El efecto de la táctica del posfascismo no es terminar con la existencia de la democracia como tal, al modo del fascismo clásico, sino obligar a la democracia a mostrar sus costuras, es decir, a revelar su carácter de orden político.
La estrategia de Vox ha sido, especialmente desde su demostración de fuerza de 2018 en Vistalegre, la de reactivar las identidades de la guerra civil, pero en el marco formal de la democracia. Esto marca ya una tensión entre el agonismo, que rige la vida interior de la democracia en clave adversarial (Mouffe: 1999) [II], y el antagonismo, que da forma a la comunidad política como tal determinando la exclusión de un Otro existencial (Schmitt: 1991a).
Esto es coherente, a su vez, con el rasgo posfascista, no neo-fascista ni fascista, de Vox. En efecto, lo propio del posfascismo es intentar revitalizar los valores del fascismo adaptándolos al marco formal de la democracia representativa liberal (Traverso: 2018, 47) [III].
El efecto de esta táctica no es terminar con la existencia de la democracia como tal, al modo del fascismo clásico, sino obligar a la democracia a mostrar sus costuras, es decir, a revelar su carácter de orden político, su frontera, con el propósito de que pierda su superioridad ético-política respecto de otros órdenes, especialmente los autoritarios y totalitarios. Esto produce una colisión con el discurso que las democracias occidentales pregonan de sí mismas, según el cual se autopresentan como un orden universalista, en el que caben todas las voces, cuyo correlato sería la ciudadanía, entendida como meta-identidad, capaz de abarcar a todas las identidades.
Esta autoimagen es especialmente intensa en el discurso de la Transición, según el cual la democracia española ancla en la convivencia, la tolerancia, el pluralismo y la racionalidad (Oñate: 1998; Del Águila y Montoro: 1984; Franzé: 2017). La democracia española se ha autorrepresentado como un orden sin enemigos, ni necesidad de identidades, pasiones o emociones, dada su necesidad de diluir su identidad españolista en el constitucionalismo, y toda conflictividad —la que arrumba en el pasado—, en lo humano-racional. De ese modo busca operar como lo opuesto de una identidad: ya no sería la parte por el todo, sino un todo que se imagina cobijando a todas las partes, sin enemistad ni exclusión.
De algún modo, lo que hace la táctica de Vox es desenmascarar el carácter de orden político de la democracia. Es un modo sutil, y por eso difícil de combatir, de minarla. Porque obliga a la democracia a colocar su valor no donde suele ubicarlo, sino en otro lugar, en su especificidad como variedad de orden político.
En efecto, el valor de la democracia no se encuentra en superar su condición de orden político, ni en abolir el poder en virtud de la horizontalidad que consagra, ni en prescindir de la violencia legítima (Weber: 1992) por consagrar el consenso, sino en la forma en que organiza la vida de la comunidad.
Todo orden político se basa en una exclusión (Laclau: 1996, 72), no en aceptar absolutamente todas las voces y posiciones. En la democracia, los significados autoritarios están excluidos. Subrayamos: los significados, no las personas que los portan. Porque el problema es la promoción y defensa públicas de valores entendidos como excluyentes con los de la democracia y que, en caso de triunfar o difundirse en cierto grado, la pondrían en peligro en tanto orden político. Por lo tanto, esa exclusión no es inmediatamente de personas, ni su consecuencia es la persecución física ni la privación de la libertad de quienes no comparten los valores democráticos. En la interioridad subjetiva y en el ámbito privado se pueden profesar las creencias que se deseen, pero no hacerlas públicas ni intentar constituir una voluntad colectiva alrededor de ellas (Schmitt: 1991a, 58-59).
Incluso en una democracia que se piensa sin enemigos y universalista como la de la Transición, existe a la vez un orgullo partisano en señalar a ciertas ideas o movimientos como ese otro que no cabe en la democracia. En el discurso de la Transición, el terrorismo —principalmente de ETA— y el pasado —todo lo anterior a la Transición— ocupan ese lugar. Más en particular, para la izquierda el franquismo, habitualmente asociado con el fascismo, y para la derecha el terrorismo etarra y ahora el comunismo y el populismo, aparecen como eso que orgullosamente “no somos”.
Sin embargo, el carácter que se le otorga a ese enemigo rompe la ambigüedad entre universalismo y enemistad, pues habitualmente se le niega su carácter político, sacándolo por lo tanto de la órbita de lo humano y de lo racional, para colocarlo como inhumana aberración. Esta catalogación es comprensible y tiene lógica en el seno de la lucha política cotidiana, en la cual la experiencia hasta ahora indica que el mejor modo de lograr la hegemonía de los propios valores es despolitizándolos, borrando su carácter de parte para enarbolarlos como universales, a fin de poder señalar a aquellos que no los comparten como irracionales e inhumanos. De este modo, uno se exonera de asumir que define a sus enemigos y procede a su marginación, para cargarles a ellos mismos y a su inhumanidad el gesto de autoexcluirse de un orden “en el que cabemos todos”. Pero el discurso de la teoría política no puede adaptarse a esas necesidades políticas cotidianas, claves, pero propias de otro orden de asuntos. Por difícil que resulte éticamente, el fascismo y el terrorismo —que como tal no constituye una identidad política ni una ideología, sino que sirve como instrumento a identidades o ideologías diversas— son parte de la política, pues no forma parte de ésta sólo el Bien, sino todo aquello que busque construir un orden comunitario. Otra cosa es la valoración que nos merezca, que no hace falta ni nombrar. Si le negáramos su carácter político, actuaríamos como médicos que, guiados por el rechazo moral de la postración humana, excluyeran las enfermedades terminales del campo de estudio de la salud. La consecuencia sería un descalabro tanto en lo ético como en lo clínico: la ignorancia de ese mal no haría más que agrandar su radio de acción, volviéndolo más dominante y letal.
