberadora. Somos nosotres en un sentido colectivo.
Cabe cuestionarse si a estos "liberales" alguna vez les importó algo más que su persona, si aquella condescendencia de clase no supone en realidad un brillante ejemplo de conciencia de clase –de clase privilegiada, por supuesto– a la que le duró demasiado el disfraz democrático y popular.
Somos mucho más rentables como espectadores-consumidores de contenido en plataformas ya que, si la televisión entraba en nuestra casa para ofrecernos entretenimiento a cambio de un porcentaje de tiempo invertido en publicidad, esta nueva forma de extracción de beneficios entra directamente en nuestro cuerpo, para buscar beneficios en los datos derivados de nuestro comportamiento.
¿Qué pasa si dejamos de considerar a la propiedad como algo sagrado y “permanente”, que incluso trasciende al individuo (y su supuesto esfuerzo) hasta sus herederos, y empezamos a considerar que esta es imposible sin un complejo sistema de relaciones sociales colectivas que la sostiene desde su origen?
Hay una creencia generalizada de que el progreso de la ciencia es imparable y de que la tecnología todo lo puede. No cabe en nuestras mentes, pero especialmente en la de nuestros gobernantes, que pueda haber límites biofísicos y energéticos a lo que somos capaces de hacer
Pese a que son siglos lo que nos separa de los escritos de Burke, su definición de lo sublime parece ajustarse al milímetro a la situación actual, y nos da las claves para entender por qué podemos experimentar placer estético en las consecuencias de una pandemia.
«La literatura, para mí, está presente en cada momento, en cada detalle de lo cotidiano, está sucediendo todo el tiempo. Pero, al mismo tiempo, qué difícil es lograr una buena traducción de la vida a las palabras, de la mente a las palabras.»
«Muchas personas dicen que la experiencia de haber participado en un laboratorio ciudadano les cambió la vida»
La coyuntura tiene la singularidad de ser aquel momento sin el cual no se podrían visualizar ni reflexionar sobre determinados problemas políticos. Pensar la coyuntura implica, decía el epistemólogo crítico Hugo Zemelman, comprender el presente-potencial.
Como defendió Matt Colquhoun recientemente en su blog, la serie no es el capitalismo avanzando a través de la apropiación del sentimiento anticapitalista sino el sentimiento anticapitalista avanzando a través de la apropiación del capitalismo.
El pensamiento de Davis, como buen materialista y marxista, operaba en continuo diálogo con el ruido del presente, con sus obstáculos, sus rugosidades y pliegues, sus pervivencias, sus proyecciones y posibilidades.
De un tiempo a esta parte me interesan las figuraciones de clase. Historias que reivindican las formas de vida obreras, ficciones que no esencializan ni se edifican en el antagonismo social y que de algún modo liberan a la literatura obrera de sus tareas históricas.
Si necesitamos pensar lo que nos está ocurriendo, ¿no sería importante que reflexionáramos sobre si lo que está sucediendo solo corrobora nuestras categorías y plantillas previas o si marca una diferencia aún por establecer?
En suma, Mercado y Estado no son términos antitéticos, sino necesariamente complementarios. Pero decimos más: no se trata sólo de considerar que ambas realidades son dependientes históricamente, sino de enfatizar que sus componentes estructurales están tan sumamente involucrados que sus contornos llegan a hacerse borrosos, hasta el punto de confundirse.
En este marco el ámbito de la cultura cobra especial importancia en la consecución de la hegemonía, proceso a través del cual se universalizan intereses y afectos, en palabras de Gramsci, “la conquista del poder cultural es previa a la del poder político”.
La idea de la compulsión a la repetición es muy poderosa y ha calado profundamente en nuestra cultura. Me gustaría argumentar que, históricamente, el marxismo ha experimentado cuatro neurosis importantes: la neurosis económica, la neurosis filosófica, la neurosis histórica y la neurosis cultural.
«Leí tu libro la semana pasada y me sentí como si saliera a tomar aire después de pasar mucho tiempo bajo el agua. Me gustaría agradecerle de todo corazón que haya expresado de forma tan elocuente casi todo lo que había que decir, y que haya proporcionado una razón para la esperanza, cuando yo estaba a punto de desesperar.»
Hemos lanzado una batería de preguntas a distintos pensadores y pensadoras con el fin de acercarnos a un análisis no tanto de la crisis del coronavirus en sí, como de los distintos escenarios de futuro a que nos puede conducir su salida. Aquí las respuestas que nos ha dado Luciana Cadahia, filósofa argentina, autora de Mediaciones de lo sensible. Hacia una nueva economía crítica de los dispositivos (FCE, 2017) y El círculo mágico del Estado (Lengua de Trapo, 2019).
¿En qué se debe basar, entonces, nuestro hacer político y sus distintos modos? He aquí la pregunta fundamental. La respuesta por la que aquí apostamos es la autonomía, la capacidad del grupo para dotarse de sus propias reglas independientemente de factores externos.
El duelo, mientras haya recuerdo, afecto, es inevitable. La cuestión consiste en hacer un duelo sano, que sea llevable, en una existencia y una pérdida de la que el sujeto sea capaz de hacerse cargo.
El valor de los libros de Peter Frase, Olin Wright y Aaron Bastani reside en su capacidad para darle la vuelta al famoso dictum de Jameson e imaginar que el neoliberalismo no existe. Hay una potencia afirmativa en esa negación que no es una cuestión menor.
«Es necesario un nuevo movimiento internacionalista y pacifista que en los diferentes países movilice los intereses de las grandes mayorías, que exija la toma de acciones para prevenir conflictos, y en particular que se pongan fuertes límites a las armas nucleares.»
Más que luchar por una u otra interpretación, una misión muy loable pero que para mí aún es dudosa en el ejercicio de la crítica cultural, la indefinición de lo afectivo nos debe conducir a identificar a qué anhelos desarticulados apela la cultura popular.
Este texto es un informe presentado el 20 de enero de 2017 en el marco de la sesión ¿Quiénes son los comunistas? de la Conferencia de Roma sobre el Comunismo. Fue publicado originalmente en italiano con el título Chi sono i comunisti en la página web del colectivo Euronomade, y traducido ahora al castellano por Manuel Romero.
Si el ecologismo desea tener una incidencia real en las disputas políticas del futuro inmediato (y es imprescindible que la tenga) no puede pasar por alto las peculiaridades y temporalidades de las diversas esferas de lo humano.
En el sistema semiológico de Barthes el mito se presenta como una potencia naturalizadora, una herramienta de normalización. Por eso, en su descripción de las lógicas de funcionamiento del mito hay todo un intento de impugnar la normalidad de los quehaceres cotidianos