El valor de la democracia no se halla en no tener la lógica ni la fisonomía de todo orden político. También la democracia señala a su enemigo a fin de poder consagrar una amistad, centrada alrededor de un modo de vida particular. La especificidad de la democracia está en no requerir títulos especiales para ser miembro de la comunidad y por tanto para ejercer el poder, sea como ciudadano común o desde alguna magistratura pública (Rancière, 2006), así como en dejar vacío el lugar del poder, en tanto se asume no hay un sentido objetivo trascendente al que deba remitirse, ni nadie que lo encarne (Lefort: 1990). De ahí que los requisitos existentes (mayoría de edad y nacionalidad) sean siempre discutibles y discutidos. Y aunque sean considerados habitualmente neutrales, no lo son: la mayoría de edad implica una concepción de las virtudes mínimas del ciudadano democrático (responsabilidad, madurez, autonomía) y la nacionalidad o membresía de la comunidad implican compartir ciertos valores (de ahí los juramentos para ratificarlos exigidos a aquellos que la adquieren y/o la obligatoriedad de una currícula educativa común para los “nativos”).
La democracia posee incluso unos mecanismos de prevención respecto de la circulación pública de algunos significados anti-democráticos. Por supuesto que no es asimilable a una censura previa organizada sistemáticamente desde el Estado con un criterio ideológico de partido, como en los regímenes autoritarios o totalitarios, sino que muchas veces queda en manos particulares y se ejerce precisamente en nombre de la libertad de prensa. Esa autocensura no admite la publicación de contenidos racistas, machistas, xenófobos o de apología del delito o del odio, considerados inaceptables y por eso tipificados como ilegales. Fue lo que ocurrió con la cuña de Vox que hablaba de forma injuriosa de los Menores Extranjeros no Acompañados. [IV]
Todo orden se basa en una exclusión —como ya se ha dicho—, pero no todo orden excluye del mismo modo. Los regímenes autoritarios y totalitarios, coherentemente con su origen violento, reducen el campo de la amistad política en tanto buscan una identidad total y transparente entre sus miembros y los principios del orden. Para ello, habitualmente borran las lindes entre conducta personal externa e interna, al buscar un imposible: dominar con certeza la conciencia individual. Con esto, repiten la pretensión errónea que Lutero achacaba a la Iglesia Católica en el gobierno de los asuntos espirituales: ni ahogar el mundo en sangre permite saber si una persona tiene fe. En efecto, el autoritarismo constituye una pretensión porque la política es legitimidad, y siendo ésta una creencia, es interior e incomprobable: sólo puede ser deducida de la conducta corporal exterior. La política queda entonces condenada a este como si. El autoritarismo y aún más el llamado totalitarismo no son más que una vana pretensión óntica, ya que reposan en una imposibilidad ontológica. Se diría que son órdenes políticos imposibles, irrealizables, en tanto no pueden tramitar esa brecha entre la creencia y la conducta corporal, que pretenden cancelar alegando conocer las intenciones ocultas de los sujetos.
Pero la diferencia en el modo de exclusión no es sólo cuantitativa, sino también cualitativa. Un orden democrático da lugar a más diferencias, pues considera que sus bases no son estrictamente verdades definitivas, sino que tiene la precaución de saber que lo que hoy es considerado extraño a los valores mañana puede ser incluido como un rasgo afín a ellos. Tal cosa ha ocurrido con la ampliación de la ciudadanía, tanto en términos de ciudadanía política (mujeres, negros, extranjeros) como de ciudadanía social (democracia social). A tal punto en las democracias caben más diferencias que incluso a veces se deja lugar a la enemistad. En efecto, cuando ésta es débil y pequeña, el cálculo de las consecuencias propio de la ética política desaconseja la prohibición, pues permitirle presentarse como víctima la haría aumentar.
La diferencia clave entre los regímenes autoritarios o totalitarios y la democracia es que ésta, conscientemente o no, es el orden que más se asemeja a la lógica misma de lo político, la de la hegemonía, consistente en una lucha metonímica por el sentido (Laclau y Mouffe, 1985), no en su cancelación a través de la homogeneidad fija entre todos sus miembros. En esa brecha tienen lugar tácticas posfascistas como la de Vox.
Vox ha venido golpeando a las puertas de la frontera. Lo hizo —por sólo poner algunos casos— cuando una diputada nacional de ese partido se fotografió sonriente delante de un mural en memoria de Largo Caballero que había sido vandalizado; cuando señaló a menores de edad extranjeros y huérfanos como sujetos a perseguir; o cuando dijo en sede parlamentaria que el actual gobierno era peor que la dictadura franquista (a la que desde luego no nombró de ese modo).
Pero cuando el pasado viernes 23 la candidata a presidir la Comunidad de Madrid, una dirigente muy relevante del partido en el nivel nacional, ratificó públicamente su desconfianza de la veracidad de las amenazas de muerte al candidato de Unidas Podemos en las elecciones de Madrid, al ministro del Interior y a la Directora de la Guardia Civil, y además invitó al candidato de UP a irse del país, perforó esa frontera y cayó del otro lado. Ese péndulo vidrioso y ambiguo entre el adentro y el afuera de la democracia, que buscaba presionar sobre ese orden para que mostrara sus costuras, dejó de funcionar. Porque creó un clima de temor y desasosiego propio de cuando una acción agresiva no deja ver —precisamente— sus propios límites. Esto, en un país cuya democracia se ha construido sobre la base de la convivencia entendida como negación de un pasado cainita, no podía pasar desapercibido ni ocupar el lugar de una provocación más.
El efecto de la ruptura de ese movimiento pendular es también ambiguo. Cabría esperar que redundara en la recuperación y ampliación del horizonte democrático. No obstante, si por una parte coloca a la democracia en primer plano, tal como se observó en el devenir de la campaña electoral, por otra lo hace a costa de ratificar un modo de entenderla, como consenso centrista. En efecto, la primera reacción, que impregnó más incluso el discurso de las izquierdas que el de las derechas, fue identificar los modos de Vox y su candidata con “la política de la confrontación y del enfrentamiento”, cuando en verdad debería ser identificada con la sustitución de la política por la guerra, precisamente porque traspasa la frontera de la lucha entre adversarios que comparten unas reglas del juego —el agonismo— para entrar en la contienda a muerte entre enemigos que no pueden convivir, ni darse reglas comunes o jueces imparciales para solventar sus diferencias. Es sabido que el antagonismo no tiene por qué desembocar en la guerra. Más aún, su constitutiva presencia en lo político puede ser tomada como un llamado a buscar la paz y no como carta blanca para el exterminio: el pluriverso es el nombre de esta construcción que busca segarle la hierba a la guerra (Schmitt: 1991a, 62-66).
Es cierto que esa reacción inmediata a la que aludíamos asoció enfrentamiento y confrontación a fascismo y odio hacia el diferente, pero a la vez no pudo distinguir entre grados de conflictividad: no todo conflicto es bélico, ni desemboca en la negación del otro. La democracia, precisamente, se distingue porque además de trazar una frontera con quienes la niegan, es capaz de dar vida a conflictos intensos en su interior, sin necesidad de entender el respeto y la legitimidad del otro como aquello que se confirma sólo acordando con él. Al contrario, podría pensarse que un respeto más hondo tiene lugar cuando se discute la palabra del otro precisamente porque se respeta su voz.
Lo que no capta la asociación entre democracia y consenso es que el pluralismo es posible merced a la existencia de una frontera, a una enemistad. El pluralismo no es la proliferación indiscriminada de todas las diferencias, que es lo que connota la idea de democracia como mercado y competencia entre partidos. ¿Tendría sentido democrático que concurrieran a elecciones con efectivas probabilidades de triunfo partidos democráticos y partidos anti-democráticos? Desde luego que no.
El pluralismo no es tal porque no tiene límites y da la palabra a todos, sino porque permite la discusión intensa entre amigos. En este caso, democráticos. Por otra parte, el “todos” es imposible, porque la identidad es una diferencia. No es entonces propiamente un politeísmo, pues al menos un dios está excluido. La negatividad que acomuna al resto de dioses es el criterio que permite organizar el pluralismo. El pluralismo, por tanto, es ya un orden, y como tal un modo de tramitar las diferencias. Es óntico, no ontológico, pues en este nivel lo que hay es la dispersión del Ser, no un sentido fundante.
Por tanto, en el terreno teórico no tiene sentido identificar a Vox con el fascismo, a menos que se tenga decidido pedir su prohibición. Vox, en tanto formación postfascista, plantea como se ha dicho un problema más complejo al orden democrático: el de asumir su carácter de orden político, aceptando que no por ser democrático es resultado sin más de los valores universales, racionales, sensatos, decentes y moderados, sino que se basa en unos valores particulares que otros pueden detestar y querer destruir, a los que por tanto no se les puede conceder la palabra como si nada. Pero, a la vez, mostrando el valor de su especificidad: que es un orden que tramita más diferencias que otro, que asume el conflicto y una ética política según la cual no es necesario denigrar, insultar y menoscabar al otro para mostrar la diferencia con él, sino que ésta, como manda la moral de la lucha, parte del respeto por la legitimidad del adversario (e incluso del enemigo, en tanto no lo considera inferior, sino diferente, y por eso busca el pluriverso como solución de compromiso).
Y aunque el objetivo de estas notas no es dar una respuesta al problema del cordón sanitario, cabe afirmar que no hay recetas permanentes para ello [V], sino que se trata de una cuestión siempre cambiante de plausibilidad y consideración de las consecuencias. El cordón sanitario más o menos espontáneo que se generó en torno al desprecio de la candidata de Vox respecto de las amenazas a cargos públicos y al candidato de UP ha tenido su particular intensidad, precisamente por su carácter de respuesta sobrevenida a una situación inesperada. Las aguas siempre fluyentes de lo político no aconsejan buscar respuestas a priori derivadas de otros contextos, por definición intraducibles. Pero, eso sí, obligan a una decisión.
El problema específico español sobre el cordón sanitario tiene al menos dos dimensiones. Una, la inmediata electoral: el partido hegemónico de la derecha necesita esos antiguos votos propios migrados a Vox para gobernar, por lo que no le conviene el cinturón sanitario, no sólo porque le restaría apoyos para una eventual formación de gobierno, sino porque lo puede debilitar si ese aislamiento deviene en victimización y resistencialismo. La otra dimensión es la más profunda: el discurso de Vox es el retorno de lo reprimido por la Transición, no casualmente emergido a la superficie con la llamada cuestión catalana, que en verdad es la cuestión española. El problema no fue necesariamente la represión inicial de ese discurso en 1977-78, sino que eso reprimido nunca fue elaborado y con el tiempo devino un trauma áspero, duro y seco. La imposibilidad de reformar la Constitución y dar un segundo impulso a la democracia española así lo atestiguan.
La novedad posfascista de Vox no llega a ser registrada por los discursos que habitan la democracia española. Ni por el propio discurso de la Transición, racionalista-universal, que al no reconocer su propia politicidad niega la frontera y la existencia constitutiva de lo político al otro lado de esa linde, lo cual acaba con Vox en el rincón de la aberración. Tampoco por el discurso antifascista clásico de las izquierdas, que, si bien tendería a reconocer la enemistad del discurso posfascista, la cifra donde no es: en el rasgo democrático del orden y no en el componente de orden de lo democrático. Ni, finalmente, por el discurso aznarista de la actual derecha, que necesita mantener viva la oposición democracia-terrorismo, aunque ETA ya no exista, para diluir cualquier desafío que no provenga de un otro enteramente esencializado y determinado por su rasgo ideológico “anti-constitucionalista”, de cuño separatista-populista-comunista. Quizá eso explique la incomodidad que representa Bildu para este discurso aznarizado, en tanto formación plural que sintetiza las transformaciones que el orden democrático acoge, y al que esta mirada busca aplanar sin más como “heredero de ETA”.
El desafío no es sencillo, pues obliga al orden hegemónico a serlo sin despolitizar sus fundamentos, a renunciar a su promesa siempre renovada de traer el bien para todos sin dañar a nadie o, en otras palabras, a asumir que su valor puede seguir siendo preferido a pesar de ser, como cualquier régimen, un orden político.
[I] Agradezco especialmente los comentarios sobre este texto de Julián Melo.
[II] El agonismo teorizado por Chantal Mouffe parte también de la noción de identidad como diferencia y del reconocimiento del antagonismo como rasgo ontológico de lo político, pero entiende que esa diferencia entre proyectos hegemónicos alternativos no necesariamente tiene que ser antagonista, es decir, volver incompatible su convivencia en el seno de la comunidad política. Lo que reúne a esos actores opuestos son las reglas del juego y los valores que organizan la comunidad, lo cual permite sublimar la relación de enemistad propia del antagonismo en una relación adversarial. La diferencia central con el antagonismo es que los adversarios reconocen mutuamente la legitimidad de sus demandas y constituyen un nosotros compartido, desplazando la frontera política al exterior de la comunidad política. Las demandas contrahegemónicas no son incompatibles con el orden democrático, sino que caben en él dada precisamente su democraticidad (Mouffe: 1999; 2014). Según nuestra interpretación, ese último rasgo impide la existencia de una frontera interna, pues si se comparten las reglas del juego y los valores —si bien se difiera en la interpretación de los mismos— lo que hay es una amistad con diferencias (Castoriadis, 1998; Schmitt, 1991a).
[III] Sobre la relación de Vox con el resto de partidos de extrema derecha europea, véanse Fernández-Vázquez 2019a y 2019b.
[IV] Agradezco las aclaraciones que sobre este punto me hiciera Ismael García Ávalos.
[V] Al respecto, resulta clarificadora la reflexión de Maquiavelo sobre las fortalezas, no sólo por la ausencia de recetas, sino por la noción de que el problema de fondo es, como de costumbre en su pensamiento político, la existencia de un vínculo afectivo o uno de odio entre gobernantes y gobernados. La referencia al otro como “forastero” no puede ser más apropiada en términos políticos: “Las fortalezas son útiles o no según los tiempos y si a veces te favorecen otras te perjudican. Podemos considerar este punto así: el príncipe que tiene más miedo al pueblo que a los forasteros, debe construir fortalezas; en cambio, el que tiene más miedo a los forasteros que al propio pueblo, debe prescindir de ellas. […] Por eso la mejor fortaleza que pueda existir es no ser odiado por el pueblo, porque por muchas fortalezas que tengas, no te salvarán si el pueblo te odia […]. Consideradas, pues, todas estas cosas, alabaré al que construya fortalezas y al que no las construya; y censuraré a todo aquel que, fiándose de las fortalezas, menosprecie el ser odiado por el pueblo” (Maquiavelo: 2011, 217-219)
·Castoriadis, C. 1998. “La democracia como procedimiento y como régimen”, en El ascenso de la insignificancia, Madrid, Cátedra.
·Del Águila, Rafael y Ricardo Montoro. 1984. El discurso político de la Transición española, Madrid, Centro de Investigaciones Sociológicas y Siglo XXI.
·Fernández-Vázquez, G. 2019a. Qué hacer con la extrema derecha en Europa. El caso del Frente Nacional, Madrid: Lengua de Trapo.
·Fernández-Vázquez, G. 2019b. “Vox: ¿arcaísmo o modernidad? Análisis de la retórica de Vox a la luz de la teoría de las fórmulas ganadoras”, en: Jerez, A. & Delle Donne, F. (2019): Epidemia ultra. La ola reaccionaria que contagia Europa, Madrid: Autoeditado.
·Franzé, J. 2017. “La trayectoria del discurso de Podemos: del antagonismo al agonismo”. Revista Española de Ciencia Política, 44, 219-246.
·Laclau, E. y Mouffe, E. 1985. Hegemonía y estrategia socialista, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica.
·Laclau, E. 1996. “Por qué los significantes vacíos son tan importantes para la política”, en Emancipación y diferencia, Buenos Aires. Ariel, 69-86.
·Lefort, C. 1990. “Democracia y el advenimiento de un ‘lugar vacío’”, en La invención democrática, Buenos Aires: Nueva Visión, 187-193.
·Maquiavelo, N. 2011. El Príncipe (edición bilingüe), Madrid: Tecnos.
·Mouffe, C. 1999. El retorno de lo político, Barcelona: Paidós.
·Mouffe, C. 2014. Agonística. Pensar el mundo políticamente, Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
·Oñate, P. 1998. Consenso e ideología en la transición política española, Madrid: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales.
·Rancière, J. 2006. “Diez tesis sobre la política”, en Política, policía, democracia, Santiago de Chile: Ediciones LOM, 59-79.
·Schmitt, C. 1991a. El concepto de lo político, Madrid: Alianza.
·Schmitt, C. 1991b. “La era de las neutralizaciones y de las despolitizaciones”, en El concepto de lo político, Madrid: Alianza.
·Traverso, E. 2018. Las nuevas caras de la derecha, Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores.
·Weber, Max. 1992. “La política como profesión” [1919], en La ciencia como profesión. La política como profesión, J. Abellán (ed.). Madrid: Espasa Calpe, 93-164.
*Javier Franzé es profesor de Teoría Política, UniversidadComplutense de Madrid.
Habitualmente se entiende que la ciencia ficción, precisamente por su carácter especulativo, es un género con una relación particular con el progresismo y la izquierda. Sin que esto sea necesariamente falso, la realidad es que la historia del género está llena de grandes figuras y obras notables con relación directa con posturas reaccionarias e incluso con el fanatismo religioso.
La pregunta que tenemos que hacernos es si preferimos vivir peor para mantener ciertos negocios o apostamos por mejorar la vida y forzar un desplazamiento productivo hacia otros sectores. Claramente lo que tiene que primar es la calidad de vida y lo que tiene que adaptarse es el modelo productivo, no al revés.
En suma, Mercado y Estado no son términos antitéticos, sino necesariamente complementarios. Pero decimos más: no se trata sólo de considerar que ambas realidades son dependientes históricamente, sino de enfatizar que sus componentes estructurales están tan sumamente involucrados que sus contornos llegan a hacerse borrosos, hasta el punto de confundirse.
Hoy más que nunca necesitamos disponer de horizontes de futuro confiables, asegurar nuestras vidas -y no para cualquier forma de vida, sino para una que valga la pena ser vivida- como condición de posibilidad de cualquier forma de libertad política (pues sabemos que sin seguridad y confianza en el porvenir no hay libertad sino miedo y servidumbre).
¿En qué se debe basar, entonces, nuestro hacer político y sus distintos modos? He aquí la pregunta fundamental. La respuesta por la que aquí apostamos es la autonomía, la capacidad del grupo para dotarse de sus propias reglas independientemente de factores externos.
'Los olvidados. Ficción de un proletariado reaccionario' no es un libro más, descubre el hilo común del pensamiento reaccionario contemporáneo y, a la vez, hace un ejercicio de arqueología brillante para responder a las entelequias de un obrerismo que pretende invocar a una clase obrera que jamás existió.
¿Y si las plataformas y su modelo de explotación basado en la extracción de datos hubieran sido solo un impasse en el proceso de construcción del Internet que finalmente se estabilizará en el futuro?
Si necesitamos pensar lo que nos está ocurriendo, ¿no sería importante que reflexionáramos sobre si lo que está sucediendo solo corrobora nuestras categorías y plantillas previas o si marca una diferencia aún por establecer?
Más que luchar por una u otra interpretación, una misión muy loable pero que para mí aún es dudosa en el ejercicio de la crítica cultural, la indefinición de lo afectivo nos debe conducir a identificar a qué anhelos desarticulados apela la cultura popular.
La crítica política y social se consiguió transmitir desde la crítica cultural, en una alianza estética de raigambre nietzscheana en la que la música era un elemento de transformación radical. Este nuevo paradigma no había sido aprovechado por la izquierda tradicional, que dejó pasar el impulso que esta revolución cultural había traído.
Actualmente el debate se ha simplificado a partir de la categoría de "lo posmo", de manera que si te preocupa lo estético para construirte como sujeto, parece que estás abandonando la lucha de clases.
En estas líneas comparto con las compañeras y compañeros de España algunas reflexiones sobre las elecciones del pasado 15 y 16 de mayo en Chile y su relación con la rebelión popular que se inició en octubre del 2019. Primeras impresiones que destilan optimismo por los resultados favorables para las fuerzas políticas transformadoras que obtuvieron la mayoría de los escaños en la Convención que redactará la nueva Constitución Política, una Convención con paridad de género y 17 representantes de los pueblos indígenas.
Disney no podría habernos ofrecido un simbolismo más explícito de su empresa ideológica: Una casa (propiedad privada) que requiere de nuevas, reformadas y más progresistas, formas dentro de la misma institución (familia) para poder recuperar la magia (herencia).
En el sistema semiológico de Barthes el mito se presenta como una potencia naturalizadora, una herramienta de normalización. Por eso, en su descripción de las lógicas de funcionamiento del mito hay todo un intento de impugnar la normalidad de los quehaceres cotidianos
La serie es un éxito puesto que (re)construye cómo una ideología como la Alt-Right puede llegar a ser hegemónica y lo hace en una dialéctica constante con la realidad que vive la sociedad estadounidense y sus pilares racistas.
El miedo de no saber qué demonios va a pasar con nuestra vida y con la de aquellos que queremos. El miedo de mirar al futuro y no saber qué esperar. El miedo de no ver un horizonte de posibilidad, sino un muro tras el cual no sabemos qué se esconde.
«Es necesario un nuevo movimiento internacionalista y pacifista que en los diferentes países movilice los intereses de las grandes mayorías, que exija la toma de acciones para prevenir conflictos, y en particular que se pongan fuertes límites a las armas nucleares.»
En medio de una pandemia mundial -donde el proceso productivo neoliberal en el que ya vivíamos condiciona nuestra manera de sentir, relacionarnos y también curarnos-lo último que se permite es adolecer. Nuestras pérdidas son rápidas, ocultadas, secretas, dejan un duelo mudo, pero igual de profundo, es un duelo arrebatado.
Realismo capitalista es –haciendo de lo complejo sencillez y de las respuestas fáciles preguntas difíciles– una de las grandes obras políticas de nuestro siglo, la que emite algunas lecciones fácilmente numerables para las políticas del “deseo poscapitalista” en el siglo XXI.
«Muchas personas dicen que la experiencia de haber participado en un laboratorio ciudadano les cambió la vida»
¿Qué pasa si dejamos de considerar a la propiedad como algo sagrado y “permanente”, que incluso trasciende al individuo (y su supuesto esfuerzo) hasta sus herederos, y empezamos a considerar que esta es imposible sin un complejo sistema de relaciones sociales colectivas que la sostiene desde su origen?
Este texto se publica en el marco del debate que tuvo lugar en el seminario "Marx y El Capital en el mundo contemporáneo" entre Jesús Rodríguez y Manuel Romero a propósito del lugar de lo político en la teoría marxista.
En este marco el ámbito de la cultura cobra especial importancia en la consecución de la hegemonía, proceso a través del cual se universalizan intereses y afectos, en palabras de Gramsci, “la conquista del poder cultural es previa a la del poder político”.
Si ya no vemos igual, ni desde los mismos dispositivos, si cada vez hay más oferta de productos audiovisuales y el fútbol no mueve ficha, corre el riesgo de quedarse fuera de los nuevos mercados del consumo audiovisual.
Gorriti es Filósofa, becaria doctoral CONICET y docente de la UNC. Autora de Nicos Poulantzas: una teoría materialista del Estado (Doble ciencia). Farrán es Filósofo, Investigador CONICET y docente de posgrado (Universidad Nacional de Córdoba). Autor de Badiou y Lacan: el anudamiento del sujeto (Prometeo), Nodal. Método, estado, sujeto (La cebra) y Nodaléctica (La Cebra).
Con el verano liberamos algo de tiempo libre para dedicar a la lectura, al cine o simplemente a no hacer nada. En el IECCS hemos recopilado algunos títulos de ensayos y novelas para que podáis disfrutarlas durante el mes de agosto, y hacer así algo más ameno este calor insufrible.
El duelo, mientras haya recuerdo, afecto, es inevitable. La cuestión consiste en hacer un duelo sano, que sea llevable, en una existencia y una pérdida de la que el sujeto sea capaz de hacerse cargo.
¿tan importante es la relación que se da entre el mundo de lo lleno y de lo vaciado? Parece probable que sí, que sea necesario todo este despliegue orientado a disimular la naturaleza conflictiva de las relaciones sociales de lo vaciado, hacia dentro y hacia fuera, sobre todo porque todos los sujetos implicados arriesgan mucho en este juego.
A pesar de la omnipresencia de este debate, es necesario cubrir una carencia fundamental de la mayoría de estos discursos: rebatir el desdén generalizado ––en gran parte de las ocasiones automático; en otras sencillamente visceral–– hacia la nostalgia y, en consecuencia, hacia su poso melancólico.
Si el ecologismo desea tener una incidencia real en las disputas políticas del futuro inmediato (y es imprescindible que la tenga) no puede pasar por alto las peculiaridades y temporalidades de las diversas esferas de lo humano.
Creo que hay pocas definiciones más hermosas de democracia que aquella que reconoce no ser más que el esfuerzo que realizamos conjuntamente para definir a oscuras, acompañado por otros tan ciegos como nosotros mismos, qué es bueno y qué es malo.
De un tiempo a esta parte me interesan las figuraciones de clase. Historias que reivindican las formas de vida obreras, ficciones que no esencializan ni se edifican en el antagonismo social y que de algún modo liberan a la literatura obrera de sus tareas históricas.
«Leí tu libro la semana pasada y me sentí como si saliera a tomar aire después de pasar mucho tiempo bajo el agua. Me gustaría agradecerle de todo corazón que haya expresado de forma tan elocuente casi todo lo que había que decir, y que haya proporcionado una razón para la esperanza, cuando yo estaba a punto de desesperar.»
Hemos lanzado una batería de preguntas a distintos pensadores y pensadoras con el fin de acercarnos a un análisis no tanto de la crisis del coronavirus en sí, como de los distintos escenarios de futuro a que nos puede conducir su salida. Aquí las respuestas que nos ha dado Luciana Cadahia, filósofa argentina, autora de Mediaciones de lo sensible. Hacia una nueva economía crítica de los dispositivos (FCE, 2017) y El círculo mágico del Estado (Lengua de Trapo, 2019).
El valor de los libros de Peter Frase, Olin Wright y Aaron Bastani reside en su capacidad para darle la vuelta al famoso dictum de Jameson e imaginar que el neoliberalismo no existe. Hay una potencia afirmativa en esa negación que no es una cuestión menor.
Al igual que los Shelby, podemos contemplar nuestras sociedades y afirmar que las élites son despiadadas, crueles e insolidarias. Sin embargo, conviene separarse de ellos a la hora de configurar el futuro a perseguir, uno en el que no quepan egoísmos narcisistas ni tradiciones opresoras.
La transformación digital sigue hoy una dirección marcada por las políticas del momento, que favorecen la concentración empresarial, la extracción masiva y la acumulación de poder. Pero, como sucedió a principios del siglo pasado, estos criterios políticos pueden cambiarse.
La coyuntura tiene la singularidad de ser aquel momento sin el cual no se podrían visualizar ni reflexionar sobre determinados problemas políticos. Pensar la coyuntura implica, decía el epistemólogo crítico Hugo Zemelman, comprender el presente-potencial.
"La pandemia ha enfatizado enormemente una tendencia que ya se estaba dibujando: una condición de miedo a la corporeidad, me atrevería a decir, incluso, una sensibilización fóbica hacia el cuerpo del otro."
Las comunidades no se pueden descontextualizar de los modos de producción en las que están insertas, de las transformaciones que se producen y en las que son producidas por seres humanos en el paso de sus vidas.
Cabe cuestionarse si a estos "liberales" alguna vez les importó algo más que su persona, si aquella condescendencia de clase no supone en realidad un brillante ejemplo de conciencia de clase –de clase privilegiada, por supuesto– a la que le duró demasiado el disfraz democrático y popular.
El verano y las vacaciones se agotan, y también el tiempo libre para dedicar a la lectura, al cine o simplemente a no hacer nada. En el IECCS hemos recopilado algunos títulos de ensayos, novelas, películas y documentales para que puedas disfrutarlas durante el mes de agosto.
El pensamiento de Davis, como buen materialista y marxista, operaba en continuo diálogo con el ruido del presente, con sus obstáculos, sus rugosidades y pliegues, sus pervivencias, sus proyecciones y posibilidades.
El contexto Covid-19 nos trae un 'horror vacui' diferente, algo más angustiante que la patología psicológica conocida como 'fear of missing out' (FOMO), la posibilidad de que no nos estemos perdiendo nada porque nada está pasando y nada puede pasar.
Como defendió Matt Colquhoun recientemente en su blog, la serie no es el capitalismo avanzando a través de la apropiación del sentimiento anticapitalista sino el sentimiento anticapitalista avanzando a través de la apropiación del capitalismo.
En definitiva, en el Manifiesto la ciencia le habla a la política como un cliente exigente que demanda aquellos servicios por los que paga. Esta posición no es nueva. Viene construyéndose desde hace décadas, en especial desde el mercado hacia el Estado.
El necro-liberalismo asume de forma explícita y obscena la imposibilidad de conjugar el mantenimiento de la vida con el mantenimiento del orden político y económico, de ahí que se caracterice por hacer gala y enarbolar sin complejo alguno la bandera del desprecio a la vida.
Pese a que son siglos lo que nos separa de los escritos de Burke, su definición de lo sublime parece ajustarse al milímetro a la situación actual, y nos da las claves para entender por qué podemos experimentar placer estético en las consecuencias de una pandemia.
No es nuevo decir que, tras décadas de neoliberalismo, la responsabilidad sobre el empleo descansa cada vez más sobre los propios individuos. Cada vez son más los programas educativos que añaden en sus currículos una nueva y apetecible competencia: la empleabilidad.
Este artículo fue publicado originalmente por Stuart Hall en la revista Universities & Left Review, en el otoño de 1958, un momento en el que las transformaciones del capitalismo y de la izquierda después de la Segunda Guerra Mundial estaban cambiando Gran Bretaña y el mundo para siempre. La traducción al español es de Manuel Romero.
La guerra en Ucrania sitúa en un primer plano la importante dependencia energética exterior de la UE y aboga por una aceleración en el proceso de transición verde acometida en toda su extensión.
¿No hay algo profundamente sospechoso en reflejar del lado de lo plebeyo la responsabilidad última del fascismo? ¿Por qué no encontramos, del lado de las élites, una imagen que pudiera tener el mismo peso simbólico? No es casual que el pueblo aparezca como el lugar de una sospecha y las élites queden, astutamente, sustraídas de la escena.
«La literatura, para mí, está presente en cada momento, en cada detalle de lo cotidiano, está sucediendo todo el tiempo. Pero, al mismo tiempo, qué difícil es lograr una buena traducción de la vida a las palabras, de la mente a las palabras.»
Hay una creencia generalizada de que el progreso de la ciencia es imparable y de que la tecnología todo lo puede. No cabe en nuestras mentes, pero especialmente en la de nuestros gobernantes, que pueda haber límites biofísicos y energéticos a lo que somos capaces de hacer
La camaradería es el resultado de la solidaridad, del compromiso y de la disciplina. Es una práctica compleja, en la que se fracasa una vez para levantarse y fracasar mejor. A veces puede ser asfixiante, pero la mayor parte de las veces es liberadora. Somos nosotres en un sentido colectivo.
La afirmación de Wittgenstein de que no existe “aplicación” de una regla porque la instancia de aplicación es interna a la propia regla y, como consecuencia, la transforma, es totalmente válida como principio rector para escribir una tesis.
Los nuevos periodistas crecen sabiendo que su futuro es un campo de minas, estudian una carrera muy mal estructurada y muy exigente y, como recompensa a todo ese aguante, obtienen un puesto mal remunerado, tremendamente esclavo y, por supuesto, inestable y frágil.
La idea de la compulsión a la repetición es muy poderosa y ha calado profundamente en nuestra cultura. Me gustaría argumentar que, históricamente, el marxismo ha experimentado cuatro neurosis importantes: la neurosis económica, la neurosis filosófica, la neurosis histórica y la neurosis cultural.
Las tesis que reproducimos a continuación fueron escritas por Bertolt Brecht en los años treinta, en el marco del debate con Gyorg Lukács sobre la definición de «realismo» en la literatura y el arte, así como el empleo del mismo por los artistas antifascistas.
El video presidencial en inglés siguen revelando datos importantes del relato que el gobierno está cocinando, en él se resignifican dos de las imágenes con las que se ha caracterizado al régimen uribista de Duque: la del títere y la del hombre desconectado de la realidad.
Series como 'Succession' sirven para detectar la corrosión del poder, la política y el dinero mientras nos deleitamos con las disfunciones psicológicas de sus protagonistas. Si la serie sirve para cartografiar el capitalismo multinacional es gracias a su efecto de “totalidad”.
Este texto es un informe presentado el 20 de enero de 2017 en el marco de la sesión ¿Quiénes son los comunistas? de la Conferencia de Roma sobre el Comunismo. Fue publicado originalmente en italiano con el título Chi sono i comunisti en la página web del colectivo Euronomade, y traducido ahora al castellano por Manuel Romero.
Somos mucho más rentables como espectadores-consumidores de contenido en plataformas ya que, si la televisión entraba en nuestra casa para ofrecernos entretenimiento a cambio de un porcentaje de tiempo invertido en publicidad, esta nueva forma de extracción de beneficios entra directamente en nuestro cuerpo, para buscar beneficios en los datos derivados de nuestro comportamiento.
Como dice Eva Illouz en el prólogo del libro de Horvat, parece que el capitalismo nos ha arrebatado la capacidad de amar de manera radical. Nos encontramos ante la imposibilidad de replantear un concepto que parece haber quedado diluido entre las crisis del neoliberalismo.
La digitalización, que sigue un progreso exponencial según la ley de Moore, permite concebir, incluso a corto plazo, una sociedad en la que las máquinas realicen la mayor parte de las tareas, dejando a los humanos mucho tiempo para el autodesarrollo.